Una pequeña película protagonizada por un hombre grande
Esta película he tenido la ocasión de verla prácticamente por casualidad. Este viernes por la noche, hemos salido al cine, y las calles estaban repletas de gente. Tanta, que he me he perdido en la madrileña plaza del Callao en su parte central (que para que se hagan una idea de los que no la conozcan, tiene menos tamaño que el salón normal de una casa). ¿Por qué había salido todo el mundo a la calle?¿Aprovechaban uno de los pocos viernes con el tiempo más o menos bueno que quedan hasta que termine el año, o es que se estaban preparando para celebrar que Madrid era olímpico, y cuando la votación de Copenhague han salido rana, han decidido salir de todos modos? Total, qué narices, se dirían, que nos quiten lo bailado. Bueno, la cuestión es que no había posibilidad de ver ni "Si la cosa funciona" -que era el plan inicial-, ni "El secreto de sus ojos", ni "Malditos bastardos", ni siquiera "Los límites del control", con la que estábamos dispuestos a arriesgarnos. Así que casi por casualidad, cayó "Gigante". Y la verdad es que me llevé una agradable sorpresa.
El argumento de esta película uruguaya-argentina es muy sencillo, casi minimalista. Partamos del protagonista, el hombre de la foto, Jara. Mide metro noventa, es un armario de ancho, pesará más de cien kilos, trabaja de guardia de seguridad y le gusta el heavy metal. No, no os marchéis todavía: no le pega ningún golpe a nadie. Todo lo contrario, es un océano de tranquilidad. Ni un gesto por encima de otro, un tipo tranquilón, manso, un gigante bonachón, como The Iron Giant o algún otro que seguro retenéis en vuestra memoria. Es un tipo con una rutina muy sólida: trabaja de guardia de seguridad nocturno en un supermercado, controlando las cámaras de vigilancia. El trabajo es aburrido, con pocos entretenimientos. Los fines de semana combina un trabajo de segurata en una discoteca (una vez más, un tipo sereno, que no se altera por nada) con las visitas ocasionales de su sobrino. Pero un día, en las cámaras de seguridad, se fija en una chica, una limpiadora del supermercado, que le llama la atención. A partir de entonces, se pasará el tiempo contemplando a la chica a través de la cámara de vigilancia, e incluso siguiéndola a través de las calles de Montevideo. Así comienza esta atípica historia de amor.
Es un relato tierno, curioso, una pequeña joya. Contiene dos curiosas contradicciones: a pesar de ser una película la cual la mayor parte del tiempo puede decirse que no pasa nada, lo cierto es que ocurren cosas constantemente (lo cual indica que detrás hay un cuidadosamente preparado y muy esmerado guión, desarrollado sobre todo desde los pequeños detalles en silencio). Y segundo, no había visto en mucho tiempo un personaje (el protagonista) que sin decir nada y con una cara tan seria durante toda la película, fuera capaz de inducirnos tanta ternura y tanto humor juntos. Es un personaje que, sin duda, se hace querer, sobre todo cuando vemos contemplar desde lejos a la persona de la que está empezando a enamorarse, siempre tímido y apocado, a este gigantón fan de Metallica -interpretado espléndidamente por Horacio Camandule-, que parece que pudiera partir a cualquiera de un solo golpe, y que sin embargo se pone nervioso cada vez que su chica le pasa medianamente cerca.
Una cosa muy lograda de esta película (en palabras de su director, Adrian Biniez) es que describe perfectamente ese estado en que hemos estado todos alguna vez, en mayor o menor grado: el enamoramiento primero. La mirada en las nubes, el caminar de zombie, la cabeza ida, todo alrededor de una persona de la que no sabemos nada, pero que precisamente cuanto menos sabes, mayor es la obsesión. El ánimo se te vuelve raro, los amigos no te entienden, en definitiva, y como decía aquél, "ah, el amor..." El pobre protagonista sufre no ya los problemas de una relación, sino de, como dice Biniez, "todo lo que precede a una relación". Por cierto que no revelaré el final, pero lo que sí adelanto es que Biniez ha decidido ahorrarnos ese tipo de conclusión que se ha vuelto tan típica de las películas de amor que ya hasta da grima volverlo a ver, y que no tiene prácticamente ningún sentido (vamos, que el final es el que tiene que ser: ya lo descubriréis vosotros solos).
En definitiva, una película pequeña, pero emocionante, que destila candor y una honesta sonrisa a partes iguales, y que se concentra en pequeños aspectos de la vida cotidiana de los distintos personajes con los que se va cruzando. Una muestra más de un últimamente muy floreciente cine argentino. Para disfrutarla el día que queráis huir de grandes tumultos y de elecciones multitudinarias de ciudades olímpicas, y queráis descubrir una pequeña historia que puede estar pasando en vuestro supermercado.