Esta historia me la contó un pajarito.
Me encontraba en el
autobús, aburrida, así que, en un momento de esparcimiento, me dediqué a pegar
la oreja a la conversación más cercana. Una chica joven, de unos veintipocos
años, síndrome de Down, llamaba por el móvil a su madre.
-Mamá. Te llamo para decir
que voy a llegar tarde. Te llamo para decirte que no te preocupes, porque he
pensado que te ibas a poner muy nerviosa, que el autobús ha tenido una avería
muy gorda, y el autobusero ha dicho, No llegamos, No llegamos, y al final hemos
llegado, y ya estoy en el 27, y que llego a casa. Te llamo para decirte que hoy
me he encontrado en la esquina del quiosco de las chuches a la directora del
departamento de recursos humanos, y me ha dicho que mi jefa me quiere mucho, y
habla mucho de mí, y muy bien de mí, y dice que trabajo muy bien. Mañana
tenemos un congreso y hoy me ha tocado preparar la comunicación para las cien
personas, y llamar a los de catering, y mi jefa, al terminar, ha venido, me ha
dado la mano, y me ha dicho, Vengo a darte la mano, porque hoy has hecho muy
bien tu trabajo, y decirte que te quiero mucho, no sólo como persona, sino
porque además eres una buena trabajadora. Mamá... ¿estás orgullosa de mí? (Me
pareció escuchar a la madre llorar al otro lado del teléfono, o quizá solamente
me lo imaginé). Y mamá, y díselo también a papá, y díselo también a la familia,
y díselo a mi hermano y a las primas, que quiero que lo sepa todo el mundo,
¿vale mamá?, (y ahí me bajé. Yo también tenía la lágrima en el ojo).
El pasado 21 de marzo fue el día internacional del Síndrome de Down
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