jueves, 28 de junio de 2012

Adelanto


Hoy en este mes de 5 semanas no os quiero entretener mucho. Simplemente, ahora que el verano va entrando en nuestras vidas (al menos en el hemisferio norte) y estáis pensando en libros (digitales o de los que se pasan con el dedo) que llevaros a la playa, os quiero descubrir a algunos esta web: peopleebooks.com. Lo interesante de esta página, como podéis ver, es que va a ofrecer ebooks de todos los estilos (preferentemente de escritores jóvenes) a un precio bastante asequible. Y, aunque de momento están preparando su catálogo, las fechas aún andan en suspense y no os quiero desentrañar mucho, aquí tenéis un pequeño adelanto de algo que -si no hay catastrofe biblica o similares- publicaremos por allí.

"Sólo fíjate en ti, en cómo has venido. Llevas abrigo de cuello alto, eso imposibilita que cualquiera te pueda reconocer más que como una mancha borrosa, que es en todo momento la imagen que pretendes transmitir, la de ser insustancial e indiferente, parece que no tuvieras olor, como Grenouille".


De momento, eso es todo, prefiero dejaros con la intriga. Mientras tanto, seguid atentos a las novedades, bien en este blog, en mis perfiles y páginas de Twitter, Facebook y Google+, y también en los equivalentes de Peopleebooks. Un saludo.

Adendum: por desgracia, la descargar en peopleebooks.com ya no es posible, pero ahora podéis leer "El troll" en Smashwords en una variedad de formatos. Para acceder a ella, pinchad aquí pero, como siempre, si necesitáis cualquier cosa, sólo tenéis que contactar conmigo. Un abrazo.

lunes, 18 de junio de 2012

La historia corta de junio. El mundo en un aula.


              Fue un experimento sorprendente.

          En una escuela de verano para niños, la monitora quiso enseñarles a los chavales cómo son las relaciones entre los países del mundo. Así que repartió la Tierra entre ellos.

            Cada niño representaba a un país concreto. A cada uno le eran asignados unos materiales, según el país que le había sido asignado. Los países ricos tenían compases, reglas, escuadras, cartabones... pero pocas materias primas; a la niña de Estados Unidos, por ejemplo, le correspondieron escasamente dos folios. Y los países pobres no tenían ninguno de esos instrumentos, pero sí muchas materias primas, por ejemplo, diez folios cada uno. El objetivo del juego era hacer, con los materiales de los que disponían (o con los que pudieran conseguir por intercambio) figuras de papel con distintas estructuras geométricas, que serían las equivalentes a billetes. Y comenzó el juego.

             Los resultados fueron inesperados

         La niña de Estados Unidos, que era la típica niña egoísta que lo quería todo para ella, trató de venderles a los países pobres un compás roto. Entonces, los países pobres decidieron hacerle un boicot, y se asociaron entre sí, consiguiendo realizar entre todos muchísimas figuritas, mientras que la niña de Estados Unidos se quedó sola, encerrada en su esquina, sin poder construir ninguna figura en absoluto.

             A veces uno se pregunta qué pasaría si les diéramos a los niños el control del mundo...

lunes, 11 de junio de 2012

El relato de junio. "La marca"

Este relato fue finalista del III Certamen Universitario de Relato Corto Jóvenes Talentos Booket-Ámbito Cultural, y. publicado junto con los otros finalistas en una edición no venal titulada “Tiempo de relatos”, en el año 2006.



La marca

En ocasiones me asaltan retazos de recuerdos a la mente... No los percibo bien, me cuesta encajarlos en la cabeza, no sé de dónde vienen ni qué hacer con ellos... Tampoco entiendo muy bien a qué se refieren...

           Los ungulados, consisten por definición en cualquier mamífero cuyas extremidades terminen en pezuñas. Constituyen en un amplio grupo, que contiene animales muy diferentes en apariencia, los cuales tienen como característica común los dedos agrupados en la estructura anteriormente mencionada. Se dividen en cuatro órdenes...


           Son recuerdos en algún momento tuve, y que de momento parecen olvidados. Sin embargo, antes de empezar a entrar en profundidad en el tema sobre el que tú y yo que tenemos que hablar, he de comentarte un par de cosas.

           En primer lugar, soy un asesino. He matado a dos personas.

           Y no ha sido por accidente, ni por descuido, ni se puede achacar a factores externos a mí. Yo he sido quien he acabado con esas dos vidas. Eso habrás de tenerlo en cuenta.

           También habrás de ser consciente, de que toda tu forma de ver la vida (y de definirte a ti mismo), pueden cambiar a partir de este instante.

           Y ante todo, y sobre todo, recuerda en todo momento una cosa:
Según uno de los principios fundacionales de la mecánica cuántica, dos partículas que entran en contacto, nunca llegarán del todo a separarse.

Cuando los recuerdos se agrupan más en mi cabeza, soy capaz de contemplarme, como si me encontrara fuera de mí mismo. Me veo. Me veo a mí mismo en una habitación, acompañado de dos personas. Son un hombre, y una mujer jóvenes. Por su apariencia física, deduzco que son hermanos. Sin embargo, no se asemejan demasiado: lo que me hace sospechar el parentesco, es la mirada de los dos, esa mirada sombría, es para ambos la misma, penetrante y oscura sobre una pálida faz, el pelo rubio el de él, negro como la noche el de ella. Ambos me contemplan con una especie de suspicacia y ansiedad, que se combina, al mismo tiempo, con el alivio de tenerme aquí. No deduzco de qué nacionalidad son, ni tampoco para qué quieren verme, por qué me han traído hasta aquí. Pero no me gusta. Y suelo reaccionar muy mal ante las cosas que no me gustan...

          Recuerdo que desde el lugar donde me encontraba se veía un sequoya. Uno de esos árboles, gigantescos, ostentosos, los cuales parece que, de un momento a otro, van a empezar a mover sus ramas, y derribarte de un golpe, o incluso echarse de pronto a andar... Me hubiera gustado mucho contemplarlo en todo su esplendor, abrir la ventana, admirarlo en cada uno de sus formas, pero las rodillas flexionadas, fijas e inmóviles, me impedían levantarme y hacer realidad mis sueños... Así que me quedé así, sin más, contemplando el sequoya, así hasta que alguien o algo, quizás en forma de batallón de uniforme gris, viniera a buscarme...

            Entre los dos hermanos había una relación muy especial... Los dos tenían muy claro el propósito de sus acciones, sabían que lo que más les convenía era estar juntos, y actuar en consecuencia... Pero al mismo tiempo, los celos les abrumaban, sospechaban el uno del otro, temían que en cualquier momento Caín o Abel recordaran cómo se selló el primer acto entre hermanos... Yo sabía que esto era así, y sabía que podía emplearlo en mi beneficio propio. Pero para ello, debía elaborar un plan... Dediqué las noches y los días a meditar sobre ello...

          En el lugar de mi encierro, había libros. Muchísimos libros. Acumulados en las estanterías, algunos agrupando polvo, de un lado para otro, el conocimiento universal hecho páginas y tinta. Para mí, la presencia de esos libros, hacían de mi encierro una estancia mucho más valiosa que cualquiera de las libertades que tanto afanan al resto de los hombres. A través de estos libros, a través de sus páginas, sabía que estaba perpetuando algo mucho más importante que mí mismo, sabía que lo que mis manos hacían acabaría pasando a la historia, que sería recordado por llevar a la luz el genio de prohombres mucho más grandes que yo... Y eso hacía que esos años, a pesar de todo, pasaran livianos, ligeros, casi, casi como si fueran, como si fueran tan sólo unos días...

            La chica me miraba. Me miraba cada vez más a menudo. Me contemplaba, con ojos inquietos, se acercaba de vez en cuando hacia mí... Y mientras lo hacía, mientras me escrutaba con ojos de deseo, yo le hablaba. Le decía cosas. Le susurraba de vez en cuando sutiles mensajes. Le decía, de forma críptica, y, al mismo tiempo, clara y diáfana:
            -Alfonso VI, fue rey de León y de Castilla. Hijo de Fernando I, recibió de su padre el trono de León, y las parias del reino moro de Toledo, mientras su hermano Sancho recibía el reino de Castilla y las parias de Zaragoza. Tratando de hacerse con el poder absoluto, ambos hermanos se enfrentaron; Alfonso fue derrotado en Llantada y Golpejera. La muerte de Sancho en el cerco de Zamora reinstauró a Alfonso en el trono de León. Para ser reconocido como rey de Castilla tuvo que jurar no haber intervenido en la muerte de su hermano. Esto último le fue exigido por los caballeros castellanos presididos por el Cid...
            Y me miraba con ojos fieros, a través de su cara pálida y sus ojos grises...

            Entre esos libros, había interesantes tratados, fascinantes páginas... Había un curioso pasaje, etéreo, casi filosófico, acerca de la química del carbono. El carbono, forma parte de tantas cosas, desde el diamante más brillante, hasta el grafito puro y gris, que sin embargo, no es más que un diamante desordenado. De lo que interesa que en la ciencia, como en la vida, no sólo lo que las cosas son en sí mismas, sino como se presentan, determinan cuál será su existencia, su sentido, y sobre todo, la posible aplicación que a ella pretendamos darle los hombres...

            Al mismo tiempo, su hermano daba vueltas, observándome, asimilándome, tanteando cada uno de mis rincones... Yo también tenía palabras para él, palabras que debían ser útiles para mi propósito, palabras que tendían a avivar las llamas de las frías sospechas que albergaba su corazón, y que le hacían soñar con zonas del planeta más cálidas, alejadas de este frío gélido del invierno que rodeaba la casa, lejos también de su hermana. Y yo alimentaba este deseo, y esta ilusión, con estas palabras:
         Brasil... Paradisíacas playas de fina arena... Una economía, que se nutre en buena parte del turismo... La población se compone tanto de blancos, como de mestizos, incluyendo mulatos [mulatas], caboclos y cafuzos...
            El chico me miró con suspicacia.
            Pero no sabía muy bien qué replicar.

         Yo, mientras tanto, me encontraba encadenado. Atenazado por el cuello por un inmenso cerrojo de hierro -del cual, por más que me resistía, era incapaz de zafarme-, con la superficie de mi cuerpo expuesta directamente al frío que penetraba a través de una ventana. Aullando de dolor y de rabia -sobre todo de odio, de desprecio por aquel que me había encerrado y que no se merecía la suerte que había tenido-, no podía hacer otra cosa, en mi desesperación, más que tratar de romper con mis dientes las cadenas que me separaban de la libertad... Pero por supuesto, los colmillos nada pueden hacer contra el metal, y tan sólo acabé con aún más dolor, y más frustración en mi cuerpo... 

            Los dos hermanos comeienzan a recelar, cada vez más, el uno del otro. Se acechan de manera extraña, dan vueltas en círculo alrededor de la habitación, perdiendo el sentido de hacia dónde se dirigían, de cuál era su propósito inicial al llegar hasta aquí... Y ambos me contemplan, encima de la mesa, allí, con las páginas abiertas de par en par, esta vez con una frase distinta... La primera definición que aparece en mis hojas, es la de la palabra hacha...

            Siento cómo la información trasciende a través de mí... Cómo el movimiento continuo, el flujo, de palabras y de datos recorre cada componente de mi superficie... Lo percibo, lo capto todo, así, muy dentro, pequeños destellos eléctricos parecen saltar de un extremo a otro, y mientras tanto, yo me conmuevo, como en un pequeño orgasmo... Pero de repente, algo falla. En un instante, todo se viene abajo. En ese momento, yo me colapso, soy incapaz de aguantar, y al hacerlo, todo lo que yo llevo detrás se cae conmigo. Mi caída, mi desgracia, le ha costado la vida a miles de personas, la pérdida de sus casas a muchos más, la miseria más absoluta, a muchos millones... Y el problema, el mayor de los problemas, es que la ruptura no se ha producido por casualidad...

             Ahora, corre, corre la sangre, recorre lo largo de toda la casa... Los cuerpos de los dos hermanos, yacen a mi lado, el fluido vital de los ambos recubre mis páginas... Aquí estamos, los tres, como siempre quisimos estar... Ellos me querían a mí, querían mi conocimiento, ansiaban mis tapas doradas, deseaban, por encima de todo, el valor que podía alcanzar en el mercado, un valor que rozaría el escándalo, debido a mi antigüedad, y a la mano por la cual fui escrito...   Pero ahora, ambos yacen,  a ambos lados de la mesa donde me encuentro enclavado, apoyado en el atril, con las páginas aún medio rotas, y la violencia sostenida sobre mí todavía presente en mis lomos, y la fecha de 2005, aún grabada en mi primera página, sirviendo como constancia de una existencia de ya más de trescientos años... Pero una vez más, sigo estando vivo, vivo e independiente, como estuve siempre, en todas las demás ocasiones en que me enfrenté a la muerte.

            Pero claro, para mí, ¿qué es estar vivo? La vida sólo es una cuestión de opiniones. ¿Está viva una célula?¿Está vivo un virus?¿Está vivo, un átomo de carbono? Al fin y al cabo, un átomo de carbono es capaz de formar estructuras complejas, de acumularse alrededor de un núcleo inicial para formar un diamante, puede, incluso, dar lugar a moléculas que sean capaces de replicarse a sí mismas, y de esa manera, originar el principio fundamental que es la vida, y que no es sino la capacidad de seguir adelante. Pero hay un hecho esencial en los átomos de carbonos, y es que, salvo condiciones extremas, y circunstancias excepcionales, sus componentes, los protones y neutrones que conforman su núcleo (no esos electrones, qué promiscuos, siempre yendo a la caza de todos), son los mismos, y por tanto, permanecen incólumes, sea cual sea aquello de lo que formen parte, ya sea una de las primeras partículas del Big Bang, la lava fundida de un volcán de la Tierra primigenia, o la aleta de un pez tropical que existirá dentro de miles de millones de años... Y a su vez, un grupo de átomos de carbono, que formen parte de una misma estructura, y que luego se separen, pueden acabar en tantos sitios, en tantos lugares distintos, repartidos cada uno en un lado del globo, formando parte de materia viva o de seres inertes, persistiendo así, durante miles de millones de años, durante un tiempo que nadie conoce porque todavía se está testando, tal vez, incluso, un lapso infinito... Por eso, hoy puedo sonreír, sabiendo que ni el fuego ni la lluvia me destruirían, y afirmar que sigo vivo...
           
     Sigo vivo, tan vivo como estuve cuando fui una talla de un crucificado de una iglesia puritana, en mitad de la guerra de Secesión...
     Sigo vivo, tan vivo como estuve cuando fui una Sequoya, plantada delante de una iglesia, que pasaba sus días contemplando a un Cristo que no le quitaba los ojos de encima...
    Sigo vivo, tan vivo como estuve cuando fui un sacerdote medieval que transcribía los textos de los paganos, de los griegos y romanos, de los enemigos de Dios...
    Sigo vivo, tan vivo como estuve cuando fui esos mismos libros, esa tinta y ese papel, que asimismo estudiaban, cual bachilleres, a ese humilde sacerdote...
     Sigo vivo, tan vivo como estuve cuando fui un afamado científico, el cual, ocupado en sus quehaceres, hizo todo lo que pudo por causarle el mayor mal posible a sus semejantes, a lo que era su propio pueblo, al que él denominaba despectivamente, “judíos”...
      Sigo vivo, tan vivo como estuve cuando fui cuando fui un perro rabioso, atado a una cadena, a punto de ser sacrificado, aguardando la hora de su muerte...
     Sigo vivo, tan vivo como estuve, cuando fui el mismo virus de la rabia que atacó a ese perro, y que al morder al campesino, acabó convirtiéndose en muchos miles de virus más...
      Sigo vivo, tan vivo como estuve cuando fui fibra de carbono, fibra óptica que arrastré miles de toneladas de información que hubieran ocupado la biblioteca del sabio medieval que un día existió, y que se evaporaron en un instante, como si nunca hubieran existido, causando con ello la ruina de millones de seres humanos, que padecieron la peor de las desdichas gracias a mí...

            Y sigo vivo, tan vivo como estuve cuando fui todas las cosas que he sido, todas las cosas que seré, todas las que seguiré siendo, cuando más tarde o más temprano me pudra, y mis páginas se conviertan en humus que haga fértil a la tierra, y provoque que nazcan nuevas plantas, seres vivos, para que surja todo lo que tiene que ser, aquí, en esta hora, en este día, y mucho tiempo después... Sigo existiendo, como existí desde el principio de los tiempos, cuando fui la primera masa de materia que provocó una asimetría en la explosión uniforme del Big Bang, generando el desequilibrio y la ruptura, provocando con ello, en anticipación, la destrucción de millones de estrellas, y como fui cuando constituí parte del brazo de Caín, el día que decidió alzar una piedra contra su hermano...

          Así pues, como ves, te he mentido. Aunque no del todo. La mejor manera de disfrazar una gran mentira, es entregar una pequeña verdad a cambio. No he matado a dos personas: he destruido a miles, a millones, a cientos de millones de ellas... Y no sólo eso: yo soy el principio de todo, de todas las muertes, de la guerra, de todas las desgracias que oigas hablar, de todas las catástrofes terribles que han acontecido en el mundo, del siempre fatídico azar... Yo soy el padre del caos... Me disculpo, es verdad, te he engañado...

            Y ahora, como ves, soy unos cuantos papeles, y una tinta, que ahora sostienes en tu mano. Pero soy mucho más que esas cosas. Como te he mencionado antes, mis componentes forman parte de millones y millones de moléculas, a lo largo de todo el mundo, constituyendo parte de múltiples objetos y organismos... Podría ser cualquiera, cualquier parte, podría formar parte de tu coche, podría ser un libro de poesía, podría hallarme en la nariz de tu madre, o en la lengua de tu novio, cuando le besas cada tarde... Incluso podría formar parte de ti... Pero quizás no... Quizás seas puro, e inmaculado, puede que ninguna de mis moléculas te haya invadido... Tanto más interesante entonces...

            Seguro que ahora me estás contemplando con una mezcla de temor y repugnancia. Seguro que ahora estás deseando arrojarme al fuego, pero no, ahora te lo piensas, es verdad, que yo mismo te he mencionado que soy inmune al fuego y al derrumbe de los edificios... ¿Entonces, qué haces?, te preguntas... Y lo único que se te ocurre, seguramente, es dejar de leerme, alejarte, escaparte de mí lo antes que sea posible. Pero recuerda que al principio, cuando empezaste a leer, te dije que debías recordar siempre una cosa. Te dije, recuerda:
Según uno de los principios fundacionales de la mecánica cuántica, dos partículas que entran en contacto, nunca llegarán del todo a separarse.
            Fue una teoría curiosa, desde luego. La propuso Albert Einstein, sin quererlo, como forma de desprestigiar a la mecánica cuántica, a la que él despreciaba, a pesar de que sus creadores le consideraban una especie de padre inspirador de la misma. La idea de Albercito, a quien tuve ocasión de tratar una vez –o seis o siete, bajo apariencias distintas-, era que si la teoría de la mecánica cuántica era cierta, entonces, si dos partículas entran en contacto, en realidad, a pesar de que se alejen al otro extremo del universo, siempre estarán, de alguna manera, influyéndose, modificando el comportamiento de la otra, como dos amantes que nunca han dejado de importarse mutuamente. Einstein, alzando los brazos, proclamó que esta posibilidad era una claramente un absurdo, lo cual determinaría que la teoría de la mecánica cuántica se derribara un castillo de naipes. Pero luego resultó, que al final tenía razón. Y esto significa que dos partículas que se toquen, nunca llegarán del todo a dejar de estar relacionadas.

Y por tanto, eso quiere decir, que si has tocado esas páginas, que si has pasado la mano por esta tinta, que siquiera has rozado el papel, entonces, ya te he influido. Para bien o para mal, mi propia existencia forma parte de ti. Puedes arrojarme a la papelera, o abandonarme en un contenedor de basura, pero yo no me fiaría... A lo mejor, lo que me pase a mí, influye en que te echen del trabajo, o que te dé un ataque al corazón aquí mismo. Puede ser, incluso, que mi sola presencia te haga perder la consciencia, y que te despiertes una mañana empuñando un cuchillo empapado de una sangre que tú no conoces... Así que ahora, ten cuidado. Reflexiona. ¿Me vas a dejar encima de la mesa?¿Has apoyado en algún momento mis páginas en el suelo, el cual bien podría partirse en el siguiente segundo en mil pedazos?... No se te habrá ocurrido dejarle este cuento a tu hermana...

Y mucho menos, por lo que más quieras, habrás tenido el valor de mandarlo a un concurso...

Es curioso, además, esto de la mutua relación y la influencia. ¿Cuánto llegará a durar?¿Por qué espacio de tiempo permaneceremos unidos? En teoría, un período infinito. Eso quiere decir más allá que el momento en que te mueras, y tus cenizas den lugar a un campo de trigo, al dióxido de carbono de la atmósfera, o al vaso de cristal en el que bebe el líder de Rusia. Eso quiere decir, que tal vez yo le influya a la simiente que va a darle vida a tu hijo. Eso quiere decir, incluso, que el día en que el universo deje de expandirse, y comience, por primera vez, poco a poco, a encogerse, el momento en el que todo aquello de lo que somos conscientes (y de lo que no), todas las partículas del universo, todo lo que hemos conocido y lo que seremos, lo que habremos de ser y lo que será, los Beatles, los Rolling, Pinochet, el perro de tu vecino, la lluvia radiactiva, el amor, la filosofía, la otra cara de la luna, todo eso que el hombre ha soñado alguna vez poseer, tocar o inventar, estará allí, concentrado en un único punto, preparándose, poco a poco, en tan sólo unas milésimas de segundos, para una nueva expansión, que volverá a originar un nuevo universo, pues en ese instante, en ese momento, nuestras partículas, las tuyas y las mías, las de todo lo que yo he sido y las de todo lo que serás tú, volverán a estar allí... Quizás, atrapada tu cabeza entre una mesa de billar y una parte del continente africano, lo que en su día fue tus manos me estarán, tan siquiera, rozando levemente con los dedos...

            Pero a pesar de todo, no te preocupes. Sé feliz, y disfruta. Sigue caminando, contemplándome a cada paso, a cada instante, aunque no sepas quién soy, ni de qué formo parte. Dale la mano a tu jefe, que quizás me lleve en sus venas cuando le pega a su mujer, o lee alguna de las novelas de Stendhal... Formo parte de muchas de ellas.

            Constituyo parte de este mundo, tu mundo. He llegado aquí mucho antes que tú ni siquiera nacieras, y seguiré existiendo mucho tiempo más. Trátame bien. Soy muy susceptible... Al más mínimo gesto de desprecio, me puedo enfadar...

            Mira a ver dónde colocas este cuento...

        A partir de ahora, tú bien puedes presumir, de saber en qué consiste, de albergar en tu misma biblioteca, la llamada marca de Caín...

martes, 5 de junio de 2012

La historia real de junio. El discurso del jefe Seattle.

Antes que nada, quiero explicar un poco mi intrahistoria dentro de la historia. Mi conocimiento de este suceso llegó de la mano de Fernando Fernández-Gil, líder del grupo Los Argonautas, el cual se dedica a llevar a cabo actos culturales de naturaleza solidaria con los más necesitados (desde aquí aprovecho para homenajear la abnegada labor que hacen). Entre los primeros proyectos del grupo se encontraba una revista benéfica, que entre otras cosas quería publicar la "Carta del Jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos". A mí me gustó esa carta y yo sugerí añadirle una introducción con una pequeña aclaración histórica, que tuve el honor de redactar. Más o menos lo que venía a decir este prefacio era que, en 1854, el presidente de los EEUU Franklin Pierce le envió una oferta al jefe indio Seattle para comprarle las tierras a su tribu, la Duwamish, y éste le respondió con un discurso. La traducción más extendida de este discurso en castellano (y a continuación de la cual desarrollaremos algunos comentarios), y que podéis encontrar en numerosas páginas web y enlaces, es la que transcribo a continuación:

El Gran Jefe Blanco de Wáshington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Wáshington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.
Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.
Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Wáshington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua brillante que se escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es apenas agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.
Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los ríos la bondad que le dedicarían a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa.
La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.
Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy un  salvaje y no comprendo.
No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.
¿Qué resta de la vida si un hombre no puede oír el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago?. Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio prefiere el suave murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.
El aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre- todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.
Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.
¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo.
Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.
Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.
Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.
Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros que el hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.
Ustedes podrán pensar que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero no es posible, Él es el Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.
La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras tribus. Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por sus propios desechos.
Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados por la fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.
Este destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los caballos bravíos sean todos domados, los rincones secretos del bosque denso sean impregnados del olor de muchos hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.
¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.
¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.
La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.

Muchas cosas se cuentan sobre el jefe Seattle. Entre otras cosas, que era un líder respetado no sólo por su tribu, sino por otros grupos indios de alrededor. Su altura era excepcional para la época (dicen que durante el discurso mantuvo todo el rato la mano por encima de la cabeza del gobernador territorial, y que en comparación con la mano la cabeza parecía diminuta); todos parecen coincidir en que se trataba de un excelente orador y decían que su voz podía escucharse a largas distancias. Todo esto contribuía a que su opinión fuera altamente tenida en cuenta en aquella época, y ese prestigio fue sin duda relevante cuando las tierras anteriormente pertenecientes a los Duwamish fueron incoporadas al estado de Washington; tanto, que la capital del nuevo estado norteamericano adquirió el nombre de Seattle (el apelativo con el que los norteamericanos tradujeron el nombre original de este jefe indio) en honor a él. Creo que ha quedado basante claro que, al final, el jefe Seattle dijo que sí a los blancos. Muchos le reprochan esta opción, aunque otros en cambio aducen que fue un líder que tuvo que tomar decisiones difíciles en momentos complicados y que adoptó la determinación que creyó que era mejor para su tribu.
Hasta aquí la historia "oficial". Pero cuando uno empieza a entrar en detalles, surgen las dudas. El jefe Seattle dio el discurso delante de una multitud en una reunión convocada para tratar el tema de la venta de tierras. Y cuando habló (durante lo que aproximadamente fue una media hora, según las fuentes), parece que casi nadie entendió nada, porque el jefe Seattle habló en el idioma de su tribu. Después, este discurso (o lo que se recordaba de él) fue traducido al chinook, una lingua franca mezcla de varios lenguajes indios, inglés y francés, y finalmente trasladado al inglés para explicárselo al gobernador territorial. Treinta años más tarde, alguien que decía haber estado en el evento y que tomó notas de la versión en inglés -aunque, desgraciadamente, no hay  otra fuente que confirme la exactitud y fidelidad de lo que se había apuntado- reprodujo un fragmento del discurso que se publicó en el Seattle Sunday Star. Y ese trozo es lo que se conserva, y que podéis leer aquí en inglés.
Como podéis ver, esta versión difiere en gran medida de la primera que os he mostrado. Muchos dirán, además, que esta supuesta carta del jefe Seattle (y me refiero a la que he copiado en este post) contiene conceptos e ideas que difícilmente podrían hallarse en el siglo XIX. Incluso alguno, si rebusca un poco, podría encontrar inconsistencias históricas. La razón es la siguiente, y es que esta carta en realidad fue escrita por otra persona. En los años 70, el director Ted Perry dirigió una película de corte ecologista denominada Home, utilizando como base una adaptación "modernizada" del discurso del jefe Seattle elaborada por un académico llamado Arrowsmith. La película se pretendía mostrar como una obra de ficción que reflejaba las preocupaciones medioambientales de la década en que fue filmada, y los responsables de la misma se han desligado repetidamente del uso que se ha hecho del fragmento de la película  referente a las palabras del jefe Seattle. En este blog podéis leer la historia completa de la evolución del discurso, y cómo el autor del mismo se queja del fraude montado alrededor de él y de cómo numerosos grupos ecologistas y New Age han tergiversado la realidad para dar mayor promoción a sus teorías.
No obstante, siempre he defendido que lo importante de una afirmación no es quién la diga, sino lo que significa. Parece claro que no fue un indio del siglo XIX quien pronunció aquellas palabras, sino que fueron hombres del siglo XX, pero no por ello (y en determinados aspectos del mensaje) siguen dejando de tener validez. Evidentemente, no debemos tomárnoslo como una cita histórica, sino como un alegato de determinadas ideas e incluso como literatura de ficción, pero eso tiene valor también (aunque, por supuesto, siempre usado de la manera apropiada y no para justificar falsedades). Además, en la versión con más rigor -con los peros antes mencionados- del discurso del jefe Seattle, se mencionan ideas como la importancia que los indios dan a la tierra a la que habitan y a su carácter sagrado: un concepto que también es importante en otras culturas (ya lo mencionábamos en "Cartago. El imperio de los dioses" con respecto a los cartagineses), y que si bien tampoco es netamente ecologista puede muy bien considerarse un precursor -o como mínimo, cabría introducir el debate en el terreno del viejo dilema entre civilización que va la mano (o no) con la naturaleza-. Por otra parte, me fascinan cómo las historias reales pueden llegar a convertirse en leyendas: cómo sucesos históricos se transforman en elaboradas ficciones mitológicas y sobreviven en la mente de las gentes, aunque sea de una manera distinta a cómo se originaron. Normalmente pensamos en estos relatos como pertenecientes a vikingos, griegos y romanos, pero, como demuestra este caso, las elaboraciones pueden tener unos pocos años también. En este caso, la elaboración alrededor de la historia es casi tan interesante como el discurso.
Por último, hay un aspecto que me llama la atención más todavía de este suceso, y quizás el principal motivo por el que lo he incluido en este blog. Se trata de una figura olvidada, la de la Princesa Angeline, la hija del jefe Seattle. Angeline se negó a irse de sus tierras a pesar de que el tratado firmado indicaba que su tribu debía marcharse, y se quedó allí, en las calles de la ciudad con el nombre de su padre, vistiendo las ropas usadas que la gente tenía a bien darle y vendiendo cestas artesanales, convirtiéndose en una figura popular que fue aclamada a su muerte en un sobrecogedor funeral. En la Wikipedia en inglés podéis encontrar una imponente foto de la Princesa Angeline, de quien se dice (y copio ahora de la versión de la Wikipedia en español) "era una figura familiar de las calles, encorvada y arrugada, con un pañuelo rojo sobre su cabeza, un chal puesto, andando lenta y dolorosamente con la ayuda de una caña". También, en esta enciclopedia on-line, podéis encontrar más información acerca del jefe Seattle, tanto en inglés como en castellano.