LLEGARON
(Conjunto de crónicas a raíz de los
primeros contactos con extraterrestres).
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Cuando el Consejo Galáctico se reunió para
decidir qué acciones llevar a cabo en relación a la Tierra, no se llegó a una
conclusión clara. Es decir: como suele ocurrir habitualmente en este tipo de
reuniones. Mientras unos creían que habían acudido allí para cursar la
invitación de aquel recién descubierto planeta a la Confederación Galáctica, otros
ya empezaban a repartirse los continentes entre sí y a elucubrar a quién le
dejaban como premio de consolación los despojos. Al final, pasó lo de siempre:
se enunciaron muchas buenas palabras, se discutió largo y tendido y, tras un punto muerto, se tomó la resolución de aplazar la resolución hasta una reunión posterior
donde se adoptaría una nueva resolución. Entonces se produjo la disolución de la presente
reunión, marchándose cada cual por donde había venido.
Y por supuesto, después, cada uno
acabó haciendo lo que le dio la gana.
Unos cuantos ciclos más tarde,
comenzaron a llegar las primeras naves a la Tierra…
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Primer contacto.
Noviembre
de 2018.
Ubicación
del aterrizaje en Tierra (en nomenclatura local): Israel (Asia).
Procedencia
de los visitantes (en nomenclatura local): Bu-uu-uj [sonido parecido al
estrangularle el cuello a un urdulu a través de las ancas].
Raza:
Colíndogos.
El motivo por el cual los
colíndogos decidieron aterrizar en aquella zona concreta de la Tierra fue uno
tan antiguo como la historia de la exploración
interplanetaria: se les estropeó el equipo de orientación espacio-temporal para
el viaje y se perdieron. Los colíndogos trataron entonces de recurrir a las
bases de datos donde almacenaban los mapas locales de la Tierra, pero les resultó
difícil cuadrarse con las fechas y acabaron localizando una representación que tan sólo
contenía una pequeña parte de la cuenca mediterránea, quizás porque aquellos que lo elaboraron no conocían ninguna zona del mundo más. Además, los
colíndogos supusieron que, al lado del mar, situado en una encrucijada
geográfica clave, y en medio de lo que tenían constancia de ser dos de los
focos originarios de la civilización de esa especie llamada humana, aquel lugar
sería un remanso de lucidez, desarrollo tecnológico y paz. Seguro que
no podían andar muy desencaminados.
Por
otro lado, allí abajo, las cosas parecían relativamente tranquilas. Era
casualmente un Sabbath y, en el campo de colonos israelíes en Cisjordania,
el tiempo se desplazaba con la pereza habitual de estos días, en los que los
acontecimientos repetitivos y habituales no tienen demasiada prisa por avanzar.
Un rabino se encontraba organizando las actividades a cielo abierto, a tan sólo
unos pocos metros del lugar donde se empezaban a levantar las viviendas palestinas,
separados únicamente por una inútil valla metálica que seguramente fuera a desplazarse -en las próximas semanas- unas cuantas decenas de metros mas, con objeto de volver a ampliar el
asentamiento, en lo que constituía (tanto por la ampliación como por la
celebración del Sabbath en aquel sitio) una clara provocación, pero eso
a los asistentes les daba igual, porque ya estaba muy acostumbrados, y habían
hecho de este tipo de actos algo más que una forma de vida. De hecho, el
ambiente parecía bastante distendido, se servía pan ázimo y alguna galleta. Se respiraba una sana atmósfera de camaradería y relajación de costumbres, quizás
estimulados por la reciente llegada del buen tiempo.
Mientras
tanto, el encargado de la vigilancia de todo aquello era Todd, quien se hallaba
sentado en una posición elevada, situado a una cierta distancia. Todd había
llegado hacía poco de Estados Unidos, y aunque desde lejos -con su barba rubia
y su melena desaliñada- podía confundírsele con un judío ortodoxo, en realidad
se encontraba mentalmente muy lejos de aquel contexto. Había encontrado trabajo
gracias a un primo que llevaba bastante tiempo viviendo allí, pero lo cierto es
que echaba de menos su vida en Tennessee, y cómo, durante aquella época, pasaba las tardes de sábado
derrapando un coche a punto de destartalarse sobre un campo embarrado. En
cambio, la historia del Sabbath no la entendía, y menos la manía que le
tenían sus compañeros y convecinos a los palestinos. Él recordaba que, en el
Wal-mart enfrente de su casa, el dependiente era un árabe, y siempre había sido
muy amable con él, y hasta le permitía enrollar el porro en la tienda antes de
salir a la calle, no como el anterior encargado, que era bastante borde. ¿O
en realidad era un paki? No sabía decirlo. En todo caso, los palestinos no
le habían hecho a él personalmente nada malo, así que no entendía por qué tenía que
desearles a cambio ningún perjuicio a ellos.
Fue
cuando andaba en todas esas divagaciones cuando las vio llegar. Lo primero que
pensó, casi inmediatamente después de la sorpresa inicial, fue en lo elegantes
que eran. Así, blancas, ovaladas, girando sobre sí mismas, como una especie de nuevo e inmaculado balón de rugby que alguien hubiera lanzado en un extraño efecto y
que, en lugar de caer de cualquier manera, aterrizara suavemente sobre la
superficie, a unos escasos cien metros de allí. Aunque el momento en el que su corazón dio un
vuelco fue cuando se abrió la trampilla de la nave y dejó salir a las extrañas
criaturas: con la cabeza ahuevada, semejantes al extraterrestre de las
películas de Alien, sólo que más
espigado y recto, de un tono grisáceo de piel bastante asquerosete, y con una
pinta mucho más digna y pacífica que el típico bicho que la única conversación
que pretende mantener contigo es la de comerte las entrañas. A todo el mundo le
quedó claro lo que eran desde un principio, pero nadie supo cómo reaccionar
salvo con el hecho de quedarse mudos y aguardar, mientras un pequeño contingente de
extraterrrestres, de unos treinta individuos, salía de la nave, lideradas por los
dos que parecían encontrarse al mando, aunque en realidad no había ninguna
manera de distinguirlos por sus uniformes ya que no tenían ropa (eso sí, sus
esqueletos dibujaban una curiosa composición que asemejaba un traje militar con
medallas y hombreras). Sin embargo, si hubo alguien que actuó antes que
ninguno de los humanos fue el rabino, el cual, para alucine de Todd, se acercó
hacia los alienígenas, y mientras se quedaba a una decena de metros de los
mismos, gritó:
-¡Amigos!¡Bienvenidos
a la Tierra!¡Sabemos que habéis venido aquí, comandados por las órdenes de
Dios, para encontraros con la raza más avanzada del universo: nosotros, los
judíos; las doce tribus de Israel; el pueblo elegido!
La
boca de Todd se abrió varios dedos de longitud al quedarse anonadado por lo que
estaba viendo. En el mayor arranque de lucidez de su vida, pensó: <<¿Pero
qué cojo…?>>.
-Sabemos
que poseéis poderosas y avanzadas armas con las que, si quisierais, podríais
destruirnos en un segundo, con tan sólo chasquear un par de dedos. Pero sabemos
también que no lo haréis porque vuestro objetivo, vuestra auténtica misión, es
ayudarnos a nosotros en nuestra lucha, que es la justa, porque es la de todos,
la de Yavhé. Y es la de derrotar a los auténticos enemigos: los que se
encuentran allí, al otro lado –indicó señalando más allá de la valla, mientras
Todd pensaba: “¿Qué estás diciendo, insensato?-, ofendiendo la obra de nuestro
Dios.
>>¡Uníos
a nosotros –espetó el rabino, como poseído de esencia divina- en nuestra
cruzada y la del todopoderoso Yavhé!¡Liderad, junto a nosotros, el cambio radical
que en el mundo debe ser conseguido!¡Aunemos nuestras espadas para, en compañía,
acabar de una vez y de manera definitiva con nuestros enemigos!¡Seamos uno solo,
fundidos en la divinidad!
El
rabino ya se había abierto de brazos y -fuera de sí y casi flotando por encima
de este mundo- parecía ofrecer su cuerpo para fusionarse no ya moral sino
físicamente con los alienígenas. Daba la sensación de que fuera a salir volando
en cualquier momento. En medio de la conmoción general, los allí presentes
observaron como uno de los extraterrestres que parecía al mando le preguntaba -con
un tono muy neutro de voz- a su compañero, y este último le susurraba una respuesta al lugar donde debía de andar localizada su oreja. El primer extraterrestre escuchó
callado y (si es que se pueden interpretar las expresiones de seres que no tienen
músculos faciales) aparentemente prudente. Como conclusión, y tras sopesarlo durante
unos segundos, soltó una expresión que todo el mundo escuchó pero nadie pudo
entender, levantó el brazo y, dirigiéndose al resto de sus compañeros, lanzó
una orden contundente y decisiva que, nada más pronunciarse, hizo que éstos
levantaran las armas que nadie había visto que portaban consigo, y apuntaran
hacia el grupo de judíos.
-¡Mierda,
mierda, mierda!-se lamentó un Todd angustiado, que corrió acelerado a
esconderse detrás de la roca donde se encontraba sentado hacía tan sólo un
instante, mientras escuchaba como el fuego y los rayos láser impactaban de
lleno contra sus conocidos, de los cuales tan sólo quedaron, tras una breve
pero intensa conflagración, unos cuantos cuerpos calcinados sobre la superficie
que ocupaban unos pocos segundos antes.
La
traducción más adecuada de la frase que había enunciado el líder de aquella
facción extraterrestre, en un idioma que pudiera entenderse, sería,
aproximadamente, algo semejante a: “¿El pueblo elegido?¡Si esos somos
nosotros!”.
Luego,
realizó un nuevo gesto de brazo y los extraterrestres siguieron caminando hacia
adelante.