lunes, 15 de abril de 2019

El relato rescatado de abril: "Un día en la otra España"

Este relato lo publicamos en su día como parte del fanzine Fragmentos de Tinta y, ahora que éste no se halla en funcionamiento, lo rescatamos. Una demostración de que podría haber otras formas de España posibles (ahondaremos a lo largo de este mes en esta hipótesis), algunas peores, y otras para bastante mejor. A los que lo descubráis, espero que os guste, y a los que ya lo conocíais, mirad si os animáis a una segunda lectura, la cual siempre es un placer para los buenos textos. Un saludo.

Un día en la Otra España

               El chico (joven, moreno, con una perilla incipiente que sin embargo se empeñaba en crecer demasiado despacio) tardó unos segundos en reconocer aquellas figuras que le saludaban mientras agitaban el cartel donde se encontraba escrito su nombre.
               -¿Clara?-interpeló a la chica que se le acercó y que le estampó a continuación dos sonoros besos en las mejillas.
               -Oh, vaya, creo que he sido demasiado entusiasta. Bueno, ya te acostumbrarás al saludo español –se disculpó la muchacha entre risas-. Por cierto, éste es mi padre, Carlos. Papá, éste es Vormak.
               -Hola, Vormak –respondió con un fuerte apretón de manos el padre de Clara a la tímida sonrisa del estudiante extranjero-. ¿Vamos al coche?
               En unos pocos minutos estaban montados en el vehículo y saliendo del aeropuerto Juan de la Cierva-Madrid Barajas. Dejaron atrás las ondeantes banderas rojas y amarillas. El padre de Clara trató (mientras conducía) de animar la conversación.
               -Vormak, mi hija me ha dicho que durante tu estancia aquí tienes que hacer un trabajo sobre la historia de España.
               -Sí, señor –respondió muy educado el estudiante-. Forma parte de nuestro programa de intercambio.
               -¿Y ya tienes pensado más o menos en qué época te vas a centrar?
               -Pues en realidad…
               Pero el estudiante se quedó callado al observar un enorme cartel de publicidad a un lado de la carretera. “Vota a Felipe”, rezaba el eslogan que se situaba al lado de un sonriente rostro.
               -¿Ése no es…?
               -Sí. Exacto –le aclaró Clara-. El heredero Borbón. Se presenta este año a primer ministro. El apellido no lo pone porque, bueno, trae malos recuerdos. Ya sabes que les expulsamos después de que Fernando VII tratara de abolir la Constitución hace doscientos años. Y, bueno, su padre sí consiguió ser primer ministro durante un tiempo, pero le salieron unos temas de corrupción y no salió reelegido. Por eso, ahora que su hijo se presenta, trata de no llamar demasiado la atención acerca de sus orígenes.
               -¿No teméis entonces que si los Borbones se quedan mucho tiempo al frente del gobierno –preguntó Vormak con un leve acento propio de su país-, intentarán disputarle el trono a la dinastía de los Saboya?
               -¡Uy, hijo, por eso no te preocupes!-se rió a mandíbula batiente el padre de Clara desde el asiento del conductor-. Primero tendríamos que elegir entre monarquía y república, algo sobre lo que aquí siempre ha habido mucho debate. De hecho, supongo que ya sabrás que, desde la última reforma de la Constitución, es un tema para el que alguna vez se han conseguido las suficientes firmas como para votarlo en referéndum, aunque todavía no hemos podido ganarlo. En el último, hace ya bastantes años, faltaron unos cuantos votos, pero seguramente para el siguiente... Además, no hay que asustarse con los Borbones. Si no nos caen bien, o si intentan hacer algo raro, ya les echaremos. ¡Si pudimos mandar a Aznar de vuelta a los rediles!
               Clara le dirigió a su padre una mirada reprobadora. No quería que la gente con la que Vormak se cruzase en España hiciera con demasiada frecuencia chistes acerca de temas sobre los que el estudiante de intercambio no entendiera demasiado, y se sintiera por tanto desplazado de la conversación. Y los asuntos de política interna eran precisamente del tipo de los que un extranjero, por muy experto en Historia que fuese, no tenía por qué saber nada. Sin embargo, cuando Vormak se acercó a Clara y le cuchicheó al oído una pregunta, la naturaleza de ésta le sorprendió:
               -¿Qué es eso de “mandar a los rediles”?
               La chica se sonrió.
               -Ah, jeje. Significa “mandar a alguien de vuelta al lugar de donde procede”. Es una expresión sobre un espectáculo que solía haber en España hace ya más de un siglo. Ya casi nadie recuerda el origen de esa frase.
               El vehículo iba adentrándose poco a poco en las más profundas entrañas de la ciudad de Madrid. Vormak admiró especialmente el intenso color azul del cielo.
               -Me habían dicho que los cielos de Madrid eran muy hermosos. En mi país, las grandes ciudades suelen estar muy grises por la polución.
               -Bueno, en eso aquí tenemos bastante suerte –respondió Clara-. Lo que sí hay es mucha contaminación lumínica, así que cuando mis padres y yo queremos ver las estrellas por la noche, nos vamos fuera de la ciudad, a la orilla del río, y allí plantamos el telescopio. Si te apetece, podemos ir por ahí alguna noche de éstas.
               Pasaron entonces al lado de un inmenso complejo hospitalario.
               -Éste es el Ramón y Cajal. Cubre toda esta zona, la parte situada en el este de la ciudad. Por supuesto, espero que no tengas que venir aquí nunca, y si te pasa algo te llevamos, pero por si acaso, luego te indico cómo llegar en transporte público desde nuestra casa. Está bastante bien comunicado. Todos los hospitales están bastante bien comunicados en general.
               -¿No habría problemas con eso de que soy extranjero?
               -Bueno, seguramente nos harían rellenar bastante papeleo, pero al final seguro que se acabaría solucionando.
               Llegaron por fin a la casa de Clara. Allí, tuvieron el tiempo justo para dejar las maletas y dirigirse inmediatamente a la universidad para que Clara pudiera aprovechar alguna de sus clases, y que de paso Vormak tuviera su primer contacto con la facultad. A la entrada del edificio, el padre de Clara detuvo muy brevemente el coche para permitirles salir.
               -Nos vemos esta tarde, ¿de acuerdo?-le mandó una última sonrisa a Vormak. Éste le respondió con un gesto de agradecimiento.
               -Oye, ¿en qué me has dicho que trabajaba tu padre?-le preguntó el chico a Clara, una vez su progenitor se hubo alejado.
               -Es profesor aquí, en esta misma facultad –le respondió ella.
               -Vaya. Y, ¿siendo él profesor, te resultaría entonces más fácil quedarte en la universidad?-inquirió curioso Vormak.
               Clara se rió.
               -Bueno, supongo que podría intentarlo. Pero me parece que, si yo no doy la talla, daría un poco lo mismo. No creo que simplemente con tener un familiar dentro fuera suficiente. Suelen ser muy rigurosos con esas cosas.
               Clara le condujo por los pasillos de la facultad, realizándole una corta visita guiada a través de la misma, hasta finalmente llegar al aula que les correspondía.
               -En realidad, como vas a comprobar, no es exactamente una clase de historia. Pero la verdad es que es una de mis favoritas. Ahora verás por qué.
               El profesor de la asignatura se ajustó las gafas mientras los alumnos terminaban de sentarse.
               -Se supone –comenzó- que yo tenía que impartir la clase de hoy acerca los poetas de la generación del 27. Pero como creo que no hay nada mejor que aprender directamente de las fuentes, quiero compartir con vosotros el inmenso privilegio que yo mismo disfruté al recibir una lección, en el año 69, por parte del profesor Federico García Lorca. Se conserva un vídeo de esa sesión, que es el que os voy a poner a continuación.
               Y los estudiantes, durante cincuenta etéreos minutos, escucharon, arrebolados, el discurso pausado y cautivador del poeta, como si éste no se fuera a interrumpir jamás…
               Cuando terminó la clase, Clara acompañó a Vormak a un bar para tomar algo. A la entrada se encontraron con un chico alto y de pelo castaño.
               -Vormak, éste es Marc, mi novio.
               -Qué tal, Vormak –nuevo enérgico apretón de manos-. ¿Entramos?
               Se sentaron en una mesa y pidieron las bebidas.
               -Vormak, Clara me ha contado algo de ti, pero no sé si me acuerdo de todos los detalles. ¿No te importará que te haga algunas preguntas?
               -No, qué va, al contrario –respondió Vormak-. De hecho, yo quiero hacer siempre un montón de preguntas y me da cierta vergüenza, así que si me preguntáis vosotros, de esa manera no me siento tan mal –explicó Vormak con una tímida sonrisa.
               -Estupendo. Entonces, ¿cuál es exactamente la institución que financia tu estancia en España?
               -El Ministerio de Educación. El de aquí, el español. Es parte de un programa de intercambio. Así, Clara podrá visitar mi país durante un tiempo.
               -Tiene unas ruinas fantásticas –le aclaró Clara a Marc-. Va a ser estupendo poder echarles un vistazo. Y de paso, hacer unos cuantos viajes por ahí –se rió.
               -Sí, las ruinas son lo único que nos queda en pie –bromeó con algo de humor negro Vormak-. Somos un país muy pobre. Nada que ver con esto. Me he quedado maravillado al observar todos los libros que había en la biblioteca de la facultad. Y es verdad que la beca que he recibido es muy generosa.
               -Yo también estudio con beca –compartió Marc-. Y menos mal, porque con lo cara que es Madrid, si no, no podría estudiar aquí.
               -¿Y, con la crisis –inquirió Vormak-, no han recortado las ayudas?
               -No, qué va –Marc contempló extrañado a Clara mientras lo decía, como si le hubieran preguntado por un extraterrestre-. De hecho, creo que las han aumentado un poco.
               -De todas maneras –explicó su novia, tratando de proporcionarle un poco de contexto al asunto-, me parece que la crisis no ha afectado tanto a España porque, como hay mucha inversión en investigación, no se ha metido tanto dinero en burbujas inmobiliarias como en otros países, y por eso hemos resistido más o menos. Aún así, siempre hay discusiones sobre la forma en que se intentan solucionar los problemas. El gobierno actual se llevó un buen golpe en las últimas elecciones porque se le reprochaba haber tardado demasiadas semanas en tramitar una ley para proteger a los que ya no podían pagar su casa. Así que, como ves, en todos lados tenemos problemas.
               -Buf, pero no creo que sea igual que en mi país –respondió Vormak-. Allí, sentimos que todos los que tienen cierto poder (los políticos, los empresarios con dinero) son tan sólo una élite que se protege a ella misma, y que el pueblo no cuenta para nada.
               Clara y Marc se miraron entre sí como tratando de coordinar la siguiente explicación.
               -Bueno –Clara elevó las manos hacia adelante-, no te creas que aquí todo es perfecto. Hemos tenido nuestros fracasos como país, y existen personas que viven mejor que otras, y también hay muchas cosas que serían mejorables. Pero (y creo que esto es producto de nuestra historia) pienso que hemos aprendido que no puede irte muy bien cuando sólo un pequeño número de personas concentra todo el poder. Por eso, yo creo que los gobernantes son conscientes de que es su obligación escuchar al pueblo, y existe la sensación de que, si las cosas que tú pides son razonables, tarde o temprano, a través de mecanismos de participación ciudadana o de otros tipos, se terminarán más o menos por conseguir. En general, el gobierno sabe que si la mayor parte de la sociedad está descontenta le terminarán echando, por eso trata de beneficiar a toda la gente posible.
               -En mi país a veces dicen que intentan agradar a todo el mundo y lo llaman “consenso” pero, normalmente, sólo sirve para que se haga lo que mandan los mismos de siempre.
               -Ja, ja, es una manera de verlo –se rió Marc-. De todas maneras, en España tenemos algo de complejo por nuestro pasado respecto a la forma en que se han impuesto las cosas desde arriba, con eso de la Inquisición y todo ese tipo de asuntos. Así que ahora se procura respetar mucho a las minorías –expresó Marc con un leve deje catalán-. Que, por cierto, hablando de minorías, Clara, tenemos que hablar de eso de pasar las vacaciones en ese pueblo tan minúsculo en la montaña.
               Lo que siguieron entonces fueron un par de minutos de calmada discusión en español que luego dieron paso a otros pocos y más intensos minutos de discusión en catalán. Vormak no entendió la última parte, pero sí que Clara se enfadaba y se disculpaba (ya en castellano) para ausentarse un momento al baño. Marc le pidió disculpas a Vormak:
               -Perdónanos: nos conocimos en mi tierra y por eso, cuando discutimos, hablamos en catalán entre nosotros.
               Vormak, que se sentía muy agradecido con ambos muchachos por haberle acogido de manera tan amable y considerada, trató de congraciarse con Marc con el comentario que pensó que (en su experiencia) mejor encajaría para la ocasión:
               -¡Mujeres!¡Están todas locas!
               Pero entonces constató que la mitad de las personas que se hallaban presentes en ese bar eran mujeres, y que tanto ellas como los clientes masculinos habían respondido a su comentario enarcando una ceja. Aunque lo peor era que Marc también.
               -Haré como que no has dicho eso, porque como te oiga Clara… -le advirtió con gesto que trataba de no ser muy severo, y por ello resultó más doloroso todavía.
               Para cuando la chica acudió de vuelta, sin embargo, el ambiente se volvió algo más distendido, y Vormak pudo ocultar su vergüenza debajo de otras conversaciones menores.
               Por la tarde, Clara se llevó a Vormak a otra de sus asignaturas.
               -En esta hora suele haber mucho debate. Son unas clases muy participativas.
               De hecho, en esta ocasión se enfrentaban dialécticamente dos alumnos. Vormak todavía no entendía muchas cosas acerca de España, pero pudo distinguir claramente una postura más progresista, y otra en cambio más conservadora:
               -En este país hemos sido siempre demasiado buenos. A veces, hemos pecado en exceso de ingenuos…-proclamaba un estudiante engominado.
               -Nunca se le proporciona espacio suficiente a las otras alternativas. Nos dejamos llevar por la autocomplacencia y, en cambio, queda todavía mucho por hacer…-argumentaba un alumno con largas patillas y gafas.
               Vormak salió del encuentro muy sorprendido.
               -Te tendría que haber explicado –dijo Clara-. Aquí, en España, podemos ser muy intensos en los debates.
               -No, qué va –respondió Vormak-. Me ha sorprendido que se pueda hablar de temas tan controvertidos así, dialogando, sin llegar a decir barbaridades. En mi país tenemos aún muy reciente la guerra civil, y alguna vez que se habla de ello, las emociones saltan a flor de piel porque hay gente cuyos parientes han muerto en la guerra y cuyos cadáveres todavía están por localizar, y en cambio, personas que se identifican con el bando de los vencedores y tratan de justificar los asesinatos.
               -Buf… -soltó un soplido Clara-. No me imagino esa situación –se quedó pensativa durante un rato-. Yo me figuro que, si algo así hubiera ocurrido aquí, las cosas se hubieran tratado de resolver de otra manera…
               Vormak asintió. Y, sin embargo, una idea se le quedó rondando la cabeza. Esa misma idea siguió bulléndole cuando volvieron a casa de Clara aquel día y le presentaron al resto de su familia.
               -¿Y tú qué es lo que estudias, Román?-le preguntó Vormak al hermano de Clara, solamente por hacer conversación.
               -Ingeniería industrial –respondió él, con un puntito de orgullo.
               -¿Y ya sabes que vas a hacer después de la carrera?
               -Bueno, en España hay bastantes buenas empresas que se dedican a las energías renovables. Intentaré conseguir trabajo en alguna de ellas. No es fácil porque viene mucha gente tanto de España como de fuera para buscar un puesto en esas compañías, pero yo creo que con esfuerzo, y algo de suerte, se podrá lograr.
               Sin embargo, la idea que había invadido el cerebro de Vormak le seguía aguijoneando al estudiante durante la cena. Y quizás algo se intuyera el resto de la familia porque, entre plato y plato, el padre de Clara le acabó preguntando al fin:
               -Estás muy callado, Vormak. ¿En qué piensas?
               El estudiante extranjero guardó un silencio por un segundo.
               -Para ser sincero… Estaba pensando en lo que me había preguntado usted (perdona, me habías preguntado tú) esta mañana. Sobre el trabajo que tengo que hacer para la universidad. Estoy pensando en basarme en un suceso poco conocido de la Historia española. Cuando un grupo de generales inspirados por las corrientes fascistas de la época (Hitler, Mussolini) trató de realizar un golpe de estado.
               -Ah, sí –respondió el padre de Clara-. ¿Cómo se llamaban? Yo lo estudié en el instituto. ¿Uno podía ser… el general Franco, quizás?¿Eso no duró apenas un par de días?
               -Exacto. Pues mi idea era hacer como un ensayo sobre qué hubiera pasado si el golpe hubiera triunfado. Si hubiera habido una guerra, y una dictadura, y ese sistema de poder se hubiera mantenido a pesar de que el resto de regímenes fascistas hubiesen sido derrotados durante la Segunda Guerra Mundial. Si hubiera vuelto a mandar la iglesia, los grandes aristócratas y terratenientes, si el estado no fuera laico, si el destino del país se decidiera en unas pocas reuniones privadas, si el régimen militar despreciara la educación y la cultura, si la corrupción se hubiera convertido la norma principal del sistema…
               -Juas, juas –se carcajeó estentóreamente el padre de Clara-. Este chico tiene una imaginación increíble. Clara, tu amigo no tendría que haberse matriculado en Historia: tendría que haberse inscrito, en cambio, en un curso de ciencia ficción…

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