Muchas veces nos encontramos (en este blog y en otros) descripciones de lugares exóticos, fascinantes y lejanos. Pero no es tan frecuente hallar que nos describan un entorno maravilloso apenas a un par de horas de distancia. Y es extraño, porque el país donde habitamos la mayor parte de los que leemos estas páginas -es decir, España- tiene multitud de aspectos no precisamente simpáticos a los que se les da más o menos bombo, pero también algunos lugares increíbles a los que no se les presta suficientemente atención. Y quizás una de estas localizaciones (y de las más infravaloradas) es la provincia de Cuenca, y en concreto de lo que hablaremos en este post es de una zona particular dentro de la misma, del Parque Cinegético Experimental de El Hosquillo.
Cuenca, paraíso natural. Aquí, la laguna de Uña.
Cuenca ha sido de los errores más flagrantes de mi vida (junto a "Europa es la futura potencia del futuro" y "ese chavalín, Raúl, no iba a salvar al Real Madrid"). Pero no sólo es el impresionante perfil de la ciudad cortada contra el acantilado, las reconocidas internacionalmente Casas Colgadas, o la más que visitada Ciudad Encantada. Cuenca es la segunda provincia con mayor superficie forestal de Europa; posee una rica selección de rincones naturales para quitarse el sombrero, con emplazamientos tales como el nacimiento de los ríos Júcar y Cuervo (la serranía de Cuenca es una zona donde una gota de agua puede decidir en cuestión de metros si termina en la vertiente mediterránea o en la atlántica), el estremecedor mirador del Ventano del Diablo, el paisaje casi extraterrestre de las Torcas, o una extensión de innumerables lagunas, acuíferos y embalses que hace las delicias de los admiradores de lo que el agua es capaz de lograr. Con tanto verde, es razonable pensar que donde hay flora debería haber también fauna, y a veces a esta última es necesario mimarla, darle un respiro y protegerla. El Parque de El Hosquillo cumple en parte esa función.
Localizado en una oquedad entre estremecedores precipicios que cortan la respiración y sirven de refugio para anidar a los buitres, El Hosquillo se halla centrado en especies que suelen emplearse en la caza (de ahí el nombre de "cinegético"), pero funciona más bien como un centro de recuperación de animales los cuales, por una u otra circunstancia, se han visto apartados de la naturaleza, y que se hallan allí en espera de que puedan volver a introducirse o -en caso de que esto no sea posible-, para que se queden en el Parque permanentemente y contribuyan quizás a la repoblación en otros puntos. En ese sentido, encontrarte con historias de muflones, ciervos o jabalíes que vivían en pisos (no es raro imaginarse la historia del cervatillo que parece monísimo cuando es pequeño y se vuelve molesto cuando crece o inicia la berrea) viene a darte una idea de cuán poco juiciosos llegamos a ser de vez en cuando los humanos. Esta sensación se ve acrecentada conforme los guías te relatan historias acerca de cazadores furtivos, abandonos de animales, o de cómo algunas especies están viéndose obligadas a alterar su comportamiento por culpa de la acción del hombre. De ahí que una de las funciones de El Hosquillo -a través especialmente de sus muy completos Museo (el cual ofrece una amplia e instructiva variedad de animales que fueron disecados tras fallecer por diversas causas) y Centro de Interpretación- es precisamente la educación ambiental, para procurar que estas situaciones no vuelvan a repetirse, y de hecho, en los meses cálidos acoge a un número limitado de visitantes que tienen el privilegio de recorrer sus instalaciones. Si vais a su página web podréis informaros y, tal vez, con cierta antelación, hacer alguna reserva.
Sin duda, los animales estrella del Parque son los grandes mamíferos: los mencionados anteriormente jabalíes y muflones, algún "Bambi" suelto que con un poco de suerte puede avistarse por ahí y, como "prima donnas" del Parque, los siempre atractivos lobos y osos. El Hosquillo tiene una larga historia de amor con los lobos y quizá por eso precisamente tratan de inculcarte tanto la idea de que son criaturas en general muy tímidas, temerosas de los hombres, y bastante más inofensivas de lo que nos pintan. De hecho, acercarse a ellas para poder admirarlas requiere de bastante silencio y algo de paciencia, aunque la labor se facilita por el hecho de que los cuidadores suelen dar de comer a los animales justo cuando vienen los visitantes y que, de tanto ver humanos, los lobos ya deben estar bastante acostumbrados. Pero aún así, sigue siendo un verdadero privilegio.
En cambio, ver a los osos es bastante más sencillo. Aunque -como los lobos- también gozan de un amplio terreno por donde transitar en este estado de semi-libertad en el que habitan, en los tiempos de visita suelen aposentarse cerca de la valla que los separa de los humanos, donde los oseznos juegan entre ellos como niños o adolescentes, las madres vigilan, y el macho dominante da la impresión de que sólo acercarse si cree que por hacer de actor principal le va a caer una ración más grande. Mientras que la cuestión de la reintroducción de los lobos en la Península Ibérica es más espinosa (los miedos clásicos y en muchos casos infundados de los ganaderos echan para atrás muchas de estas iniciativas), parece que la población de osos en España, después de mucho tiempo en retroceso -llegó a haber menos de un centenar de ejemplares entre Asturias y los Pirineos-, empieza a experimentar, afortunadamente, una mejora en su salud.
Además de los grandes mamíferos, y de los animales que sobrevuelan los cielos (una gran riqueza ornitológica ocupa el parque, empezando por los buitres que rondan a ver si algún turista se queda perdido por allí), los guías aprovechan para llamarte la atención sobre la variedad de insectos y de plantas con distintas aplicaciones medicinales que pueblan esta zona. Por cierto que los guías son una delicia: amenos, muy pedagógicos, y especialmente atentos con los niños, que son los que mejor se lo pasan durante la visita. Si las generaciones futuras son las que tienen que arreglar este mundo, con las que salen de El Hosquillo tenemos seguramente la batalla ganada.
Hablar de un lugar como El Hosquillo me motiva una reflexión. Hace unas cuantas semanas, y con motivo de una entrevista al científico del CSIC (y recientemente nombrado eurodiputado por "Podemos") Pablo Echenique, la prestigiosa revista de divulgación científica Materia abría una serie de artículos acerca de la a veces tirante relación entre ciencia y ecología, especialmente a raíz del debate continuo sobre los alimentos transgénicos. Como científico de formación -y también como ecologista convencido- me satisfacen este tipo de iniciativas, porque creo que la mejor comprensión acerca de esta clase de temas proviene especialmente de la discusión fundamentada en raíces científicas, que nos explica no sólo las verdades y mitos acerca de las diversas metodologías, sino también los peligros que éstas conllevan, sirviendo de base para generarnos un criterio y situar nuestras opiniones de posiciones realistas. Pero en todo caso, creo que en los últimos años, la dicotomía entre ciencia y ecología ha dejado de ser tal porque, por más que algunos lo pretendan, ambas disciplinas ya no pueden caminar separadamente. Hace unos cuarenta años, en su discurso de aceptación a la Academia de la Lengua por parte del escritor Miguel Delibes (editado para el público general bajo el título de "Un mundo que agoniza"), el autor vallisoletano advertía de unos problemas que en su momento ya eran relevantes, y que ahora se han vuelto más que evidentes, acerca de la contaminación de mares y océanos, el agotamiento de los recursos energéticos, de cómo el hombre ha exprimido la naturaleza hasta el punto de arriesgar la supervivencia de ésta, y como con ello ha puesto en peligro la suya propia. Puede que hace cien años, el progreso científico y la conservación del entorno estuvieran enfrentados: pero hoy en día, creo que la ciencia es más que consciente de que el futuro (nuestra única alternativa de futuro), es que consigamos aunar el bienestar del hombre con una utilización de los recursos mucho más respetuosa y más sostenible. Lugares como El Hosquillo contribuyen, de alguna manera, a hacer mucho más presente esa idea, a convencernos de lo obligados que estamos a adoptar ese rumbo si pretendemos sobrevivir como especie. Porque, de no ser así, puede que seamos nosotros los que acabemos como animales en peligro de extinción algún día, obligados a vivir en reservas, protegidos de los turistas que nos admiran (o nos condenan) tras unas jaulas.
Localizado en una oquedad entre estremecedores precipicios que cortan la respiración y sirven de refugio para anidar a los buitres, El Hosquillo se halla centrado en especies que suelen emplearse en la caza (de ahí el nombre de "cinegético"), pero funciona más bien como un centro de recuperación de animales los cuales, por una u otra circunstancia, se han visto apartados de la naturaleza, y que se hallan allí en espera de que puedan volver a introducirse o -en caso de que esto no sea posible-, para que se queden en el Parque permanentemente y contribuyan quizás a la repoblación en otros puntos. En ese sentido, encontrarte con historias de muflones, ciervos o jabalíes que vivían en pisos (no es raro imaginarse la historia del cervatillo que parece monísimo cuando es pequeño y se vuelve molesto cuando crece o inicia la berrea) viene a darte una idea de cuán poco juiciosos llegamos a ser de vez en cuando los humanos. Esta sensación se ve acrecentada conforme los guías te relatan historias acerca de cazadores furtivos, abandonos de animales, o de cómo algunas especies están viéndose obligadas a alterar su comportamiento por culpa de la acción del hombre. De ahí que una de las funciones de El Hosquillo -a través especialmente de sus muy completos Museo (el cual ofrece una amplia e instructiva variedad de animales que fueron disecados tras fallecer por diversas causas) y Centro de Interpretación- es precisamente la educación ambiental, para procurar que estas situaciones no vuelvan a repetirse, y de hecho, en los meses cálidos acoge a un número limitado de visitantes que tienen el privilegio de recorrer sus instalaciones. Si vais a su página web podréis informaros y, tal vez, con cierta antelación, hacer alguna reserva.
Sin duda, los animales estrella del Parque son los grandes mamíferos: los mencionados anteriormente jabalíes y muflones, algún "Bambi" suelto que con un poco de suerte puede avistarse por ahí y, como "prima donnas" del Parque, los siempre atractivos lobos y osos. El Hosquillo tiene una larga historia de amor con los lobos y quizá por eso precisamente tratan de inculcarte tanto la idea de que son criaturas en general muy tímidas, temerosas de los hombres, y bastante más inofensivas de lo que nos pintan. De hecho, acercarse a ellas para poder admirarlas requiere de bastante silencio y algo de paciencia, aunque la labor se facilita por el hecho de que los cuidadores suelen dar de comer a los animales justo cuando vienen los visitantes y que, de tanto ver humanos, los lobos ya deben estar bastante acostumbrados. Pero aún así, sigue siendo un verdadero privilegio.
"Para que en las noches españoles no dejen de escucharse los salvajes aullidos del lobo". Félix Rodríguez de la Fuente filmó buena parte de las escenas con lobos en El Hosquillo. Aquí uno al que no parece que los humanos le amarguen un buen almuerzo.
"Me parece que aquí no podremos encontrar emparedados, Bubu".
Hablar de un lugar como El Hosquillo me motiva una reflexión. Hace unas cuantas semanas, y con motivo de una entrevista al científico del CSIC (y recientemente nombrado eurodiputado por "Podemos") Pablo Echenique, la prestigiosa revista de divulgación científica Materia abría una serie de artículos acerca de la a veces tirante relación entre ciencia y ecología, especialmente a raíz del debate continuo sobre los alimentos transgénicos. Como científico de formación -y también como ecologista convencido- me satisfacen este tipo de iniciativas, porque creo que la mejor comprensión acerca de esta clase de temas proviene especialmente de la discusión fundamentada en raíces científicas, que nos explica no sólo las verdades y mitos acerca de las diversas metodologías, sino también los peligros que éstas conllevan, sirviendo de base para generarnos un criterio y situar nuestras opiniones de posiciones realistas. Pero en todo caso, creo que en los últimos años, la dicotomía entre ciencia y ecología ha dejado de ser tal porque, por más que algunos lo pretendan, ambas disciplinas ya no pueden caminar separadamente. Hace unos cuarenta años, en su discurso de aceptación a la Academia de la Lengua por parte del escritor Miguel Delibes (editado para el público general bajo el título de "Un mundo que agoniza"), el autor vallisoletano advertía de unos problemas que en su momento ya eran relevantes, y que ahora se han vuelto más que evidentes, acerca de la contaminación de mares y océanos, el agotamiento de los recursos energéticos, de cómo el hombre ha exprimido la naturaleza hasta el punto de arriesgar la supervivencia de ésta, y como con ello ha puesto en peligro la suya propia. Puede que hace cien años, el progreso científico y la conservación del entorno estuvieran enfrentados: pero hoy en día, creo que la ciencia es más que consciente de que el futuro (nuestra única alternativa de futuro), es que consigamos aunar el bienestar del hombre con una utilización de los recursos mucho más respetuosa y más sostenible. Lugares como El Hosquillo contribuyen, de alguna manera, a hacer mucho más presente esa idea, a convencernos de lo obligados que estamos a adoptar ese rumbo si pretendemos sobrevivir como especie. Porque, de no ser así, puede que seamos nosotros los que acabemos como animales en peligro de extinción algún día, obligados a vivir en reservas, protegidos de los turistas que nos admiran (o nos condenan) tras unas jaulas.
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