El año ha comenzado con una noticia funesta, y es que ya desde el primer día ha aumentado la estadística de fallecimientos por violencia de género. Quizás por eso sea pertinente nombrar a una de las primeras defensoras del feminismo en España, a pesar de que ella detestara la palabra feminismo (aunque su ideología, según sus propias palabras, se pareciera mucho a la concepción que de sí mismas hacen la mayoría de l@s feministas actuales: una actitud conciliadora y de colaboración con el hombre, en igualdad de derechos con él). Carmen de Burgos, a pesar de tener calles dedicadas en nuestro país -derecho que en su día se le negó-, goza de poco reconocimiento para haber sido la primera mujer española contratada como periodista, corresponsal de guerra, y una de las referentes de los movimientos literarios de principios del siglo XX en España.
Esta imagen de Carmen de Burgos aparece tanto en la Wikipedia como en el artículo de Yorokobu que han servido de bibliografía para esta entrada. Este último, además, ofrece una apasionante visión de los primeros progresos del feminismo en los albores del siglo XX.
Carmen de Burgos nace en Almería en 1867 pero vive buena parte de sus primeros años en Rodalquilar, Níjar. Su padre se esmeró mucho en proporcionarle una educación en la que abundaron las lecturas, y también en transmitirle el mensaje de que, por muy egoístas que se mostraran los hombres al respecto, ella tenía la misma capacidad de hacer las cosas que ellos. Se casa a los dieciséis años con un periodista cuyo padre era dueño de una tipográfica, y aunque el matrimonio es personalmente un desastre (su marido era infiel, un vividor, y las primeras experiencias sexuales fueron traumáticas; de hecho, los intentos de separarse de su esposo se tenían, como motivación primera, el propósito de recuperar "el dominio de su cuerpo"), éste le sirve a Carmen de Burgos para familiarizarse con el mundo del periodismo y hacer sus primeros pinitos dentro de él. Aunque nuestra protagonista se introduce primeramente en el ámbito laboral de la enseñanza (se saca el título de maestra estudiando por las noches, a espaldas de su esposo), en 1901, Carmen decide abandonar a su marido para iniciar una nueva vida junto con su hija, la única que había sobrevivido tras cuatro partos. En este nuevo período, se sumergirá hasta el fondo en el mundo del periodismo. Será una inicio de vocación tardío, pero desde luego muy provechoso. Bajo varios seudónimos, y en columnas destinadas sobre todo a la lectura femenina, Carmen de Burgos aprovechará sin embargo esta plataforma para hacer campaña a favor de aspectos como el divorcio y el sufragio femenino. Como se puede esperar, esta actitud le granjeará numerosas críticas. De hecho, el ministro conservador Antonio Maura traslada su puesto de trabajo en la enseñanza de Toledo a Madrid para limitar su radio de acción, aunque ella sigue volviendo a la capital los fines de semana para animar una reunión semanal de escritores, periodistas y artistas que se denominó "La tertulia modernista" y fue origen de la "Revista crítica". Esta tertulia tuvo también una gran importancia también a nivel personal, pues conoció allí conoció a un casi veinte años más joven Ramón Gómez de la Serna (el célebre creador de las greguerías) que se convirtió en su amante y colaborador literario mucho antes de que éste fuera reconocido por la sociedad como escritor. Paralelamente, esta relación tuvo una desventaja y es que, en el futuro, durante mucho tiempo, los méritos de de Carmen de Burgos fueron asociados a los de Gómez de la Serna (básicamente, se convirtió, para algunos, sólo en su "amante"), de tal forma que su producción literaria quedó ensombrecida.
En 1909 tiene lugar en Marruecos el llamado desastre del Barranco del Lobo, un episodio donde (como en otras ocasiones en nuestra historia militar) se acusó al ejército de estar defendiendo más los intereses económicos de unos pocos españoles que la seguridad de los soldados. Carmen de Burgos acude a Melilla, se establece como corresponsal de guerra para el Heraldo de Málaga y, desde su columna, retransmite desde la emoción el sufrimiento de los soldados y, en un artículo antibelicista, proporciona un hasta entonces inexistente altavoz a los primeros objetores de conciencia.
Con la llegada de la Segunda República (y, con ella, muchas de las reivindicaciones para la mujer que la periodista había defendido), Carmen de Burgos ingresa en el Partido Republicano Radical Socialista, y forma parte de numerosas asociaciones feministas y de izquierdas. Es precisamente durante una conferencia sobre educación sexual en la que siente los primeros síntomas de la fulminante enfermedad que la mataría a lo largo de los dos siguientes días. A pesar de haberse relacionado con personajes como Galdós, Clara Campoamor, Blasco Ibáñez, Juan Ramón Jiménez, Julio Romero de Torres, Sorolla o Gregorio Marañón -o precisamente a causa de eso-, el franquismo hizo todo lo posible por ocultar y ensombrecer su figura. A pesar de todo, hoy en día podemos encontrar accesibles muchas sus obras en forma de ensayos, novelas, traducciones y artículos periodísticos.
Carmen de Burgos (o, como durante muchos años se la conoció, la periodista "Colombine") tuvo que aguantar muchas cosas: desde la actitud de los hombres de su época (contrarios a la libertad de la mujer y con episodios muchas veces rayanos en el acoso), y también de las mujeres (Emilia Pardo Bazán, por ejemplo, quedó muy decepcionada de la actitud de sus contemporáneas españolas hacia el sufragismo), hasta andanadas de los sectores más conservadores entre la literatura y la prensa (una vez un periódico publicó un artículo tan ofensivo contra ella que Carmen de Burgos se presentó en la redacción y, como mujer de armas tomar, le asestó al director un par de bofetadas). Fue una viajera convencida que aprendió todo lo que pudo de los escritores franceses y las sufragistas británicas. Estuvo a punto de ser fusilada en Alemania porque se apiadó de unos soldados rusos y la confundieron con una espía. A nivel personal, sufrió tragedias relacionada con sus hijos y sus parejas. Las palabras que exhaló en el momento de su muerte fueron: "¡Viva la República!". El fin de esta institución, poco tiempo después, significó también el fallecimiento de muchas de sus esperanzas para el futuro de la mujer. Hoy en día, probablemente sería una periodista indómita, incómoda para el poder, como lo fue en aquel entonces. Estaría más feliz con la situación actual de su género, pero insistiría en que aún quedaban muchas cosas por pelear. Quizás porque hay luchas que nunca terminan porque, cuando las descuidas, surgen nuevas invasiones que obligan otra vez a levantarse en combate. Una guerra en la que también colaboramos los varones porque, como decía Carmen de Burgos, es para hacerla juntos, no separados. Quizás su ejemplo sirva precisamente para (a hombres y mujeres) lograr motivarnos.
Con la llegada de la Segunda República (y, con ella, muchas de las reivindicaciones para la mujer que la periodista había defendido), Carmen de Burgos ingresa en el Partido Republicano Radical Socialista, y forma parte de numerosas asociaciones feministas y de izquierdas. Es precisamente durante una conferencia sobre educación sexual en la que siente los primeros síntomas de la fulminante enfermedad que la mataría a lo largo de los dos siguientes días. A pesar de haberse relacionado con personajes como Galdós, Clara Campoamor, Blasco Ibáñez, Juan Ramón Jiménez, Julio Romero de Torres, Sorolla o Gregorio Marañón -o precisamente a causa de eso-, el franquismo hizo todo lo posible por ocultar y ensombrecer su figura. A pesar de todo, hoy en día podemos encontrar accesibles muchas sus obras en forma de ensayos, novelas, traducciones y artículos periodísticos.
Carmen de Burgos (o, como durante muchos años se la conoció, la periodista "Colombine") tuvo que aguantar muchas cosas: desde la actitud de los hombres de su época (contrarios a la libertad de la mujer y con episodios muchas veces rayanos en el acoso), y también de las mujeres (Emilia Pardo Bazán, por ejemplo, quedó muy decepcionada de la actitud de sus contemporáneas españolas hacia el sufragismo), hasta andanadas de los sectores más conservadores entre la literatura y la prensa (una vez un periódico publicó un artículo tan ofensivo contra ella que Carmen de Burgos se presentó en la redacción y, como mujer de armas tomar, le asestó al director un par de bofetadas). Fue una viajera convencida que aprendió todo lo que pudo de los escritores franceses y las sufragistas británicas. Estuvo a punto de ser fusilada en Alemania porque se apiadó de unos soldados rusos y la confundieron con una espía. A nivel personal, sufrió tragedias relacionada con sus hijos y sus parejas. Las palabras que exhaló en el momento de su muerte fueron: "¡Viva la República!". El fin de esta institución, poco tiempo después, significó también el fallecimiento de muchas de sus esperanzas para el futuro de la mujer. Hoy en día, probablemente sería una periodista indómita, incómoda para el poder, como lo fue en aquel entonces. Estaría más feliz con la situación actual de su género, pero insistiría en que aún quedaban muchas cosas por pelear. Quizás porque hay luchas que nunca terminan porque, cuando las descuidas, surgen nuevas invasiones que obligan otra vez a levantarse en combate. Una guerra en la que también colaboramos los varones porque, como decía Carmen de Burgos, es para hacerla juntos, no separados. Quizás su ejemplo sirva precisamente para (a hombres y mujeres) lograr motivarnos.
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