Rodolfo Wash era un escritor y traductor argentino que, alrededor de 1956, había empezado a despuntar con algunos relatos en revistas especializadas. No tenía gran interés por la política, no había tomado partido por grandes causas o por ese concepto tan abstracto de "la justicia", no le interesaba el periodismo de investigación. Pero un día, escucha en una cafetería: "Hay un fusilado que vive". Esta frase hace que quede absorbido por completo (sumergido hasta la cabeza, y también hasta el mismo tuétano) en un reportaje que le obligará a dormir en lugares inhóspitos, a mantener su identidad en secreto, a realizar sacrificios inaplazables, y que cambiará la vida de muchas personas, empezando por la suya propia, ya que se volverá un hombre comprometido, acosado, en continuo peligro de muerte a causa de su adhesión a un ideal. "Operación Masacre" es el título del libro en el que resume a qué conclusiones llegó gracias esta historia, la cual la editorial "Libros del Asteroide" publica ahora, más de sesenta años después, bajo el aclaratorio prólogo de Leila Guerrero.
Pongámonos en el contexto; en 1955 gobernaba, tras haber sido elegido democráticamente, Juan Domingo Perón. Ese año, un golpe de estado le depone e instaura en su lugar una dictadura militar*. En 1956, surge una rebelión contra dicha dictadura. La revuelta militar es rápidamente sofocada, pero en la investigación acerca de los causantes, la policía entra en una casa particular donde un grupo de personas se encontraban jugando a las cartas y escuchando por la radio un combate de boxeo. De los allí presentes, quizás unos pocos eran conocedores del golpe (si acaso lo esperaban, aunque no estaban seguros si se produciría), pero en todo caso no tomaron parte activa en el mismo. La inmensa mayoría, sin embargo, se encontraban allí por casualidad y no sabían que en aquella noche iba a ocurrir nada especial. En cualquier caso, la policía los detiene y se los lleva a todos y, sin ninguna clase de juicio ni garantía legal, decide desplazarles hasta un basurero con la intención de fusilarles. La operación se hace de una manera tan precipitada, tan zafia, que seis de los condenados sobreviven. Es la pista de estos hombres, de estos desesperados supervivientes que claman por su existencia (y la de los hechos inmediatamente anteriores y posteriores, describiendo sus peripecias dentro de un contexto vital), la que Rodolfo Walsh perseguirá, como un perro a su presa, para dar a luz una verdad que alteraría el país y modificaría también su vida para siempre.
Se trata de hechos reales, y también de un documento periodístico, pero en este caso no es baladí la alocución tan común que se dice en estos casos acerca de que "se lee como una novela". Y es importante porque, pocos años después, el escritor y periodista Truman Capote inventaría en "A sangre fría" (otra descripción de un crimen, aunque en éste faltaría el factor político) la técnica de la "novela testimonio" o "nuevo periodismo", donde el acto de describir noticias del periodismo se entremezcla con la forma de de contar propia de la literatura. Sin embargo, y como menciona Leila Guerrero en el prólogo, ocho años antes de que Capote se atreviera, Walsh se encontraba escribiendo párrafos como éste: "Lo único preciso, lo único en que coinciden quienes recuerdan haberlo visto, es en su aspecto físico, un hombre corpulento, provinciano, muy moreno, de edad indefinible (<<Usted sabe que a los negros es difícil conocerles la edad...>>), alegre conversador, que en un momento estará jugando con entusiasmo al chinchón, y en otro momento muy distinto -cuando ya todos temen- roncará apacible y estruendosamente en un banco de la Unidad Regional San Martín, como si no tuviera el más mínimo peso en su conciencia. En estas dos instantáneas puede resumirse toda la vida de un hombre". ¿Es o no verosímil creer que Walsh hubiera sido considerado el padre del periodismo narrativo, si hubiera nacido norteamericano?
A partir de entonces, como decimos, la vida de Rodolfo Walsh cambió. Antes de hincarle el diente a esta historia, era ex-miembro de la una organización de derechas, había sido partidario del golpe militar que a Perón había sustituido; su única preocupación era la literatura y, si se puso a investigar este caso, fue bajo la creencia de que llevar aquella noticia a portada (en realidad, por sus implicaciones políticas, no la quiso publicar nadie salvo unos pocos periódicos planfetarios y gremiales) le haría famoso y le garantizaría un lugar destacado. Veinte años después, bajo una dictadura militar distinta (la del general Videla) le vemos militando en organizaciones izquierdistas, cargado de compromisos periodísticos y políticos, los cuales, por precaución, le obligan a caminar permanentemente armado. Insiste en volver a escribir ficción, pero ya no quiere hacerlo "para un puñado de snobs", sino que quiere introducir en su literatura una carga adicional de contenido, fuertemente política. Como dice Leia Guerrero, una transformación, una epifanía; para tomar sus palabras, "una metamorfosis". Un año después del golpe de estado que llevó al poder al general Videla, escribe una Carta abierta de un escritor a la Junta Militar donde describe la arbitrariedad, la ilegalidad, las desapariciones, los presos, los desterrados. Unas pocas horas después de mandar dicha carta al correo, aparece una sección del ejército para matarlo. ¿Culpa de la condenada carta? Según Leila Guerrero, no: el ejército no conocía de su existencia. Pero sin duda sabía que era del tipo de hombres que podía redactar una misiva parecida. Lo sabían porque había escrito, muchos años antes, "Operación Masacre", y por otras muchas cosas más. Con este libro, Walsh empezó a mecanografiar su sentencia de muerte. El peor favor que podríamos hacerle sería provocar que su fallecimiento perdiera todo sentido al olvidarle. Propagar la letra impresa de un periodista a los cuatro vientos es, sin duda alguna, el mejor homenaje que podríamos darle.
A partir de entonces, como decimos, la vida de Rodolfo Walsh cambió. Antes de hincarle el diente a esta historia, era ex-miembro de la una organización de derechas, había sido partidario del golpe militar que a Perón había sustituido; su única preocupación era la literatura y, si se puso a investigar este caso, fue bajo la creencia de que llevar aquella noticia a portada (en realidad, por sus implicaciones políticas, no la quiso publicar nadie salvo unos pocos periódicos planfetarios y gremiales) le haría famoso y le garantizaría un lugar destacado. Veinte años después, bajo una dictadura militar distinta (la del general Videla) le vemos militando en organizaciones izquierdistas, cargado de compromisos periodísticos y políticos, los cuales, por precaución, le obligan a caminar permanentemente armado. Insiste en volver a escribir ficción, pero ya no quiere hacerlo "para un puñado de snobs", sino que quiere introducir en su literatura una carga adicional de contenido, fuertemente política. Como dice Leia Guerrero, una transformación, una epifanía; para tomar sus palabras, "una metamorfosis". Un año después del golpe de estado que llevó al poder al general Videla, escribe una Carta abierta de un escritor a la Junta Militar donde describe la arbitrariedad, la ilegalidad, las desapariciones, los presos, los desterrados. Unas pocas horas después de mandar dicha carta al correo, aparece una sección del ejército para matarlo. ¿Culpa de la condenada carta? Según Leila Guerrero, no: el ejército no conocía de su existencia. Pero sin duda sabía que era del tipo de hombres que podía redactar una misiva parecida. Lo sabían porque había escrito, muchos años antes, "Operación Masacre", y por otras muchas cosas más. Con este libro, Walsh empezó a mecanografiar su sentencia de muerte. El peor favor que podríamos hacerle sería provocar que su fallecimiento perdiera todo sentido al olvidarle. Propagar la letra impresa de un periodista a los cuatro vientos es, sin duda alguna, el mejor homenaje que podríamos darle.
*Para los que anden interesados en un contexto más amplio, daré aquí una sucinta (que algunos considerarán larga y tediosa, y otros más que escasa) descripción de la situación política de la época, que siempre será incompleta, insuficiente y seguramente en parte errónea (no sólo por mi falta de conocimiento sobre el asunto, sino porque además he llegado a la conclusión de que la política argentina, más aún que la del resto de los países, posee una complejidad que la hace indescifrable para cualquiera que no sea argentino, y ni siquiera así). Perón llegó al poder con un programa electoral basado en una mayor distribución de la riqueza y una cierta justicia social que cosechó un gran apoyo popular, en parte seguramente auspiciado por los discursos de su mujer, Evita Perón, y con su identificación con los "descamisados", es decir, la parte más desfavorecida de la sociedad. Aunque varios historiadores critican de Perón su autoritarismo, y algunos han llegado a definir su movimiento como "fascimo de izquierda", el hecho de que una dictadura militar derrocase a Perón (el cual, junto a su segunda mujer, se vio obligado a exiliarse a Madrid, donde vivía con la maldición de tener como ruidosa vecina a una festiva Ava Gardner, poco respetuosa con los horarios habituales de descanso) ayudó a asociarle con mayor intensidad con la democracia y, hasta cierto punto, con la izquierda (pues se dice que el peronismo no es izquierda ni derecha, sino todo lo contrario; en ese sentido es curiosa la admiración que Perón sentía por algunos métodos de Muy solicitud, y la especial complicidad con el general Franco). En todo caso, todas estas afirmaciones hay que tomarlas de manera muy flexible, como suele ocurrir en el país argentino, donde se ha llegado a contemplar una elección presidencial con hasta cuatro candidatos que se consideran a sí mismos peronistas, de variado pelaje político, peleándose por conseguir una estancia en la Casa Rosada. Allí es nada.
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