Graham Greene es de este tipo de escritores de los cuales os recomendaré una obra, pero os podría hablar de muchas otras. En este caso nos vamos a centrar en "El cónsul honorario", escrita en 1973, y ambientada en la realidad argentina y paraguaya de aquella época.
Quizás el término que sirva mejor para definir los trabajos de Graham Greene sea el título de su obra de 1978, "El factor humano". Porque aunque sus historias traten sobre espías y e intrigas internacionales, y transcurran en gran medida en pequeñas habitaciones de los edificios donde se alojan los servicios secretos en Inglaterra, aunque también en exóticos parajes por todo el mundo (Haiti, Vietnam, Argentina, Cuba), en el fondo, esto son tan sólo excusas para relatar el verdadero teatro donde transcurre la acción: el interior del hombre, la sala íntima de la mente del ser humano, el trasfondo de los personajes y de los individuos que deben dar la cara ante las diversas circunstancias que se les presentan.
Graham Greene utiliza las grandes cuestiones políticas e históricas del momento, simplemente como modo de averiguar cuál es la verdadera naturaleza de la condición humana, y en qué nos convertimos cuando nos enfrentamos a retos que nos hacen dudar sobre qué pasta estamos hechos en realidad. Sus personajes son muchas veces tipos comunes, mundanos, sin ideología, que tienen que afrontar muchas veces de manera involuntaria grandes decisiones que ponen a prueba sus convicciones, pero en el transcurso de las cuales casi siempre acaban decant'andose por cuestiones personales que serán las que al final importen, mucho más que los condicionamientos previos o las lealtades patrióticas. Son por tanto individuos repletos de incertidumbre, obligados a elegir entre aristas formadas de falsa certeza, las cuales coquetean con los conceptos de traición y de compromiso, hombres que normalmente anteponen -mucho antes que a un estado o una idea-, el nombre de un amigo o de una mujer. En "El factor humano", unos espías demasiado mundanos se ven atrapados entre telones de acero cuando lo único que pretenden -cada uno a su manera- es ser felices. En "El décimo hombre" (donde un hombre ofrece toda su fortuna a otro a cambio de que sea ejecutado en lugar de él), los nazis y la Segunda Guerra Mundial tan sólo son una excusa para averiguar en qué medida la vida se mide por los valores materiales que posees. Sus dilemas se plantean alrededor de la muerte, la religión, los sentimientos familiares, la inseguridad que rodea la vida en cada paso y nuestros mayores ambiciones y miedos. Graham Greene dividía sus historias entre novelas de entretenimiento y novelas serias; no obstante, incluso en sus obras de mayor éxito, las aparentes tramas de evasión sirve de base para las cuestiones filosóficas y morales más serias.
Como escritor interesado por las pulsiones del ser humano, no es raro encontrarse con que Greene se acercó a uno de los géneros artísticos que más han impactado en los últimos siglos, y éste fue el cine. De casi todos es conocida "El tercer hombre", novela que partió como base a un guión mejorado gracias a las intervenciones del director Carol Reed e incluso de Orson Wells (con su mítica frase acerca de Renacimientos italianos y relojes suizos, y quien según algunos dirigió la película desde las sombras). También fue adaptada al cine por dos veces "El americano impasible", aunque éste podrá ser uno de los pocos casos donde cabe considerarse que la mejor versión es la moderna, pues en la primera se trató de purgar todo rastro del antiamericanismo que a la segunda estuvo a punto de eliminarla de la agenda cinematográfica en 2003, de tal forma que sólo gracias a la intervención de su actor estrella, Michael Caine (que amenazó con no autorizar su siguiente película si ésta no veía la luz) la película pudo estrenarse. Y siguiendo con la nómina de actores ilustres que han encarnado a sus personajes, Alec Guinness interpretó al protagonista de la deliciosa "Nuestro hombre en La Habana", donde un modesto vendedor de aspiradoras en apuros les vende los planos de dichos electrodomésticos al gobierno británico haciéndoles creer que tratan acerca de valiosísimas informaciones sobre instalaciones comunistas ultra-secretas. Otras obras conocidas -y también llevadas al cine- son "El agente de la confidencial" (ambientada en la guerra civil española) o "El tren de Estambul". Su influencia se ha extendido a autores como John Le Carré, y actualmente se celebra todos los años, en su localidad natal, un festival literario en su honor.
"El cónsul honorario" parte de un hecho que podría haber sido real; tanto, que ocurrió uno muy parecido cuando Greene se estaba documentando para la misma. Un grupo de rebeldes izquierdistas paraguayos cruzan la frontera y pretenden secuestrar, en una remota región del norte de Argentina, al embajador americano para así hacer presión para la liberación de algunos de sus compañeros detenidos. Sin embargo, cometen un error y a quien secuestran es al cónsul honorario británico, un tipo al borde del alcoholismo, sin ninguna importancia diplomática, y por el que ninguno de los cuatro gobiernos implicados piensa mover un dedo para salvarlo. En medio de todo esto, el doctor Plarr, un inglés que lleva conviviendo de manera anodina toda su vida en la Argentina, se ve sacudido por el fenómeno por un doble motivo: en primer lugar porque él ha colaborado con los secuestradores a cambio de que éstos exijan la liberación de su padre (uno de los presos politicos en manos del ejército de la dictadura paraguaya), y en segundo, porque él se está acostando con la mujer del cónsul honorario británico que han secuestrado por error, lo cual determina que si bien su desaparición de la escena le vendría muy bien, también es responsable de lo que le pase, y hace que la culpa le pese todavía más de lo que le pesaría a cualquier otra persona.
En este caso, hay varios aspectos de la novela que son bastante interesantes. Una es aproximación de Graham Greene al modo de vida sudamericano, destacando mucho el "machismo" (entendiendo aquel como la tendencia natural del hombre a defender su honor y llegar a las armas por cuestiones relacionadas por el orgullo o las mujeres) imperante tanto en la literatura como en la vida de la zona. Quizás se produzca la impresión de que Greene está mostrando esta cualidad como lo haría un turista, entre otras cosas por el uso tan reiterado de la palabra, cuando da más la sensación de que el "machismo" no es algo que en la Sudamérica de los años 70 se nombre a menudo en el contexto coditiano, sino que, más bien al contrario, en las conversaciones habituales no se menciona en absoluto porque en realidad es el modo "natural" de hacer las cosas. No obstante, en el contexto de la novela tiene mucho sentido, al ser un término expuesto por personajes típicamente británicos (con su flema característica), para nada inmersos en la cultura del país en el que habitan, y que lo observan todo con la mítica distancia y frialdad que se le atribuye a los hombres procedentes de regiones anglosajonas. De hecho, el personaje principal no parece en un principio capaz de amar o de mantener compromisos, aunque sí que se van apreciando a lo largo de la novela una serie de cuestiones, como el sentimiento de añoranza por un padre que nunca conoció en realidad, ciertas obsesiones que se mantienen latentes, y también un fuerte sentido del deber acerca de cuestiones que deben ser evitadas. Entre otras, que un inocente -el cónsul honorario- pague con su vida por pecados que no merecen tanto castigo.
También, con grandes dosis de ironía y un agudo manejo de las réplicas y contrarréplicas de los personajes (a veces quizás obviando las terceras personas alrededor), el libro contiene una serie de personajes secundarios muy ricos y variados: el escritor argentino Saavedra, obsesionado con su propia obra, con "el machismo", y con unos códigos internos incomprensibles para el resto del mundo pero que él llevará, de manera consecuente, hasta la extrema radicalidad; Clara, la mujer del cónsul honorario, que procede de un burdel y pretende aparentemente (como hacía en el prostíbulo) complacer a todos, junto con el hijo que alberga en su interior, el cual no hace más que complicar las cosas; un coronel Pérez a cargo de la investigación, más interesado en capturar o liquidar a los secuestradores que en salvar al cónsul británico (el cual, por cierto, va adquiriendo valor literario conforme pasa la novela); y una serie de ingleses que, muy educadamente, prefieren ignorar la muerte de un compatriota antes que tomarse la más mínima molestia en salvarlo o dejar de degustar un plato de salmón. Entre el bando de los secuestradores, destacar a uno de los cabecillas de la expedición, el antiguo padre León, sacerdote reconvertido a guerrillero y de cuyos labios provienen los mejores debates acerca de la religión y el cambio social, las víctimas necesarias, el perdón y la confesión, el amor a Dios o al aparataje humano que le rodea, e incluso una de las más originales teorías teológicas que he tenido el gusto de leer. El padre León -como Plarr, como todos nosotros- se ve sacudido por las consecuencias de un terrible error que, sin embargo, les plantea unos dilemas morales inexorables, que tendrán que asumir de alguna manera y de los que no se les permite huir. Pero Greene (que pretende mantenernos interesados acerca de lo que va a pasar a continuación) se guarda mucho de adelantarnos nada, para que seamos muy conscientes de que, aunque hay ciertas cosas que tendrán que ocurrir necesariamente, no estemos jamás seguros de cuál va a ser el final.
En suma, esta es una novela que trata sobre el amor, la muerte y, quizás especialmente, la soledad. La soledad de una provincia argentina, muy lejana a la capital, y donde nunca pasa nada. La soledad de los tres únicos hablantes en inglés de esta provincia , que habitan como peces de agua dulce en medio de un trópico, obligados a refugiarse en la pecera de sus clubs. La soledad de un hombre que se ve atrapado entre numerosos frentes y que no encuentra a nadie en quien realmente apoyarse. La soledad de una antigua prostituta que todavía no acaba de entender por qué la sacaron de un burdel. Y también la soledad de un hombre que ama a una mujer que le engaña con uno de sus pocos amigos y quien quizás sólo pueda confiar, en el fondo, en su medida apropiada de whisky. No obstante, como toda novela de la soledad, ésta es una sobre la posiblidad de que esta se rompa. Y sin pretender desvelar el final, lo cierto es que el de esta novela me recordó mucho al apoteósico de "Las uvas de la ira", de John Steinbeck; no porque pasen cosas parecidas (ni por asomo), sino por la capacidad de Graham Greene, como Steinbeck de encontrar belleza -y amor- en los sitios más insospechados, en las situaciones aparentemente más contradictorias. En los resquicios de la duda, de las incertidumbres y de nuestros peores temores, dentro de aquellos lugares tan lejanos por los que a Greene le apasionaba tanto transitar...
"El cónsul honorario" parte de un hecho que podría haber sido real; tanto, que ocurrió uno muy parecido cuando Greene se estaba documentando para la misma. Un grupo de rebeldes izquierdistas paraguayos cruzan la frontera y pretenden secuestrar, en una remota región del norte de Argentina, al embajador americano para así hacer presión para la liberación de algunos de sus compañeros detenidos. Sin embargo, cometen un error y a quien secuestran es al cónsul honorario británico, un tipo al borde del alcoholismo, sin ninguna importancia diplomática, y por el que ninguno de los cuatro gobiernos implicados piensa mover un dedo para salvarlo. En medio de todo esto, el doctor Plarr, un inglés que lleva conviviendo de manera anodina toda su vida en la Argentina, se ve sacudido por el fenómeno por un doble motivo: en primer lugar porque él ha colaborado con los secuestradores a cambio de que éstos exijan la liberación de su padre (uno de los presos politicos en manos del ejército de la dictadura paraguaya), y en segundo, porque él se está acostando con la mujer del cónsul honorario británico que han secuestrado por error, lo cual determina que si bien su desaparición de la escena le vendría muy bien, también es responsable de lo que le pase, y hace que la culpa le pese todavía más de lo que le pesaría a cualquier otra persona.
En este caso, hay varios aspectos de la novela que son bastante interesantes. Una es aproximación de Graham Greene al modo de vida sudamericano, destacando mucho el "machismo" (entendiendo aquel como la tendencia natural del hombre a defender su honor y llegar a las armas por cuestiones relacionadas por el orgullo o las mujeres) imperante tanto en la literatura como en la vida de la zona. Quizás se produzca la impresión de que Greene está mostrando esta cualidad como lo haría un turista, entre otras cosas por el uso tan reiterado de la palabra, cuando da más la sensación de que el "machismo" no es algo que en la Sudamérica de los años 70 se nombre a menudo en el contexto coditiano, sino que, más bien al contrario, en las conversaciones habituales no se menciona en absoluto porque en realidad es el modo "natural" de hacer las cosas. No obstante, en el contexto de la novela tiene mucho sentido, al ser un término expuesto por personajes típicamente británicos (con su flema característica), para nada inmersos en la cultura del país en el que habitan, y que lo observan todo con la mítica distancia y frialdad que se le atribuye a los hombres procedentes de regiones anglosajonas. De hecho, el personaje principal no parece en un principio capaz de amar o de mantener compromisos, aunque sí que se van apreciando a lo largo de la novela una serie de cuestiones, como el sentimiento de añoranza por un padre que nunca conoció en realidad, ciertas obsesiones que se mantienen latentes, y también un fuerte sentido del deber acerca de cuestiones que deben ser evitadas. Entre otras, que un inocente -el cónsul honorario- pague con su vida por pecados que no merecen tanto castigo.
También, con grandes dosis de ironía y un agudo manejo de las réplicas y contrarréplicas de los personajes (a veces quizás obviando las terceras personas alrededor), el libro contiene una serie de personajes secundarios muy ricos y variados: el escritor argentino Saavedra, obsesionado con su propia obra, con "el machismo", y con unos códigos internos incomprensibles para el resto del mundo pero que él llevará, de manera consecuente, hasta la extrema radicalidad; Clara, la mujer del cónsul honorario, que procede de un burdel y pretende aparentemente (como hacía en el prostíbulo) complacer a todos, junto con el hijo que alberga en su interior, el cual no hace más que complicar las cosas; un coronel Pérez a cargo de la investigación, más interesado en capturar o liquidar a los secuestradores que en salvar al cónsul británico (el cual, por cierto, va adquiriendo valor literario conforme pasa la novela); y una serie de ingleses que, muy educadamente, prefieren ignorar la muerte de un compatriota antes que tomarse la más mínima molestia en salvarlo o dejar de degustar un plato de salmón. Entre el bando de los secuestradores, destacar a uno de los cabecillas de la expedición, el antiguo padre León, sacerdote reconvertido a guerrillero y de cuyos labios provienen los mejores debates acerca de la religión y el cambio social, las víctimas necesarias, el perdón y la confesión, el amor a Dios o al aparataje humano que le rodea, e incluso una de las más originales teorías teológicas que he tenido el gusto de leer. El padre León -como Plarr, como todos nosotros- se ve sacudido por las consecuencias de un terrible error que, sin embargo, les plantea unos dilemas morales inexorables, que tendrán que asumir de alguna manera y de los que no se les permite huir. Pero Greene (que pretende mantenernos interesados acerca de lo que va a pasar a continuación) se guarda mucho de adelantarnos nada, para que seamos muy conscientes de que, aunque hay ciertas cosas que tendrán que ocurrir necesariamente, no estemos jamás seguros de cuál va a ser el final.
En suma, esta es una novela que trata sobre el amor, la muerte y, quizás especialmente, la soledad. La soledad de una provincia argentina, muy lejana a la capital, y donde nunca pasa nada. La soledad de los tres únicos hablantes en inglés de esta provincia , que habitan como peces de agua dulce en medio de un trópico, obligados a refugiarse en la pecera de sus clubs. La soledad de un hombre que se ve atrapado entre numerosos frentes y que no encuentra a nadie en quien realmente apoyarse. La soledad de una antigua prostituta que todavía no acaba de entender por qué la sacaron de un burdel. Y también la soledad de un hombre que ama a una mujer que le engaña con uno de sus pocos amigos y quien quizás sólo pueda confiar, en el fondo, en su medida apropiada de whisky. No obstante, como toda novela de la soledad, ésta es una sobre la posiblidad de que esta se rompa. Y sin pretender desvelar el final, lo cierto es que el de esta novela me recordó mucho al apoteósico de "Las uvas de la ira", de John Steinbeck; no porque pasen cosas parecidas (ni por asomo), sino por la capacidad de Graham Greene, como Steinbeck de encontrar belleza -y amor- en los sitios más insospechados, en las situaciones aparentemente más contradictorias. En los resquicios de la duda, de las incertidumbres y de nuestros peores temores, dentro de aquellos lugares tan lejanos por los que a Greene le apasionaba tanto transitar...