Formas de
cariño
A pesar de todo, él le quería. A
pesar de las ojeras. De la palidez pronunciada. De los signos de desgaste,
evidentes en sus ojos. Aún así, el cachorro de gato le tenía en gran estima.
Sentía debilidad por aquel niño humano, y mira que es difícil que un felino le
pille cariño a un ser de otra especie. Pero habían permanecido juntos desde el
nacimiento del cachorro, y el niño le había cuidado, acariciado, calentado a lo
largo de aquellos tiernos y juguetones meses de existencia, transcurridos la
mayor parte de ellos entre las paredes de esta casa. Por eso, el gato sintió
una punzada de dolor cuando el niño, con muestras ineludibles de que Dama
Muerte andaba tras él, se acercó a su mascota y le levantó entre abrazos.
-No te preocupes, gatito. Yo voy a
quererte siempre –expresó el niño, y no pudo evitar una lágrima-. Yo estaré
siempre contigo. Nunca te abandonaré.
El minino tampoco pudo reprimir un
temblor de rabia e injusticia.
Cuando llegó el aciago día, el gato lo
sabía desde por la mañana. Al cabo de unas pocas horas, ya todo estaba
dispuesto: el diminuto féretro, al fondo del cual no era capaz de verse (y a
pesar de ello, todos sabían que estaba ahí) el cadáver del chiquillo, se
encontraba allí, en el salón, con la tapa levantada. El cachorro podía
observarlo desde su posición privilegiada sobre la mesa, donde ronroneaba
sigiloso entre viejas fotos de familia e inútiles adornos cubiertos de polvo. A
su lado, unos cuantos humanos que reconocía como los familiares del fallecido
parlamentaban entre sí:
-¿Estás seguro que debemos hacerlo?
-Seguro –afirmaba rotundo uno de los
hombres-. Él lo pidió expresamente antes de morir. Fue su último deseo.
Y, nada más decir esto, en un
movimiento preciso, agarró al gato de su menudo cuerpecillo y, contra su
voluntad, lo introdujo dentro del féretro, encima del cuerpo.
Lo último que vio el gato con sus
ojos, mientras trataba con desesperación de desplazarse hacia arriba, fue la
tapa del ataúd cerrándose sobre él.
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