Sentada
en el metro, observé cómo, delante de mí, un tipo con aspecto de yonqui estaba
a punto de robarle a un turista (dormido por el cansancio) su cámara digital.
Chisté
ligeramente la lengua, no mucho, lo suficiente como para despertar al incauto,
y éste se despertó. Al ver al otro individuo –ahora sonrojado- deslizando sus
manos sigilosamente hacia la cámara, con la pantalla encendida, la víctima lo
entendió de otra manera, y empezó a enseñarle sus fotos en el Metropolitan de
Nueva York. El yonqui asentía con cada frase, con beneplácito, y ambos pasaron,
durante el trayecto, -o eso creo- un rato feliz.
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