Antes de nada, hay que decir que yo (hombre cis, español, nacido en 1981, de clase más o menos media) tampoco esperaba empatizar completamente con las motivaciones de Jan Morris (mujer trans, nacida en 1926 en Reino Unido, en un hogar de, sin duda, alto nivel cultural y adquisitivo), si es que en alguna medida es posible identificarse con las motivaciones de cualquier extraño. Pretendía, sobre todo, escucharlas, entender lo que ella sentía (y las razones que impulsaban sus actos) y, con un poco de suerte, comprenderla. En ese sentido, está claro que la perspectiva de Jan Morris ha de resultar muy distinta de la mayoría de nosotros.
Para empezar, aparte de sus orígenes, a Jan Morris se le nota una exquisita sensibilidad, un cierto grado de frivolidad que ella misma confiesa, y una mentalidad que resulta producto sin duda de las convenciones de su tiempo, una época en que las diferencias de género eran más extremas. De hecho, algunas de las convicciones de Morris podrían entenderse hoy, en día, como un poco/bastante machistas -lo cual, después de todo, no es raro: ¿cuántas mujeres machistas nos solemos encontrar por ahí, sobre todo en gente de su procedencia en cuanto a clase social y edad?-. Eso sí, resulta curioso constatar que, mientras Morris se desplazaba como un invitado inesperado (un intruso oculto, suele comentar él; un espectador al que, si la gente conociera su condición, no se le permitiría estar allí) en el mundo de los hombres, ése en el que los individuos masculinos enarbolan grandes gestas y proyectos, el escritor defiende que, en efecto, éste es el universo propio de los varones, pero también que son las mujeres las que realmente están haciendo cosas importantes (según él, auténticamente reales) como sacar adelante a sus familias -o, entre otras cosas, lo que más ansiaba Morris: ser madres-, mientras que los actos de los hombres, en realidad, sólo consisten en vanidad, ruido y absurdo. De hecho, Morris -que no niega las muchas desventajas que tiene ser mujer- pasa a través de un complicado, duro e incomprendido proceso por el que cambia su nombre, su identidad y sus órganos sexuales (mediante una operación no disponible ni siquiera hoy en la mayoría de sus países) y en el que, como el propio Morris admite, tuvo suerte, pues muchos terminaron fatal o lo pasaron peor que él. Pero al cual, comenta, se había visto abocado de manera irreversible, y del que no se arrepentía en absoluto.
Jan Morris ha vivido para ver un tiempo en que las diferencias entre hombres y mujeres son menos marcadas, sobre todo en cuanto a derechos, roles y actitudes, pero se muestra escéptica respecto a que, algún día, lleguemos a superar por completo la barrera del género (que, según ella, es algo muy distinto del sexo biológico) en cuanto a cómo tratamos a una persona -o cómo interpreta las cosas esta última- según a qué colectivo se adscribe. Por otra parte, he encontrado opiniones de Morris diametralmente opuestas a las mías en cuanto a la cópula (ella la consideraba algo placentero pero trivial, y más fácil de obtener a partir de la belleza de los objetos que del acto físico en sí; también confiesa que muchas de sus ideas pueden estar influidas por el hecho de que no tenía un cuerpo con el que pudiera disfrutar a gusto) y otros aspectos de la vida. En ese sentido, coincidimos en muy poco: pero sí me transmite que existe una realidad distinta a la mía, que a mí me cuesta comprender del todo y que puedo considerar irrelevante, pero que para otras personas resulta tan fundamental como para emprender un camino tortuoso y lleno de espinas. En ese sentido, lo respeto, y mantengo que escuchar a los protagonistas de este complicado dilema debe constituir siempre una cuestión fundamental a la hora de abordarlo.
Por lo demás, el libro también desgrana una vida que no carece de interés en muchos detalles, pues Morris fue testigo de excepción de una época donde operaron numerosos cambios. Como él mismo dice, admiró Venecia casi sin turistas, fue testigo de los últimos estertores del Imperio Británico, cabalgó entre varias culturas (incluyendo la árabe), ascendió al Everest, y trabajó para periódicos tan distintos como el Times y The Guardian. Y ha podido observar cómo se trata (y, en muchos sentidos, se sienten) hombres, mujeres, y personas en el proceso de transición entre sexos. Yo creo que el texto, desde luego, sea cual sea tu opinión inicial sobre el tema, merece una lectura.
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