El oasis de Siwa es uno de estos lugares donde la realidad se confunde con la leyenda. Aunque supuestamente habitado desde el siglo X antes de Cristo, su aislamiento hacía que el país de Egipto, única gran civilización conectada con él, sólo escuchara hablar del lugar de cuando en cuando. Nadie acababa en este oasis por casualidad. No pasa por rutas caravaneras, sino que tienes que ir específicamente a su encuentro, a trece jornadas en camello hacia el oeste desde Alejandría y doce desde Menfis, según Plinio el Viejo. ¿Fue a pesar de esa soledad (o precisamente a causa de ella) por lo que se decidió instalar allí el oráculo de Amón, cuya fama es sólo equiparable al de Delfos? No lo sabemos. Dicen que su localización lo eligió una paloma negra, que partió junto con otra homóloga de Tebaida, y mientras una voló a Dodona (donde se fundó su correspondiente oráculo), la otra aterrizó en Siwa, y a partir de ahí el templo se erigió. La aparición del oasis en la historia universal está íntimamente ligada a la del oráculo. La primera de las anécdotas referidas al mismo es el momento en el que el rey Cambises II de Persia invade Egipto. Cuando llega, decide rematar la faena (algunos dicen que espoleado por una predicción desfavorable del oráculo) enviando 50.000 hombres a través del desierto para que sometan a los habitantes de Siwa. Ninguno de los hombres vuelve. Hasta la fecha, siguen buscándose sus restos. Las tribus locales dicen ser sabedores de la localización de un grupo huesos bajo las dunas. Unos arqueólogos italianos en 2009 encontraron unos restos que se identificaron como persas, pero que desde luego no daban cuenta de un ejército tan descomunal. Heródoto, el historiador griego que viajó a la región y documentó lo que los nativos le iban contando, esgrimía que la probable causa de su desaparición era una tormenta de arena, y el hecho de que el viento que por allí sopla, el denominado Ghibli, pueda alcanzar hasta 200 kilómetros por hora, serviría de sustento a esta información. En 2014, un egiptólogo alemán encontró sin embargo un bloque bajo la arena que afirmaba que un rey rebelde había derrotado a los hombres de Cambises en el camino que lleva al oasis de Siwa. La teoría sería que los persas habrían mandado más tarde una expedición de castigo para someter al atrevido rey y, una vez conseguido esto, habrían ocultado cualquier testimonio escrito sobre la derrota, silenciado el hecho, e inventado la historia de la tormenta de arena para desviar la atención. Sólo nuevos descubrimientos podrán otorgarnos algunas certezas, o plantearnos más dudas.
Sigamos con la gente que visitaba al oráculo. El rey Creso viajó allí en persona y, tras popularizarse el culto a Amón gracias al poeta griego Píndaro, acudían emisarios políticos de toda la Hélade para consultar sus decisiones. También el filósofo Pitágoras, en su propósito de adquirir saber. Cuando el rey persa Cambises llegó allí, lo tomó como prisionero y lo llevó a Babilonia, donde incrementaría sus saberes a partir de los magos de la ciudad milenaria. El resto es historia de las matemáticas. Cuando Alejandro Magno le arrebata Egipto a los persas, por supuesto quiere saber qué designios tiene dispuestos el oráculo para él. Viaja por el desierto pero se pierde, y allí está a punto de finalizar la aventura de Alejandro. Sin embargo, dos cuervos aparecen y guían a sus hombres. Una vez en Siwa, pregunta y el oráculo le confirma como ser divino y legítimo faraón. Le vaticina que sí, dominará el mundo pero que, cuando lo logre, será durante poco tiempo. No parece que esto altere los planes de Alejandro. Como su ídolo Aquiles, escogería una gloria efímera antes que una larga vida al nivel rutinario de los hombres. Es curioso que tras la visita de Alejandro (a pesar de que el griego sólo heredaba la tradición de sus compatriotas, ya desde los tiempos de Hércules y Perseo, de consultarlo), el oráculo se considera menos fiable. Probablemente los egipcios consideraran demasiado conveniente su pronóstico. Aníbal Barca también envió mensajeros para saber cuándo vencería a Roma. En teoría le respondieron que no lo lograría, pero no sabemos si el mensaje fue alterado a posteriori, si el oráculo (como casi siempre) dio una respuesta ambigua, o si Aníbal decidió cabalgar sin tregua hacia su destino.
Más tarde, se dice que Cleopatra instaló allí una piscina para bañarse, aprovechándose de las aguas termales (aquí podéis ver las fotos, y de paso las del oasis; sin embargo, personalmente, prefiero la que se construyó la más divina de las faraonas en Hierápolis, hoy Pamukkale: os puedo constatar que sus aguas son muy agradables). Por otra parte, Augusto, siempre menos campechano, por lo visto mandaba allí a algunos de sus desterrados. El cristianismo, por lo visto, no consigue penetrar en el oasis, pero es el propio paso del tiempo el que hace caer en descrédito al oráculo. No sabemos cuál fue su última profecía o si, como ocurrió con Delfos, su último mensaje fue un grito de agonía.
Llegan los árabes, y los bereberes que transitan por la zona se convierten al islam. En el año 708, parece que el oasis resiste un ataque de un ejército musulmán. Sin embargo, parece que aquellas no son las épocas más gloriosas del oasis de Siwa. No se sabe muy bien en qué momento el enclave se convierte a la nueva religión. Un historiador egipcio prácticamente habla de una refundación a partir de casi cuarenta familias. Un documento del año 1203 las reduce para entonces a siete. Se supone, sin embargo, que durante el califato fatimí previo se construyó una fortaleza que le protegió de los ataques del mundo exterior. En todo caso, el número de habitantes acabaría aumentando hasta los 600. Aun así, la población debía de vivir aún más aislada que en el pasado, porque buena parte de nuestro conocimiento de la forma de vida de los residentes en esta región nos lo proporciona el recientemente descubierto Manuscrito de Siwa, en propiedad de una de las grandes familias de la zona, y que detalla un secreto único: la ciudad (que entró en el ámbito de influencia del Islam en una época en que la homosexualidad, por parte de esta religión, no estaba mal vista) celebró matrimonios entre hombres desde el siglo XII hasta XX. Por lo visto, los terratenientes de Siwa se esposaban con sus jornaleros (denominados zagala) hasta la edad de cuarenta años, y sólo entonces podían desposarse con mujeres. A lo largo del siglo XIX, el oasis fue abriéndose al exterior (o, mejor dicho, nuevos viajeros llegaron a él, incluyendo el primer europeo desde los romanos en 1792), y en 1819 el sultán otomano Mehmet Ali lo incorporó a Egipto, aunque no sin ciertas revueltas. Los matrimonios homosexuales, por otra parte, fueron respetados y, como dice Ana Sharife en este estupendo artículo, entonces como en el pasado había intelectuales musulmanes dispuestos a mostrar una visión más tolerante del islam respecto a otras menos flexibles que surgirían en épocas posteriores. Solamente en 1928 el rey Faruk de Egipto prohibiría estos enlaces, aunque se seguirían celebrando de manera extraoficial hasta los años 60. Siwa fue muy castigada por las guerras mundiales (los pobladores se refugiaban en la necrópolis romana), y aunque el ejército británico lo utilizó como base en la Segunda Guerra Mundial, el alemán Rommel llegó a ocuparlo hasta tres veces. El gobierno egipcio no se dio demasiada prisa en comunicar al lugar con el resto del mundo, pues la fragilidad tanto del ecosistema natural como el humano (allí viven los únicos 30.000 bereberes de Egipto) aconsejaban mantener el aislamiento.
Hoy día, sin embargo, Siwa es un lugar tan alejado. Desde los años noventa, una carretera lo comunica con el resto de Egipto. Además de la necrópolis romana, los restos del templo de Amón, una fortaleza medieval y los baños de Cleopatra, posee un lago salado (consecuencia de la explotación agrícola) en cuyo interior se abre una península que en su día fue una isla. Como colofón, en 2007 se encontró una huella fosilizada de un ser humano que pasó por allí hace un millón de años, la más antigua en el mundo documentada. El oasis de Siwa, que ha vivido tanto, en el fondo nos cuenta mucho sobre los orígenes y la forma de ser de todos nosotros. Quizás sea ya misión nuestra extraer el mensaje apropiado, y no malinterpretarlo, como hicieron muchos con las revelaciones del oráculo.
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