Seguimos con la racha de relatos aleatorios, cortesía de Ludkubo. Esta historia corresponde a un nuevo reto, que debe reunir las siguientes condiciones:
- El protagonista de la historia es un adicto
- La historia empieza con una reconciliación
- La historia empieza en un ático
- La tecnología tiene un rol importante en la historia.
Bonus especial (y por aclamación popular): inclusión de uno o más gatitos.
No ha habido mucho tiempo (últimamente mi vida anda un poco acelerada) y, salvo una corrección externa (que agradezco en el alma a la persona implicada), apenas revisión. Puedo adelantar que, aunque me ha gustado poder desarrollar ciertas cuestiones, otras aspectos del relato no me han convencido tanto. Pero bueno, espero que os guste. Cuando haya unos cuantos relatos de otros participantesos colgaré los enlaces para que podáis leer el resto. Un saludo.
Amad a la dama.
Llevan 65 millones de años compitiendo. Desde que desaparecieron los dinosaurios. Mamíferos y aves, condenados a la lucha hasta la extinción.
Ellos no lo saben. O eso creemos. Dicen que los animales no saben distinguir el pasado y el futuro. Y sin embargo, llevan en sus genes una enemistad que lleva fraguándose durante generaciones. A veces en la gran escala de la vida. Otras, sobre los tejados de cualquier ciudad.
Gatos y palomas caminando por encima de las tejas. Un gato cualquiera y una paloma cualquiera, mirándose entre ellos, representando a todos los demás. Como siempre en la vida, hay tres opciones: rehuir el contacto es una. Pero eso, en el fondo, es posponer la batalla para otro día. La otra es enzarzarse en una encarnizada a lucha por la supervivencia, de la cual sólo uno podrá volver. Y en cuanto uno muera, los otros tramarán su venganza, y responderán con una víctima, y el grupo opuesto con otra, y así hasta la extenuación.
Aunque quizás, se dicen a sí mismos ambos animales mientras se contemplan a los ojos fijamente, ha llegado el momento de cambiar de estrategia.
Quizás ha llegado el tiempo de la reconciliación.
* * *
Obviamente, era un colombófilo. Con esos tejados, qué menos, solía decir él. Desde esas alturas podía vislumbrar toda la ciudad. Para un vicio que tenía, no sabía por qué no se lo podían tolerar. A menudo le decían que era un adicto: pero él no entendía qué había de malo en tener unas pocas palomas.
Certificó que el candado de las jaulas se encontraba bien asegurado.
Por si algún gato.
* * *
Haciendo el amor, intensamente, sobre la cama. El sudor se agolpa sobre el colchón (ni siquiera han colocado las sábanas, en el arrebato de deseo), como si ambos se encontraran enfermos de las más intensas fiebres de malaria. Las lámparas de las mesitas de noche se han desplomado, en el Waterloo de algún empujón. Sus cuerpos se cruzan casi hasta matarse, pues ya intuyen que será la última. Después, llegará el destierro a Santa Elena, de donde ya nada puede retornar.
El último orgasmo, en el que casi se pegan un golpe con el techo del piso, sabe a cielo bendito.
Un cielo que se contempla desde los amplios ventanales, donde tan sólo un gato se atreve a pasar.
* * *
Ella delante de la puerta. Hay una mirada. Un brillo que refleja el último adiós. Saben que después de este día será difícil que vuelvan a verse.
Ella, con el bolso colgado de su hombro por un asa, le pregunta:
-¿Conoces la escultura del soldado que hay en la plaza de Mina?¿La del héroe?
Él rehuye la respuesta. Aún no ha llegado el momento de contestar.
* * *
El chico anda levantado, una vez más antes de tiempo, como todos los días, como en una larga condena que no tuviera fin ni principio; como en un infierno mítico del que Sísifo quisiera escapar. Aunque quién sabe, quizás, después de tanto tiempo condenado, a Sísifo le dé miedo escapar de la rutina. Quizás al chico le pasa lo mismo. Y por ello no se atreve a escapar.
Sí, claro, el ático parecía perfecto. Sobre todo a su novia, que lo consideraba “cuquísimo”. En pleno centro de la ciudad, con unos ventanales inmensos. Se pueden ver prácticamente todos los tejados de la ciudad. Se lo había vendido una agencia; por lo visto pertenecía a un antiguo jugador de balonmano, que ahora se trasladaba porque era rico y famoso desde que le habían otorgado un premio. Pero para ser un deportista de élite, al chico le parecía más bien espartano, o eso pensó mientras se lo enseñaba el vendedor y lo recorrían en apenas tres pasos, se tenían que agolpar en el baño para poder inspeccionarlo, o le daba la impresión –como pudo confirmar los siguientes días- de que se estamparía de bruces la cabeza contra el bajo techo cada vez que se levantara. Y sí, tenía terraza (el único motivo por el que se atrevería a llamar a aquel piso “ático” y no desván como le pedía el cuerpo: pero ni mucho menos “penthouse”, como si fuera la casa Playboy, y comentaba el anuncio), una que tenía pinta de llenarse de mugre y de cagadas de pájaro y otra clase de animales a los diez minutos de que la limpiaras. Sin embargo, a su novia le hacían los ojos chiribitas al contemplar “aquella delicia”, y como estaban próximos a casarse, al chico le pareció el mejor regalo de boda y que, después de todo, si a ella le gustaba, no sería tan malo. Qué bonito es el amor.
Y sí, no fue tan malo: fue mucho peor. A la casa le salieron termitas; tenía las tuberías muy cortas y por tanto, cada vez que ponían la lavadora, refluía el agua por los desagües y se llenaban los lavabos y el inodoro de agua en contacto de la ropa sucia, cargada de manchas negras porque en aquella época su novia fumaba, con lo había que limpiar a toda velocidad para que el hollín o lo que quiera que fuera esa pasta negra no se quedara incrustada en la porcelana. Y para colmo, y para acabar de rematar, su novia –ahora su mujer- le dejó por un maldito niño rico que vivía en una inmensa mansión victoriana. Y le dejó aquel maldito piso, que él siempre había odiado. Con sus tuberías, sus termitas y aquellos malditos gatos (vislumbró dos al otro lado de la parte de la ventana que daba a los tejados, en aquella inmensa explanada de tejas rojas la cual parecía extenderse hacia el infinito) que no hacían más que pasear su altanería por ahí.
Desde hacía cierto tiempo, las cosas habían ido degenerando; después de que Raquel le dejara, descolocado por la pérdida, después de aquella última sesión de amor durante la cual había creído que aún le quería, había perdido el trabajo. Como no tenía dinero, no podía permitirse alquilar un piso mejor. Sin ninguna excusa para salir afuera, sin querer correr el riesgo de encontrarse con amigos a los que tuviera que comentarles sus fracasos, apenas abandonaba el piso, andando siempre a punto de pegarse de golpes con los techos. En el televisor de pantalla plana, mientras tanto, iban desfilando las imágenes del vídeo del día de su boda, en el que quizás pudiera encontrar qué había salido mal. Se la imaginaba ahora con su nuevo novio, follando a todas horas con los muebles de la antigua casa que se había llevado, riéndose, siendo feliz, sin acordarse del pringado al que había dejado fatal. Mientras tanto, en la mesa, unas pocas fichas se encontraban desparramadas sobre un abandonado tablero de Scrabble.
Quizás fuera el momento de avanzar…
* * *
El mismo escenario. Esta vez, cuatro gatos arañando el alféizar de la ventana. Las fichas de Scrabble, cada vez más abundantes. En la televisión, siguen discurriendo imágenes de la boda. Ahí la novia, con su sonrisa Profidén. Quién iba a decir que luego le dejaría allí, en la estacada. El chico contuvo un insulto. Y él, en las imágenes, parecía tan feliz, tan ajeno a todo. Sin conocer la puñalada que le iban a clavar. El chico, mientras tanto, contemplando embelesado las imágenes, parece mucho más pálido que cuando le contemplamos en una anterior ocasión. En el piso hay cada vez menos muebles.
Ocho son los gatos ahora en la ventana, mientras se desplazan, silentes, las manecillas del reloj.
* * *
Ahora son casi una veintena los gatos que arañan, casi desesperados, los cristales. Negros, anaranjados, grises, a rayas, con sus pupilas verticales escrutándole con fervor. Mientras él da vueltas por la habitación, tratando de esquivar los techos, la pantalla plana sigue proyectando imágenes de la boda. El montón de las fichas de Scrabble es cada vez más alto. Apenas quedan más muebles que en una celda monacal. El tono de la piel del chico es aún más blanco. Sus ojos, cargados de insomnio, revelan varios días sin dormir. Su frente está perlada de sudor…
No me gusta. No quiero. No podrás. No vencerás.
Ya queda cada vez menos para el final…
* * *
Gatos. Docenas de gatos. Por la terraza, sobre las tejas, encaramándose a las antenas, aplastándose entre ellos, en una maraña de orejas, hocicos, colas y bigotes, sobre las cuales unos caminan encima de los otros, pero sólo puede sobrevivir unos pocos. Algunos de ellos, como en aquellos famosos montajes fotográficos de gatos embotellados, parecen aplastados contra el cristal.
Y mientras tanto, en el otro lado de la ventana, permanece enjaulado otro patético animal. La televisión de pantalla plana –ahora el único mueble de la casa- emite una perenne gris niebla. Varias torrecitas de fichas de Scrabble se acumulan sobre la mesa ante él …
Y sin embargo, en la mano del chico, una letra parece cambiarlo todo.
Una letra que coloca justamente en su lugar. En el centro. En ningún otro sitio podía a estar.
“Amad a la dama”, se leía sobre el tablero, como una orden a rajatabla que no se pudiera replicar. “Amad la dama”, leyó empezando desde el otro lado, implicando que, lo mirases por donde lo mirases, no lo podías olvidar. El chico pensó en una palabra que llevaba tiempo rondándole la cabeza.
Palíndromos.
Palíndromos. Frases que se leen igual desde el principio y desde el final. Sentencias simétricas. Cortas, largas, e incluso a veces han llegado a construir palíndromos tan largos como una novela. Historias que se leen igual al derecho que al revés.
Sin embargo, es posible que al leerlas de una manera o de otra, algo llegue a cambiar.
Comencemos desde el principio: o mejor dicho, desde el final.
No había muebles porque él no los había querido. Había abandonado todo lo que le pudiera recordar a ella. O bien había permitido que Raquel se los llevara, o los había vendido, o los había regalado en algún bazar. Luego, empezó a acumular cosas que encontraba en la basura. Al fin y al cabo, los necesitaba y no tenía mucho dinero. Comenzó de nuevo a tener muebles.
La televisión emitía las imágenes de su boda; pero no lo hacía en el orden correcto, sino en el inverso, gracias a los milagros del botón de rebobinar. Como si de esa manera hubiera podido alterar el curso de los acontecimientos. Como si algo pudiera cambiar. Mientras tanto, él se pasaba los días viendo pasar las imágenes y formando palíndromos en el Scrabble, seleccionando las fichas de un montón cada vez más escaso. Le ayudaba de esa manera a concentrarse, a concretar su plan
Los gatos no habían llegado allí por casualidad. Los había traído él. Los trajo una semana después de que Raquel le dejara, robándolos de la tienda de animales donde ella trabajaba hace muchos años, acumulándolos allí con la esperanza de verles morir. Pero aquello no era suficiente, se dijo. Además de que es un proceso muy lento, tiene que haber algo más. Algo más simbólico. Más antinatural.
Los vídeos avanzan al derecho, y no al revés. Las piezas de Scrabble tienden a aumentar en número sobre el tablero, y no a disminuir. Los gatos se comen a las palomas.
En su realidad, esto no sería así.
“Amo la pacífica paloma”, escribió sobre el tablero otro palíndromo. Las palomas no son pacíficas. Tienden a machacar, sin motivo alguno, a todos los bichos más pequeños que ellas. Es tan sólo que de esos suele haber pocos en su entorno natural. No es pacifismo, es cobardía. Pero las cosas iban a cambiar.
No es fácil invertir el orden lógico de cosas entre gatos y aves. Pero puedes hacerlo si eres un buen entrenador. Obviamente, él era colombófilo. Por mucha tecnología que exista, y mucho medio de comunicación –recordaba las malditas imágenes en la pantalla plana de la tele-, nunca hubo comunicación más segura que una paloma mensajera. Sólo hay que entrenar a las aves para que carguen veneno. De esa manera los gatos iban desapareciendo, día sí y día no. El chico incorporaba las dosis de veneno a las ganzúas que quedaban colgando de las patas de las palomas, las cuales iban posteriormente al encuentro de los gatos. De tanto manipular la mortífera ponzoña, primero las manos y luego el resto de las regiones de la piel del chico, de natural pálido, se fueron volviendo más y más cetrinas. Pero eso también era parte de su plan.
Una sutil llamada a un amigo, y una discreta sugerencia fueron el cebo que él empleó para Raquel supiera qué había pasado con los gatos, y dónde podía ir a buscarlos. En cuanto entró por la puerta, fue como si no hubiera pasado el tiempo. Allí, con el bolso de un asa, mirándole como si no hubieran pasado los años.
-¿Conoces la escultura del soldado que hay en la plaza de Mina?¿La del héroe?
Él no contestaba.
-Allí es donde me he encontrado a Jorge. Él me ha dicho… que estabas bastante mal.
Él casi no le permitió hablar. Se abalanzó sobre ella. Hicieron el amor. Fue como si hubiera sido otro domingo.
Cuando terminaron, ella se quedó sentada en la cama, como sorprendida aún del giro que habían tomado los acontecimientos. Él, sin embargo, se puso a abrir los cajones de las derrumbadas mesitas de noche.
-¿Qué estás buscando?-preguntó ella.
-El tabaco.
-¿Todavía no lo has dejado? Mira que anduvimos dando vueltas con eso desde lo del follón de la lavadora.
-¡Eh!, ¿qué te estás inventando?¡Si eras tú la que fumaba!
-Sí, claro. Fumábamos los dos, y tan sólo lo dejé yo. ¿O es que ya no te acordabas?
-Pues no… no lo sé –replicó enfadado-. Todo ha sido muy confuso desde que te fuiste con el tipo ése.
-¿Daniel? Te dije más de mil veces que no me fui con él. Sólo me alojó unos días en su casa después de que… me echaras… porque no me atrevo a llamarlo de otra manera.
Él se levantó, encabritado.
-¿Me echaras?¿Sabes todo lo que he sufrido por ti?¿Sabes cómo lo he pasado?
-¡Pues sí, sí lo sé, y me gustaría ayudarte!¡Porque veo a qué nivel estás descendiendo, y no entiendo por qué, si lo tenías todo para ser feliz!¡Tenías un trabajo, me tenías a mí, tenías esta casa…!
-¡… esta puta casa, donde me pego golpes con el techo!
-¿Otra vez con esa tontería?¡El techo sólo es bajo en el dormitorio!¡Y nunca te pegaste un golpe de verdad! Simplemente lo anticipabas, y eso era peor que si te hubieras atizado realmente uno. Y así con todo. Lo de las termitas y la obra de las cañerías te pilló cuando estabas en aquella estancia en el extranjero y, sin embargo, parecía que hubiera sido mejor que te hubiera tocado a ti en directo y no me hubiera encargado yo.
-¡No!¡Eso no es verdad!¡Eso…!
-¡Sí, sí que es verdad, León!¡De alguna manera, no sé cómo, trastocas las cosas con respecto a cómo han sido, y se vuelven algo malo en tu cabeza, algo que se va empozoñando, empozoñando y empozoñando hasta que no nos deja avanzar más!¡Yo te quería, León, y… maldita sea, aún te quiero!¡Y no me importa lo que le has hecho a esos gatos, o si me importa, pero bueno, quiero sobre todo que estés bien, maldita sea, y que estemos juntos de nuevo si es que se puede, y quiero que volvamos a criar a las palomas en las jaulas, sí, esas palomas que tanto me gustan, aunque tú pienses lo contrario, y dar paseos largos, y quiero que…!¡Yo qué sé lo quiero!¡Quiero que dejes de ser un adicto…!-se decidió por fin.
-… a las palomas, ya lo sé.
-No; a la infelicidad.
Y entonces León lo repensó. Pensó que quizás Raquel tenía razón, y que todas aquellas cosas que había pensado de ella lo había hecho solo para no afrontar lo inevitable, y era que él había cambiado y, de alguna manera, todo aquel estrés, aquel dolor, aquella rabia, le había llevado a la infelicidad. Y que esa infelicidad se la había transmitido a ella. Y que por eso ella se había marchado, y que en realidad no había nada que reprochar. Pero ya era tarde. Cuando le mencionó lo de las palomas, León recordó la dosis de veneno que había ingerido voluntariamente la última vez y que le había transmitido a Raquel a través de sus fluidos corporales. En unas cuantas horas, él estaría muerto. En unos cuantos días, ella también. Ya era demasiado tarde para corregir errores. Ahí le salió automática la respuesta que antes le había negado.
-La estatua que se encuentra en la plaza Mina no es a un héroe. Es un traidor.
Se hizo un silencio extraño.
-¿Quieres salir al tejado?-le preguntó.
El lugar estaba despejado. Él se había encargado muy cuidadosamente, durante esos días, de limpiar los restos de aquellos gatos. Tan sólo quedaba uno, el cual, aparentemente sano, se restregaba con cariño entre ellos dos. Ambos andaban cogidos de la mano, mirando el sol poniéndose sobre los techos de otros muchos áticos, mientras los pájaros sobrevolaban el cielo. Alguna paloma seguramente sería suya. Se respiraba un aire de tremenda paz.
-Tú tenías un segundo nombre, ¿verdad?-dijo él aún mirando al horizonte.
-Sí, claro. Seguro que te acuerdas, era Ana.
-Ah, sí. Ana. Un palíndromo. Seguro que eso ha tenido algo que ver. Mucho.
-Qué raro eres a veces, León –le dijo ella, riéndose, mientras le agarraba del brazo y se movía para estar más juntos. Mientras tanto, él no podía dejar de pensar en cosas.
Villanos que parecen héroes. Gatos que después de tratarles mal parecen simpáticos. Palíndromos que no se leen igual al revés que al principio.
La felicidad perfecta cuando lo que deberías hacer es llorar.
Es sorprendente, que creo que tras tantos años de literatura, es una de las mejores cosas que se puede decir. No es fácil conseguir un relato en el que no se averigüe el final, ni el medio, ni el principio. Desconcertante, en el buen sentido.
ResponderEliminarUn poquito enrevesado y quizá algo lioso, no es de mi estilo o algo k suela leer, pero te a kedado bien y el final me a gustado mucho ;)
ResponderEliminarAquí tenéis un enlace al resto de los relatos que se están publicando: http://vidacubica.wordpress.com/relatos-al-azar/conozca-a-sam-wanliss/
ResponderEliminarGracias por los comentarios, siempre son útiles. Me quedo con haber tenido la posibilidad de haber escrito un relato en orden cronológicamente inverso, y con la visión de los tejados. Hay ideas que creo que reaprovecharé para otras historias para darles más fuerza. Gracias de nuevo a los lectores, y un saludo.
La verdad el principio se hace algo caotico y enrevesado, cuesta saber hacia donde apunta todo, pero a medida que avanza la historia es mas facil su lectura para acabar convirtiéndose en un relato fluido y con un final inesperado que, para mi, ha compensado con creces el embrollo mental que tenia al principio :p Buen trabajo
ResponderEliminarUna vez más, gracias por los comentarios. Con más tiempo para hacerlo, sin duda se mejoraría, pero últimamente hay falta de tiempo para todo. Me alegro a los que os haya gustado. Un saludo.
ResponderEliminarTengo el honor de anunciar que, en la encuesta interna entre los autores de relatos aleatorios, el cuento ha quedado primero en un espectacular cuádruple empate, je, je. Pues nada, ha estado disputado, a ver qué tal la próxima.
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