La
bibliotecaria
La trabajadora de la biblioteca era
feliz. ¡Por fin se había decidido! Al fin, después de tantas cuitas y desvelos,
se había resuelto a dar el paso definitivo. Ya era el fin de vacilaciones,
dudas, deshojes de margaritas: por fin iba a intentar entrar en contacto con
aquel muchacho que, una semana sí y otra también, sacaba libros de la
biblioteca. Y libros, ¡qué libros! El principito, Los Miserables, Casa de
Muñecas; Borges, Galeano, Saramago, Paco Roca; Camus, Graham Greene,
Steinbeck y Terry Pratchett; Adriano, Stella, Bastian Baltasar Bax y Sandokán.
Con esa colección de bellezas en su cabeza, con esa personalidad moldeada a
base de tantas y tantas historias de tan innegable bondad, ¿cómo no iba a ser
el hombre más inteligente, audaz y maravilloso del planeta? De hoy sin duda no
pasaría; esa tarde le tenía que hablar.
Así que en esta ocasión, cuando sus
dedos se rozaron para intercambiar los libros, a ella se le ocurrió susurrar,
así por lo bajini:
-Qué libros más bonitos saca usted
todos los días…
El hombre asintió.
-Sí. Es para ver qué pasa en la página
diez.
La bibliotecaria quedó ojiplática.
-¿Cómo?
-Sí. En la página diez. Siempre me he
preguntado qué es lo que motiva a un escritor llegar hasta la página diez.
El hombre se marchó de la biblioteca.
Afortunadamente, siempre hay un buen
libro sobre el que llorar.
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