Un relato recuperado de un formato que se perdió, para que lo podáis disfrutar de nuevo. Un saludo,
LCD Vidriera
Este
humilde homenaje a Cervantes, en al año del V Centenario del Quijote,
está basado en su novela ejemplar “El
licenciado Vidriera” y en su protagonista Tomás Rodaja,
y dedicado a la ciudad de Salamanca,
inspiradora
de tantas buenas historias.
La
chica se colocó en su lugar asignado en el autobús. Normalmente no hubiera reparado en su compañero de asiento, de no
ser porque el libro que el chico tenía entre manos le trajo a la mente buenos
recuerdos.
-¡Anda!,
¿estás planeando ir a Italia? Porque yo acabo de volver de allí.
Tomás
levantó la vista del libro y le sonrió. “Pues no es feo, después de todo”, se
dijo la muchacha a sí mismas.
-La
cosa es que yo también acabo de volver –dijo él-. Estoy repasando algunas
anotaciones que hice en mi guía de viaje.
La
joven intentó sacarle más conversación al chaval, pero éste se mostraba
renuente a intercambiar más de dos palabras. Ella se mosqueó. En sus tiempos de
Erasmus en Italia, no solía ocurrir que los chicos se rehuyeran la conversación.
-Perdona
–se disculpó él, intuyendo la sensación que estaba provocando en su compañera-.
Anoche no dormí mucho y ando un poco despistado. Lo malo es que ni siquiera
consigo conciliar el sueño.
-Ah,
por eso no te preocupes –dijo ella-. Tengo aquí una pastilla para ayudar a
dormir.
Tomás
la contempló con aire de desconfianza.
-No
es nada malo –le aclaró ella-. Te ayudará a echar una cabezadita las dos horas
que dura el viaje a Salamanca. Venga, confía en mí.
<<Con
un poco de suerte, te hará abandonar un poco ese aire de seso que
tienes>>, se dijo a sí misma la chica, sacando aquellas pastillas de
colores que tanto furor hicieron en su etapa de Erasmus.
Tomás,
finalmente, accedió a tomar la píldora. Al poco tiempo, notó cómo iba
haciéndole efecto y, ayudado por el influjo del sol y del traqueteo del
autobús, cayó rendido en brazos de Morfeo…
El problema fue cuando se despertó. La chica
del asiento contiguo no estaba al lado, pero eso al muchacho, ante las nuevas
circunstancias, le resultaba irrelevante. La sensación que experimentaba era
difícil de describir, pues nunca había sufrido un cambio de consistencia a
nivel de estructura molecular, y le hubiera resultado complicado expresarlo,
incluso aunque fuera consciente de en qué consistía aquello exactamente. Pero
sí que le daba la impresión de ser más ligero, incorpóreo, más “líquido”, por
decirlo de alguna manera. El susto se lo llevó al darse cuenta, primero, de que
no necesitaba las gafas para ver (de hecho, éstas habían desaparecido) y, segundo,
de que sus manos se habían vuelto transparentes, con algún leve toque
iridiscente que le permitía contemplarse los dedos o las muñecas y evitaba que
(pese a la aparente desaparición de sus ropas) todo su cuerpo se hubiera vuelto
invisible a sus propios ojos. Tomás se estremeció: se había vuelto de cristal,
o más bien, del mismo vidrio que conforma las pantallas LCD o las de los
móviles. Y lo más sorprendente de todo es que parecía que nadie se había dado
cuenta. Cuando se detuvo el autobús, salió de manera normal, como con el resto
de la gente, y de hecho, al tratar de decirle algo al conductor, éste le
despachó con un bufido de desagrado, como si le estuviera robando un tiempo
precioso. Así que Tomás se mantuvo obediente en la fila, por eso de que las normas
de educación dicen que no debes molestar al resto del mundo, ni siquiera aunque
te estén clavando un puñal por la espalda.
Sin embargo, una vez salió al
exterior, no pudo contenerse. Se lo vociferó al primer grupo de personas que
encontró en la calle:
-¡Me he convertido en cristal!
Un anciano fue el primero que le
replicó al respecto:
-¡Deje ya de dar gritos!¡Y
apártese de ahí en medio, ocupando la calle!¡Habráse visto! Esta juventud…
No obtuvo ninguna reacción más,
aparte de una señora que, después de contemplarle un momento, sacó un pañuelito
y le limpió un poco la superficie a la altura de las mejillas. No conforme con
el resultado, aplicó al pañuelo algo de salivilla, y prosiguió frotando
constante a pesar de las protestas de Tomás. Luego, cuando se quedó satisfecha
acerca de cómo de limpio había quedado, se marchó de su lado, sin mediar
palabra.
Probó algo distinto en el centro
de la ciudad, con un grupo de estudiantes.
-¡Me he convertido en cristal!
Un estudiante con gafitas
levantó la vista de su libro.
-No, caballero, se equivoca
usted: a nivel molecular, está usted claramente hecho de vidrio.
Y volvió la vista hacia su
texto. No obstante, un par de jóvenes se le acercaron.
-¡Anda, si es verdad!¡Parece
como la pantalla de una tablet!
Los chicos empezaron a
toquetearle la cara. De repente, vívidas imágenes de colores aparecieron en su
frente, con si se tratara de la parte frontal de un smartphone o un ordenador. Tomás
vivía todo esto con desconcierto porque, aparte de que no le agradaba nada que
deslizaban el dedo por su frente, el hecho de ser transparente permitía que
viera lo que estaba escrito, aunque fuera del revés.
-¡Ahí va!¡Si es mejor que un
móvil!-exclamó uno de los jóvenes.
-¡Yo quiero ver un vídeo de
gatitos!-rogó la chica.
Para desgracia de Tomás, el
muchacho le hizo caso y, de repente, a la altura de su estómago, se
materializaron las figuras de dos cachorros de gato jugando, pero que para Tomás
eran tan reales como si estuvieran dentro de su vientre. Tanto que, incluso,
podía sentir los arañazos.
-¡Ey!¡Aquí hay una carpeta de
fotos!-exclamó un tercero que se había añadido al grupo, y al apretar en el
pecho de Tomás, comenzó a desplegar imágenes que Tomás reconoció como recuerdos
en su cabeza.
-¡Oye, deja eso!-exclamó el
centro de atención de lo que estaba volviéndose un corro en torno suyo. Tomás
pasó rápidamente la mano por su propia piel (el tacto era frío y delicado),
consiguiendo que se cerrara de golpe la carpeta.
-¿Qué más cosas puedes hacer?-le
preguntaron.
Y lo cierto es que Tomás también
se lo preguntó.
Junto a Tomás empezaron a
agruparse numerosos transeúntes, curiosos, preocupados, divertidos o que,
simplemente, buscaban averiguar alrededor de qué se reunía tanta gente. Entre
todos, comenzaron a explorar las posibilidades.
Por supuesto, una de las
primeras aplicaciones fue emplear a Tomás como proyector humano: frente a una
fachada de un colegio religioso, que sirvió de pantalla, Tomás desplegó varias
películas, desde comedias a historias de acción y aventura, que sembraron las
delicias del público que allí se congregó (desde gente joven hasta ancianos,
pasando por sesudos críticos de coderas y gafas de pasta), el cual, entre
helados, globos de colores y puestos improvisados de comida, vivió aquel episodio
como una fiesta.
Tomás empezó a pasear por
Salamanca. Allí, puso en marcha los altavoces que había descubierto que venían
acoplados con su nueva condición y, tirando de enciclopedias digitales, se puso
a realizar un recorrido turístico por la ciudad. Extranjeros, visitantes,
ciudadanos locales y simples curiosos le siguieron mientras Tomás desgranaba
detalles de interés alrededor de la Catedral, la Clerecía, la Casa de las
Conchas y, por supuesto, la fachada de la Universidad, donde un preciso enfoque
y una ampliación adecuada ayudaba a los más despistados a encontrar a la
escurridiza rana.
Penetró en la universidad y
allí, gracias a sus recién adquiridos poderes, pudo realizar proyecciones en
3D, en medio de los pasillos, de los conceptos más difíciles de desentrañar
para los estudiantes. Algunos vetustos profesores le contemplaban con
desconfianza por encima de sus gafas, pero a aquellos de miradas más
avinagradas, Tomás les respondía proyectando justo a su lado una caricatura
casi perfecta, lo cual provocaba el regocijo de los jóvenes universitarios.
Se marchó al puente romano y,
sobre él, recreó las figuras de las legiones del César, Unamuno o Fray Luis de
León, todos cruzando por encima de la construcción centenaria mientras, en las
riberas del Tormes, se podía divisar la figura del pícaro lazarillo. En el huerto
de Calixto y Melibea, exhibió una representación de la historia de los amantes.
Más tarde, en la Plaza Mayor, organizó un festival de juegos, donde el
particular ejército que ahora le seguía se divirtió entretenida con
holográficas representaciones gigantes del Candy Crush, Angry Birds y otras
aplicaciones de moda.
Luego, aquella troupe
improvisada tuvo hambre, y Tomás se los tuvo que llevar de pinchos, buscando en
su memoria digital los locales más recomendados por las distintas aplicaciones
y redes sociales. Él no necesitó comer (tan sólo solicitó que le cargaran
mediante una batería), pero mientras el resto devoraban hornazo, chanfaina,
embutidos y viandas varias, él colocó un video de fondo con algunas de las
escenas más divertidas de aquella mañana.
Por la tarde, les entró el
sueño… Tomás, a pesar de encontrarse hecho de vidrio, también lo sintió en los
párpados. Una anciana señora salmantina accedió a meter a mucha de la gente que
le acompañaba en su casa, prestándoles las camas, los sillones e incluso la
ducha de su casa en el caso de que alguno la requiriera. Tomás durmió una
placentera siesta enfrente de un amplio ventanal desde el cual podían
contemplar los tejados de una buena parte de Salamanca, con aquel color tan
característico de la piedra, mientras los nidos de cigüeñas parecían hallarse a
punto, por sí mismos, de echar en cualquier momento a volar…
Por la tarde, siguió el
movimiento. Paseando, Tomás se encontró con el famoso violinista de la plaza
del Liceo, y entre los dos, montaron una improvisación, uno con su violín, y
Tomás con música de trombones, platillos y una inmensa orquesta que parecía
hallarse allí mismo en plena representación. Al final del número, los dos
recibieron el aplauso del público allí presente, se dieron la mano, y Tomás
prosiguió su camino.
El culmen final de la
celebración de aquel día tuvo lugar en el parque de la Alamedilla. Allí, bajo
la luz del atardecer (y más tarde la de la luna), Tomás proyectó en el cielo
reflejos iridiscentes de textura acuosa, bellas imágenes que se entrecruzaron
con el sol del poniente y, cuando cayó la noche, un fastuoso espectáculo de
fuegos artificiales. Cuando éstos cesaron su retumbar exaltado, en medio de una
gran explosión de luces y aplausos, Tomás, profundamente conmovido ante el
reconocimiento de toda la gente que había a su alrededor, no pudo evitar
encender el altavoz que su nueva condición traía aparejada consigo y proclamar.
-Este día ha sido maravilloso… A
lo largo de esta jornada he compartido con vosotros vídeos, fotos, archivos de
distintos tipos… y especialmente, recuerdos. Y he aprendido una cosa. Lo más
importante de la tecnología no es su capacidad: no es que podamos llegar más lejos,
más alto, con más píxeles. La clave es cómo nos conecta y nos hace compartir
cosas. Gracias a un teléfono móvil, somos capaces de poner en contacto a un
señor mayor de Francia con una joven adolescente en la India, y pueden
descubrir que sus problemas, sus preocupaciones, sus sueños, son los mismos y
deben trabajar en ellos en un frente común. Gracias a haberme convertido en
vidrio, he podido tener más empatía con las personas de carne y hueso. Como
digo, si hay algo que he aprendido, es que lo mejor de los sistemas de
comunicación que tenemos no son las máquinas: sino cómo nos permiten acercarnos
a las personas. ¡Muchas gracias a todos por estar ahí!
Y el público, que a lo largo del
discurso se había hecho uno con él, prorrumpió en una larga ristra de aplausos…
El ruido le despertó. Lo que
Tomás había confundido con ovaciones eran, en realidad, los escopetazos
procedentes del tubo de escape del autobús. Tomás trató de bajar el volumen,
pero se dio cuenta de que no tenía capacidad para hacerlo. Se miró entonces las
manos: nada, completamente normales. Volvía a ser de carne y hueso, como fue en
un principio. Tomás levantó la vista y observó que la chica que le había dado
la pastilla ya estaba fuera del autobús. Apremiado por el conductor, que quería
marcharse a su casa, Tomás finalmente se levantó y abandonó el vehículo. No lo
hizo sin cierta renuencia.
Una
vez abajo, Tomás seguía sintiéndose confuso. Después de tanta actividad
desplegada en el sueño, le costaba volver a la normalidad. Aún sin las fantásticas
propiedades de las que se había visto poseedor tan sólo unos minutos antes,
creyó que podría emular aquella sensación en parte. Intentó llamar la atención
de un chico que se encontraba concentrado de manera absorta en su móvil.
-Oye,
perdona…
El
chico levantó la vista, le contempló como si fuera un marciano, y volvió de
nuevo a su caminata, sin haber despegado los ojos más de un par de segundos del
aparato.
Tomás,
sin embargo, no se desanimó. Volvió a tratar de hacer de guía improvisado
delante de los monumentos de Salamanca. Pero esta vez, sin efectos especiales
de por medio, casi nadie le prestó atención. Un par de guías, incluso, le
reprocharon que les hiciera la competencia. Tan sólo unos pocos niños se
interesaron por las cosas que contaba, y trataron de jugar con él para ver
quién encontraba antes la rana. Pero las madres de dichos niños les llamaron
rápidamente a capítulo, con un “no juegues con ese señor tan raro que le habla
a todo el mundo”.
-Porque…
si pudierais ver el mundo tal y como lo veo yo –se arrancó en un ataque de
sinceridad desesperado Tomás, a todo el mundo y a ninguno en concreto-. Un
mundo conectado, donde todos nos preocupamos de los que nos pasa a todos, donde
podemos compartir todas las cosas maravillosas que tenemos a nuestro alrededor…
La
gente que se había quedado parada al observarle arrancar aquel improvisado
discurso permanecieron sin pestañear durante unos segundos. Luego, volvieron a
sus ocupaciones, como si nada hubiera ocurrido. Alguno, incluso, le arrojó una
monedita antes de definitivamente marchar. Tomás se quedó solo.
Luego,
tras un suspiro, agachó la cabeza y retornó sin una palabra más a su antigua
vida.
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