La
historia alternativa
Sara notó un
estremecimiento. Fue así, sin venir a cuento de nada. Se hallaba lavando la
ropa en el río y, en ese momento, sintió como un viento gélido que la invadía
hasta el tuétano. Alzó la vista hacia el horizonte y creyó ver un rayo, a pesar
de que el cielo estaba despejado. Desechando aquellas estúpidas ideas, volvió a
sus tareas para terminarlas antes de que se hiciera demasiado tarde.
Aquel día, sin
embargo, Abraham tardaba en llegar. Había salido con Isaac -no había dicho por
qué, y Sara no le pidió explicación- y ya se acercaba el anochecer. Por fin, la
puerta se abrió. Isaac entró muy rápido, con el rostro lívido, y Abraham cerró
la puerta tras de sí, como si le persiguiera un espectro. Lo que más le
inquietó a Sara, sin embargo, fue el cielo: a través de la ventana, veía cómo
habían llegado negros nubarrones y, por entre los maderos de la casa, se colaba
un viento ululante que amenazaba con arrancar la vivienda desde sus cimientos.
-¿Qué… qué ha
pasado?-preguntó Sara.
-¡Dios está
loco!-pronunció perturbado Isaac.
Su madre le pegó
una bofetada en cada mejilla:
-¡Eso, por la
blasfemia!
-No le discutas
-replicó Abraham, pesaroso-. Tiene razón.
Sara no le hubiera
mirado con más sorpresa si se hubiera transformado en un macho cabrío en ese
momento.
-¿Qué habéis
hecho?-preguntó Sara, cada vez más inquieta.
-Le he dicho que
<<no>> a Yavhé. Y no se lo ha tomado muy bien -señaló allí afuera.
Sara no entendía
nada. De un instante a otro, todo su sistema de valores se había derrumbado por
completo.
-¿Y ahora qué
hacemos?-inquirió desesperada.
Abraham ya había
empezado a realizar, con un carboncillo, unas extrañas marcas en el suelo.
-Si te ha
abandonado Dios… habrá que recurrir a la única opción que queda.
Abraham remató el
extraño dibujo de polígonos engastados uno dentro de otros en el suelo. En ese
momento, un invasivo olor a azufre empezó a ocupar la habitación. Mientras
afuera se desataba la madre de todas las tormentas, Sara se echó para atrás,
buscando apoyo (para no caerse, pues empezaba a faltarle el equilibrio) en la
pared de la habitación, mientras de las cada vez más intensas marcas en el
suelo se alzaba un gas inquietante que iba transmutándose en una forma corpórea
brillante, roja… y con cuernos.
-¿Para-qué-me-has-convocado?-sonó
una voz gutural que helaba la sangre, en un idioma sibilante que se entendía
perfectamente, a pesar de que Sara no lo había escuchado jamás.
Abraham, desde una
posición inferior, mantenía la mirada gacha, y sólo alzaba la vista de manera
cautelosa, como un animal agazapado.
-Quiero ofrecerte
un pacto. Uno con los hijos de Israel…
Sara se llevó la
mano al corazón.
No sabía si temía
más que aquella historia fracasara, o que, en cambio, saliera bien.
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