lunes, 25 de enero de 2021

El relato de enero: "Pis de gato".

                                                        Pis de gato

                                                         

Aminata pasea, solitaria, por los parajes desiertos del extrarradio de la ciudad. A su lado, Nasiru trastabilla, aún con caminar vacilante y torpe, tratando de seguir zigzagueante los pasos de su madre. El lugar por donde transitan, ciertamente, no es el mejor de los paraísos: está lleno de coches estropeados, y de basura, y de una sensación de moho y de podedumbre que rodea, con su fétida extensión, los cuerpos ensimismados de ambos. Pero ninguno de los dos lo huele: no detectan el olor. Lo cual les resulta beneficioso, pues de allí procederá la cena de esta noche. Sin embargo, el que sus fosas nasales no aspiren este hediondo aroma no se debe ni mucho menos a cuestiones utilitarias. Ni tampoco a que se tapen la nariz con las manos. Es una simple cuestión de saturación de receptores: los suyos están cubiertos por algo más.

 

            -Hueles a pis de gato.

            Le expresó su marido a Aminata, con  desprecio. Y Aminata no necesitó tocarse debajo de la falda para saber que, en efecto, estaba mojada, y para reconocer que el hedor desprendido era muy similar al que dejaban las eyecciones que cierto felino callejero tenía la indecencia de liberar cuando entraba y salía de la casa, dedicándose a juguetear con los niños, o apareciendo inesperadamente en el cesto de la ropa sucia.

            -Te ocurre desde el parto –le exhortó el hombre aún más agrio, a lo cual Aminata, cosiendo cuidadosa mientras los churumbeles revoloteaban por la cocina, no respondió nada, pues nada podía hacer.

            -Si esto sigue así –determinó él aún más firme-, vamos a tener que hacer algo.

            Y vaya que si lo hicieron.

           

            La Madame de la Orina, la llaman. O la Reina del Pis, también. Así la denominaban los vagabundos que se iban encontrando por las ciudades, los cuales se apartaban de ella y la dejaban aislada en derredor de los fuegos que encendían por la noche para proporcionarles calor. Con el niño no, al niño estaban siempre dispuestos a acogerle, sobre todo alguna madre, alguna viuda, cierta mujer que había perdido un hijo, pero Aminata se negaba; había oído que era prudente desconfiar de la bondad de los extraños, y no sería ni la primera vez ni la última que a un muchacho indefenso le obligan a cambiar de progenitores. Por eso no se separaba de Nasiru ni un segundo, aún en la noche. Eso le obligaba a su hijo a soportar de forma continua el hedor nauseabundo que emitía su madre. Por eso Aminata lloraba. Esperaba que las lágrimas atenuaran un poco la peste.

 

            La fístula vesico-vaginal es una afección relativamente común entre las mujeres que acaban de atravesar un parto, sobre todo si éste ha sido complicado, es el último de numerosos alumbramientos, o si la mujer es muy joven, aspectos todos ellos que suelen concurrir entre las esposas africanas. El origen del problema es sencillo: como consecuencia de una lesión, se crea un pequeño conducto que une las paredes de la vejiga urinaria con la vagina, de tal manera que entre ambas cavidades se establece una comunicación. A causa de ello, y al llenarse la vejiga umbilical, el líquido tiende a viajar por esta abertura, yendo a parar la vagina, y mediante esta vía sale al exterior de manera no controlable. De ahí el síntoma principal, la incontinencia urinaria. Esta enfermedad existe también en Occidente, y de hecho es bastante frecuente que las parturientas padezcan de incontinencia durante los días posteriores al parto. No obstante, allí el problema es menor, ya que basta una sencilla operación (apenas un corte y un par de puntos bajo anestesia local) para ponerle fin al problema. Pero en África, incluso un pequeño paso como éste constituye un obstáculo insalvable. Las afectadas lo sufren, y padecen también el rechazo y la deshonra de su casa y su comunidad, al no conservar, además, la posibilidad de engendrar más hijos. La mayor parte de las veces, sus propias familias las obligan a marcharse. Ninguna de ellas llega a volver.

 

            Se quedaron con los niños. Su cuñada, su suegra, dijeron que estarían mejor  a su lado, que debían quedarse con ellas. Se los arrebataron, se los robaron, se los arrancaron, como si lo hubieran hecho desde su mismo vientre. Tan sólo le dejaron conservar a Nasiru, ya que debido a su corta edad aún necesitaba la leche de de su madre para poder sobrevivir. Por eso, se lo cargó a la espalda, como si se tratara de un bulto más del equipaje (que no tenía) el cual debía arrastrar a lo largo del camino (que tampoco existía). El trayecto lo iría creando, conforme avanzara a cada paso.

 

            La fístula vesico-vaginal está íntimamente asociada a fetos recién nacidos muertos –con lo cual la pérdida es doblemente dolorosa-, y al desamparo social que lleva consigo. La mayor parte de las mujeres, perdida su condición de futuras madres (prácticamente la única por la que se les considera útiles), encuentran como sola salida la mendicidad o la prostitución. Se calcula que existen hasta doscientas mil mujeres afectadas por esta dolencia, sólo en el norte de Nigeria. En el resto de África, los datos son desconocidos. El primer síntoma de pobreza es la falta de estadísticas.

 

            Aminata se dirige hacia el barco. Ha escuchado que hay al norte, y al oeste, en algún punto ilocalizado de la costa, un barco repleto de cirujanos, de médicos blancos, procedentes de distintos países, y que hablan distintas lenguas. Estos cirujanos se dedican a ayudar a gente como a Aminata, y a librarles de su enfermedad. Aminata no se acaba de creer esta historia; piensa que se trata de un cuento, como los que le relata a Nasiru por las noches para ayudarle a dormir. Pero la sola esperanza de que acaben con su problema es estímulo suficiente para seguir caminando. Incluso aunque le salgan ampollas en los pies; incluso aunque ya no le queden zapatos.

 

            Otra causa muy frecuente de la fístula vesico-vaginal es el gishiri. El gishiri se realiza a aquellas mujeres que son demasiado jóvenes para mantener relaciones sexuales, y por tanto tienen la vagina demasiado estrecha. Consiste en un corte aplicado desde la vagina hacia el periné, cuyo objetivo es el de ampliar el tamaño del conducto vaginal, haciéndolo accesible para la penetración. Este gesto puede causar hemorragias, perforación de la vejiga y del recto, y en el caso de que la mujer sobreviva, una fístula vesico o recto-vaginal. El gishiri se practica en numerosas aldeas africanas, y su nombre proviene de la voz de origen hausa que significa “sal”. Esto es debido a que el largo cuchillo con el que se practica esta incisión es muy similar al que empleaban los comerciantes árabes que cruzaban el desierto (y hacían tratos con las tribus africanas) para separar los bloques de sal que determinaban para la venta. De ahí que el gishiri se denomine también “el corte de la sal”. Así comienzan la mayor parte de las mujeres su vida sexual en África.

 

            Cuando alguien salva tu vida de una maldición que no comprendes, ese alguien se llama Dios. Por eso, Aminata ha escuchado que muchas de las mujeres que se curan en este barco se vuelven de la religión de la gente que las han ayudado. Dicen que ésta es más tolerante, y que les trata mejor. No obstante, muchas de ellas siguen siendo musulmanas, o de cualquiera de las muchas creencias que pueblan este vasto continente. Estas mujeres afirman que lo importante de las religiones no es el nombre del Dios: sino ese toque sutil, pero necesario, que constituye la disposición del alma con la que se profesan.

           

            En realidad, todas estas variantes no son sino expresiones exageradas de un concepto que se encuentra ampliamente arraigado en África y en los países musulmanes: el del sexo seco. Esta práctica se basa en el hecho de considerar que el acto sexual consiste en la simple y pura penetración (casi sin lubricación además), de tal manera que se olvidan los preliminares, las caricias, e incluso el contacto con otras partes erógenas. Muchas mujeres contribuyen a perpetuar esta idea introduciéndose arena u otros materiales en la vagina, los cuales aumentan la sequedad en la misma, produciendo un mayor placer en el acto sexual para el hombre y un dolor muy desagradable para la mujer. En realidad, esta costumbre se encuentra relacionada con la creencia de muchas religiones de que el sexo es un motivo de tabú y de vergüenza, meramente destinado a obtener hijos, y es en muchos casos una forma más de opresión de las mujeres a través de la negación de su sexualidad, aspecto íntimamente imbricado con la (por desgracia demasiado conocida) tradición de la ablación del clítoris. Para algunas personas muy mezquinas, el amor se fundamenta, por definirlo con precisión, en que el ser amado no lo sepa.

 

            A pesar, sin embargo, de su terrible olor, Aminata y Nasiru han podido relacionarse con otras comunidades humanas, y mantener un contacto más fuerte con ciertos individuos aislados. Han conocido a algunos de los viajeros que se dirigen hacia el norte, hacia Mali o Mauritania, con el objetivo de poder embarcar en una barcaza rumbo hacia el norte, en dirección a esos países de nombres tan intrincados que no saben ni pronunciar. Muchos llevan años en el camino; han quedado encarcelados antes de llegar a su sueño; han acabado separados de sus familiares o los amigos con los que viajaban; y sin embargo, a pesar de su soledad, y de la pérdida de los sueños compartidos que los ausentes llevaban consigo, esas personas vuelven a recuperar la ruta, anhelantes, en cada ocasión que tropiezan, una vez más. También (a pesar una vez más del insoportable hedor), han sabido rodearse de una pequeña comunidad de viajeros, quienes se dirigen a lugares más o menos comunes, y entre los cuales se incluyen una pareja de niños, dos ladronzuelos, los cuales son su principal soporte para sobrevivir. Pese de la diferencia de edad, ese par de zagalillos se dedican a juguetear alegres con Nasiru: lo tratan como si fuera su muñeco, porque efectivamente, casi lo es, sosteniéndole, así, tan pequeñito entre las manos. Cuando Aminata los ve, agacha la cabeza y sonríe. Aprovecha esos momentos para lavarse la ropa. Quiere que cuando su hijo vuelva, la encuentre oliendo a rosas.

 

            Pero muchas veces, el sexo seco no se debe a una cuestión de intolerancia o de creencias religiosas, sino a un aún más primitivo y endémico mal: la ignorancia. Se da el caso de cierta monja que fue a predicar a un punto remoto del África subsahariana. Allí se encontró con que muchas de las mujeres que venían a consultarle mantenían una prácticamente nula relación con sus maridos, y que sus vidas eran apagadas, tristes y oscuras. Y, con toda probabilidad, aquello no era lo mejor que se le podía pasar por la cabeza a una monja, pero a ésta se le ocurrió -por una extraña asociación de ideas-, que el concepto con que las mujeres se veían a sí mismas, en relación al acto conyugal, se encontraba en estrecha relación con cómo se consideraban -en el aspecto social- como entes pasivos, en lugar de activos y partícipes de sus propias vidas. Por eso, y aunque en un principio le daba cierto reparo (de acuerdo, era para una práctica dentro del matrimonio, pero Dios santo, ¡era “sexo”!), la monja se puso a leer más y más libros sobre sexualidad, y a proporcionarles a las mujeres a las que atendía algunos valiosos consejos, recién aprendidos, sobre este singular y muy estudiado tema. Los resultados, sorprendentes, no se hicieron esperar.

 

            Un día, los ladrones decidieron adentrarse en terreno peligroso. Llevaban varios jornadas sin comer, y aquella incursión era fundamental para la pitanza de esta noche. El premio: una jugosa y reluciente pierna de cordero, colgada de un garfio de la grasienta carnicería, custodiada por un terrible cancerbero de orondas carnes y un grandísimo cuchillo de cocina en las manos. La táctica era muy simple, digna del mejor estratega napoleónico: uno de los muchachos despistaría al carnicero, mientras que el otro agarraría la pata de cordero, y saldría corriendo. Un momento de tensión se sucedió en el ambiente, y también en los corazones y en los estómagos de la pandilla de desarrapados que seguían la batalla en directo desde detrás de un escondrijo. El muchacho cubrió con sus brazos el ansiado premio, y comenzó a escapar con toda la velocidad que le permitían sus piernas. El coloso carnicero corrió detrás de él, amenazándole desde lejos con el gigantesco cuchillo de cocina, asemejando que tenía la intención de arrojárselo a la cabeza en cualquier momento. La persecución se siguió frenética, implacable, a través de las estrechas callejuelas de los barrios, mientras el carnicero se iba poniendo más y más colorado, resollando con cada vez más enojo; parecía que en un momento iba a caerse redondo para no volverse a levantar. Finalmente, el muchacho encontró un hueco por debajo de una valla metálica, la cual constituía su vía de salvación: se introdujo debajo de la valla, pero se quedó encallado entre el suelo y esta última. El carnicero estaba más cerca, le iba a alcanzar, le iba a alcanzar, llegó incluso hasta a tocarle, pero, en el último momento, el niño pasó, y el carnicero se quedó al otro lado, agotado, con un palmo de narices. Mientras tanto, en ese extremo de la frontera, y por las callejuelas anexas, los dos ladrones se reunieron, y con ellos todo su grupo de despechados, que los alzaron a hombros, mientras uno de ellos (el que había tenido el valor de correr) sostenía la pierna de cordero en lo alto, agarrada del hueso, mientras le daba la otra mano a su hermano. Para aquel niño negro, aupado por ese equipo de desahuciados humanos, levantar aquella pierna de cordero, sosteniéndola como un trofeo -cual un cetro-, era, en su exaltación, como levantar la Copa, al celebrar la victoria, del Campeonato del Mundo.

 

            Y efectivamente, los resultados llegaron, de manera súbita, inesperada, y extraordinaria también. Las mujeres a las que ofrecía sus consejos volvían al centro social radiantes, con los ojos tintineando juguetones, elevadas en una nube de la que parecían no querer desprenderse, contándole a la religiosa lo mucho que habían mejorado sus relaciones sexuales desde que habían incorporado los preliminares, los susurros escondidos, nuevas posturas y variantes, y sobre todo, el situar no como hecho principal -sino como último fin de fiesta- el acto definitivo de la penetración. Estas mujeres les contaban sus experiencias a otras mujeres, y éstas a su vez a otras distintas, de tal manera que el secreto de la monja sexóloga fue corriendo con rapidez por toda la aldea, y haciéndose cada vez más conocido. Pero lo que más le conmovió a la religiosa fue que, insospechadamente, también los varones vinieran a visitarla, agradeciéndole los consejos recibidos, y preguntándole si a la oficiante católica si ésta los practicaba muy a menudo. Y mientras tanto la mujer, avergonzada, sonreía y se ruborizaba, y no podía parar de pensar en que este descubrimiento de que las mujeres (aparte de vagina) eran también pechos, labios, boca, palabras, podía significar al mismo tiempo, para los hombres, un renacer de la valoración social de sus compañeras, y de su papel -además de como incubadoras de hijos- como una parte más en el conjunto de la pareja. Ni brujas, ni esclavas. Simplemente, amigas. Sencillamente colaboradoras, en este difícil trance que nos impone cada día la vida, y con el que es muy complicado (si estamos solos) coexistir...

 

            Y Aminata sigue caminando, cansada y sola por la playa iluminada por la luna, acompañada tan sólo de su hijo, el cual corretea, patitas pequeñas, andando tranquilo justo a su lado. Pero mientras Aminata continúa avanzando, comienza a detectar bajo su falda el inequívoco síntoma de la irritación causada entre sus muslos a causa de tanto orinar sin parar. Se detiene entonces a un lado, justo al borde de la orilla, para poder tomarse un descanso. Y entonces, Nasiru se acerca a ella, y medio dormido, la abraza. Aminata trata de apartarle de él.

            -Aléjate, hijo. Te abrazo después; aléjate, hijo.

            Pero el niño niega mimoso con la cabeza.

            -Si no me abrazo junto a ti, no me puedo dormir... Necesito tu olor...

            Y la madre, frunciendo los labios, le pega un capón de ésos que duelen más después de un rato.

            -¡Ay!-grita dolorido el niño, pero la madre le reprende, “No te rías de tu madre”.

            -Si no me río, de verdad. Necesito tu olor para irme a la cama. Me huele muy bien. Si no me quedo dormido oliéndolo, tengo pesadillas todas las noches...

            Y la abrazó aún con más fuerza.

            -Es tu olor. Es mi olor. Es olor a mamá...

            Y es como en un juego infantil, gritar: “¡Casa!”, significa lugar seguro, refugio.

            Aminata le apretó muy de cerca, para que Nasiru no pudiera sentirle las lágrimas...

            Y mientras tanto, ambos siguen caminando, siguen desplazándose, en marcha sin pausa hacia un barco que quizás nunca jamás existió. Pero lo importante, bien lo sabe Aminata, no es el final del camino...

 

            Es tan sólo disfrutar.

 

            Nota: el barco que se menciona en la historia existe, y es real. Se llama Mercy Ship, y se dedica a bordear la costa africana realizando extirpaciones de tumores y operaciones aparentemente sencillas, pero que arreglan la vida a muchas personas. Otros dispensarios médicos en África contribuyen a reparar los daños físicos y sociales de la fístula vesico-vaginal.

            Los hechos narrados en este relato son reales, o basados en los mismos. Con sólo una excepción.

            La monja (gracias a Dios) no era una monja.

lunes, 18 de enero de 2021

El artículo de enero. Asalto al Capitolio: ¿una trompeta para el Apocalipsis?

Las esperpénticas imágenes del asalto al Capitolio de los partidarios de Trump van a permanecer durante mucho tiempo en nuestra retina. Más allá de las responsabilidades penales (¿quién pagará por ello, y cuánto?), de la mezcla de dramatismo y de ópera bufa, de -lo más grave de todo, por ahora- los cuatro muertos; por encima de la tendencia a la que apunta de que el trumpismo no se extinguirá a corto plazo en política, y de los memes descacharrantes que han generado, se mantiene en el aire una pregunta: ¿es esto el anticipo de algo más?¿Es esta farsa, al contrario de lo que propugna el viejo adagio, el anticipo de una tragedia?

Lo cierto es que (cuestiones trumpistas aparte) estamos inmersos en varias crisis: la medioambiental, la ecológica, la social... Al ver a un señor con cuernos sentándose en el epicentro del poder del Capitolio, la estampa nos evoca sucesos ambientados en el año 476 después de Cristo, y nos anuncia señales de cambio, de conflagración, de fin de era. Pero, ¿hasta qué punto es verdad, o sólo una sensación subjetiva de que cualquier tiempo pasado fue mejor? Lo cierto es que, en los últimos tiempos, han proliferado unos cuantos libros/focos de opinión/foros que tratan en mayor o medida acerca de estos temas. Trataremos de explicar unas cuantas cuestiones mientras mencionamos alguno:

-Quizás uno de los precursores fue "Colapso", de Jared Diamond. Si en "Armas, gérmenes y acero", el autor se dedicaba a estudiar cómo las condiciones geográficas, climáticas y materiales del entorno modelaban a las sociedades y explicaban por qué a unas les iba mejor que otras -o, simplemente, por qué eran distintas-, en este segundo libro se llegaba a otro nivel, analizando cómo determinados sistemas explotaron hasta tal punto sus condiciones ambientales que acabaron agotando los recursos y llegando al derrumbamiento de sus civilizaciones. La isla de Pascua, los mayas, eran ejemplos del pasado los cuales, sin embargo, incluían una advertencia para el futuro: ¿es posible que estemos haciendo lo mismo a escala planetaria, corriendo el riesgo de extinguir la vida en la Tierra? Greta Thunberg diría que sí.

-Un poco como contraposición, surge "Por qué fracasan los países", de Daron Acemoğlu y James A. Robinson, que esgrime que el fenómeno de que muchas naciones no progresen adecuadamente se debe a que las leyes e instituciones que han creado van en contra de su desarrollo. Tiene su parte de razón, por supuesto; claro que Jared Diamond siempre podría argumentar que son las condiciones materiales las que modelan los códigos legales y la forma de organizarse de los países, y no al revés.

-En el fondo, lo que están haciendo estos autores es lo mismo a lo que aspiraban Malthus y, sobre todo, Marx: tratar de analizar la historia desde un punto de vista objetivo, de tal manera que no quede como una sucesión anecdótica de personajes que deciden con arbitrariedad una cosa y la llevan a cabo por que sí. Sino, más bien, como un proceso en el cual las necesidades físicas y económicas motivan que ciertos sectores de una sociedad se comporten de una manera, y eso explica las ideologías, los conflictos, y los acontecimientos posteriores. En aquel tiempo era imposible juzgar de manera objetiva toda esta compleja maraña de factores -hoy, en gran medida, lo sigue siendo- y, por tanto, es fácil que el análisis de las causas y consecuencias de la historia se realice ignorando determinados aspectos, lo que conduce a imaginar el escenario que más nos conviene (como en el caso de Marx, cuya interpretación de la evolución de la historia estaba más basada en sus propios deseos que en hechos probados). En ese sentido, son interesantes los pensamientos de Peter Turchin, reflejados en un artículo que os aconsejo encarecidamente -si no sabéis inglés, aquí tenéis otro buen texto referido al mismo tema-. A modo de resumen, este entomólogo utiliza, para sus razonamientos, su experiencia previa a la hora aplicar las matemáticas a la ecología para así estudiar la dinámica de las poblaciones; y, al igual que la ecología emplea ahora el "big data" y se centra en fenómenos globales (a ese respecto, os recomiendo <<Las reglas del Serengeti>>, sobre cómo la correcta proporción entre especies garantiza el equilibrio de los ecosistemas), este autor pretende usar estas mismas herramientas para estudiar la historia (aspirando, de manera un poco alocada, a convertirse en el Hari Seldon que funda la disciplina de la psicohistoria en <<Fundación>>, de Isaac Asimov). Turchin, de hecho, llega a conclusiones curiosas. Afirma que los conflictos en las sociedades pueden estar motivados porque hay un excesivo número de individuos que constituyen una élite (por ejemplo, por un mayor acceso a la educación superior); el problema sería que este número ingente de individuos no encuentra puestos suficientes de poder que ocupar en la sociedad -parafraseando a Turchin, "una cifra creciente licenciados en derecho que no consiguen trabajo como abogados porque estos trabajos no se crean al mismo ritmo que las licenciaturas en derecho"-, y presionan, por tanto, para auspiciar cambios políticos y revoluciones. En ese sentido, el autor establece que cada 50 años más o menos (por supuesto, 2020 es el período en que toca la siguiente ola) hay un ciclo de sucesos violentos motivados por este tipo de situaciones. Aunque hay por supuesto muchas cosas que se podrían argumentar en contra de este análisis -y expondremos alguna un poco más adelante-, es cierto que, si miras determinados procesos históricos como la Revolución Francesa, fue una burguesía discriminada frente a la caduca aristocracia la que lideró este movimiento. Si bien (para empezar a derribar ideas desde el principio) seguramente no fueron estos burgueses los que estuvieron en primera línea en la toma de la Bastilla, y Turchin obvia momentos fundamentales en la historia como el crack del 29, las guerras mundiales, el New Deal o el cambio global en la economía auspiciado desde los tiempos de Thatcher y Reagan, quienes promovieron el liberalismo económico y un estado con pocos medios y atribuciones.

-Otros autores, en cambio, se centran en cómo la desigualdad lleva a hecatombres financieras y enfrentamientos sociales. Este gráfico del New York Times nos dice unas cuatnas cosas, pero más esclarecedor es el artículo (no lo puedo encontrar ahora mismo, siento no enlazarlo) que señalaba que un pico de desigualdad entre los más ricos y los más pobres precede siempre a las crisis económicas -con evidentes reflejos en el crack del 29 o en la crisis que se inició en 2007 y, a día de hoy, no ha terminado del todo-. Varios mapas en su día de los disturbios en Londres en 2011, que apuntaban a una mayor incidencia de los sucesos violentos en los barrios más pobres, indican que (incluso para un evento que en apariencia tenía un origen puntual) la desigualdad económica actúa como promotor o combustible de los conflictos. Autores como Thomas Piketty han incidido en este problema y en cómo solucionarlo. En estos estudios, no se habla en general de un colapso absoluto de las sociedades a causa de la desigualdad: más bien, prevén episodios violentos, cambios sociales bruscos, revolución, caos y, como peligro inminente, una menor confianza en el sistema democrático, con el riesgo ya palpable en algunos países (Hungría, Polonia; ¿en cierta medida, ciertos países occidentales?) de que la autocracia tome el poder. También se plantea la posibilidad de que el sistema se adapte en cierta medida -como de hecho parece estar haciendo en muchas partes-, estableciendo mecanismos que conviertan las desigualdades en algo más o menos soportable; flexibilizando la situación lo suficiente para que el status quo siga siendo injusto y favorezca sobre todo a unos pocos, pero no tanto como para que el sistema se desmorone. Con el inconveniente que este equilibrio sería siempre inestable, sometido a crisis periódicas y, en cualquier momento, si se calculan mal las dosis, con tendencia a implosionar.

Volvamos ahora a Turchin: los individuos que asaltaron el Capitolio no parecen precisamente élites que no ocupan posiciones de poder (allí incluiría a científicos que emigran o ingenieros que trabajan de camareros). Estos últimos pueden generar cambios políticos, y de hecho lo hacen: los universitarios votan mayoritariamente al partido demócrata y, como ha mencionado en España Alberto Garzón, la izquierda alternativa se nutre en buena medida de jóvenes con educación superior (sólo hay que ver el perfil sociológico de los votantes de Podemos). En realidad, un universitario sin un trabajo acorde a su cualificación es más probable que vote a favor de a aquellos que propugnan menos desigualdad social, o a que su país desarrolle más trabajos de alto valor añadido; no tiene pinta precisamente que vayan a apoyar a Trump. Más bien, la gente que ha asaltado el Capitolio da la impresión de encajar en estos dos tipos: hijos de papá que tienen el futuro asegurado y mucho tiempo libre (no coinciden con las élites de las que hablaba Turchin, porque ellos sí manejan los resortes del poder económico; más bien les pasa como a Steve Bannon, cuyos negocios marchan solos y pueden permitirse veleidades en la política); y, por otro lado, desheredados sin estudios que han perdido el trabajo, no poseen perspectivas de futuro salvo encadenar empleos precarios, no tienen nada que perder, y necesitan llenar su vida con teorías de la conspiración como las que defienden Qanon y otros grupos afines a Trump. Aparte, muchos de ellos ven su posición aún más amenazada por los cambios raciales y de género (de repente, ser un hombre de raza blanca en Estados Unidos no te garantiza un buen empleo ni muchos privilegios, como descubrieron los blancos más pobres tras el fin del apartheid en Sudáfrica), con lo cual se adhieren con más facilidad a las tesis de extrema derecha. Pero es verdad que el propio Turchin habla de que, para que estas revoluciones fructifiquen, es necesario que "la gente común" vea cómo su nivel de vida se ha visto reducido con el tiempo, y se unan a esta élite contradictoriamente "anti-elitista" para modificar el estado de las cosas.

Analicemos entonces la más probable concatenación de hechos: 1) como consecuencia de las políticas económicas de las últimas décadas (entre otras, reducción de impuestos a los ricos y grandes empresas, y deslocalización de la industria a países más pobres por la globalización), todo Occidente ha visto cómo el poder adquisitivo de la clase media y clase obrera -así como el nivel de los servicios públicos, incluyendo sanidad, educación, ayudas sociales- ha descendido, mientras la acumulación de riqueza en manos de la capa más pudiente de la sociedad ha ido aumentando; 2) tenemos un sistema donde la mayoría de los individuos sobreviven con bajos salarios, lo cual no sólo les condiciona a ellos mismos, sino a profesiones liberales a quienes perjudica que ni Estado ni ciudadanos tengan dinero que puedan gastar en necesidades no esenciales (esto afecta tanto a científicos, gente de la cultura, pequeños empresarios, etc); 3) en cada país -en Estados Unidos, en concreto, Trump-, líderes que han alentado ese tipo de políticas encuentran un nicho electoral en los desposeídos del sistema, de los que se aprovechan diciendo que van a luchar contra ese estado de las cosas (al menos, en algunos aspectos; Trump promete acabar con la deslocalización industrial a China, pero sigue bajando impuestos a los más ricos, lo cual agrava el problema); 4) los ciudadanos más desfavorecidos -centrándonos también en Estados Unidos-, molestos con la política económica de los últimos años que han compartido tanto el Partido Republicano como el Demócrata, se apuntan a ese nuevo movimiento que promete sacarles del marasmo. 5) Ante lo poco que tienen que perder, lo frustrante de su situación, y la propaganda que llega desde los medios de comunicación, los cuales se alinean con naturalidad con estas nuevas políticas -para los dueños de los conglomerados televisivos, es mucho menos arriesgado apostar por Trump que permitir a la gente común le entren ganas de cambio social; al fin y al cabo, los propietarios de las grandes cadenas de noticias también son millonarios-, es fácil que la nueva ideología adquiera tintes de mesianismo y cuasi religiosos, de tal forma que, a una palabra de su líder, obedecen de modo sumiso. Y se sustenta en individuos con baja formación educativa (más vulnerables ante los bulos), de ideología de extrema derecha (por lo general más proclives culturalmente a la violencia) y que, en Estados Unidos, además tienen armas. Socorro.

Pero, aparte de eso, como digo, puede que el asalto al Capitolio sea sólo una cuestión más. El libro "Colapsología" -que ya mencionamos en esta entrada- pinta la situación como una especie de carrera de relevos entre las distintas crisis que nos acechan: la financiera y la social también, pero por supuesto la energética, la ambiental, las distintas y contradictorias dinámicas demográficas que no sabemos si nos salvarán o nos conducirán a la ruina. La cuestión es que todas ellas parecen estar operando a la vez, estableciendo sinergias que las potencian, ascendiendo de manera conjunta las escaleras hacia el abismo, al apoyarse las unas en las otras (por poner un ejemplo; la crisis ambiental o el agotamiento de los recursos llevarán a más pobreza, creando un contexto donde las desigualdades económicas serán más evidentes y llevarán a un mayor conflicto político). Y no sabemos cuándo, ni cómo, pero da la sensación de que estamos transitando por un túnel con estalacticas de hielo encima de nosotros y que, por mucho que corramos, alguna de esas trampas mortales caerá justamente donde está situado nuestro cuello y -suponiendo el fin de la carrera- el futuro nos acabará en algún momento de alcanzar. ¿Es esta nueva invasión de los bárbaros, en un 2021 marcado por la pandemia (una consecuencia más de la expansión del hombre por todos los ecosistemas), el conflicto político en USA y en otros países, y el cambio climático -también con sus fenómenos atmosféricos extremos-, el preludio de una situación que, quizás de manera lenta e imperceptible, nos lleva quizás no al colapso, pero sí a un futuro cada vez más degradado y sin posibilidad de corrección? Esperemos que no; tal vez aún esté en nuestras manos solucionarlo.

lunes, 11 de enero de 2021

Las historias cortas de enero: pequeños extractos de "La cosa ésa y otros monztruos"


Como sabéis, Cristina Sendra y yo andamos de campaña de crowdfunding del libro infantil "La cosa ésa y otros monztruos". Esta semana termina la campaña y, después de más de 100 mecenas, estamos muy cerca de lograr nuestro objetivo. Sólo nos queda que unos poquitos más hagáis lo mismo que vuestros compañeros: entrar en la página, escoger vuestra recompensa (decidid cuántos ejemplares queréis; si os apetece una dedicatoria o conseguir las pruebas de imprenta; o si preferís adquirir un chulísimo marcapáginas ilustrado, como el resto del libro, por la artista Celeste Mur); y, tras hacerlo, difundirlo entre conocidos o gente interesada. Y, entonces, este proyecto tan chulo, construido para incitar a los niños a la lectura y a que desarrollen su imaginación, se hará realidad. 

Y, para terminar de convenceros, os planto un pequeño adelanto, dos extractos del libro, que definen dos momentos fundamentales, y que constituyen nuestras historias cortas del mes, pues podrían constituir microrrelatos en sí mismos. Allá van:

Extracto 1

<<Intenté sacarlo del estante pero no se dejaba. Fue entonces cuando miré adentro y me fijé en él. Mi reacción inicial fue de estupefacción. Fue entonces cuando me volví hacia mi familia y les grité:
      -¡En el armario tenemos un…!
      Pero no terminé la frase.
      Entonces averigüé lo que era.
      Lo primero que me había hecho olvidar, lo primero que se comió, fue precisamente su nombre>>.
      
                                                                  * 
    Extracto 2:

<<Pero lo peor que nos quedaba por afrontar, era que el monztruo no había venido solo.                              
Había traído amigos>>.


Así que ya sabéis, si queréis saber cómo continúa, haceros mecenas de "La cosa ésa y otros monztruos", un libro para releer mil veces en familia (y encontrando cada vez nuevos motivos para divertirse): ya veréis lo bien que os lo vais a pasar.

Post-scriptum: lo conseguimos. Gracias a todos  Ya os iré contando más noticias de cómo avanza el libro. Un saludo.

jueves, 7 de enero de 2021

Los libros de enero: una serie de ensayos más que entretenidos

Pocas frases hay que me gusten menos que "este ensayo se lee como una novela". No porque quien lo diga no tenga razón, sino porque soy defensor de que un buen ensayo puede ser tan apasionante, tener tantos giros dramáticos y hacernos disfrutar tanto o más que una novela. Y, como ilustración, aquí unos cuantos ejemplos que he leído recientemente: 

-"En las antípodas". Bill Bryson, con su jocoso estilo habitual, nos relata historias, curiosidades y miles de hilarantes anécdotas sobre Australia, un país lleno de bichos que pueden matarte, donde el término "aislado" se usa con auténtica propiedad, y cuyos habitantes tienen rasgos todavía más raros que ser casi todos descendientes de presidiarios. Para quienes pretenden visitar a Australia, y también para quienes deciden -sobre todo después de leerlo- que es demasiado arriesgado.

-"Un verdor terrible". Éste es un libro anómalo en su concepción. El autor, Benjamin Labatut, combina apasionantes biografías de científicos con detalles inventados de su propia cosecha, aumentando la ficción de manera progresiva conforme van avanzando los capítulos independientes, de tal forma que al final uno no está seguro del todo de qué parte que le han contado es verdad y cuál no (aunque, en todo caso, ha resultado interesante). Para leer, siempre y cuando se tenga que en cuenta que buena parte de lo que dice es irreal -de hecho, da la sensación de que los detalles verídicos son los más apasionantes-.

-"Mi familia y otros animales". El hermano menor de la familia Durrell (cuyo miembro más conocido, Lawrence Durrell, se hizo famoso por sus novelas alrededor de "el cuarteto de Alejandría") comenta en este primer libro de la llamada "trilogía del Corfú" cómo fue la aproximación de la familia a esta isla griega cuando los Durrel decidieron irse a vivir allí. Con cada uno de sus miembros ensimismado en sus propios asuntos, la surrealista tendencia que adquieren los sucesos de la isla y una serie de seres vivos (no todos racionales) empeñados en complicarles la vida, la lectura ofrece una diversión asegurada. Hay que decir que tiene serie de televisión (en Filmin y en Yomvi) la cual está a la altura del reto, aunque se centra menos en la visión del niño que escribirá los libros, y más en la problemática de cada uno de los carismáticos miembros de la familia, todos poseedores de una arrolladora personalidad.

-"Colapsología" (Servigne y Stevens). Obra de dos autores franceses, este ensayo asume que el colapso de nuestra sociedad es ineludible (aportan estadísticas y profusa bibliografía para ello), si bien, por la complejidad de las cuestiones a tratar, resulta impredecible decir cuándo y exactamente de qué manera. En ese sentido, uno llega a creer de que el cataclismo puede ser causado tanto por el agotamiento de los recursos, una catástrofe financiera, la medioambiental o una conjunción de todas ellas; da la sensación que hay una carrera por ver cuál de nuestros problemas nos llevará antes al apocalipsis. El ensayo -como es de prever- tampoco ofrece verdades absolutas, pero a los que ya estamos preocupados por el tema nos dejará más pensativos aún, mientras que quienes pretenden confiar en el futuro encontrarán resquicios para confiar en que todavía hay opciones. En todo caso el libro (publicado en 2015, y con un pequeño epílogo añadido durante la crisis del COVID que apunta a que esta epidemia no modifica demasiado el trasfondo del asunto) tampoco ofrece soluciones claras, quizás porque no las haya. Desde ese punto de vista, el libro otorga poca respuestas, y los pocos caminos a los que apunta como remedios -tanto globales como individuales- son en cierta medida conocidos. Sin embargo, para los ya expertos reafirmará algunas cuestiones (quizás apuntalando detalles prácticos), y para los neófitos en cambio puede suponer todo un descubrimiento que induzca a un cambio en la forma de abordar la vida.

-"Ante todo, no hacer daño". La frase, tomada del juramento hipocrático que tuvo que realizar el su día el médico Henry Marsh, viene muy a cuento, pues este neurocirujano inglés se sincera a tumba abierta sobre los grandes dilemas y dramas de su profesión, a partir de su experiencia personal y de casos reales. Escrito con una honestidad dolorosa (la cual incluye tanto el terreno personal como el profesional, con todas sus ramificaciones), Marsh nos presenta a los médicos como individuos muy lejanos al aura de entes perfectos que suelen dibujarnos otros retratos más benevolentes; sino, más bien, como seres falibles, propensos al error y quienes, incluso haciéndolo todo con la mejor de las voluntades, se encuentran con que, en muchas ocasiones, buena parte de las circunstancias están fuera de su control. Ideal tanto para aquellos facultativos que se creen imbuidos por la gracia divina, como para aquellos pacientes que consideran que cada fallo o fracaso de los médicos implica necesariamente un acto de negligencia. Y, más bien, una muy humana reflexión sobre lo frágil que es la vida y lo sencillo que es que algo pase de constituir un excelso logro a convertirse en una terrible equivocación a causa de detalles nimios. Un libro para centrarnos en lo que es importante, ahora que la medicina, de una manera u otra, nos ha enseñado que hay que valorar otras prioridades. 

En este sentido, todos estos ensayos sirven para eso: para ayudarnos quizás no a descubrir y mostrar, sino solamente puntualizar y subrayar, para así modificar ligeramente nuestro punto de vista. ¿No consiste en eso precisamente el acto de aprender? Desde esta óptica, espero que sigamos aprendiendo este año juntos. Y que lo hagamos, entre otras maneras, a través de este blog. Nos leemos.