Ya el año pasado por estas fechas dedicamos una entrada a algunos de los cementerios más originales, sobrecogedores y sorprendentes del mundo. Entre ellos, mencionamos algunos que se encuentran presentes en las islas de Filipinas: el cementerio colgante de Sagada (al que debe añadírsele, como parte de la misma tradición, los féretros depositados en la cercana cueva de Lumiang), o el habitado cementerio de Navotas. En mi último y reciente viaje a estas tierras, he tenido oportunidad de visitar el cementerio de Sagada, y también otro par de cementerios de la capital del país, Manila, de los que os quiero hablar a continuación.
Para ser una ciudad atestada de vida (a veces tanta que satura los sentidos, especialmente el del oído y el del olfato), Manila posee numerosos cementerios. Aparte del de Navotas, y de un cementerio estadounidense dedicado a los fallecidos de esta nacionalidad (no olvidemos que Filipinas ha estado bajo un protectorazgo más o menos explícito de este país durante casi cien años) que recuerda al memorial de Arlington y su majestuosa gravedad, hay dos cementerios en Manila que destacan sobre el resto. Uno es el cementerio chino, y otro es el cementerio del Norte.
Dada su cercanía al gigante asiático, Filipinas ha mantenido siempre una relación especial con China, y de hecho suyo es el barrio chino más antiguo del mundo, el de Binondo en Manila, con casi quinientos años de existencia. Dicen que los españoles acotaron a los chinos a un reducido vecindario que colocaron cercano al asentamiento fortificado de sus propias murallas (la llamada zona de "Intramuros"), por eso de mantener vigilados a los enemigos. Y claro, todos esos chinos que vivían, convivían y nacían allí, habían de ser enterrados en alguna parte. Por eso, unos cuantos kilómetros al norte del barrio chino, se crea este cementerio, en el cual se refleja todo el respecto de la sociedad china por sus antepasados. A lo largo de varias calles (que a pesar de encontrarse acotadas, se entrecruzan con facilidad con el trazado del resto de la ciudad), el visitante puede contemplar mausoleos que producen la impresión, más que de consistir en tumbas individuales, de tratarse de casas completas, pequeños templos, e incluso -de un tamaño considerable- iglesias, pues mucho de los chinos allí enterrados adoptaron la predominante fé católica. Sólidos muros, inmensas fotos de los fallecidos, flores en las tumbas, sorprende sin embargo especialmente la presencia de hornos donde quemar ofrendas, grandes mesas acompañadas de un apropiado número de sillas, ventiladores, lavabos e incluso habitaciones que sirven como cuartos de baño. Alguna guía de viaje ha querido destacar que, de esta manera, los chinos dotan a sus ancestros de todas las posibles necesidades que tengan en la otra vida, pero lo cierto es que aquello se contempla desde un punto de vista más lógico si uno piensa que, el día que los familiares quieran visitar con el fallecido o celebrar alguna jornada especial con él, van a tener que pasar varias horas y han de prever todas las contingencias. De hecho, algún puesto ambulante de snacks y similares se sitúa en las esquinas de las calles de esta ciudad de los muertos (igual que otros tenderetes que venden velas, incienso o papel moneda que quemar, como es tradición, en ofrendas rituales). No obstante, el cementerio irradia en general un aire de serenidad y respeto que hace al visitante mantener las distancias, especialmente con los familiares que se encuentran honrando a sus fallecidos en ese momento. Saliendo de allí, iniciamos la ruta hasta nuestro segundo destino.
El cementerio norte de Manila es engañoso, y no es fácil de localizar para el visitante. Porque sí, está al norte, pero hay cementerios que lo están más -y prestarse a confusión-; porque el nombre no dice mucho ("Manila Nord", fue lo que nos acertó a decir como nombre más concreto un guarda que nos indicó la última parte del camino, y Manila North Cementery reza la entrada, pero pregúntaselo a una población mucha de la cual sólo chapurrea el supuesto idioma nacional, el inglés); y porque a pesar de encontrarse al lado del cementerio chino, hay que dar un rodeo de casi un kilómetro andando para acceder a él -y eso en Manila, una ciudad llena de aceras interrumpidas en cada esquina, gente pobre, individuos que tratan de vender algo, contaminantes vehículos y dificultades para el peatón, es todo un logro; por otro lado, ir en coche es posible, pero incluso para esa corta distancia, te expones a un fácil atasco-. Sin embargo, el panorama que nos encontramos fue radicalmente distinto al que esperábamos. La referente universal del viajero Lonely Planet recomendaba contratar un tour a la entrada del cementerio, para que un ciudadano local nos guiara por terreno seguro, al tratarse de un lugar donde existe mucha pobreza. Sin embargo, cuando llegamos, nuestra impresión absoluta era de que aquello era una fiesta. Habíamos llegado en las cercanías de Halloween, y mejor, habíamos llegado en el fin de semana previo a Halloween (aquí es una fiesta muy celebrada, pero también el día de Todos los Santos). Eso significaba que cientos de familias entraban y salían del recinto mientras dentro de las fronteras del cementerio hallábamos vendedores de comida callejeras, puestos de compañías de móviles o franquicias de cadenas locales de fast-food. El cementerio del Norte de Manila se conoce sobre todo porque, al igual que el cementerio de Navotas, contiene gente viviendo en su interior. Es habitual, sobre todo en mausoleos relativamente grandes (de menos de diez metros cuadrados), observar unas cuantos cobertores hechos a base de bolsas de plástico preservando la intimidad de una vivienda donde una familia utiliza las tumbas como mesas, asoma algún ventilador con el que protegerse del insoportable calor húmedo de Filipinas, o simplemente, sobre unas cuantas sillas de plástico, los moradores del cementerio pasan el rato. A veces, la entrada de la tumba puede servir como zona de muestrario de una tienda improvisada o permanente, y la parte de atrás como sección de almacenaje. Los residentes de estas tumbas a veces habitan sin permiso del dueño, pero las más de las ocasiones lo hacen a cambio de mantener las tumbas limpias, en buen estado, y especialmente pintadas y coloridas. Puede parecer una existencia muy mísera, pero en un país donde pasar frío no es un problema, muchos viven en la calle, y la mayor parte de las endebles construcciones no resisten los tifones y otros desastres (en nuestro viaje hemos llegado a ver resistentes mansiones volcadas por los vientos, y un barrio de chabolas recientemente desaparecido en un incendio cuyo causa nunca llegamos a averiguar), vivir en el cementerio y tener una profesión gracias a ello, después de todo, no parece la peor alternativa. En este camposanto, donde algunos de los más grandes héroes nacionales se encuentran enterrados (los niños se sorprenden de que "turisteemos" al lado de un panteón dedicado los héroes de la revolución filipina, sin entender qué hacemos allí), vemos a familias pasear, niños jugar, secciones de la necrópolis a la venta, e incluso nos tomamos, a la entrada, varias alitas de pollo de un establecimiento de comida rápida muy conocido en esta parte de Asia. Luego salimos de allí e, impactados por todo lo que habíamos visto, proseguimos nuestro viaje.
No puedo ofreceros imágenes de todo esto porque no las tenemos. No tomamos fotos del cementerio chino porque, con el ambiente tan solemne que os he mencionado antes que reinaba en esa parte del mundo, no nos atrevimos; y en el cementerio del Norte, nos indicaron explícitamente, en una entrada gobernada por un despreocupado control de seguridad, que no debíamos hacerlo. Sin embargo, para compensar, os ofrezco aquí unas pocas imágenes de otros cementerios con los que nos tropezamos en Filipinas.
Aquí, los ataúdes colgantes de Sagada:
No puedo ofreceros imágenes de todo esto porque no las tenemos. No tomamos fotos del cementerio chino porque, con el ambiente tan solemne que os he mencionado antes que reinaba en esa parte del mundo, no nos atrevimos; y en el cementerio del Norte, nos indicaron explícitamente, en una entrada gobernada por un despreocupado control de seguridad, que no debíamos hacerlo. Sin embargo, para compensar, os ofrezco aquí unas pocas imágenes de otros cementerios con los que nos tropezamos en Filipinas.
Aquí, los ataúdes colgantes de Sagada:
Y, bueno, ya dijimos en la anterior entrada sobre cementerios que también en las profundidades de los mares existen otro tipo de tumbas, y son las de los barcos hundidos, Filipinas fue escenario de encuentros navales entre las tropas norteamericanas y las japonesas durante la Segunda Guerra Mundial, y varios barcos de esta última nación duermen su último sueño en el lecho del fondo marino. La mayor parte de ellos sólo son visibles con equipos de buceo, pero alguno se puede ver simplemente sumergiéndose y aguantando la respiración bajo el agua. A nosotros, en la turística isla de Corón, nos llevaron a ver el llamado Skeleton Wreck, un naufragio que según algunos es de un barco chino que naufragó antes de la Segunda Guerra Mundial, y según otros, una posible patrullera japonesa que fue hundida por un avión norteamericano. Ambas versiones pueden tener parte de verdad, ya que los japoneses solían emplear barcos de los enemigos que habían derrotado (como los chinos en Manchuria) para reforzar su propia flota. En todo caso, la figura estremecedora del barco, afectado sin duda por un suceso violento que lo dejó en su armazón básico, y cubierto ahora de corales que lo han invadido, despierta toda clase de emociones e inspiraciones. Con su figura fantasmagórica (y la de un estrambótico visitante al lado, que no es el mejor modelo, pero era el que pasaba por allí) os dejo. Yo me voy a dormir el jet lag y a soñar con pecios hundidos.
Posdata: ahora algo más despierto, añado una imagen de lo que no es un cementerio, pero estuvo muy cerca de serlo. La isla de Apo es una isla diminuta situada al sur de Negros Oriental. Es tan pequeña, que cuando la visualizas con Google Maps, es fácil que el distintivo de localización de esta herramienta informática oculte la propia isla. Paseando por la parte no turística del pueblo (situada inmediatamente detrás de la zona de playa y de alojamientos) encontramos algo que no esperábamos, pendiendo sin más de una cuerda.
Os he dicho que Filipinas fue teatro de operaciones de la Segunda Guerra Mundial. No quiero ni imaginar lo que aquella bomba, ahí colgada, con unos caracteres japoneses en el lateral, hubiera provocado en una isla tan pequeña como milagrosa, cuyo gran atractivo turístico es una excelente zona para el snorkel (con la posibilidad incluso de nadar a poca distancia de tortugas marinas). Un recordatorio de que aquella zona no es un cementerio, pero podría haberlo sido, y podría todavía llegar a serlo. Un recuerdo de la fragilidad de la vida. Para eso sirve honrar a los muertos: para recordar que hay que aprovechar cuando estamos vivos. Cuidad esa vida, la vuestra y la ajena. Tratadla todo lo mejor posible. Nos vemos muy pronto. Hasta entonces, manteneos vivos.
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