Las esperpénticas imágenes del asalto al Capitolio de los partidarios de Trump van a permanecer durante mucho tiempo en nuestra retina. Más allá de las responsabilidades penales (¿quién pagará por ello, y cuánto?), de la mezcla de dramatismo y de ópera bufa, de -lo más grave de todo, por ahora- los cuatro muertos; por encima de la tendencia a la que apunta de que el trumpismo no se extinguirá a corto plazo en política, y de los memes descacharrantes que han generado, se mantiene en el aire una pregunta: ¿es esto el anticipo de algo más?¿Es esta farsa, al contrario de lo que propugna el viejo adagio, el anticipo de una tragedia?
-Quizás uno de los precursores fue "Colapso", de Jared Diamond. Si en "Armas, gérmenes y acero", el autor se dedicaba a estudiar cómo las condiciones geográficas, climáticas y materiales del entorno modelaban a las sociedades y explicaban por qué a unas les iba mejor que otras -o, simplemente, por qué eran distintas-, en este segundo libro se llegaba a otro nivel, analizando cómo determinados sistemas explotaron hasta tal punto sus condiciones ambientales que acabaron agotando los recursos y llegando al derrumbamiento de sus civilizaciones. La isla de Pascua, los mayas, eran ejemplos del pasado los cuales, sin embargo, incluían una advertencia para el futuro: ¿es posible que estemos haciendo lo mismo a escala planetaria, corriendo el riesgo de extinguir la vida en la Tierra? Greta Thunberg diría que sí.
-En el fondo, lo que están haciendo estos autores es lo mismo a lo que aspiraban Malthus y, sobre todo, Marx: tratar de analizar la historia desde un punto de vista objetivo, de tal manera que no quede como una sucesión anecdótica de personajes que deciden con arbitrariedad una cosa y la llevan a cabo por que sí. Sino, más bien, como un proceso en el cual las necesidades físicas y económicas motivan que ciertos sectores de una sociedad se comporten de una manera, y eso explica las ideologías, los conflictos, y los acontecimientos posteriores. En aquel tiempo era imposible juzgar de manera objetiva toda esta compleja maraña de factores -hoy, en gran medida, lo sigue siendo- y, por tanto, es fácil que el análisis de las causas y consecuencias de la historia se realice ignorando determinados aspectos, lo que conduce a imaginar el escenario que más nos conviene (como en el caso de Marx, cuya interpretación de la evolución de la historia estaba más basada en sus propios deseos que en hechos probados). En ese sentido, son interesantes los pensamientos de Peter Turchin, reflejados en un artículo que os aconsejo encarecidamente -si no sabéis inglés, aquí tenéis otro buen texto referido al mismo tema-. A modo de resumen, este entomólogo utiliza, para sus razonamientos, su experiencia previa a la hora aplicar las matemáticas a la ecología para así estudiar la dinámica de las poblaciones; y, al igual que la ecología emplea ahora el "big data" y se centra en fenómenos globales (a ese respecto, os recomiendo <<Las reglas del Serengeti>>, sobre cómo la correcta proporción entre especies garantiza el equilibrio de los ecosistemas), este autor pretende usar estas mismas herramientas para estudiar la historia (aspirando, de manera un poco alocada, a convertirse en el Hari Seldon que funda la disciplina de la psicohistoria en <<Fundación>>, de Isaac Asimov). Turchin, de hecho, llega a conclusiones curiosas. Afirma que los conflictos en las sociedades pueden estar motivados porque hay un excesivo número de individuos que constituyen una élite (por ejemplo, por un mayor acceso a la educación superior); el problema sería que este número ingente de individuos no encuentra puestos suficientes de poder que ocupar en la sociedad -parafraseando a Turchin, "una cifra creciente licenciados en derecho que no consiguen trabajo como abogados porque estos trabajos no se crean al mismo ritmo que las licenciaturas en derecho"-, y presionan, por tanto, para auspiciar cambios políticos y revoluciones. En ese sentido, el autor establece que cada 50 años más o menos (por supuesto, 2020 es el período en que toca la siguiente ola) hay un ciclo de sucesos violentos motivados por este tipo de situaciones. Aunque hay por supuesto muchas cosas que se podrían argumentar en contra de este análisis -y expondremos alguna un poco más adelante-, es cierto que, si miras determinados procesos históricos como la Revolución Francesa, fue una burguesía discriminada frente a la caduca aristocracia la que lideró este movimiento. Si bien (para empezar a derribar ideas desde el principio) seguramente no fueron estos burgueses los que estuvieron en primera línea en la toma de la Bastilla, y Turchin obvia momentos fundamentales en la historia como el crack del 29, las guerras mundiales, el New Deal o el cambio global en la economía auspiciado desde los tiempos de Thatcher y Reagan, quienes promovieron el liberalismo económico y un estado con pocos medios y atribuciones.
-Otros autores, en cambio, se centran en cómo la desigualdad lleva a hecatombres financieras y enfrentamientos sociales. Este gráfico del New York Times nos dice unas cuatnas cosas, pero más esclarecedor es el artículo (no lo puedo encontrar ahora mismo, siento no enlazarlo) que señalaba que un pico de desigualdad entre los más ricos y los más pobres precede siempre a las crisis económicas -con evidentes reflejos en el crack del 29 o en la crisis que se inició en 2007 y, a día de hoy, no ha terminado del todo-. Varios mapas en su día de los disturbios en Londres en 2011, que apuntaban a una mayor incidencia de los sucesos violentos en los barrios más pobres, indican que (incluso para un evento que en apariencia tenía un origen puntual) la desigualdad económica actúa como promotor o combustible de los conflictos. Autores como Thomas Piketty han incidido en este problema y en cómo solucionarlo. En estos estudios, no se habla en general de un colapso absoluto de las sociedades a causa de la desigualdad: más bien, prevén episodios violentos, cambios sociales bruscos, revolución, caos y, como peligro inminente, una menor confianza en el sistema democrático, con el riesgo ya palpable en algunos países (Hungría, Polonia; ¿en cierta medida, ciertos países occidentales?) de que la autocracia tome el poder. También se plantea la posibilidad de que el sistema se adapte en cierta medida -como de hecho parece estar haciendo en muchas partes-, estableciendo mecanismos que conviertan las desigualdades en algo más o menos soportable; flexibilizando la situación lo suficiente para que el status quo siga siendo injusto y favorezca sobre todo a unos pocos, pero no tanto como para que el sistema se desmorone. Con el inconveniente que este equilibrio sería siempre inestable, sometido a crisis periódicas y, en cualquier momento, si se calculan mal las dosis, con tendencia a implosionar.
Analicemos entonces la más probable concatenación de hechos: 1) como consecuencia de las políticas económicas de las últimas décadas (entre otras, reducción de impuestos a los ricos y grandes empresas, y deslocalización de la industria a países más pobres por la globalización), todo Occidente ha visto cómo el poder adquisitivo de la clase media y clase obrera -así como el nivel de los servicios públicos, incluyendo sanidad, educación, ayudas sociales- ha descendido, mientras la acumulación de riqueza en manos de la capa más pudiente de la sociedad ha ido aumentando; 2) tenemos un sistema donde la mayoría de los individuos sobreviven con bajos salarios, lo cual no sólo les condiciona a ellos mismos, sino a profesiones liberales a quienes perjudica que ni Estado ni ciudadanos tengan dinero que puedan gastar en necesidades no esenciales (esto afecta tanto a científicos, gente de la cultura, pequeños empresarios, etc); 3) en cada país -en Estados Unidos, en concreto, Trump-, líderes que han alentado ese tipo de políticas encuentran un nicho electoral en los desposeídos del sistema, de los que se aprovechan diciendo que van a luchar contra ese estado de las cosas (al menos, en algunos aspectos; Trump promete acabar con la deslocalización industrial a China, pero sigue bajando impuestos a los más ricos, lo cual agrava el problema); 4) los ciudadanos más desfavorecidos -centrándonos también en Estados Unidos-, molestos con la política económica de los últimos años que han compartido tanto el Partido Republicano como el Demócrata, se apuntan a ese nuevo movimiento que promete sacarles del marasmo. 5) Ante lo poco que tienen que perder, lo frustrante de su situación, y la propaganda que llega desde los medios de comunicación, los cuales se alinean con naturalidad con estas nuevas políticas -para los dueños de los conglomerados televisivos, es mucho menos arriesgado apostar por Trump que permitir a la gente común le entren ganas de cambio social; al fin y al cabo, los propietarios de las grandes cadenas de noticias también son millonarios-, es fácil que la nueva ideología adquiera tintes de mesianismo y cuasi religiosos, de tal forma que, a una palabra de su líder, obedecen de modo sumiso. Y se sustenta en individuos con baja formación educativa (más vulnerables ante los bulos), de ideología de extrema derecha (por lo general más proclives culturalmente a la violencia) y que, en Estados Unidos, además tienen armas. Socorro.
Pero, aparte de eso, como digo, puede que el asalto al Capitolio sea sólo una cuestión más. El libro "Colapsología" -que ya mencionamos en esta entrada- pinta la situación como una especie de carrera de relevos entre las distintas crisis que nos acechan: la financiera y la social también, pero por supuesto la energética, la ambiental, las distintas y contradictorias dinámicas demográficas que no sabemos si nos salvarán o nos conducirán a la ruina. La cuestión es que todas ellas parecen estar operando a la vez, estableciendo sinergias que las potencian, ascendiendo de manera conjunta las escaleras hacia el abismo, al apoyarse las unas en las otras (por poner un ejemplo; la crisis ambiental o el agotamiento de los recursos llevarán a más pobreza, creando un contexto donde las desigualdades económicas serán más evidentes y llevarán a un mayor conflicto político). Y no sabemos cuándo, ni cómo, pero da la sensación de que estamos transitando por un túnel con estalacticas de hielo encima de nosotros y que, por mucho que corramos, alguna de esas trampas mortales caerá justamente donde está situado nuestro cuello y -suponiendo el fin de la carrera- el futuro nos acabará en algún momento de alcanzar. ¿Es esta nueva invasión de los bárbaros, en un 2021 marcado por la pandemia (una consecuencia más de la expansión del hombre por todos los ecosistemas), el conflicto político en USA y en otros países, y el cambio climático -también con sus fenómenos atmosféricos extremos-, el preludio de una situación que, quizás de manera lenta e imperceptible, nos lleva quizás no al colapso, pero sí a un futuro cada vez más degradado y sin posibilidad de corrección? Esperemos que no; tal vez aún esté en nuestras manos solucionarlo.
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