Dedicadas a Eduardo Galeano (XX): un concierto inesperado.
Fue muy curioso: cuando detuvimos el coche por una avería en mitad de la carretera, al lado de un claro del bosque, y mi padre (como era habitual en él) enchufaba la música clásica a todo volumen mientras reparaba el motor del coche, un grupo de ciervos se acercaron y quedaron parados, con mirada curiosa, aparentemente extasiados por la poderosa voz de Pavarotti haciendo sombra a los gorjeos de los pájaros. Permanecieron en esa guisa, hasta que finalmente nos marchamos.
Mi
padre se regocijó, orgulloso:
-Por
fin encuentro alguien que sabe apreciar la música que pongo –dijo orgulloso, y
complacido, subió aún más la música, sin importarle los gritos que nosotros
pudiéramos tronar...
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