Ahora que se acercan las celebraciones navideñas, os quiero llamar la atención sobre un tipo de celebración alternativa que tuve la suerte de vivir hace unos años, y que se aleja de las ideas tradicionales que tenenos en Occidente. Quizás porque tiene lugar en un sitio tan "poco navideño" como Irán, la antigua Persia.
Existen múltiples celebraciones para el solsticio de invierno, una de las cuales es la cristiana Navidad, pero podría decirse que cada cultura tiene una distinta. En la antigua Persia, la festividad se denomina Yalda, la cual -durante la teóricamente noche más corta del año (en 2012 se celebra el día 21)- transcurre con los familiares y amigos cercanos reunidos bajo el mismo techo, donde se juntan para comer alimentos típicos (incluyendo especialmente dulces, diversas frutas y frutos secos), cantar música tradicional, declamar poemas, y también para contarse cuentos. Hace unos años, tuve la suerte de asistir a la celebración de la Yalda que organizó una asociación iraní con sede en España, y allí es cuando escuché hablar por primera vez de Nasrudín y sus famosos cuentos.
Nasrudín -en palabras de la persona que me lo mencionó por primera vez- es un personaje cuya nacionalidad se la disputan varios países, pero él en general no se adscribe a ninguna. Antihéroe mítico, se caracteriza por un gran sentido del humor y una aguda ironía que le llevan a tomarse en broma todo lo que le pasa, lo que normalmente esconde alguna verdad en un tono más o menos satírico. Relatar todas las historias de Nasrudín sería imposible, porque debe haber miles, y se entremezclan con otros cuentos populares del foclore tanto oriental y occidental. Os narro tan sólo un par y os emplazo a una de las múltiples páginas web que tratan acerca de este curioso personaje de leyenda, que sin duda da para una noche de cuentos a modo de Decamerón, y que puede alternarse con otros relatos de Navidad más clásicos en nuestra cultura como los de Dickens o Paul Auster. Allá va la pareja:
Un amigo acudió a visitar a Nasrudín. Sin embargo, cuando éste llegó, Nasrudín se disponía a salir para visitar a otros amigos. Como su amigo había venido vestido informalmente, no tenía ninguna capa que ponerse, y Nasrudín accedió a prestarle una.
Acudieron a la primera casa y Nasrudín presentó a su amigo de esta manera: "Hola, he venido aquí con mi amigo Yusuf, y la capa que lleva... es mía".
El amigo se mostró muy molesto con esa afirmación y le pidió a Nasrudín que no revelara esta verdad en la siguiente visita. Así que, Nasrudín, en la casa de otros amigos, explicó: "Éste es mi amigo Yusuf, y la capa que lleva... es suya".
Acudieron a la primera casa y Nasrudín presentó a su amigo de esta manera: "Hola, he venido aquí con mi amigo Yusuf, y la capa que lleva... es mía".
El amigo se mostró muy molesto con esa afirmación y le pidió a Nasrudín que no revelara esta verdad en la siguiente visita. Así que, Nasrudín, en la casa de otros amigos, explicó: "Éste es mi amigo Yusuf, y la capa que lleva... es suya".
El amigo, doblemente enfadado, le prohíbió a Nasrudín volver a tratar el tema sobre a quién pertenece la capa. Así que, en la tercera vistia, Nasrudín indica: "Éste es mi amigo Yusuf, y la capa que lleva... ay, amigo Yusuf, ¿qué era lo que no tenía que decir sobre la capa?".
Nasrudín era fuertemente criticado por sus vecinos por no seguir el ejemplo de su padre, un hombre de gran piedad que había elevado un altar en un monte en honor a un hombre santo. Decidido a acallar a sus conciudadanos, Nasrudín partió encima de su burro para buscar un acto que le redimiera a los ojos de sus conciudadanos. Sin embargo, en mitad del viaje, su burro se murió, y Nasrudín se puso tan triste que comenzó a llorar amargamente. Pasó entonces por ahí su padre, que le preguntó por qué lloraba. Nasrudín le explicó: "Porque se me ha muerto el burro". Y el padre le respondió: "Ah, te entiendo. A mí me ocurrió algo parecido. Se me murió el burro, lo enterré y comencé a llorar junto a su túmulo". "¿Y qué ocurrió entonces?", preguntó Nasrudín. "Oh, fue muy extraño", contestó el padre. "La gente empezó a acudir y a rezar conmigo y a venir en peregrinación. Decían que allí había enterrado un hombre santo".
Y ésta, aunque podéis encontrarla en otros lados, no me resisto a contarla porque es de mis favoritas:
Nasrudín tenía tal fama de sabio, que la gente del pueblo quería que les impartiera alguna vez el sermón del viernes. Nasrudín siempre se negaba, pero tanto le insistieron que un día, finalmente, vencido por el halago, aceptó. Claro, Nasrudín se encontró entonces en el brete de decidir acerca de qué impartía el sermon, puesto que no tenía ni idea de qué contarles.
Aquel viernes, el pueblo entero acudió a la mezquita a escuchar el esperado discurso de Nasrudín, y éste seguía sin saber qué decirles. Así que finalmente les espetó:
-Bueno, sabéis lo que he venido a contaros, ¿no?
Y los otros, sorprendidos, negaron con la cabeza.
-¡Pues no!
Entonces, Nasrudín fingió sentirse muy ofendido y exclamó:
-¡Qué gente más ignorante!¡A gente como ésta no merece la pena darle el sermón!¡Me voy!
La gente del pueblo se quedó muy decepcionada y, claro, le insistieron en que volviera el próximo viernes a impartir el sermón. Nasrudín no quería pero, vencido por la vanidad, volvió a aceptar. En esta ocasión, les volvió a preguntar:
-Bueno, ¿ya sabéis de qué os voy a hablar?
Y la gente del pueblo -que no tenía un pelo de tonta- respondió:
- ¡Sí!
Entonces Nasrudín replicó:
-Ah, pues si ya lo sabéis, no tiene ningún sentido que os lo explique.
Y Nasrudín volvió a marcharse. Pero claro, el pueblo no se había quedado satisfecho y le rogó por tercera vez que diera el sermón. Nasrudín preguntó de nuevo:
- ¿Esta vez ya sabéis de qué os voy a hablar?
Y los del pueblo, que habían aprendido, contestaron:
-Pues unos sí, y otros no...
A lo cual Nasrudín respondió lo que parecía evidente:
-Pues entonces, que los que lo saben se lo expliquen a los que no lo saben...
Feliz Navidad. Feliz solsticio. O feliz Yalda. Lo que prefiráis.
Nasrudín era fuertemente criticado por sus vecinos por no seguir el ejemplo de su padre, un hombre de gran piedad que había elevado un altar en un monte en honor a un hombre santo. Decidido a acallar a sus conciudadanos, Nasrudín partió encima de su burro para buscar un acto que le redimiera a los ojos de sus conciudadanos. Sin embargo, en mitad del viaje, su burro se murió, y Nasrudín se puso tan triste que comenzó a llorar amargamente. Pasó entonces por ahí su padre, que le preguntó por qué lloraba. Nasrudín le explicó: "Porque se me ha muerto el burro". Y el padre le respondió: "Ah, te entiendo. A mí me ocurrió algo parecido. Se me murió el burro, lo enterré y comencé a llorar junto a su túmulo". "¿Y qué ocurrió entonces?", preguntó Nasrudín. "Oh, fue muy extraño", contestó el padre. "La gente empezó a acudir y a rezar conmigo y a venir en peregrinación. Decían que allí había enterrado un hombre santo".
Y ésta, aunque podéis encontrarla en otros lados, no me resisto a contarla porque es de mis favoritas:
Nasrudín tenía tal fama de sabio, que la gente del pueblo quería que les impartiera alguna vez el sermón del viernes. Nasrudín siempre se negaba, pero tanto le insistieron que un día, finalmente, vencido por el halago, aceptó. Claro, Nasrudín se encontró entonces en el brete de decidir acerca de qué impartía el sermon, puesto que no tenía ni idea de qué contarles.
Aquel viernes, el pueblo entero acudió a la mezquita a escuchar el esperado discurso de Nasrudín, y éste seguía sin saber qué decirles. Así que finalmente les espetó:
-Bueno, sabéis lo que he venido a contaros, ¿no?
Y los otros, sorprendidos, negaron con la cabeza.
-¡Pues no!
Entonces, Nasrudín fingió sentirse muy ofendido y exclamó:
-¡Qué gente más ignorante!¡A gente como ésta no merece la pena darle el sermón!¡Me voy!
La gente del pueblo se quedó muy decepcionada y, claro, le insistieron en que volviera el próximo viernes a impartir el sermón. Nasrudín no quería pero, vencido por la vanidad, volvió a aceptar. En esta ocasión, les volvió a preguntar:
-Bueno, ¿ya sabéis de qué os voy a hablar?
Y la gente del pueblo -que no tenía un pelo de tonta- respondió:
- ¡Sí!
Entonces Nasrudín replicó:
-Ah, pues si ya lo sabéis, no tiene ningún sentido que os lo explique.
Y Nasrudín volvió a marcharse. Pero claro, el pueblo no se había quedado satisfecho y le rogó por tercera vez que diera el sermón. Nasrudín preguntó de nuevo:
- ¿Esta vez ya sabéis de qué os voy a hablar?
Y los del pueblo, que habían aprendido, contestaron:
-Pues unos sí, y otros no...
A lo cual Nasrudín respondió lo que parecía evidente:
-Pues entonces, que los que lo saben se lo expliquen a los que no lo saben...
Feliz Navidad. Feliz solsticio. O feliz Yalda. Lo que prefiráis.
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