Existen, que yo conozca, dos narraciones cinematográficas sobre la vida de la reina de Escocia María Estuardo, una protagonizada por Katherine Hepburn y otra por Saoirse Ronan. De ninguna he podido pasar de la primera media hora por puro y diáfano aburrimiento (lo siento, quizás había algo interesante detrás, pero yo me lo he perdido). Para construir este hipotético film que quiero diseñar sobre el papel (algo bastante más sencillo que recaudar el presupuesto y reclutar al equipo técnico), por tanto, partiríamos mejor de la biografía redactada por Stefan Zweig, la cual, si bien peca de un demasiado atrevido análisis psicológico del personaje, puede servirnos para nuestros propósitos. Empezaríamos con una escena crepuscular, con una María Estuardo de edad avanzada, encerrada en un castillo de Inglaterra, conspirando contra Isabel I (la reina Virgen) mientras el aristócrata que hace de carcelero debe combatir, como un progenitor ante una infante díscola, los ataques de rebeldía de ña escpcesa, contemporizando entre la reina cautiva a la que vigila, la reina Isabel que desde su trono mantiene a María Estuardo prisionera, y la mujer del aristócrata, que se dedica a participar de las intrigas entre las dos. Hacemos un flashback: vamos a la época en que María Estuardo, heredera del trono de Escocia, es casada con el delfín para convertirse en reina de Francia, y cómo la joven soberana -primero una niña, más tarde una lozana muchacha- disfruta de lo que serán los años más felices de su vida (allí, esplendor, boato, poesía de corte, madrigales y, por supuesto, la canción "To France" de Mike Oldfield incrustada en alguna parte). Así, en sucesivos flashbacks, iremos alternando la visión de la María Estuardo aprisionada, consumida por sus recuerdos, hablando con personajes reales (e imaginarios), con la observación de esos mismos protagonistas en el pasado, desplegando el grueso de su papel en el devenir de los acontecimientos. Narraremos cómo María Estuardo, tras la muerte del delfín, vuelve a Escocia, a ejercer el papel de reina que el destino le tenía prometido. Quizás sea ése el mayor problema (para el personaje histórico, no para la película), porque María, al contrario que los monarcas modernos, posee en su cabeza esa idea clásica de que el trono es suyo por herencia y por derecho, un designio divino y, por tanto, no acepta a nadie que se oponga a sus deseos, ni asume en ningún momento la posibilidad de que sus actos pongan en peligro su dominio. El problema es que María Estuardo (ahí la película debe realizar un fino retrato de los personajes) cuenta en la corte de Escocia con peligrosos enemigos que conspiran contra ella: nobles levantiscos y traidores, divididos por razones de religión, pero divididos, más aún, por razones de ambición y de búsqueda de poder y de riquezas. Contaremos como esta reina que consideraba que Escocia era un objeto de su propiedad apenas hace caso al gobierno del país, sino que se dedica a considerar en qué monarquía más poderosa podría ingrarse mediante matrimonio, abandonando si es posible esta tierra de tejidos bastos y de ovejas. Describiremos cómo dejaba el control de aquel territorio, repleta de hombres rudos y acantilados, en manos de calculadores validos. Expondremos como una batalla diplomática permite casarse a María Estuardo con un noble inglés aunque con cierto porcentaje de sangre azul, un hombre que en principio iba a constituir un tonto útil, pero del que María queda prendada nada más verlo. Seremos testigos de esa luna de miel diáfana, la llegada de un hijo y, más tarde, cómo el amor se torna en aborrecimiento y en odio. Dibujaremos entonces una nueva pasión, esta vez a manos de uno de los hombres fuertes de la reina, de los pocos que le permanecen leales en los atentados contra personajes de su entorno, el infame Bothwell. La reina, sin embargo, no atiende al carácter acaparador y falto de escrúpulos de su hombre, y está dispuesta a lo que sea por él: incluso a nombrarle rey. Pero antes, claro está, existe un obstáculo insoslayable: su propio marido. Contaremos cómo María Estuardo, como una lady Macbeth cualquiera, participa en el complot para asesinar al legítimo rey de Escocia y cómo, con rapidez, pretende casarse con Bothwell. Esta acción (y la ulterior revuelta de los nobles ante este atrevimiento, y frente a las sospechas de asesinato) será la que precipita la caída de María Estuardo. Claro que la reina no ayuda: sigue creyendo que es la soberana absoluta de Escocia, que los tiempos no cambian, que a los monarcas nunca se les deponen e, incluso, cuando los nobles la apresan, le espeta a un aristócrata, agarrándole del brazo: "Juro por esta mano que te haré colgar". Claro, para los jerarcas escoceses, éste es el mejor aviso de que no pueden dejar volver a gobernar a María Estuardo, y se inicia una larga secuencia de acontecimientos que acabarán con Bothwell huido y María encerrada en las cárceles de Inglaterra, sujeta a un farsa de juicio en el que ni siquiera puede declarar. Las que sí declaran son "las cartas de la arquilla", un conjunto de documentos que se encontraron en la residencia de Bothwell tras su huida, y que supuestamente constituyen la correspondencia que la reina mantenía con él. Estas cartas han sido siempre objeto de disputa: probablemente purgadas de aquellos textos que más inculpaban a los nobles escoceses, señalan a la soberana como una intrigante que comete adulterio y conspira contra su marido aunque, por otra parte, constituyen el único sustento para una cierta defensa de su figura, ya que justifican sus actos mediante el único sentimiento que admite una cierta disculpa: un ciego e incondicional amor. Mucho se ha discutido sobre la autenticidad de las cartas. Stefan Zweig defiende que no pueden ser falsas: entre otras cosas, porque contienen poesías en francés de alto nivel intelectual, y que ninguno de los brutos escoceses que intrigaban contra la reina podían haber redactado, ya que no contaban entre sus filas con un Shakespeare. Claro que aquí Zweig se olvida de una cosa, y es que la reina Isabel (quien ha sido y tomado parte en todos estos asuntos) sí que disponía de un Shakespeare a mano. Desconozco si las fechas históricas coinciden, pero empleando alguna licencia histórica propia del cine, y aprovechándonos de la falta de conocimiento acerca del personaje real (que podría ser cualquiera: yo mismo defiendo la teoría de que Shakespeare es en realidad Edward de Vere), podemos imaginar a la reina Isabel encargándole a William Shakespeare una falsificación a cambio de que éste vea en el teatro Globe de Londres triunfar sus obras, entre ellas un Macbeth inspirado en hechos reales. En todo caso, la relación con Isabel debe plantearse de modo ambiguo: por un lado, María Estuardo es su gran enemiga, su némesis, contra la que trabajará incansablemente. De otro, es una reina, como ella, su igual, e Isabel debe defender que la figura de los monarcas (incluso en esta cambiante Edad Moderna) es inmutable, y que no merecen castigo por sus acciones. En la parte final de la película, podemos hacer que por primera vez se crucen las dos reinas, envejecidas, las únicas sobrevivientes de un mundo donde han ido muriendo amigos y adversarios: al final, ha desaparecido tanta gente, que las viejas rivales son las únicas en las que mutuamente pueden confiar en a un mundo transformado, ya que sólo se tienen la una a la otra. De esa manera, Isabel puede perdonar a María Estuardo el hecho de que, de manera probada, durante una conspiración, haya intentado matarla. Mientras, María Estuardo será capaz de obviar que Isabel se ha entrometido en cada apartado de su vida y de su reino, incluyendo una trama para obligarla a ordenar a sus espías la muerte de Isabel, excusa que la soberana inglesa estaba buscando para tener la oportunidad de cortarle a la reina escocesa la cabeza. La verdad es que la película tendría de todo: habría una escena (extraída de la realidad) donde una Estuardo cautiva sería paseada a lo largo de un pequeño pueblo escocés, donde la hostil multitud la escoltaría amenazante al grito de "¡Ramera!"; habría otra en que los nobles escoceses entrarían en los apostentos reales para matar a su supuesto amante, el italiano Rizzio, y mientras él se agarraba angustiosamente a una silla, un soldado le cortaría los dedos para llevarle lejos de la presencia de la soberana, y poder ejecutar así la sentencia de muerte. Habría ocasiones en que Estuardo chalanería con la única carta que posee para negociar, que es con ella misma y su posibilidad para el matrimonio, y un pasaje angustioso (perdón, olvidaba que estábamos en el cine: un escenario) en el que María Estuardo, en el dormitorio de su segundo marido, al que está convenciendo para que caiga en una trampa mortal de la que él no sospecha, le escribe una carta a su amante Bothwell para decirle que considera abyecta la traición que está efectuando, pero que lo hace porque está totalmente sometida a la pasión que Bothwell ejerce sobre ella. Se podría introducir (aunque tal vez veladamente, pues ese hecho no está confirmado) la imagen de un aborto del hijo que Bothwell tiene con la reina y, desde luego, habría un momento muy impactante en el que Estuardo -cuando ya da por seguro que la van a condenar a muerte a ella y a sus partidarios- auxilia en el instante de dar a luz la esposa de uno de sus secretarios: dos mujeres, de distinta condición ambas, pero unidas por la sororidad frente a un hecho que comparten féminas de todas las clases sociales. Estuardo ayudando a dar vida, cuando ya es consciente de que se haya muy cercana la muerte: de qué mejor climax podríamos disponer. Tengo dudas respecto al final: está claro que habríamos de incluir la muerte por decapitación de María Estuardo, pero no sé si debería mostrarse un fundido en negro o una cámara desenfocada en el momento de la ejecución (sí narraríamos, con gran dramatismo, cómo ella y sus sirvientas rezan en latín mientras un clérigo protestante lo hace en inglés, mostrando cómo hasta el final de su vida se enfrentaron la iglesia católica y la anglicana) o, si en cambio, deberíamos incluir las más cruentas imágenes de su fallecimiento, con dos hachazos fallidos, el verdugo agarrando la cabeza de los cabellos y quedándose en la mano con la peluca, la cabeza de María Estuardo rodando por el suelo, y el perro de la reina arremetiendo con saña, como único defensor de su fallecida ama, frente a los verdugos. Por supuesto, en algún momento habría que hacer mención a la cobardía de Isabel, que pretende hacer creer al mundo que ella no ha ordenado la ejecución y que se trata tan sólo de un error burocrático, cosa que le cuesta la carrera a alguno de sus funcionarios más ingratamente pagados y obedientes. Y, como colofón, mostraríamos cómo al final ambas reinas han acabado muy juntas, la tumba de una próxima a la otra, en la abadía de Westminster, sucedidas ambas dos por un Jacobo VI al que le dan igual todas las viejas redes conspirativas y sólo pretende reinar: tanto esfuerzo, tanta tragedia, tanta ambición (cabría decirse, "polvo eres y en polvo...", etcétera, etcétera), para nada. En fin, María, está claro que tu vida da para una película. Lo que no tengo muy claro si la que mejor podría representar tu trayectoria sobre esta tierra se ha filmado ya.
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