Lo que nadie supo en aquellos días caóticos, de inocentes ahogados en sangre, fue que Jesús murió y que María y José, padres inexpertos, se llevaron sin querer a otro infante. Sólo después se dieron cuenta y sólo años más tarde se lo comunicaron al niño, quien por fin lo supo. A partir de entonces, el muchacho fue muy consciente de a quién había usurpado el puesto, e hizo todo lo posible para arreglarlo, es decir, para estar a la altura. De hecho, probablemente, el hijo de Dios tenía otro plan. El sustituto, a su modo, y con exceso de éxito, lo hizo mejor.
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