lunes, 19 de septiembre de 2022

El relato rescatado de septiembre: "Ducktopía"

Ducktopía

 

El hombre se ajustó las gafas y miró el cartel. “Safari Duck”, adornaba el triste y avejentado panel, el cual parecía estar a punto de descolgarse por uno de sus lados y desplomarse de manera definitiva sobre las tablas del muelle. Aún así, el individuo que había surgido de la embarcación caminaba parsimonioso y sin urgencias por la superficie de madera sin pinta de temerle a la inminente caída del cartel, y se plantó con total placidez delante del hombre y de su familia:

-¿Qué, nos vamos?

Subieron a la lancha sin aspavientos. Parecía que se habían tomado en serio lo de “safari”, porque todos se encontraban en silencio, como si creyeran que por hacer el más mínimo ruido iban a espantar algún animal. Hasta el sonido del motor de la barca sonaba como atenuado. Mientras tanto, cada uno de los pasajeros se dedicaba -con la soledad de un autista- a sus quehaceres: la mujer hacía pruebas con la cámara fotográfica, el niño comprobaba la temperatura de la superficie del agua y el padre, mientras tanto, trataba de hacerse un ovillo entre su anorak y el chaleco salvavidas para rehuir el frío reinante. Esperaba que no tardaran mucho en llegar a su destino. A decir verdad, no las tenía todas consigo sobre aquello de haber viajado hasta allí. Sin embargo, la voz del capitán interrumpió sus pensamientos:
                -Miren, por ahí hay alguno suelto.

Toda la familia se desplazó al lado del barco que había señalado el capitán. Pero en lugar de vislumbrar un delfín o una ballena, como solía ocurrir en otro tipo de excursiones, sus prismáticos y cámaras fotográficas de zoom de alto alcance apuntaron a una fila algo quebrada de solitarios, pequeños, aparentemente inofensivos y despistados patitos de goma que inicialmente debían haber sido de tonos rojizos y amarillos, pero que ahora mostraban su color original en gran parte agrietado o castigado por el sol, el agua o las inclemencias del tiempo, exhibiendo en buena parte de su superficie el blanco industrial de su fabricación.

-Significa que estamos acercándonos–advirtió el patrón de la nave-. A partir de ahora, mucho silencio.

Poco a poco, empezaron a divisar bancos aislados de esos mismos patitos. Los colores se fueron volviendo más variados, y ahora podían observar plumíferos plásticos de picos naranjas y ocres, y de alas azules, verdes o moradas. En medio, iban cruzándose –al principio más pequeñas, y luego mayores- secciones de hielo que marchaban en dirección sur, contra las cuales los patos iban topándose y, en algunos casos, las bordeaban.

-Miren, miren –señaló el guía de la expedición-. Allí está.

Fue un proceso progresivo. A la vez que el barco iba avanzando (esta vez con el motor a la potencia mínima), observaron un paisaje que se iba haciendo más denso conforme más se adentraban en el interior de la estructura, repitiéndose con la periodicidad del patrón de un mosaico: fragmentos de hielo rodeados de un círculo de patitos de goma, y sobre esas pequeñas banquisas, en ocasiones, aparecían animales, tales como focas, morsas u osos polares. La familia contempló arrebolada y muda esas imágenes, con el mismo estupor con el que dichos animales asemejaban contemplarles a ellos. En un inicio, la mujer no paró de hacer fotos, pero cuando llegaron al núcleo principal de aquel fenómeno, la sorpresa le hizo retirar el ojo del visor de la cámara.  De hecho, el resto de los miembros de su familia se quedaron paralizados, escrutando en la misma dirección. El capitán, tras echarle un breve vistazo a la familia, colocó el barco de costado y detuvo por completo el motor de la barca. Se hizo el silencio.

Enfrente de ellos, un gran perímetro de patitos de goma, de contornos irregulares los cuales formaban entrantes, salientes, cabos y golfos, acabados en pico o redondeadas estructuras,  envolviendo todo ello una amplísima superficie de mar, tan ancha que no llegaba a abarcarla la vista. Dentro de ese perímetro, había hielo flotante, sí, una amplia superficie de banquisa, pero también una enorme sección que correspondía a mar que se colaba entre el hielo y rodeaba los islotes flotantes. Y por encima, en medio, y por debajo de hielo y agua, pudieron divisar focas, orcas, una miríada de pingüinos (agrupados en formación como si se trataran de un ejército), leones marinos, osos… Una bulliciosa extensión de animales que se movían, cantaban, emitían sus grititos o se relacionaban entre sí. Hasta bancos de peces podían intuirse debajo de la superficie del agua, y también varios inmensos cachalotes, a lo lejos, lanzando también un potente chorro en un ronco estridor.

El hombre que formaba parte de la familia, después de unos primeros instantes asimilando lo ocurrido, se rebulló algo incómodo ante aquella sobreabundancia de animales, los cuales se concentraban en la misma proporción que lo hacen los seres humanos en una playa de moda cualquier verano. Rota por fin la hipnosis, el capitán decidió que éste era el momento de soltar su habitual discurso.

-Creo que no necesita presentación, ¿no? Sí, ésta es la zona. Como veis, los patitos de goma forman un contorno alrededor que aísla a los animales de todo y de todos, o mejor dicho, de los humanos. Dentro del círculo (o no es exactamente un círculo, más bien una elipse irregular, luego si queréis entramos en la cuestión de los kilómetros), los animales pueden interaccionar normalmente entre sí: pueden procrear, alimentarse, matarse entre ellos, tal y como lo harían en el entorno natural. La diferencia con el medio salvaje está cuando deciden salirse del círculo: entonces, los patitos de goma les rodean y les escoltan, protegiéndolos de cualquier depredador, y también de los barcos de pesca. Luego, cuando los animales retornan, los patitos vuelven al círculo más amplio, a su lugar original. Hay muchos investigadores estudiando ahora mismo el comportamiento de los patitos, tratando de averiguar si entran los mismos de los que salen o si cada uno tiene posiciones asignadas… Pero realmente, la mayor parte de los enigmas permanecen en el misterio.

El niño, que hasta entonces se había mantenido en el mismo trance que afectaba también a sus padres, realizó de improviso una pregunta:

-Entonces, ¿los patitos son amigos de las focas y otros animales?

El capitán se rió de manera condescendiente, y respondió con paciencia a aquella pregunta que debía haber explicado ya más de mil veces:

-Los patitos no están vivos, no pueden hacerse amigos de ningún animal… aunque, la verdad, los científicos estaban tan alucinados por este fenómeno, que durante un tiempo no sabían cómo explicarlo. Como sabéis, los patitos de goma originales fueron liberados hace muchos años por un barco al que se le cayeron accidentalmente mientras los trasladaba para ser vendidos en alguna ciudad. Esos patos se derramaron por el agua y migraron con las corrientes oceánicas, llegaron a lugares de todo el mundo, y fueron muy útiles para el estudio de las corrientes marinas. Sin embargo, hace relativamente poco tiempo, empezó a observarse que los cargamentos de patitos de goma tendían a soltarse más fácilmente de los barcos y acabar en el agua, todavía no sabemos por qué. Y, con el tiempo, se ha visto que formaban esta estructura… Los científicos creen que hay algún componente en el material con el que están hechos los patitos que les impulsa a circular alrededor del hielo, o quizás del agua más cálida que se sitúa debajo de las banquisas, cosa que también les llevaría a moverse cerca de los animales. Realmente no sería cuestión de amistad o de magia, sino… ¿Has oído hablar de la selección natural? –le preguntó el capitán al niño-. Digamos que la naturaleza va probando cosas de manera aleatoria, y si hay algo que funciona, ese algo tiende a sobrevivir. Los patitos han formado por azar esta estructura y, como más o menos tiende a protegerse a sí misma, es más fácil que ésta continúe estable. Se trata solamente de eso.

De repente, un grupo de patitos de goma, de brillantes y coléricos tonos encarnados, abandonó la formación (siendo reemplazados, casi inmediatamente, por otros patitos) y se dirigieron en fila india hacia la barca. Pasaron a pocos metros, como si les estuvieran vigilando, y luego, con un leve cambio de rumbo, se alejaron lentamente de ellos, manteniendo en todo momento un aire suspicaz.

-Como he dicho, la estructura tiende a protegerse a sí misma… Hace poco, unos fotógrafos se arrimaron demasiado y un pequeño escuadrón de patitos les rodeó y, mecidos por las corrientes oceánicas, zarandearon la barca hasta que se hundió. Estos pequeños patitos de goma, cuando se juntan a millares, son capaces de volcar barcos, incluso de varias toneladas, como si hubieran heredado el espíritu del vengativo submarino del capitán Nemo. Esta distancia –suspiró con alivio el capitán de barco- es la más próxima a la que nos podemos acercar con seguridad.

El niño puso cara de no tenerlas toda consigo.

-Entonces, ¿los patitos son malos?

El capitán dio la impresión de pretender –nada más llegara a puerto- mandarle una carta de agradecimiento a Herodes, pero se contuvo y expresó con toda la serenidad que le fue posible:

-No, he dicho que los patitos no tienen… En fin, malos, “malos”, depende de cómo lo mires, ¿no? Ellos protegen a los animales. Y, además, lo están consiguiendo. Los ecologistas dicen que hace mucho tiempo que no veían crecer tantos animales en el Ártico. Y los planes que algunos países habían iniciado para apropiarse de los recursos del polo han cesado desde entonces. Digamos que, en ese sentido, han resultado ser muy buenos para la flora y la fauna.

El padre interrumpió durante un segundo el diálogo entre el guía y su hijo:

-Pero la verdad es que, siendo sinceros, hay que darle muchas vueltas y elucubraciones para poder explicar el comportamiento de los patitos desde un punto de vista científico… Muchas más, desde luego, que si pensáramos que actúan de manera intencional.

El capitán meditó un momento con la mano en el mentón, y luego se encogió de hombros:

-Todo lo que en el pasado creíamos que era magia, al final se ha acabado por descubrir que se trataba de otra cosa, con una explicación más racional. Además, si tratamos de defender la hipótesis contraria, ¿qué clase de sentido tendría?¿Patitos de goma que se han puesto a defender a sus congéneres animales, incluso aunque ellos mismos sean de plástico? Esto no es un plan maestro concebido por la naturaleza: los patitos de goma no son menos artificiales que los barcos que se han hundido por su culpa. Para mí, en realidad, tiene más que ver con lo que le he mencionado de selección darwiniana: durante miles de años, ha habido una especie predominante, el hombre, que ha utilizado la tecnología para abusar hasta tal punto de casi destruir el planeta. ¿Por qué no iba la tecnología, en combinación con la naturaleza, haber encontrado un método de contrarrestar los ataques de la especie dominante? Fíjese: esto que tenemos aquí es una utopía. Es la civilización ideal que tanto nos gustaría haber encontrado para la humanidad. Lo que pasa es que no nos gusta, simplemente, porque de ella nos han excluido a nosotros.

El hombre, algo turbado, se volvió hacia su esposa, que había vuelto a realizar fotografías como si le pagaran por ellas al peso:

-¿Y tú que opinas, cariño?

Ella, sin dejar de tomar instantáneas, respondió:

-Es fascinante. Espeluznante, estremecedor, terrorífico también, da mucho miedo… Pero al mismo tiempo, es de una belleza incontenible.

Cuando esa tarde volvieron a casa, lo primero que el hombre estaba deseando era darse una ducha con agua muy caliente, para sacudirse el frío que había pasado. Cuando terminó, aún en albornoz y restregándose la toalla sobre la cabeza, se pasó por el baño, donde la madre se encontraba bañando al niño.

-¿Te quedas vigilándole un rato mientras yo voy a llamar a mi madre?

El hombre asintió y se sentó sobre el inodoro. Mientras la mujer se marchaba, el niño, ajeno a cuál de sus progenitores le atendía, jugaba dentro de su bañera con un barquito y un inocente patito de goma.

-Bum, bum… Barquito, fuera de aquí –amenazaba el niño mientras agarraba el patito con firmeza-. Éste es mi territorio, por aquí no pasarás.

El patito era casi tan grande como el (de formas bastante realistas) barco que surcaba aquel particular océano. El hombre observó con cautela al patito, de un intenso color amarillo, sin fisuras, no maltratado por las olas ni el sol. Durante un segundo, le pareció que sus cejas se encontraban más arqueadas que las de otros patitos de goma que había visto a lo lado de su vida. Le pareció que… le miraba mal.

-¿Papá, quieres jugar conmigo?-su padre asintió. No obstante, cuando fue a acostar a su hijo en la cama, aprovechó para coger el patito de goma y arrojarlo directamente a la basura.

La mirada que le dirigió el ánade conforme cerraba la tapa de la papelera hubiera sido, para el capitán de aquel barco, muy difícil de explicar.

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