Dicen que cuando existe una costumbre que se repite desde hace mucho tiempo y nadie se explica por qué, la mejor forma de defenderla se resume en el incontrovertible "es la tradición". La palabra mágica se utiliza para prácticamente cualquier cosa, y también sirve de argumentación para los fenómenos más peregrinos, y entre otros la sorprendente ceremonia del "tributo de las tres vacas" que se celebra entre los valles del Roncal en Navarra y el de Baretous al otro lado de la frontera francesa.
El acuerdo en cuestión consiste en lo siguiente: los representantes de ambos valles (los alcaldes de los distintos pueblos implicados), vestidos con sus trajes ceremoniales, se reúnen el 13 de julio en un collado fronterizo. Allí, se consagra la entrega de tres vacas por parte de los habitantes de Baretous a los del Roncal. Las tres vacas no pueden ser unas cualesquiera: deben tener dos años, poseer el mismo pelaje y cornaje, y no sufrir tacha ni lesión alguna. Después de la inspección de las vacas, una serie de actos protocolarios y el registro de que la entrega se ha efectuado correctamente, se celebra una comida de hermandad entre los asistentes, que incluye con frecuencia la clásica receta de cordero al chilindrón. Después, todo el mundo vuelve a su casa hasta el año siguiente para que se vuelva a festejar.
El acto se realiza, como mínimo, desde el año 1375 (hay constancia de que se celebraba anteriormente, aunque no se sabe desde cuándo), y desde entonces han cambiado unas cuantas cosas: la piedra original donde se reunían se perdió -en su lugar, se congregan en un mojón kilométrico de la carretera que une ambos valles-; en las celebraciones actuales no se entregan las vacas (las cuales vuelven a su redil), sino que se proporciona el equivalente económico como sustituto; y, en nuestro siglo, al ceremonial acuden miles de personas a contemplarlo, ya que se ha hecho popular y desde 2011 el gobierno de Navarra lo ha declarado como Bien de Interés Cultural Inmaterial. Pero, en lo esencial, la tradición se sigue manteniendo, como es pertinente, básicamente igual.
Se desconoce cuándo se inició este acto (algunos dicen que desde el siglo IX), ni tampoco se está seguro del porqué. Los historiadores insisten en que, a pesar del nombre, no se trata de un tributo porque un valle se considere superior al otro, sino que se hace entre dos comunidades en pie de igualdad. Se sospecha que, posiblemente, cuando se repartieron las épocas del año en que los ganados de ambos valles podían acceder a los pastos y fuentes de aquellas regiones fronterizas, se estableció que las fechas en los que los franceses tenían acceso a los mismos producían mayor rendimiento económico, de tal manera que el pago de las vacas debía servir para equilibrar la balanza y que el trato fuera justo. De todos modos, no todo el mundo había de estar a gusto con el acuerdo, pues se registraron incidentes violentos (hasta con muertos) en 1321, 1335 y, sobre todo, en 1373, siendo estos últimos los que provocaron que el acuerdo tuviera que ponerse por escrito en el tratado que ha servido de base (con adaptaciones y reescrituras a causa de incidentes variados) desde entonces. Los acontecimientos de aquel aciago año de 1373, envueltos en la bruma de la leyenda, supuestamente ocurrieron como sigue: dos pastores de valles opuestos (los nombraremos como del lado español y francés, a pesar de que por aquel entonces ninguno de los dos estados existían) se encontraron en una de las fuentes de disputa y, como consecuencia de una discusión en la que se enzarzaron, el navarro mató al galo. El primo del fallecido organizó una batida de búsqueda en la que no encontraron al asesino, pero sí a su mujer, quien estaba embarazada y a la que mataron. Se cuenta entonces que el navarro montó una expedición de castigo que llegó a la casa de quien había ordenado la muerte de su esposa, y allí liquidaron a todos los presentes salvo a una mujer con un niño en brazos. Alguien debió de salvarse pues acudió al lado francés, desde donde se orquestó un nuevo ataque que costó veinticinco muertos. Así, la tensión fue in crescendo hasta que se llegó al punto de la batalla campal, cifrándose la confrontación en aquella última contienda en 53 roncalenses muertos por doscientos baretanos. Entonces, los nobles que eran dueños de ambos valles decidieron intervenir y sellar la paz mediante una descripción pormenorizada de los detalles del acuerdo, que fue de hecho matizado y modificado durante los años siguientes. En ese sentido, algunos historiadores se horrorizan con la idea de que el trato se firmara como una especie de pago en compensación por los asesinatos que tuvieron lugar en aquellos días (como hemos dicho, es más probable que fuera una magra compensación por la asimétrica división en el uso de las fuentes y pastos), pero sí que es verdad que bajo el acuerdo subyace un compromiso por el cual la paz entre ambos valles es mucho más importante que cualquier compensación económica con la que se esté de acuerdo o no que deba pagarse. De hecho, durante la ceremonia, los alcaldes de ambos valles van apoyando alternativamente las manos (un alcalde navarro, uno francés) sobre la piedra sobre la que se realiza el juramento -en los tiempos modernos, un mojón kilométrico- y, al final, el último de ellos realiza la invocación: "Paz en adelante", indicando la concordia que debe existir entre ambos valles.
Desde entonces, la ceremonia se ha venido celebrando casi ininterrumpidamente, con algunas excepciones destacadas. Algunas han sido hasta cierto punto surrealistas, refiriéndose sobre todo a detalles sobre si las vacas que se donaban se hallaban en buen estado (tanto en cuanto a pelaje, cornamenta, etc...). Otras tenían que ver con el texto concreto que certificaba la legalidad de la tradición ya que, como hemos mencionado, los documentos originales se fueron perdiendo y reponiendo a causa de avatares varios, incluyendo incendios. En algún caso, alguno de los valles se declaraba en desacuerdo con el tratado y realizaba incursiones por su cuenta para robar varias cabezas de ganado. La declaración de ciertas guerras entre Francia y España podía inducir a retrasos o incidentes en la ceremonia, pero en otros casos se consideró que tales conflictos no afectaban a la relación entre los valles, y el acto se desarrolló con normalidad. Se registraron quejas acerca de la presencia o no de hombres armados durante el pago del tributo, y hubo momentos de tensión, en los que los negociadores de ambos bandos tuvieron que colocarse "a más de la distancia de un tiro de arcabuz" -a menos distancia, se corrían riesgos innecesarios-. En el siglo XIX, los franceses intentaron que, en lugar de las vacas, el tributo se satisficiera con dinero (hecho que se había producido de manera puntual en años previos), pero no se consiguió, y varios periódicos franceses, entre ellos Le Figaro, se dedicaron a pintar la ceremonia como "un extraño ceremonial antifrancés", exagerándolo para destacar la sumisión que, según ellos, los del lado galo debían mostrar frente a los españoles. Aún así, la ceremonia se mantuvo y sólo se consignó una breve interrupción durante la Segunda Guerra Mundial porque los alemanes no querían que los franceses aprovecharan la ocasión para escapar del país. Como compensación, los años siguientes los franceses entregaron una res más por año a los navarros, hasta compensar el número que faltaba.
Hoy en día, la celebración se sigue realizando: antes, los alcaldes de ambos valles tenían que ejecutar un fatigoso esfuerzo para llegar a la alta zona montañosa donde se produce el intercambio, mientras que ahora una carretera (construida gracias a la hermandad entre los dos valles y sin apenas contribución de la Diputación de Navarra, protesta la Wikipedia) les conduce sin apenas incidencias para que la ceremonia transcurra en tan sólo unos minutos. Sin embargo, se mantiene no sólo como una simpática anécdota o una excusa para hacer turismo por el bello Pirineo sino, sobre todo, como el recordatorio de que la paz entre los pueblos se sostiene gracias a la sólida intención de los mismos de que no cambie este estado. En ese sentido, quizás lo de menos sean las vacas.
El acto se realiza, como mínimo, desde el año 1375 (hay constancia de que se celebraba anteriormente, aunque no se sabe desde cuándo), y desde entonces han cambiado unas cuantas cosas: la piedra original donde se reunían se perdió -en su lugar, se congregan en un mojón kilométrico de la carretera que une ambos valles-; en las celebraciones actuales no se entregan las vacas (las cuales vuelven a su redil), sino que se proporciona el equivalente económico como sustituto; y, en nuestro siglo, al ceremonial acuden miles de personas a contemplarlo, ya que se ha hecho popular y desde 2011 el gobierno de Navarra lo ha declarado como Bien de Interés Cultural Inmaterial. Pero, en lo esencial, la tradición se sigue manteniendo, como es pertinente, básicamente igual.
Se desconoce cuándo se inició este acto (algunos dicen que desde el siglo IX), ni tampoco se está seguro del porqué. Los historiadores insisten en que, a pesar del nombre, no se trata de un tributo porque un valle se considere superior al otro, sino que se hace entre dos comunidades en pie de igualdad. Se sospecha que, posiblemente, cuando se repartieron las épocas del año en que los ganados de ambos valles podían acceder a los pastos y fuentes de aquellas regiones fronterizas, se estableció que las fechas en los que los franceses tenían acceso a los mismos producían mayor rendimiento económico, de tal manera que el pago de las vacas debía servir para equilibrar la balanza y que el trato fuera justo. De todos modos, no todo el mundo había de estar a gusto con el acuerdo, pues se registraron incidentes violentos (hasta con muertos) en 1321, 1335 y, sobre todo, en 1373, siendo estos últimos los que provocaron que el acuerdo tuviera que ponerse por escrito en el tratado que ha servido de base (con adaptaciones y reescrituras a causa de incidentes variados) desde entonces. Los acontecimientos de aquel aciago año de 1373, envueltos en la bruma de la leyenda, supuestamente ocurrieron como sigue: dos pastores de valles opuestos (los nombraremos como del lado español y francés, a pesar de que por aquel entonces ninguno de los dos estados existían) se encontraron en una de las fuentes de disputa y, como consecuencia de una discusión en la que se enzarzaron, el navarro mató al galo. El primo del fallecido organizó una batida de búsqueda en la que no encontraron al asesino, pero sí a su mujer, quien estaba embarazada y a la que mataron. Se cuenta entonces que el navarro montó una expedición de castigo que llegó a la casa de quien había ordenado la muerte de su esposa, y allí liquidaron a todos los presentes salvo a una mujer con un niño en brazos. Alguien debió de salvarse pues acudió al lado francés, desde donde se orquestó un nuevo ataque que costó veinticinco muertos. Así, la tensión fue in crescendo hasta que se llegó al punto de la batalla campal, cifrándose la confrontación en aquella última contienda en 53 roncalenses muertos por doscientos baretanos. Entonces, los nobles que eran dueños de ambos valles decidieron intervenir y sellar la paz mediante una descripción pormenorizada de los detalles del acuerdo, que fue de hecho matizado y modificado durante los años siguientes. En ese sentido, algunos historiadores se horrorizan con la idea de que el trato se firmara como una especie de pago en compensación por los asesinatos que tuvieron lugar en aquellos días (como hemos dicho, es más probable que fuera una magra compensación por la asimétrica división en el uso de las fuentes y pastos), pero sí que es verdad que bajo el acuerdo subyace un compromiso por el cual la paz entre ambos valles es mucho más importante que cualquier compensación económica con la que se esté de acuerdo o no que deba pagarse. De hecho, durante la ceremonia, los alcaldes de ambos valles van apoyando alternativamente las manos (un alcalde navarro, uno francés) sobre la piedra sobre la que se realiza el juramento -en los tiempos modernos, un mojón kilométrico- y, al final, el último de ellos realiza la invocación: "Paz en adelante", indicando la concordia que debe existir entre ambos valles.
Desde entonces, la ceremonia se ha venido celebrando casi ininterrumpidamente, con algunas excepciones destacadas. Algunas han sido hasta cierto punto surrealistas, refiriéndose sobre todo a detalles sobre si las vacas que se donaban se hallaban en buen estado (tanto en cuanto a pelaje, cornamenta, etc...). Otras tenían que ver con el texto concreto que certificaba la legalidad de la tradición ya que, como hemos mencionado, los documentos originales se fueron perdiendo y reponiendo a causa de avatares varios, incluyendo incendios. En algún caso, alguno de los valles se declaraba en desacuerdo con el tratado y realizaba incursiones por su cuenta para robar varias cabezas de ganado. La declaración de ciertas guerras entre Francia y España podía inducir a retrasos o incidentes en la ceremonia, pero en otros casos se consideró que tales conflictos no afectaban a la relación entre los valles, y el acto se desarrolló con normalidad. Se registraron quejas acerca de la presencia o no de hombres armados durante el pago del tributo, y hubo momentos de tensión, en los que los negociadores de ambos bandos tuvieron que colocarse "a más de la distancia de un tiro de arcabuz" -a menos distancia, se corrían riesgos innecesarios-. En el siglo XIX, los franceses intentaron que, en lugar de las vacas, el tributo se satisficiera con dinero (hecho que se había producido de manera puntual en años previos), pero no se consiguió, y varios periódicos franceses, entre ellos Le Figaro, se dedicaron a pintar la ceremonia como "un extraño ceremonial antifrancés", exagerándolo para destacar la sumisión que, según ellos, los del lado galo debían mostrar frente a los españoles. Aún así, la ceremonia se mantuvo y sólo se consignó una breve interrupción durante la Segunda Guerra Mundial porque los alemanes no querían que los franceses aprovecharan la ocasión para escapar del país. Como compensación, los años siguientes los franceses entregaron una res más por año a los navarros, hasta compensar el número que faltaba.
Hoy en día, la celebración se sigue realizando: antes, los alcaldes de ambos valles tenían que ejecutar un fatigoso esfuerzo para llegar a la alta zona montañosa donde se produce el intercambio, mientras que ahora una carretera (construida gracias a la hermandad entre los dos valles y sin apenas contribución de la Diputación de Navarra, protesta la Wikipedia) les conduce sin apenas incidencias para que la ceremonia transcurra en tan sólo unos minutos. Sin embargo, se mantiene no sólo como una simpática anécdota o una excusa para hacer turismo por el bello Pirineo sino, sobre todo, como el recordatorio de que la paz entre los pueblos se sostiene gracias a la sólida intención de los mismos de que no cambie este estado. En ese sentido, quizás lo de menos sean las vacas.
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