Laura era una señora muy anciana, muy anciana...
Se había quedado sola. No
tenía marido, ni hijos, ni amigos, ni tan siquiera un perro... Por eso, cuando
no soportaba más la soledad, se marchaba al metro.
Recorría las líneas, de un
lado a otro, de un extremo al fin opuesto... Y a veces, alguien le cedía el
asiento, o le daba un por favor o un gracias.
Para Laura, cualquiera de
esos momentos, ya le habían alegrado el día.
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