El ser humano irracional evolucionó, en un mundo carente de razón, para poder sobrellevar una existencia sin traumas irresolubles entre lo que quería y lo que no podía alcanzar. Que seis mil años de civilización después, con un siglo de las Luces a nuestras espaldas, esa forma de actuar siga siendo la más adecuada para determinados entornos, dice muy poco de nosotros y de lo que permitimos. Las lágrimas de las chicas de la Camorra podrían corresponder a las de un enterramiento en el Neolítico por un asesinato causado por el chamán o el jefe de la tribu que les liderará mañana. Y ya no se sabe de quién es la culpa, si del jefe de la tribu, o del que no se atrevió a quitarle al chamán el gorro de plumas. Esos llantos, por tanto, son también los nuestros, y quien llora, que diría John Donne, lo hace también por ti.
¿Por qué estamos aquí? Porque nos gusta lo curioso, lo sorprendente, lo interesante, lo inusual, lo que engrandece al ser humano, lo que lo redime de vez en cuando. Por eso nos apasionan las historias: porque hayan ocurrido o no, de alguna manera es real.
lunes, 10 de febrero de 2020
La historia real de febrero. Entierro de joven víctima de la Camorra sobre fondo gris.
Leyendo “Gomorra”, de Roberto
Saviano (uno de los mejores retratistas del crimen en el sur de Italia), hay
una escena que me hiela la sangre. Se trata del entierro de una adolescente
asesinada por una bala perdida procedente de una pistola de la Camorra, la
organización criminal con más poder en el área de Nápoles. Más allá del hecho (que
acogota en sí mismo), resulta inquietante la actitud de algunos de los
asistentes. Casi todas las ceremonias sociales cualquier parte del mundo
–bautizos, bodas, comuniones, funerales- me causan un cierto repelús. Reúnen un
conjunto de lugares comunes, tradiciones y mandatos varios, la mayoría de los
cuales buena parte de de los asistentes no tienen ninguna gana de llevarlos a
cabo, pero tienen que hacerlo porque lo dicta el patriarca o matriarca de turno,
“porque se ha hecho toda la vida”, porque es lo que se espera de ellos o un
número inacabable de razones de índole similar. Ver y dejarse ver, como suele
decirse. Pasar lista para ver quién falta. Y de paso, es una buena oportunidad
para que El Padrino (ya se apellide Corleone o Aznar) aproveche para hacer
negocios. Que dos personas se estén casando, como suele decirse, es algo que a
ninguno de los asistentes le importa. El entierro de esta chica, en cierto
sentido, es una ceremonia más. Roberto Saviano cuenta cómo es frecuente que la
madre de la víctima trate de arrojarse, en algún momento del desplazamiento del
cadáver por las calles de la ciudad, por el balcón para matarse. Es una
reacción tan típica, tan habitual en este tipo de acontecimientos, que parece
ya estereotipada. Saviano advierte que no por ello debemos creer que el dolor
de las madres es menos auténtico; simplemente, estas pobres mujeres no tienen
otra manera con la que expresarse salvo por actitudes prefabricadas, que otros
han hilvanado ya por ellas. Aunque a mí me asombra más el papel de las amigas
de la víctima, del grupito con el que ella salía siempre a la calle, de su
círculo vital. Sí, era su amiga, ella ha muerto y están dolidas, pero al mismo
tiempo, este entierro significa para ellas algo más. Es como su presentación en
sociedad al resto del mundo. A partir de este funeral, de sus lágrimas, de sus
lloros y de sus aspavientos, comenzarán a contar en la vida de la comunidad.
Sienten con sinceridad la muerte de su compañera; pero de algunas cabría
decirse (como en un anhelo secreto) que estaban deseando que un día como éste
llegara por fin ya. Luego estas chicas crecerán y harán su vida. En algunos
casos se casarán incluso con chicos de la Camorra, en ciertos casos pensando,
más que en la vida en común, en la pensión que tienen asegurada por parte de la
organización de criminales si el muchacho acaba en presidio. Para nosotros,
desde fuera, puede resultar paradójico, execrable, rocambolesco entre otros
adjetivos, que una chica que está llorando la muerte de su amiga íntima a causa
de la Camorra pueda siquiera sopesar en su mente la posibilidad de juntarse,
años después, con uno de sus integrantes. Sin embargo, no es tan difícil en
cuanto reflexionamos un poco sobre cómo se vive el día a día en ese tipo de
ambientes, donde la impunidad, la aparente perpetuidad, la dificultad de
eliminación de males tan enquistados como la Camorra, hacen que la gente olvide
a menudo que los causantes de aquellos males y asesinatos son individuos
concretos, con nombres y apellidos, y empiecen a pensar en estas muertes con la
misma inevitabilidad con la que tratarían a una catástrofe natural. Con la
misma resignación y evasión de responsabilidades con las que se juzgaba a ETA
en determinados pueblos del País Vasco, o como se acepta en otros lugares de
España que, de todas las grandes obras o acontecimientos, partidos como el PP o
Convergencia acudan con el cepillo a sacar tajada. De hecho, no es raro que los
miembros de la Camorra aparezcan en el propio funeral de la chica asesinada,
demostrando ante todos quiénes son los que mandan. Pero, más que la
intimidación con amenazas o cuchillos, da mucho más miedo la resignación
interior; la rendición del espíritu. O cómo es mucho más sencillo ponerse del
lado de los que mandan, de la mayoría silenciosa de las pistolas, con tal de
sentirse parte del grupo más grande, del que triunfa, del que, como ha marcado
todas las cartas, ha de tener necesariamente la razón. A pesar de todas las
contradicciones, las cuales te llevan a llorar por tu amiga y luego a casarte
con uno de sus asesinos, como si entre ambos hechos no huviera relación alguna.
Pero así de idiotas somos los humanos.
El ser humano irracional evolucionó, en un mundo carente de razón, para poder sobrellevar una existencia sin traumas irresolubles entre lo que quería y lo que no podía alcanzar. Que seis mil años de civilización después, con un siglo de las Luces a nuestras espaldas, esa forma de actuar siga siendo la más adecuada para determinados entornos, dice muy poco de nosotros y de lo que permitimos. Las lágrimas de las chicas de la Camorra podrían corresponder a las de un enterramiento en el Neolítico por un asesinato causado por el chamán o el jefe de la tribu que les liderará mañana. Y ya no se sabe de quién es la culpa, si del jefe de la tribu, o del que no se atrevió a quitarle al chamán el gorro de plumas. Esos llantos, por tanto, son también los nuestros, y quien llora, que diría John Donne, lo hace también por ti.
El ser humano irracional evolucionó, en un mundo carente de razón, para poder sobrellevar una existencia sin traumas irresolubles entre lo que quería y lo que no podía alcanzar. Que seis mil años de civilización después, con un siglo de las Luces a nuestras espaldas, esa forma de actuar siga siendo la más adecuada para determinados entornos, dice muy poco de nosotros y de lo que permitimos. Las lágrimas de las chicas de la Camorra podrían corresponder a las de un enterramiento en el Neolítico por un asesinato causado por el chamán o el jefe de la tribu que les liderará mañana. Y ya no se sabe de quién es la culpa, si del jefe de la tribu, o del que no se atrevió a quitarle al chamán el gorro de plumas. Esos llantos, por tanto, son también los nuestros, y quien llora, que diría John Donne, lo hace también por ti.
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