lunes, 27 de enero de 2025

Citas célebres. Una frase para cada mes del año.

Ya sabéis que en este blog disfrutamos de las frases sabias que han escrito autores más inteligentes que yo (y por eso os cuelgo una cada mes, que como muchos recordaréis he ido recopilando en esta entrada). Estoy seguro de que mi casa no es el primer lugar ni el único que tiene el típico calendario con fotos de sus viajes, acompañado cada mes con una frase de un autor célebre que enuncia alguna verdad sobre la vida, el amor, la muerte, la humanidad o alguna de esas miles de preocupaciones (profundas o superficiales, fútiles o provechosas) que rodean al ser humano, y a las que llevamos dándole vueltas durante siglos, a veces atisbando sólo una porción de la realidad. Sin embargo (y no sé si es orgullo de pertenencia) el que ha elaborado mi chica contiene unas citas particularmente ingeniosas -o así me lo parece a mí-, así que os las coloco aquí para que las disfrutéis, las ignoréis, saquéis una idea fructífera de ellas o penséis "yo conozco frases mejores", porque seguro que también las hay. Así que, sin ninguna pretensión, pero (como digo) creyéndolo interesante, aquí os las cuelgo:

ENERO: "Comieza tu día con una sonrisa y ve´ras lo divertido que es ir por ahí desentonando con todo el mundo". El personaje de Mafalda, extraído de la fértil imaginación de Quino.

FEBRERO: "La ciencia, amigo mío, está hecha de errores, pero errores que es bueno cometer, porque llevan poco a poco a la verdad". Julio Verne.

MARZO: "Lo mejor del recorrido no es la meta, es el paisaje". Gloria Fuertes.

ABRIL: "La contemplación de la naturaleza me ha convencido de que nada de lo que podamos imaginar es increíble". Plino el Viejo.

MAYO: "La observación de la naturaleza hizo nacer el arte". Cicerón.

JUNIO: "Yo creo que nuestro padre celestial inventó al hombre porque se desilusionó con el mono". Mark Twain.

JULIO: "La mejor prueba de que la navegación en el tiempo no es posible es el hecho de no haber sido invadidos por las masas de turistas provenientes del futuro". Stephen Hawking.

AGOSTO: "Cuatro cosas no pueden ser escondidas durante largo tiempo: la ciencia, la estupidez, la riqueza y la pobreza". Averroes.

SEPTIEMBRE. "Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros, hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros". Jorge Luis Borges.

OCTUBRE: "En el teatro hay 1500 cámaras rodando al mismo tiempo; en el cine sólo hay una". Orson Welles.

NOVIEMBRE: "Disfrutar de todos los placeres es insensato; evitarlos, insensible". Plutarco.

DICIEMBRE: "Es mucho más difícil juzgarse a uno mismo que juzgar a los demás. Si logras juzgarte correctamente serás un verdadero sabio". Antoine de Saint-Exupéry

lunes, 20 de enero de 2025

El relato de enero: "El insomnio de los vampiros"

 El insomnio de los vampiros

(O “Razones por las que llevar en la mano un buen libro”)

 

                Hay un aspecto del que se han preocupado poco los abundantes textos de ficción sobre los vampiros, y es la incapacidad que aqueja a mi especie (de vez en cuando, como les ocurre a los humanos; yo diría que en mayor proporción) para conciliar el sueño. Lo cual, de entre todos los inconvenientes que causa, tiene como principal dolencia de la que lamentarse la del aburrimiento.

                Fijémonos en la típica imagen que transmite el cine: un Nosferatu reposando en su ataúd. En general, resulta incómodo (y tiene pocas ventajas: resulta increíble la frecuencia con la que la gente abre un ataúd cuando se topa con él en una habitación), por muy bien acolchado que esté. Preferimos camas. Esto, claro, obliga a crear habitaciones herméticas, sin ventanas, firmemente aisladas del exterior, o bien mi solución favorita: migrar a latitudes de noches perpetuas. Esto, sin embargo, también origina unos cuantos problemas, entre ellos el frío extremo (no puede matarnos, pero eso no implica que no lo pasemos mal) y, en general, que se trata de regiones inhóspitas, aisladas, donde reside muy poca gente, y resulta complicado encontrar cena sin que llame poderosamente la atención entre los escasos habitantes del entorno. A algunos les gusta hacer la ronda o, como yo le llamo a través de cierta expresión moderna que me recuerda a una que conocí en la antigua Grecia, “la putivuelta”: ir de granja en granja devorando a los inquilinos, y salir de la zona antes de que la noticia de extrañas desapariciones acabe por inquietar al personal. Antes, aquella estrategia obligaba a caminar mucho (bajo un intenso frío, no sé si ha quedado claro); ahora, con los vehículos modernos, la cosa resulta más sencilla, aunque te aboca a conducir un buen rato bajo la nieve -por si no se ha notado lo suficiente, odio el frío; debe de ser porque, cuando era humano, vivía en lo que hoy es África Oriental, cuando todo eran espacios naturales y nadie sabía nada de geografía, y nunca me he acostumbrado a habitar fuera del trópico-.

                En fin, que hay ratos que no te queda más remedio que aislarte. En el ataúd, o en las habitaciones cerradas (sobre todo, en las bodegas de los barcos), me he forzado a pasar horas insomne -o con sueños tenebrosos, lo cual casi es peor; sobre las pesadillas de los vampiros hablaremos en otro momento-, con la suerte quizá de leer unas cuantas páginas si disponía de una vela a mano: si no, suponía horas y horas de andar pensando en las musarañas. Con la llegada de Internet, también se han facilitado las cosas. Eso sí, has de tener la cabeza muy asentada para que tantas horas de bucear en las redes no te acaben afectando: ya he visto algún vampiro terraplanista, trumpista u homeópata como mejor demostración empírica que ni la edad ni la experiencia nos hacen inmunes a volvernos gilipollas. De hecho, una vez me encontré a un vampiro negacionista del sol que salía a encontrarse con su primer amanecer en siglos: naturalmente, no lo contó.

                Luego está otra variante, que es lo que yo llamo “el Decamerón”. Te vas a una finca, aislada del mundanal ruido, adonde has secuestrado a un cierto número de víctimas, y te las vas merendando -o cenando, si nos queremos poner estrictos- mientras bebes vino y lanzas comentarios snob, noche tras noche, durante varias jornadas, junto con un grupo de colegas. A mí no me gusta: las viandas reservadas para el futuro se encuentran aterrorizadas durante este período, y el miedo les proporciona un regusto amargo y cruel. Algún anfitrión ha solucionado el inconveniente drogando a los desdichados, pero los efectos del anestésico te dejan K.O. durante un par de días, así que la idea no ha prosperado, al menos entre mis círculos. Ya puestos, prefiero buscarme la vida en la tundra, bajo la iluminación de las auroras boreales…

                Como digo, en mis tiempos de encierro, una de mis grandes distracciones han sido los libros. Y el cine. Le doy a los podcasts cuando toca viajar largas distancias (creedme: si queréis enviar un ataúd, escoged una buena empresa de mensajería), y a los videojuegos cuando no encuentro otra cosa -con sinceridad, me encantan los de matar vampiros: aunque no se parezcan en nada a la realidad, lo de clavar estacazos me vuelve loco-. Siempre he tenido problemas de insomnio. Pese a que trato de combatirlo corriendo en mitad de la noche, agotando mi cuerpo para así descansar mejor al día siguiente, paso muchos ciclos de sol sin saber qué hacer, y aunque he construido mi nido aislado y cómodo, protegido de la luz y de las injerencias humanas, en ocasiones me siento un poco enclaustrado. No me quejo: sé que llegará la noche, en la que podré volar sin límites sobre la superficie del mundo que se yergue a mis pies. Y sin embargo, hay días…

Hay días… En que daría lo que fuera por salir a la calle y sentir un poco del calor del sol sobre la superficie de mi cuerpo, aunque sólo fuera unos segundos antes de calcinarme completamente.

                Aunque, quién sabe. La tecnología avanza que es una barbaridad. Tal vez algún día, gracias a trajes especiales, productos químicos… Todo es posible, ¿no? Porque en el futuro, cuando, a causa del cambio climático, la humanidad se vea obligada a vivir en los polos, bajo la noche perpetua, y allí en el norte o el sur extremo haga un buen clima, yo estaré allí.

                Nos vemos entonces. No te olvides de mirarme a los ojos. Tráeme un buen libro. No te va a servir de mucho -a la hora de sobrevivir, no sé si me explico-, pero al menos te trataré bien. Es un consejo improbable, porque quizá nunca te encuentres conmigo. Pero la vida (sobre todo la mía) es muy larga. Guárdatelo. Podría serte útil.

lunes, 13 de enero de 2025

La historias reales de enero: hilos en más de una red social

Os traigo hilos en redes sociales variadas. En la antigua Twitter, dos acerca de Indonesia, el apasionante país de las especias y de otras muchísimas cuestiones: uno habla sobre el tesoro más preciado de Bali, y el otro describe el poblado chabolista al que ayudó Instagram. También, rescatamos un viejo hilo sobre la figura de Tutankamón y su controvertido padre. Por otro lado, tengo cuenta también en Bluesky -de hecho, es la única red social en la que estoy ahora mismo-, y allí poseo un lugar donde almaceno hilos (algunos son versiones mejoradas de los de Twitter, y otros son completamente nuevos, como éste acerca del día que mi suegra se cachondeó de su propia muerte). Espero que sigáis encontrando formas diversas de enrollaros con ellos. Un saludo.

miércoles, 1 de enero de 2025

Los libros de enero: contra la opresión y el fascismo

 -La guerra de los pobres, de Éric Vuillard. El autor nos narra, en este ensayo corto, agudo como el filo de un hacha, y contundente como cada uno de los golpes de este instrumento, la historia de Thomas Müntzer, un reformador y teólogo alemán que, inspirado por figuras como Lutero o Jan Hus, pidió un evangelio que retornara a las esencias y a la protección de los más pobres, y de ahí pasó a la abierta rebeldía contra las figuras de los nobles alemanes y la desigual distribución de riqueza de su entorno, llamando incluso a la revolución violenta de los campesinos contra sus señores. Una lectura intensa acerca de los revolucionarios que parten de los principios más básicos, y se atreven a enfrentarse a fuerzas que se hallan muy por encima de su capacidad.
Imagen de Monticello, la casa de Jefferson en Charlottesville (Virginia), hecha cuando estuve por allí.

-Mi Monticello, de Jocelyn Nicole Johnson. Para entender esta novela hay que comprender primero el lugar donde está ambientada. Charlottesville es un pequeño pueblo en Virginia donde vivía Thomas Jefferson (el tercer presidente de EEUU, y autor de la Declaración de Independencia), cuya casa, denominada Monticello, fue y sigue siendo un modelo de referencia para toda la arquitectura norteamericana posterior. En esta historia, la protagonista, mujer, negra, descendiente de una esclava que tuvo hijos con Jefferson -este episodio histórico es real- vive en un futuro no demasiado lejano donde la civilización ha empezado a derrumbarse, y gente muy parecida a los seguidores de Trump merodean, con sus camionetas, sus armas y sus actitudes nazis, asolando todo a su paso. Un grupo de refugiados, incluyendo nuestra protagonista, deciden esconderse en Monticello, a la espera del siguiente paso. La novela está escrita desde la sensibilidad interior del personaje principal (de hecho, a ratos da la sensación de que tiene poca intención de seguir una narrativa estructurada, o de explicar ciertas cuestiones de manera concreta), y desde luego lo que mejor logra es la atmósfera de sociedad derrotada, pero cuyos miembros se cuidan mutuamente mientras sea posible. En muchos sentidos, recuerda mucho a La parábola del sembrador, de Octavia E. Butler, autora (también mujer y negra) la cual consiguió crear en los años noventa una distopía tan cercana a la visión actual que tenemos del futuro -con su cambio climático, una sociedad que colapsa, y una sensación continua de "sálvese quien pueda"- que da un poco de miedo, y más cuando la adolescente protagonista cree que fundar una nueva religión es la única manera de formar un colectivo que haga frente a la nueva situación. "La parábola del sembrador" es la primera de las novelas de una saga que quedó inacabada con la muerte del autora, pero se ha convertido en una referencia de la novela postapocalíptica de todos los tiempos.

Y aquí viene uno de los motivos por los cuales "Mi Monticello" me ha llamado tanto la atención. Charlottesville es un oasis en el lugar donde está localizado -un sur mayoritariamente blanco donde es habitual encontrar pueblos pequeños en cuyo bar principal hay una bandera confederada adornando la pared-. Es una ciudad universitaria, cosmopolita, repleta de extranjeros y de mentalidad muy abierta y tolerante. Fue precisamente por eso por lo cual los zombis ignorantes que siguen a Trump (vamos a llamarles por su nombre: nazis) decidieron montar una manifestación allí, donde un descerebrado atropelló a una chica y, por supuesto, el aún más descerebrado de su jefe salió a defenderles. Por eso precisamente, el asalto a Monticello (en la ficción) o a Charlottesville (en la vida real) nos recuerda que el Estados Unidos que nacerá en unos pocos días se va muy probablemente a convertir en todo lo contrario de lo que dice su esencia. Y quién sabe cuánto más durará ese sueño de Jefferson de una ciudadanía que escoge libremente a sus representantes. No se me escapa que buena parte de culpa la tienen esos idiotas que no leerán un libro ni aunque les aticen con él. Por eso, desde esta cuenta, vamos a seguir recomendando libros: porque no sabemos si nos comerán los monguers o los fascistas (ahora mismo, son lo mismo), pero vamos a seguir defendiendo ciertas cosas hasta el final. Y, desde luego, no nos van a pillar con los brazos cruzados; ni, por supuesto, sin luchar hasta el último aliento.