He participado en un concurso literario de microrrelatos que organizaba el sindicato CSIF-Madrid (de hecho, las condiciones incluían introducir las palabras "sindicato" y "Madrid") y he tenido el honor de quedar finalista. El relato ganador y los otros finalistas son curiosos y, si soy capaz -en el blog no tengo muchas opciones., intentaré daros acceso también. Pero como esto sí que puedo hacerlo, os ofrezco mi relato. No tiene título (yo creo que los microrrelatos son en sí mismo su mejor título y presentación), y unas pocas semanas después de haberlo escrito le modificaría alguna cosa, pero yo os lo enseño tal cual y, si queréis ponerle un título, el más adecuado quizás sería: "Brando".
Espero que os guste. Ahí va:
Cada vez que me hablan de Brando me pongo histérico. Lo hago porque nunca me pareció tan
buena su interpretación de “La ley del silencio”, creo que es una película sobrevalorada porque
se empleó como defensa del mccarthismo, con la que su director Elia Kazan intentó escudarse
de las acusaciones de haber delatado a sus compañeros. Hubiera dado lo que fuera por haber
estado en esa reunión del Sindicato de Directores de Hollywood en la que el mítico y
conservador John Ford le ganó la partida al también conservador pero reaccionario Cecil B.
DeMille y evitó de esa manera que el ambiente de caza de brujas siguiera expandiéndose por
la que yo, gustosamente, denomino sin ninguna clase de lugar común la Meca del cine. De
hecho, si me vine a Madrid fue por contemplar todas las películas de aquella época en pantalla
grande, escrutar hasta el límite los gestos de los protagonistas, tratando de encontrar debajo
de sus interpretaciones un asomo de lo que ocurrió en realidad. Así que espero que la cárcel
tenga pantalla de cine: en igualdad de condiciones, culpables del mismo delito, Brando y yo
podremos por fin pelear en paz.
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