lunes, 29 de octubre de 2012

El libro de Octubre: "La sombra del asesino"

           Es intención de este blog recomendar libros, películas u otras maneras de contar historias que no sean particularmente conocidas y de las que quizás sólo os podáis enterar por aquí. Hoy precisamente os hablo de un libro cuya existencia no conocía y que gracias al buen ojo de la persona que me lo ha regalado tengo la suerte de presentároslo a vosotros. Aprovechando ademas que este mes es de Halloween (y que proximamente tendremos visita de muertos, brujos, fan y demas gentes de mal vivir), quizas sea un buen momento para leerse estas historias a la luz de una vela, amenazando en cualquier momento con apagarse... y que un ente sobrenatural (o un humano con intenciones aviesas, que es mucho mas terrorifico) entre a dar cuenta de nuestra alma...

Actualmente, es de sobra conocido que la literatura está de capa caída con respecto a los autores noveles: acogotadas por la crisis, las editoriales arriesgan poco y prefieren volver la vista a los clásicos, de una manera parecida a las productoras de cine, que escogen menos a menudo proyectos nuevos frente a la posibilidad de montar remakes. Y aunque a los escritores que estamos comenzando esta política no nos beneficia, cuando el otro día, sopesando las películas del pasado año, llegué a la conclusión (a falta de unas cuantas que todavía no he valorado) de que la mejor era un documental (“Comprar, tirar, comprar”, sobre la obsolescencia programada, que muchos ya habréis visto y que, si no, recomiendo), reconocí que es fácil recurrir a aquel viejo axioma (y sobre todo al observar los bodrios que de vez en cuando nos trae el nuevo cine) de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Con esto en realidad no quiero decir que adopte una postura u otra: en realidad autores buenos y malos los ha habido ahora y en el pasado y, como es frecuente, su rendimiento económico, su éxito o sus posibilidades comerciales no tienen excesivamente que ver con su calidad o con la emoción con que sus historias pueda disfrutarse. Sin embargo, si algo tiene de bueno esta moda es que ahora podemos encontrar reediciones de clásicos que nunca murieron, o que no merecieron morir. Es el caso de esta colección: “La sombra del asesino”, selección de relatos policiacos y de misterio y horror publicados por la editorial Valdemar.



Valdemar es una editorial especialista en asuntos relacionados con el misterio y el horror (y el nombre sin duda sonará a muchos de los fanáticos del género, entre otras cosas por el homenaje que le hace a Lovecraft): de ahí que escuchar que existe una antología con los mejores relatos de crimen publicados por ella suene realmente apetecible. Mucho más si observamos el cartel: Edgar Allan Poe, Guy de Maupassant, Edgar Wallace… Para amenizar un poco la antología y que no sean nada más que relatos, éstos nos son presentados de una manera curiosa, como si se tratara de un juicio donde tuviéramos delante al culpable, los cómplices, jueces y letrados, y finalmente se impusiera condena. El truco no termina de fraguar del todo (más que nada, no aporta mucho), pero volviendo a la selección, y sin conocer a fondo el material de partida, lo cierto es que ofrece un surtido variadito y en ocasiones muy original. Como en toda antología, es poco probable que (sobre todo los aficionados a este tipo de cuentos) todas las historias sean para vosotros absolutamente novedosas, ni que todas os gusten, pero seguramente habrá un buen grupo (si no la mayoría) que no os hayáis leído y os hagan pasar un rato entretenido -o escalofriante, segun el punto de vista-, y sólo por esas ya merecerá la pena.

¿Qué podréis encontraros aquí? Pues desde clásicos como el padre Brown de Chesterton hasta autores más modernos como Robert Bloch. Desde maestros del terror como Bram Stoker (al que muchos conocéis como el escritor de Drácula), a cuentos procedentes de obras tan perturbadoras como El club de los suicidas de Robert Louis Stevenson o El asesinato como una de las bellas artes del inefable Thomas de Quincey. En esta selección no podía faltar Arthur Conan Doyle aunque, curiosamente, no con un relato de Sherlock Holmes; y es que en este sentido la antología también ha buscado la originalidad. Además de escritores a los que clásicamente se les conoce por aportaciones distintas al crimen y el suspense y que sin embargo tienen cabida aquí (como Charles Dickens, Herman Melville o H.G. Wells), autores cuyas obras más reconocidas sólo rozan el género tangencialmente (como Joseph Conrad u Oscar Wilde) o afamados filósofos (como Voltaire), el libro decide meterse en recovecos más abstrusos y permitir aportaciones humorísticas –aunque no por parte de cualquiera. De hecho, uno de los relatos está a cargo de Mark Twain, y otro, graciosísimo, da la nota hispana gracias al desternillante Jardiel Poncela (por cierto, con un relato de Sherlock Holmes). Y como este último detective –como J.G. Reeder, como el padre Brown, como Dupin- no podía faltar, ni en serio ni en broma, lo que el autor de la selección considera “una pequeña joyita”: la colaboración del hijo de Arthur Conan Doyle, Adrian, con John Dicknson Card, el experto en misterios de habitación cerrada, en un relato que combina un enigma de este tipo con la actuación siempre pertinente del más grande detective de todos los tiempos.

Faltarían unos cuantos, por supuesto: no están ni Agatha Christie ni Leroux y ni siquiera una mísera receta de cocina de Carvalho, pero contamos a cambio (y entre otros) con Jack el Destripador, animales exóticos y extraordinarios, momias egipcias, sucesos paranormales, y homicidas de variado tipo, pelaje y condición. Y es que esta antología de relatos policiacos se centra en el crimen y el asesinato en todas sus formas, desde el premeditado y por avaricia hasta el pasional y guiado por la locura, desde los sutiles entresijos de las clases altas hasta la abyecta profundidad de los bajos fondos, todo esto con un elemento común: el horror, la muerte, y, como algo peor, la infinita capacidad de ser humano para infligirle todo el daño posible a otros. Tampoco espacial o temporalmente se circunscribe el radio de acción de estos crímenes: historias ambientadas en la Edad Moderna o Contemporánea –incluso algún relato estilo pulp-, y situadas en lugares como la India (con el tono etnocentrista habitual de los escritores europeos de esta época), África, Francia, los Alpes y, por supuesto, la Inglaterra victoriana y eduardiana de la que fueron asiduos la mayor parte de los escritores de esta colección. Timadores, rateros, asesinos desquiciados o calculadoras mentes criminales, sacerdotes, policías, detectives, damas de alto postín y caballeros de baja ralea, intrigas políticas, celos o pasiones desatadas, en un universo que nos resulta a la vez exótico y sin embargo lo suficientemente familiar para que nos sintamos como en casa al sumergirnos en el interior del mismo, y que refleja todas las ambiciones y flaquezas humanas. En definitiva, una selección interesante y que satisfará tanto a los fans del relato-problema que pretenden ver un misterio bien urdido lleno de giros inesperados, como también de aquellos que gustan de la brutalidad y el realismo descarnado que emana de la novela negra, y también a los fanáticos del género de aventuras. Ya me contaréis.

lunes, 22 de octubre de 2012

Pro Pluto

Disertación humorística de protesta redactada hace unos años a consecuencia de la decisión de la comunidad científica internacional de reducir a Plutón a la categoría de planeta enano. Ahora que tenemos una especie de Wall-E invadiéndole el planeta a los marcianos y haciéndoles fotos sin pedirles el copyright, una sátira para compartir unas risas, sin más pretensión.


PRO PLUTO


En relación a la reciente degradación del -anteriormente reconocido como planeta del Sistema Solar- macizo orbital de Plutón en el último congreso de la Unión Internacional de Astrónomos celebrado en Praga (ciudad que se caracterizó por la obsesión del emperador Rodolfo en torno a la alquimia y el movimiento de los cuerpos celestes), nosotros, los aquí firmantes, manifestamos nuestra más rotunda oposición y exponemos, en contra de este dictamen, los siguientes postulados:

1) PLUTÓN TIENE NOMBRE DE DIOS GRIEGO. Por muy razonamiento inverso que pueda asemejar, y a pesar de lo tautológico del argumento, si a todo planeta se le asigna nombre de dios griego (o latino, mejor dicho, que éstos no son sino burdas imitaciones de los helénicos), todo lo que tenga nombre de dios griego -por definición-, debe tratarse de un planeta. Cabría afirmar entonces que Caronte, por similaridad de caracteres, y también Ceres, habrían de ser proclamados como tales, puesto que también poseen dicha atribución, mientras que el siguiente “planeta enano” conocido, de apelativo alfanumérico impronunciable (también conocido cariñosamente como “Xena”), no debería constituirlo, pese a ser mayor todavía en tamaño que Plutón. Pero a esa especie de combinación críptica e indescifrable de cifras y letras pocos mortales con un mínimo de conocimiento de la cultura clásica podrían considerarle como astro merecedor de ser nombrado en el cielo, mientras que Caronte, por su propia denominación, debería constituirse en satélite de Plutón, tal y como originalmente se hallaba descrito. El hecho de que en este pequeño sistema el planeta mayor sea sólo ligeramente más grande que su acompañante, y el que en realidad ambos cuerpos celestes se encuentren girando el uno alrededor del otro, como en un continuo y tétrico baile, no es en realidad sino una reafirmación de este hecho, puesto que en realidad, Plutón no puede existir sin Caronte –malhumorado barquero sin el cual sería imposible que las almas arribaran al infierno-, ni Caronte puede existir sin Plutón, pues es a algún destino adonde han de ir a parar los atormentados, tal y como existe como el mar y el río, y éste y su afluente, pues es verdad que Dios, en realidad, no puede existir sin humanos que han de adorarle. Y si bien podría rebatirse que el origen del nombre de Plutón proviene de la poco romántica búsqueda de una analogía con el acrónimo del jefe del equipo que primeramente lo descubrió (P.L., se denominaba el muchacho), una vez impuesto el nombre, el irrevocable Dios de los infiernos puede molestarse severamente si se le arrebata la categoría de planeta propiamente dicho a su tutelado. Y yo, si perteneciera a la Unión Internacional de Astrónomos, tendría cuidado con este ente divino que decide el destino de todas las almas un día u otro. Aparte de considerar –dicho sea de paso-, que si un día llegan a la Tierra plutonianos cargados de armas atómicas, la noticia, como mínimo, no les va a hacer mucha gracia...

2) LA INMODIFICABLE TENDENCIA NATURAL DE LAS COSAS AL AUMENTO PROGRESIVO DE LA COMPLEJIDAD DE LOS SISTEMAS. Desde tiempos pretéritos, y ya en los albores de una todavía bisoña ciencia, el ser humano se ha caracterizado por ampliar las diversas clasificaciones que iba realizando con el tiempo, y no en disminuirlas. Así pues, y con el paso de los años, el número de especies conocidas ha aumentado progresivamente (descartando las extinciones y los animales posteriormente descubiertos como imaginarios, los cuales no han conseguido contrarrestar esa tendencia), de igual modo que el grado de profundidad de las teorías en física, y en general, nuestros conocimientos en cualquier ámbito de la ciencia se han incrementado de manera exponencial (que no aritmética), especialmente a lo largo de estos últimos dos siglos. Las enciclopedias son más grandes, el derecho civil y penal, más complejo, las posibilidades en literatura, mucho más amplias, y la tecnología evoluciona (de la misma manera en que lo hace la naturaleza) de tal manera que incorpora lo mejor de los ejemplos anteriores, y suma nuevos parámetros incrementando con ello el tamaño y complejidad de los modelos. Disminuir el número de planetas del sistema solar no sólo significaría una afrenta a esta ley universal que es tan grande como el hombre (y reflejada -aún más-, por la más poderosa de las normas de la física, la química y la biología, que es la ley de Murphy), sino que constituiría, además, un peligroso precedente de cara al futuro, no tanto para la ciencia -que siempre seguirá creciendo-, sino sobre todo, para nuestro concepción filosófica de cómo se halla constitutido el mundo, permitiendo quizás el olvido de que detrás de cada árbol derribado en el Amazonas hay cientos de especies aún no catalogadas, o que cada pueblo que inunda una presa significa la imposibilidad de desenterrar los tesoros arqueológicos ocultos que laten bajo sus suelos. Inhabilitar (por tanto), a Plutón como planeta, significa una marcha atrás en este largo proceso que empezó el Homo Sapiens hace ya más de cien mil años. Y como todo funambulista sabe, cuando caminas por la cuerda floja, la primera regla de todas es estricta: ni un solo paso atrás.

3) EN REFERENCIA A LAS RAZONES EXPUESTAS EN CONTRA, que la órbita de Plutón se cruce con la de Neptuno no es ningún inconveniente, puesto que de ser así, tanto se cruza un planeta con el uno como el uno con el otro, y a Neptuno (tanto por tamaño como por su denominación de Dios de los Mares), nadie se atrevería a arrebatarle la condición de planeta (y en cuanto a quien argumente razones estéticas, tales como que la órbita de Plutón es más excéntrica, menos razonable aún es el movimiento de Neptuno, en claro desequilibrio con las órbitas del resto de sus compañeros: además, y por estética, Plutón, por las razones de tipo byronianas anteriormente expuestas, debe permanecer también vigilante en su puesto; y no es raro después de todo que se cruce en el camino del dios de los mares, pues pensemos en cuántos cadáveres alberga, desde el inicio de los siglos, el inapelable fondo del mar). El diámetro de la masa rocosa también constituye un factor despreciable, pues es un hecho del conocimiento general –tal y como reclaman con rintintín las mujeres a sus maridos-, que el tamaño (o eso dicen) no importa. Por otro lado, alguna voz se ha alzado reclamando que la eliminación de Plutón significa un punto a favor de la ciencia en su lucha contra charlatanes y astrólogos, al recortar un planeta que anteriormente se encontraba incluido en sus particulares bases de datos (contradiciendo, de esta manera, la supuesta exactitud de su ciencia). No obstante, esto en realidad no es sino un aspecto del problema, ya que el golpe mayor se produjo en los años 30, cuando Plutón fue descubierto y por tanto se les hizo romper (ante los astrólogos y sus correligionarios), todos los esquemas a estos visionarios, al introducir una nueva variable la cual –cosas de la milenaria ciencia astrológia- en ningún momento se hallaba en sus cálculos. Eliminar Plutón constituiría volver a darles la razón a unos execrables sacacuartos, los cuales bien podrían refugiarse en que, después de todo, Plutón nunca llegó a ser un auténtico planeta, y por tanto sus predecesores tenían razón.

En todo caso, y más bien, creemos que las divagaciones esgrimidas por la Unión Internacional de Astrónomos para obviar a Plutón de la lista de planetas son a todas luces endebles e insuficientes, y que realmente, la inelección definitiva de Plutón como astro mayor del sistema solar se debe más bien a otros criterios, a saber, entre los posibles:
·         En el caso de la eliminación de la “ch” y la “ll” del alfabeto de la lengua española, la razón última de este suceso se debía verdaderamente a que los académicos pretendían expulsar a 3 ó 4 congéneres del panorama de las letras hispanas, y no sabiendo cómo hacerlo, encontraron como mejor solución tachar estas dos letras de nuestra lengua para, de este modo, eliminar hasta cuatro (ch, Ch, ll, Ll), sillones de académicos, a los cuales no podrían renovar. No es improbable que acabemos descubriendo que existe un organismo internacional en los cuales los nombres de los miembros se asignen por planetas, y con esta medida, excluyendo a Plutón, se ha conseguido expulsar al compañero que no paraba de fastidiar con el sonido de la armónica, o a la compañera por la cual nunca ganaban los partidos de golf de las competiciones entre empresas. Una vez más, no es el cielo el que influye al hombre, sino las necesidades del ser humano quienes determinan el destino de los cielos.
·         Por una razón más lingüística que semántica, y en el caso de los astrónomos de habla hispana, considerar que Plutón es un nombre poco apropiado para un planeta, subrayando que este astro, por su errático movimiento y su fría y distante órbita, bien podría considerarse todo un “plutón” verbenero.
·         En realidad, se debe todo a oscuros intereses inmobiliarios, de la misma manera en que el duque de Lerma trasladó la corte a Valladolid para luego devolverla a Madrid. Los astrónomos que han votado esa medida han empezado a comprar terrenos en Plutón -ahora que han descendido de coste-, y luego votarán a favor de incluirlo de nuevo en la lista de planetas, revalorizándose entonces sus tierras, y vendiéndolas al mejor postor. A lo cual nosotros, legítimos ocupantes de los actuales terrenos de Plutón, nos oponemos.

4) LA FUERZA DE LA TRADICIÓN. La misma entonación de la sentencia, al enumerar el nombre de los planetas, que aprendimos desde pequeños en el colegio, lo define. Los planetas del sistema solar son: Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno... y nada más. Ahí falta algo, un punto y final, un noveno y alejado planeta, que cierre y dé sentido al conjunto, un punto remoto, frío y oscuro, que sirva de frontera, de límite final a esta estación, y que se manifieste como una advertencia a futuros visitantes de este sistema solar que provengan de lejanos planetas: de que los que allá se adentren no han de tener asegurada la vida. En contra de lo que se pueda pensar, la fuerza de la tradición es un parámetro al que ha de concederse tanta importancia como el radio del astro, o la longitud de la órbita. El inconsciente colectivo, ese espíritu común y trascendente que hace que -sin haberlo dicho nadie-, todos seamos conscientes de ciertas cosas, y que sin haberlo observado directamente, todos sepamos que tenemos corazón (o el mito de los gigantes, como el recuerdo escondido de nuestros bonachones hermanos mayores los Neardentales), constituye una fuerza generadora tan poderosa como el movimiento de las mareas, y que ha hecho incluso que el año 2000, pese a los razonamientos de todos los científicos, se haya convertido en inicio de siglo, y por tanto, que el aciago siglo XX, gracias a Dios, sólo haya durado 99 años. Por más que lo neguemos, habrá siempre impulsos instintivos que derroten a la fuerza de la razón: siempre esperamos que un cuerpo pesado caiga antes que uno ligero; los psicólogos negarán el psicoanálisis, pero tarde o temprano acabarán citando a Freud; y el Carrefour, después de todo, seguirá siendo Pryca. Por mucho que nos empeñemos, Plutón continuará manteniéndose como planeta, en la mentalidad de todos nosotros y en el imaginario colectivo, puesto que los profesores se lo transmitirán a sus alumnos, y éstos a sus hijos, y éstos a sus nietos, así hasta el final de los tiempos. Plutón será el planeta perdido, el planeta olvidado, pero precisamente por eso, por su carácter de perdedor, el eterno planeta sin nombre. De ser el coloso menor, el hermano renegado, aquel a quien contemplar con menosprecio por encima del hombro, el noveno satélite solar se ha convertido en el cabeza de león de los menores, el gigante a la cabeza de todos los enanos, y sobre todo, y por encima de todo, en el símbolo de la resistencia y la rebeldía ante aquellos astrónomos que, con su aire académico y su espíritu docto, han olvidado cuán insigne es su propia pequeñez, y el valor del dios de los infiernos. Así que contradictoriamente este astro (destinado por su tamaño y su lejanía a perderse progresivamente en el vacío de ese inmenso océano negro que son los confines del espacio), ha quedado instalado, como consecuencia de esta injusta e innecesaria extradición, ahora de manera definitiva en nuestras simpatías y en nuestras memorias. Con lo cual podemos afirmar, con un cierto deje de risita y venganza en el alma, que con su expulsión del sistema, Plutón, para todos los efectos, acaba de introducirse definitivamente en él.


            Nota adicional como advertencia: ENTRE MARTE Y VENUS TAN SÓLO SE INTERPONE LA TIERRA.

            Retomando de nuevo la nomenclatura clásica de los planetas como entidades mitológicas derivadas del acervo religioso griego y romano, hemos de tener en cuenta una serie de curiosas coincidencias que aparecen asociadas a aquellos cuerpos celestes que se presentan a ambos lados de nuestro estimado –ya por la costumbre- macizo conocido como planeta Tierra. A un lado y al otro se encuentran Marte y también Venus, dioses del amor y de la guerra. Sus condiciones climáticas guardan cierto paralelismo (o tal vez incoherencia) con las entidades las cuales representan: Marte es frío, inhóspito, e incapacitado para albergar vida. Venus, en cambio, el planeta del apoyo incondicional y el abrazo sincero, alberga temperaturas de más de cuatrocientos grados y ríos de lava candente que harían evaporarse instantáneamente a cualquiera que pusiera un solo pie en él. Esto ya era de sobra conocido por los astrónomos y eruditos: pero hay un detalle que quizás nos haya pasado desapercibido. Una pequeña china en el zapato, que pudiera resultar mortal.

            Porque si recordamos las viejas tradiciones asociadas al panteón helénico, no podemos obviar el hecho de que Ares y Afrodita, en el pasado, fueron amantes, y algunos dicen incluso que, finalmente (y por qué no, también ellos), acabaron enamorados. Pudiera parecer paradójico, ¿desde cuándo se asocian el amor y la guerra?, ¿no termina todo esto con las proclamas más afamadas de mayo del 68? Pero hemos de tener en cuenta que, después de todo, éstas son las dos grandes pulsiones entre las cuales se ha desplazado como un péndulo el hombre a lo largo de los siglos, el Eros y el Tanatos, la decisión de ser amado o ser temido, cuántas guerras desde la de Troya han sido iniciadas por el sexo, cuántas veces la guerra, a pesar de su crudeza, ha terminado por desencadenar entre almas atormentadas el amor. De hecho el sexo ha sido siempre asociado al fuego y por ende a la violencia, y la diosa púnica para el mismo, Ashtarté, es al mismo tiempo también la entidad representadora de la venganza. Así pues, este amor tiene un sentido, y una lógica, especialmente si recordamos que ninguno de los dos fueron dioses amables. Pero no por ello tuvieron más fácil la posibilidad de expresarse su amor.

            Porque también ellos, como Romeo y Julieta, como dos ingenuos amantes, sufrieron de la incomprensión (quizás no entendieron estos razonamientos anteriormente enunciados) y del reproche de sus pares. De hecho el tercero en discordia –el cornudo y maltratado Efesto (en efecto, qué feo era Efesto)- consiguió un día pillar in fraganti a ambos infractores y rodearlos como una malla de hierro la cual les impidió salir, con lo cual, durante todo una jornada, los dioses del panteón griego se pasearon para carcajearse de los burladores burlados, y por una vez –cazadores cogidos- las dos grandes pasiones que dominan al hombre contemplaron cómo se convertían en el hazmerreír de aquellos que iban o venían aunque solo fuera de paso. Quizás por ello interrumpieron sus relaciones, y pudiera ser por el miedo al ridículo por lo que no se volvieran a ver.

            Pero un día, pensemos, pueden volver. Desde esa distancia de millones de kilómetros que les separan, la fogosa y ardiente Venus, y el gélido y glacial Marte, aspiran por su retorno, que aporte un poco de paz y equilibrio a unas vidas que, de haber podido continuar juntos, quizás hubieran evolucionado distinto: Venus no hubiera tal vez despechado a todos los amantes que se hubo encontrado, Marte hubiera sido más tranquilo, más amable, podría haberse ahorrado (al estar más sereno) una o quizás dos guerras mundiales. Pero es que estas dos entidades, tan sólo se encuentran separados por una nimia e insignificante pantalla que se planta entre ambos dos: este escollo, fácilmente salvable, se trata de la Tierra.

            Y quizás por ello todas estas batallas que nos asolan, esa ola de sinsabores que consiguen que nunca seamos felices, y el que poco a poco nuestra atmósfera se pueble de metano y gases tóxicos, haciendo que nuestra atmósfera se aproxime cada vez más a la que hace del planeta Venus un acogedor lugar para que viva Plutón. ¿Están de alguna manera nuestros vecinos ejerciendo una maligna influencia sobre nuestras acciones y nuestro ambiente, incitando a nuestra destrucción para que, de esa manera, en el hueco subsiguiente, ellos puedan acercarse y que un día sean capaces de volver a estar de nuevo juntos?

            Se dice que el cinturón de asteroides situado entre Marte y Júpiter pudo constituir otrora un planeta extinto, el cual acabó destruido por crípticas fuerzas que desconocemos. Incluso el reconocido mitólogo Isaac Asimov propuso, en labios de James Moriarty, la famosa tesis Dinámica del asteroide, según la cual un genio malvado había sido capaz de llevar a su fin a este planeta primigenio, de la misma manera en que otro agente del pánico podría conseguirlo de nuevo. ¿Se aproxima de este modo el fin de nuestro planeta?¿Eros y Tanatos, asociados contra nosotros, para así retomar su amor?

            ¿Somos pues el último obstáculo, para la solución de todas las guerras y de todos los destrozos?¿Somos entonces los que evitamos, el idilio más hermoso?

            O tal vez todas disquisiciones no tienen sentido, y son en definitiva absurdas. O tal vez la esperanza de encontrar una influencia sombría –o luminosa, para los que creen en el horóscopo- de los planetas en nuestra vida, o de expulsar a Plutón de los cielos (quizás para de esta manera contrarrestar sus influjos) tan sólo corresponden al afán de no admitir una única realidad.

            Que el infierno, el amor y la guerra, somos nosotros.

            Y que ni Plutón ni Marte ni Venus, por mucho que quieran, tienen posibilidad de ayudar...

(Nota 1: este artículo iba acompañado de la mención de la siguiente viñeta, que creo que puede terminar de esclarecer dudas, o agravarlas todavía más: Diario El País (versión digital), 2/09/2006. Autor: Ramón.)

(Nota 2: no tengo la referencia de la imagen que pongo de portada. Si alguien se siente molesto por ello, que se ponga en contacto conmigo para que se retire o se añada la oportuna mención. Y perdón).

martes, 16 de octubre de 2012

La historia real de octubre: El deporte y la guerra. Historia del Gran Torino

Dicen que el deporte es una manera de proseguir las guerras, pero sin sangre. Que el ajedrez no es como la vida, es mucho más. Jorge Valdano declaraba que "el fútbol es lo más importante, de los menos importante", mientras que el mítico Bill Shankly argumentaba "Algunos creen que el fútbol es sólo una cuestión de vida o muerte, pero es mucho más importante que eso". El deporte permite hacer una síntesis de la vida (con todas sus incoherencias, momentos trágicos y épicos) y al mismo tiempo permitirte soñar y evadirte un poco de la rutinaria realidad, transformándose por un momento toda la habitualmente escala de grises de la vida en el uniforme dorado de la victoria o el más absorbente todavía abismo negro de la derrota.

No son extraños los momentos en que el deporte se cruza con cualquier otra faceta de la vida. Desde la literatura (con el ejemplo de la oda a Platko y la correspondiente respuesta de Gabriel Celaya), el heroísmo (como esta fascinante historia que ya destaqué en otro medio acerca de este nadador soviético), hasta momentos en los cuales las dictaduras se han valido de las competiciones deportivas -y en particular del fútbol- para tapar sus miserias (caso argentino o italiano), o en los que un partido ha servido de reclamo para los pueblos oprimidos (como ocurrió con los ucranianos durante la Segunda Guerra Mundial). Por supuesto, como habéis podido entrever en estos ejemplos, también el fútbol se ha dado la mano de manera bastante estrecha con la guerra. Pero hay un par de casos que yo conozca en los cuales este acontecimiento dramático se ha topado con el balompié y sin embargo ha surgido algo positivo. Un caso es el famoso partido de fútbol entre las trincheras alemana y francesa durante unas navidades de la Primera Guerra Mundial, al final del cual se repartieron regalos y se celebró de manera festiva. El otro es el episodio del Gran Torino.

El Gran Torino fue de esos equipos que hacen época. Estamos hablando de cuando el equipo de fútbol que mandaba en la bella ciudad de Turín no era la mítica "vieja señora" Juventus, sino el Torino. Eran otros tiempos, de fútbol tremendamente de ataque, y muchos argumentan que el Torino fue un precursor del llamado "fútbol total" que luego haría famoso la holandesa Naranja Mecánica. En todo caso, en el año 1943, el Torino obtuvo la recompensa -tras muchos años de sequía- de volver a obtener una liga italiana, el Scudetto, cuando poco después la Segunda Guerra Mundial detuvo las competiciones oficiales. Una sensación de déjà vu debió de invadir a los partidarios del Torino, que ya vieron como la posibilidad de ganar una liga en el año 14 (faltaba un sólo partido que el Torino debía ganar) se vió retrasada por el estallido de una conflagración a la que incluso los futbolistas de los equipos italianos fueron reclutados. Lo que iba a ser un pequeño paseo militar se transformó en la Primera Guerra Mundial y el famoso último partido sufrió un retraso de 3 años, transcurridos los cuales las autoridades italianas decidieron que, tras tanto tiempo (y con algunos futbolistas incluso fallecidos en combate), no merecía la pena jugarlo y le adjudicaron la liga al Genua, que iba primero antes de que estallara el conflicto. Treinta años después, nubes de guerra volvían a paralizar el fútbol en esta ciudad situada en el norte de Italia, e impedían la progresión de un Torino que llevaba haciendo muy buen trabajo desde hacía bastante tiempo atrás.

No obstante, ahí surgió el espíritu más combativo del presidente, Ferruccio Novo. Se empeñó en que, a pesar del parón, sus futbolistas (ahora contratados en su fábrica de Fiat) siguieran entrenando, día tras día, sin descanso, con tesón, instigándolos él mismo para que, a pesar del hartazgo y la falta de futuro que auguraba la guerra, permanecieran preparándose, como si un nuevo mañana fuera en cualquier momento a llegar. Y ese día llegó: cesó la guerra. Y para entonces, los únicos jugadores que habían seguido en forma durante todo ese tiempo eran los del Torino. Por supuesto, su dominio en el campeonato italiano en los siguiente años fue arrollador. En aquella época todavía no existían Copas de Europa, pero pocos dudan de que las hubieran conseguido de haberse celebrado en ese momento. La mayor parte de los títulos del Torino todavía proceden de esta época.

Lo único que podía con ellos (y que pudo) fue, la fatalidad. En el vuelo de vuelta tras un partido de exhibición en Lisboa, su avión se estrelló contra una basílica a las afueras de Turín, y todos los ocupantes del avión fallecieron, incluyendo dirigentes, entrenador, periodistas, y la mayor parte de los jugadores. Sólo se salvaron Sauro Tomá (lesionado y que por tanto no fue convocado al partido) y una estrella invitada, el posteriormente jugador del FC Barcelona Ladislao Kubala, que debía participar con el Torino en aquel partido de exhibición pero no había tomado el avión en el último momento por cuestiones familiares.

Aquel drama sacudió Italia. Para empezar, y a falta de cuatro jornadas para el final de la liga, se declaró en un gesto de nobleza campeón al Torino, y el resto de los partidos se disputaron por jugadores pertenecientes a los filiales de cada equipo. La selección italiana también quedó tocada, al perder a 10 de sus 11 jugadores en el accidente de aviación. De hecho, al año siguiente (1950), la selección acudió al Mundial de Brasil no en este medio de locomoción, sino en barco (todavía traumatizada por el suceso), y no pasó de la segunda ronda. El Torino nunca llegó a recuperarse del todo, y sólo volvió a ganar un Scudetto, durante los años 70, y a coquetear a partir de entonces con la segunda división, a la que descendió en ocasiones. Durante este tiempo, su rival en la ciudad, la Juventus, le superó en número de títulos, y también en aficionados en Italia. No obstante, hoy por hoy, el Torino sigue siendo el equipo con más seguidores dentro de la ciudad de Turín, sin que la Juventus pueda arrebatarle ese logro. Hoy en día se discute si el mejor equipo de la historia fue la Holanda de Cruyff, el Brasil de los 70, la selección española actual, el Madrid de Di Stefano o el Barcelona de Pep Guardiola... Yo, en muchos sentidos (será mi amor por los grandes perdedores), me quedo con el Torino.

lunes, 8 de octubre de 2012

El relato de octubre: Reunidos para la paz

Decía Isaac Asimov que muy pocos escritores reconocen tener influencias de otros, asemejando (segäun sus palabras) que sus estilos son completamente originales. Por supuesto, mi forma de escribir tiene referentes literarios y, durante un largo tiempo (y aún hoy, aunque en menor grado) Asimov fue uno de los ellos. En ese sentido, escribir un relato en un estilo "asimoviano" era no sólo un homenaje, sino una consecuencia natural de numerosas lecturas. A los fans del " buen doctor" sin duda les traerá gratos recuerdos, pero creo (y espero) que también les gustará a aquellos que no le conocen o son menos entusiastas de este escritor. En todo caso, para vosotros.
Posdata 1. Este relato fue escrito hace unos añitos, así que seguramente si lo escribiera hoy hubiera modificado unas cuantas cosas. Sin embargo, he decidido presentarlo tal cual para conservar el espíritu original y porque, por otra parte, creo que representa en mejor medida el modo de narración "asimoviano" que se le pretendía infundir a la historia.
Posdata 2: En cuanto al "uno de los mejores escritores de ciencia ficción de la historia" que se nombra en la narración, su nombre está omitido para ser rellenado por el que más os apetezca. Unos pensarán en Asimov y en Clarke, pero otros seguramente en H.G. Wells, Verne... Señores, hagan sus apuestas.

Reunidos para la paz.

            El invitado, como se le puede llamar eufemísticamente, se levantó cuando los hombres que antes le habían estado escrutando a través de los cristales de la habitación (opacos desde dentro, trasparentes desde fuera), entraron en la estancia. Los hombres, sin embargo, le indicaron que podía sentarse. Él, que no sentía, al menos por el momento, demasiado respeto por sus captores, siguió su consejo casi con entusiasmo. Los hombres abrieron sus extraños maletines, se dispusieron en las mesas con un orden y una precisión previamente pactados, y le miraron entonces a los ojos.
            -Primero de todo-comenzó a contar el hombre que parecía al mando, de pelo grisáceo con algunas canas en las sienes-, queremos disculparnos por la precipitación y por los métodos empleados. Pero, como comprenderá usted a continuación, cuando le expliquemos la situación, momentos desesperados requieren acciones desesperadas. De allí que le hallamos llamado.        
            -Secuestrado, querrán decir.
            -Como le digo, el motivo es más que justificable. Para empezar, le diremos que, si fuera cualquier otra persona, todo lo que le vamos a revelar ni tan siquiera se lo dejaríamos entrever. Pero dado que es usted un autor de ciencia ficción, creemos que está más capacitado que otras personas para entender su propia posición, así como la nuestra. Por ello, seremos claros.
            El escritor sonrió. Resultaba irónico que, después de todo, en estos momentos tan surrealistas, le refirieran su condición de “hacedor de sueños”, como le habían comentado en alguna ocasión. ¿Qué iban a hacer?¿Pedirle un autógrafo? Desde luego, algo no terminaba de cuadrar. Al menos, la amabilidad desplegada en estas últimas horas no se correspondía en absoluto con el ataque nocturno en su casa, con un rapto que, bien sin emplear demasiada violencia, fue más a causa de su falta de resistencia que a la gentileza de sus captores.  ¿Quiénes eran esos hombres que, a pesar de sus agresivos métodos, se comportaban ahora mucho más como directivos de empresa, que como secuestradores? El escritor no podía saberlo.  Pero deducía que no iba a tardar mucho tiempo en averiguarlo.
            -En primer lugar, ha sido usted seleccionado. Es usted uno de los mejores escritores de ciencia ficción de la historia, y, sobre todo, el que más se adaptaba a nuestras necesidades. Ni los anteriores, ni los venideros, requerían todas las cualidades necesarias para este encargo que vamos a proponerle. De ahí que deba usted considerar un signo de respeto y admiración el que le hayamos escogido a usted.
            El escritor sonrió.
            -¿Ha dicho usted... venideros?
            -Exacto-parecía que el hombre iba a llevar la iniciativa en la charla, y que los otros tan sólo asistirían para tomar notas o enterarse de primera mano de la conversación-. Le dije que íbamos a ser claros. Usted es escritor y, como tal, se ha planteado otras veces la posibilidad del viaje en el tiempo. Este concepto, por tanto, no le es nuevo para usted.
            Mostró una sonrisa sarcástica nuestro protagonista.
            -¿Es... es esto una broma?
            -Para nada, en absoluto, señor... Llamémosle X. Discúlpeme por este trato tan frío, pero toda nuestra conversación está siendo grabada, y, por motivos referentes a su propia seguridad, es mejor que los que están contemplando esta charla desde su despacho no conozcan su nombre, ni la época de la cual usted procede. No quisiéramos que nadie tomara medidas drásticas contra su vida...
            El sarcasmo se había transformado en una expresión de extrañeza, perplejidad, y cierta preocupación. ¿Sería posible lo que estaba ocurriendo? Por mucho que los escritores fantaseen acerca de mundos y situaciones futuras, tendemos a creer que éstas no son más que producto de nuestra imaginación, al igual que un autor de libros de fantasía no cree en sus propias historias acerca de hadas y duendes. Pero, ¿sería posible?¿No era tan extraño que, después de todo, y teniendo en cuenta que las predicciones de los escritores de ciencia ficción acertaban muchas veces, y se basaban en rigurosas teorías científicas, este hecho fuera real? Al señor X comenzó a paseársele por la mente, la sombra de la duda.
            -Así pues, estoy en el futuro-quiso resumir él.
            -En efecto; está usted en el futuro, y ni tan siquiera se halla en el planeta Tierra. Comprendo que sea difícilmente asumible y, sin pudiéramos, le daríamos más tiempo para recuperarse de, sin duda, esta sorprendente revelación y, aún más, otorgarle pruebas, contarle algo de este futuro del que usted supo adivinar algunas cosas... No obstante, no hay posibilidad de hacer nada de esto. El tiempo y el espacio del que disponemos, es limitado. No podrá salir de esta habitación... y tampoco se le permitirá estar aquí durante demasiadas horas.
            -Y ha dicho usted que mi vida puede correr peligro.
            -Sin duda; se debe a causa de la misión que queremos encomendarle. Hay mucha gente que está deseando que ésta fracase y, aunque las probabilidades de éxito son casi nulas para usted (y perdone la franqueza), su muerte contribuiría mucho a disminuir aún más todavía dichas probabilidades. Por ello es por lo que, en esta conversación que, como le digo, está siendo registrada, será conveniente que no utilicemos su auténtico nombre.
            Entonces, uno de sus ayudantes extrajo de su maletín un libro, y se lo tendió. El escritor reconoció su propio nombre y, al abrirlo, leyó un par de párrafos con un estilo extraordinariamente similar al suyo... De hecho, se trataba de una novela que había ideado, pero que todavía no había publicado, ni que hubiera revelado a nadie. Ni siquiera tenía nada por escrito, todo estaba en su imaginación... Pero allí estaba su novela. Publicada por primera vez en una fecha reciente... para el año el cual había estado viviendo. Era una reimpresión tardía. Allí estaba el libro... que sólo podía conocerse, para aquel que hubiera estado en el futuro.
            Comenzó a dejarse convencer.
            -¿Y en cuanto al suyo, señor...?
            -Spencer. Johnathan Spencer. Jefe de los servicios secretos de la Confederación Terrestre. A su servicio.
            El escritor tamborileó los dedos sobre la mesa sobre la cual se apoyaba. Se pasó la mano por la frente.
            -La Confederación Terrestre...
            -En efecto. Somos un grupo de planetas, constituidos a partir de las oleadas colonizadoras que salieron del planeta Tierra con destino a otros mundos. No es que seamos demasiado numerosos, ni demasiado poderosos, pero sí que somos sus descendientes, señor X. Y he allí que vengamos a usted a pedirle ayuda.
            El escritor se acomodó en el asiento.
            -Bueno, no es que yo me niegue a ello... La verdad, preferiría que las cosas fueran con un poquito más de calma, pero, visto cómo se lo están tomando ustedes...
            -Lo sentimos mucho, señor X-agregó Spencer-. Ya le he dicho que nos gustaría que las cosas fueran de otra manera, así como que la forma en que contactamos anoche con usted hubiera sido muy diferente. Pero, como ya le decimos, no tenemos mucho tiempo. Hemos de ir al grano.
            El escritor suspiró.
            -Supongo que no tengo otra alternativa.
            Los demás hombres, negaron simple y llanamente con la cabeza. Muy bien. Estaba claro. El señor X entrelazó las manos.
            -Muy bien; ¿de qué se trata, entonces?
            El hombre pareció aliviado de dejar de lado la inútil palabrería. Abrió su maletín, y comenzó a extraer papeles de éste.
            -Muy bien. Para ello, he de ponerle en situación. Nos hallamos en un asteroide en un sistema situado en la periferia de la galaxia, no excesivamente lejos de nuestra Tierra natal. En estos momentos, se está negociando... o, al menos, se estaba negociando, un importante acuerdo de paz en este asteroide. Tras una larga, y, querría añadir, fútil guerra entre las grandes potencias de nuestra galaxia, llega la hora de imponer las condiciones de paz. Muchas millones de vidas, tanto humanas, como de seres de otras civilizaciones, están en juego... Como usted comprenderá, es una situación delicada.
            El escritor se aproximó entonces, trasladando su propio cuerpo por encima de la mesa.
            -Seres de otras civilizaciones, entonces...
            Todo era cada vez más surrealista. Cabían dos opciones: tomárselo como una broma, y divertirse... O asumir que esto iba en serio –lo cual, por el aspecto circunspecto de sus antagonistas, iba siendo cada vez probable-, y actuar en consecuencia. En dicho caso, esto comenzaba a sobrepasarle... Incluso a pesar de tratar con estos conceptos –extraterrestres, viaje en el tiempo, confederación de planetas-, todos los días. Incluso aunque constituyera el pan nuestro de cada día. Incluso aunque hubiera ganado mucho dinero con ello, y que fuera famoso por todo el mundo en su época. Aún así.
            -En efecto. No queremos agobiarle con demasiada información al respecto. Enumerar la cantidad de seres de otros planetas que se han descubierto desde su época, en la cual todavía muchos sospechaban que estábamos solos en el universo, sería excesivo para cualquiera. No es nuestra intención aportarle más datos de los necesarios; mi experiencia me dice que, en este sentido, y para nuestra propia cordura, es mejor quedarnos con los conceptos básicos, más que con los pequeños detalles, por muy exuberantes y decorativos que éstos sean. Así pues, le diré que en este tratado de paz están implicados, básicamente, cuatro civilizaciones: los mnemitas; los traza; los borgovianos; y, finalmente, nosotros, los terrícolas, y sus aliados.
            Una pantalla holográfica apareció súbitamente en mitad de la habitación, mostrando un sencillo esquema.
            -Los mnemitas fueron los vencedores en la última guerra. Las otras tres civilizaciones, tres perdedores, aunque no en el mismo bando, desgraciadamente. Los mnemitas, pues, son los que mantienen ahora el control militar de la galaxia, de tal manera que poseen poder suficiente para destruir a cualquiera de sus oponentes, incluso a todos ellos, si lo desearan.
            -Parece que ha sido una guerra desigual, entonces.
            -Han ocurrido muchas cosas, señor X. Los avances tecnológicos han sido fulgurantes en estos años de guerra. Eso ha sido, básicamente, lo que ha inclinado la balanza a su favor. En todo caso, ellos son los que imponen las reglas. Y los demás tenemos que acatarlas.
            -Los cuentos clásicos de ciencia ficción de la Tierra solían colocarnos de vencedores en todas las batallas.
            -Como ha mencionado usted, eso son los humanos. En el planeta Elberg, en cambio, el público no aplaude al final hasta que toda la humanidad no ha sido masacrada. Cosas de especies.
            -Y entonces, es aquí donde ha tenido lugar la conferencia de paz.
            -Todavía está teniendo lugar. Aunque se halla momentáneamente... en suspenso.
            -¿Ah, sí?¿Y eso?
            -Comencemos contándolo así: las condiciones de la conferencia las impusieron los mnemitas. Son un pueblo con unas características peculiares. Mantienen una serie de constantes en sus relaciones con otras culturas; al principio, confían en ti ciegamente, entre otras cosas, porque confían en que su tremendo poder de destrucción sirva de protección suficiente para que nadie ose atacarte. Pero, si se sienten traicionados, las consecuencias son desvastadoras. No sería la primera vez en que un planeta entero desaparece de las coordenadas de los mapas galácticos, únicamente por una cuestión de orgullo, o una ligera ofensa.
            -No parecen muy amigables.
            -Ya conoce usted el percal, señor X. Cada especie tiene unas cualidades inherentes, una idiosincrasia y forma de ser propias. La de los seres humanos, ya las sabemos todos. Las de las otras especies, son más difíciles de entender... Prácticamente imposibles de comprender de una forma profunda, al menos para la mayoría de nosotros. Pero tenemos que convivir con ello. En mi opinión, y llevo bastantes años contactando con muchos seres de otros mundos, no son ni mejores ni peores que los humanos: ni siquiera podemos juzgarle por nuestros propios parámetros, pues éstos no tienen cabida, ni posibilidad alguna en su lugar de procedencia. Son, simplemente, diferentes.
            El escritor asintió.
            -Deduzco, entonces, que son los mnemitas los que están registrando nuestra conversación.
            -Efectivamente. De hecho, son los únicos que poseen el poder de viajar tiempo. Y es por ello por lo que hemos tenido que pedirles este breve lapso para charlar con usted. Son una deferencia que han tenido para con nosotros... aunque, en mi opinión, no hacerlo hubiera sido una crueldad por su parte, y una traición a sus principios.
            X musitó algo entre dientes. Pero indicó con un leve gesto a Spencer que prosiguiera su relato.
            -En todo caso, como decía, los mnemitas son los que imponen las condiciones de paz, y también la forma en que se desarrollan las negociaciones. Han seguido el método tradicional que emplean en su planeta de origen: cuatro seres, uno representando a cada raza, en un asteroide, acompañados del mínimo personal que sirva para cumplir sus necesidades. A la hora de las negociaciones, los cuatro se hallan en un edificio sin posibilidad de acceder desde el exterior, al menos sin permiso del que controla los accesos; en este caso, el control lo tenía el representante mnemita, por telepatía. Sin su permiso explícito, nadie podía entrar al edificio. Estaban los cuatro solos, en un lugar que incluía una sala de reuniones, y cuatro habitaciones individuales, conectadas cada una a la sala de juntas por un largo pasillo. Todos ellos, completamente aislados del mundo exterior. Sólo penetró el ejército mnemita en el recinto... cuando se dieron cuenta de que su representante había muerto.
            El escritor dio un respingo en su asiento. Al otro no le pasó inadvertido este gesto.
            -Efectivamente. Es justo lo que usted ha estado pensando.
            Spencer mostró una débil sonrisa en sus labios.
            -Fue asesinado.
            El escritor unió las yemas de los dedos de ambas manos.
            -Y, claro-quiso concretar-, sólo hay tres posibles asesinos.
            Aquí, se le borró toda sonrisa del rostro a Spencer.
            -Ése es el problema.
            Declaró.
            -Que en realidad sólo hay un posible asesino...
            Balbuceó levemente, lo cual no correspondía con la imagen de un hombre como él.
            -Y es el representante de la Tierra...
            El escritor, entonces, enarcó una ceja.
            -Pero, ¿los otros dos?
            Spencer se mordió el labio inferior. Continuó hablando.
            -Había un representante traza, y otro borgoviano. Ninguno de ellos dos, por definición, ha podido cometer el crimen. Sólo queda, pues, una alternativa.
            X abrió los brazos, interrogante.
            -Pero, entonces, ¿dónde está el dilema?
            Spencer se apoyó sobre el respaldo de su silla.
            -Señor X; si ya le hemos comentado algunos de los actos que han realizado los mnemitas por una cuestión de una leve ofensa...
            Tragó saliva.
            -¿Que cree que harían, entonces, con el planeta de un ser que ha asesinado a uno de los suyos?
            El escritor se estremeció.

            Una imagen espeluznante cruzó a través de su mente. No la pudo resistir.

                                    *                                  *                                  *

            El escritor se levantó. Comenzó a dar vueltas por la habitación.
            -Pero entonces, ¿el ser humano es culpable, sí o no?
            -Él dice que no lo es: y nosotros confiamos en él. No obstante, ya sabe usted que puede mentir. Está dentro de la naturaleza intrínseca del ser humano. En todo caso, esa no es la cuestión. Para ser sincero, ni siquiera me importa demasiado si nuestro hombre lo hizo o no. Simplemente, quiero que se demuestre que esto no es así o, al menos, que hay otra posible alternativa. Aunque no sea verdad. A pesar de que sea agarrado por los pelos. Quiero algo. Lo que sea.
            X elevó una de sus manos a la cabeza, y se mesó los cabellos.
            -Así pues, lo menos importante es la verdad en sí.
            -Desde luego. Tenga usted en cuenta la alternativa: si nuestro representante es el culpable, puede estar seguro de que sus descendientes, en lugar de estar aprovechando los derechos de autor de uno de los más grandes escritores de ciencia ficción de todos los tiempos, acabarán constituyendo polvo estelar en algún rincón entre Venus y lo que quede de Marte... eso, como posibilidad más halagüeña.
            -¿Tan vengativos son los mnemitas?
            -No lo sabe usted bien. Ni se lo figura.
            -¿Serían capaces de liquidar un planeta entero, por la acción de un solo hombre?
            -Le dije que se podía intentar entender a los extraterrestres... pero que era un esfuerzo prácticamente inútil. Para los mnemitas, la acción de un ente equivale a la de toda su especie. El peor acto de un hombre, mancha por igual a toda la raza humana.
            -¿Qué pasa: no han oído hablar de los asesinos en serie?
            -Sí que lo han oído: gracias a Dios, ese es un capítulo ya desterrado de la humanidad, aunque tal hecho no viene a cuento. En todo caso, a los mnemitas no les importa lo que nos hagamos entre nosotros, sino lo que les hagan a ellos. Y no captan nuestro concepto de que la acción de un hombre, incluso siendo su mayor representante en una conferencia internacional, no equivale a la de todo un pueblo.
            -No veo a un alto diplomático asesinando a nadie. No me lo acabo de creer.
            -Nadie lo hace. Pero hay un mnemita muerto. Y hay que probar que no ha sido el humano.
            -Hasta tal punto que habría que mentir, aunque creyéramos que nuestro hombre fue el asesino.
            -Efectivamente: salvaguardar nuestro futuro en la galaxia lo requiere.
            El escritor entonces dudó.
            -Pero, dígame... Si se demostrase que alguno de los otros dos es el asesino, entonces...
            -Su civilización quedaría reducida a cenizas por el poder mnemita.
            -Ah; o sea, que aquí tiene que perder necesariamente alguien. Un planeta entero...
            -... o varios.
            -Un planeta entero ha de quedar destruido.
            -Efectivamente.
            -A ver si lo entiendo: usted no quiere que el ser humano sea culpable de asesinato... aunque sea verdad. Aunque para ello haya que destruir a una civilización inocente.
            -Le dije, señor X, que era jefe del servicio secreto de la Confederación Terrestre... No una monja de clausura. A cada cual con su civilización: yo defiendo la mía. Llámelo egoísmo, pero yo tengo familia. Y no me gustaría nada que les afectase a ellos. Si tienen que morir para ello los traza o los borgovianos... bueno, eso ya es cuestión de mi homólogo en sus respectivos territorios. No es cosa mía.
            El escritor se volvió a sentar.
            -Bien: analicemos los hechos, para empezar. ¿Cómo murió el mnemita?¿Son descartables el suicidio, o el accidente?
            -Estrangulado: efectivamente, son descartables.
            -Y hay otros dos candidatos, el borgoviano y el traza.
            -Efectivamente.
            -Pero ninguno ha podido ser.
            -¿Por qué?
            -Cada cual por distintos motivos.
            -Comencemos por el borgoviano. ¿Por qué no ha podido cometer un asesinato?
            -No, si poder, podría... Por complexión física, y estructura corporal, tiene capacidad más que de sobra para ser un soberbio ejecutor. El problema, es que no lo haría jamás.
            -¿Por qué?
            Spencer se levantó.
            -Ningún borgoviano ha asesinado jamás. A nadie. Ni siquiera de especies ajenas. Ni siquiera a un animal inferior. Nunca lo haría.
            El señor X le miró, interrogante.
            -Perdone, pero eso no lo acabo de entender. ¿Nunca?¿Nadie?
            -Exacto; los borgovianos tienen un código moral estricto, que nunca traicionan. Son incapaces de ejecutar acción alguna opuesta a sus principios, que se parecen bastante a los nuestros, al menos, los admitidos oficialmente en la Tierra: la paz, la verdad, la justicia, el honor. Nunca matarían, ni por placer, ni tan siquiera por necesidad. Es así, y punto.
            -Pero eso es una mera cuestión cultural: en todas las civilizaciones que han poblado la Tierra se ha prohibido el asesinato y, aún así, y por muy estricta que fuera su moral, se han roto las normas. Lo mismo podemos hablar en distintos estratos sociales: en teoría, los religiosos no pueden cometer pecados y, sin embargo, algunos de ellos han sido nefandos.
            -Éste no es el caso, señor X. No se trata de una cuestión cultural. Va mucho más allá de los meros convencionalismos sociales. Es algo que se ha ido desarrollando a lo largo de la evolución biológica de los borgovianos. Que está impreso, en su propio código genético.
            -No lo entiendo.
            -Es difícil hacerlo la primera vez: verá, los borgovianos provienen de un planeta repleto de bosques. Su musculatura, su fuerza, sus varios brazos, etc, provienen de la necesidad de trepar de liana en liana en tan espesas selvas. Pero, en realidad, son herbívoros: nunca han tenido que usar su fuerza para nada que no sea circular por la selva... y defenderse, claro.
            -Defenderse, ¿de quién?
            -De los slubos. Los slubos son seres que viven en la zona de sombra de los árboles del planeta original de los borgovianos. Son, y si quiere mi opinión más personal, sencillamente repugnantes. No respetan nada de nada, son seres inferiores, sin apenas inteligencia. Se dedican a acabar con todo borgoviano, o todo bicho viviente que ven.
            -¿Y ello no originó, en la evolución de los borgovianos, un cierto impulso agresivo?
            -Podría haber ocurrido así, dicen algunos, pero no. Los borgovianos, de hecho, afirman que esa salida nunca hubiera sido posible: pero, claro, es su opinión; se consideran una raza superior. En lo que no andan muy desencaminados, después de todo, si los comparamos con nosotros. Pero creo que a todas las especies nos pasa algo parecido. Incluso a la nuestra. Sobre todo, a la nuestra.
            -¿Qué ocurrió, entonces, en... Borgovia?
            -No se llama así... pero bueno. Además, el lenguaje borgoviano es indescifrable, su nombre verdadero sería imposible para nosotros. La cuestión fue que los borgovianos -en aquellos momentos en el equivalente en nuestra prehistoria-, que habían desarrollados instintos pacíficos, de comunidad entre ellos, no tuvieron que hacer frente a los slubos, puesto que había allí otros seres vivos, inferiores, pero con capacidad agresiva, que eran sus aliados. Que no les atacaban, y en los que podían confiar. No es que estos aliados tuvieran un sistema nervioso tal que podamos compararlos con los borgovianos, así que no se puede hablar de una auténtica amistad, o colaboración... fue bastante más biológico, más primitivo, llamémosle, quizás, una simbiosis. En ese sentido, los borgovianos se acoplaron perfectamente. La simbiosis, tanto mental como física, con otras especies, hizo innecesaria una lucha directa contra los slubos, sino, más bien, el desarrollo de estrategias comunes para que sus aliados protegiesen a los borgovianos de los ataques de éstos... Ello desarrolló aún más la civilización borgoviana, y las contrapartidas que estos seres inferiores les pidieron a cambio les hicieron desarrollar más todavía su civilización... Pero eso ya es historia borgoviana.
            -En todo caso, no hubo necesidad de recurrir a la violencia.
            -No solo eso, sino que, genéticamente, y mediante selección natural, fueron favorecidos aquellos seres sin predisposición a la violencia. Ello se debía a que, cada acto de muerte contra cualquier animal, incluyendo los slubos, alteraba enormemente el delicado ecosistema en el cual vivían, y las relaciones entre las distintas especies, imprescindibles para el equilibrio de dicho hábitat. Los borgovianos, en este sentido, tenían como máxima función alertar al resto de los seres vivos del peligro de los slubos durante la noche. Es complicado de entender, lo sé... De hecho, el proceso completo sólo lo entienden unos pocos historiadores borgovianos. En todo caso, genéticamente, la naturaleza seleccionó siempre a individuos sin agresividad, de tal manera que ésta ha sido desterrada del área borgoviana: de hecho, existen casos de borgovianos que fueron raptados por slubos, y criados bajo condiciones de agresividad, se les incitó incluso a portarse como si fueran slubos; es una conducta rara en estas criaturas, pero a veces ha ocurrido: no dio resultado. Los borgovianos eran pacíficos, tranquilos, y aberrantes a la violencia, haciendo lo que fuera por impedirlo. Eran, si me permite el símil, como corderos criados por lobos, que nunca llegaban a dar ningún mordisco. Un borgoviano, pues, no puede matar.  Es contrario a su naturaleza.
            -Pero siempre existen mutaciones genéticas.
            -No estamos hablando de un borgoviano cualquiera: estamos hablando de uno de sus principales dirigentes. Es un hombre que ha tenido una intensa preparación antes de llegar hasta donde se halla, sometido a múltiples exámenes de actitud y aptitud. Si este borgoviano concreto fuera violento, a estas alturas ya le habrían descubierto.
            -Interesante... Oiga, y, sólo por curiosidad, ¿qué clase de guerra han librado los borgovianos?
            -Una que estaban destinados a perder, como puede apreciar claramente. En general, los borgovianos se han visto protegidos por su sabiduría, su moderna tecnología, y la influencia religiosa que ejercen sobre los sistemas colindantes; eran los filósofos de este lado de la galaxia. Como ve, en los últimos tiempos, su estrategia no ha sido muy correcta; supongo que la evolución lo tendrá en cuenta en el futuro, a la hora de modificar la forma de hacer las cosas. Pero, de momento, les está sirviendo para salvarse de la amenaza mnemita; que no es poco.
            El escritor se quedó pensativo unos instantes. Luego prosiguió.
            -Vale; vamos a probar por otro lado. ¿Qué tal los traza?¿Tienen ellos también algún impedimento moral?
            -No, no; en absoluto. En ese sentido, son bastante parecidos a nosotros.
            -¿Entonces?
            -No reúnen los requisitos esenciales; la capacidad para asesinar a alguien. Si le contamos a un humano de la calle esa posibilidad, se estrumpiría de risa.
            -¿Por qué?¿Acaso no pueden estrangular?
            -¿Sin brazos? Dudoso es. ¿Con apéndices de apenas un par de centímetros?¿Un cuerpo fofo y ridículo, casi inexistente, donde albergar, eso sí, un poderosísimo sistema nervioso? Imposible.
            -Pero, ¿qué son?¿Una cabeza con tentáculos?
            -Ligeramente parecido... aunque hay que verlo para comprenderlo del todo.
            -O sea, que no pueden cometer un asesinato.
            -No.
            -Perdone, usted ha mencionado antes a los mnemitas como dominadores de la telepatía: ¿no tendrán por casualidad, los traza, algún tipo de poder mental?
            -No; ojalá lo tuvieran, nos solucionaría muchos problemas en este sentido. De todas maneras, lo de la telepatía no es una capacidad intrínseca de ninguna especie, es tan sólo temporal y con mucho despliegue tecnológico por medio. No, los traza sólo tienen un poder, y es su soberbia inteligencia. Son crueles, maquinadores, y manipuladores hasta más no poder. Se han pasado siglos haciendo alianzas para tratar de dominar la galaxia; son, por ello, el máximo enemigo de los mnemitas, después de los humanos.
            -¿Ah, encima nos tienen manía?
            -Todo son ventajas, ¿verdad? Pues sí. Los traza, como digo, pueden hacer muchas cosas con sus armas... sus ejércitos emplean robots tremendamente poderosos, y poseen instrumentos de guerra que suplen sobradamente sus deficiencias físicas. Pero, por sí solos, no pueden hacer nada. Y recuerde que, en el edificio, sólo había un representante de cada especie. Sin armas, sin ningún posible truco procedente del exterior... Sólo los propios individuos.
            -Pero eso de que no había nada, es muy relativo. Al fin y al cabo, toda prohibición puede ser evadida. ¿No es posible, acaso, que alguien introdujera algún objeto u arma desde fuera?
            -Los mnemitas son seres extremadamente inteligentes, señor X. Y hacen muy bien su trabajo. Además, llevan haciendo ese tipo de cosas durante milenios, como ya le he dicho, es su forma de negociación habitual. Y, por supuesto, sabiendo que su representante era el más importante en esta reunión, ya que es su decisión última la que marca lo que ha de hacerse, han buscado defender al máximo a su líder. La probabilidad de fallo es prácticamente nula... y, lo que es más, los mnemitas nunca lo aceptarán. Ya ha podido dilucidar, de mis palabras, que tienen bastante amor propio.
            -Lo que me está entrando es complejo de inferioridad: todos parecen ser más inteligentes y sabios que nosotros.
            -Las especies inferiores no tienen cabida en la galaxia. Han sido unos siglos muy crueles, estos últimos. Muchos esclavos, muchas luchas, muchas especies descontentas, subyugadas... Que los seres humanos sigamos siendo una raza predominante en la galaxia es sólo cuestión de horas... Después de este tratado, seremos relegados a potencia de segunda línea... Eso, si no nos destruyen antes.
            -Pero parece que los mnemitas no cuidaron tan bien de su líder. Al fin y al cabo murió, ¿no?
            -Confiaban en su poder: los traza no pueden matarles, los borgovianos tampoco, y los terrícolas... Diablos, no pensaron que nadie fuera tan tonto.
            -Claro; pero si un traza introduce un arma en el edificio, es la situación perfecta para echarle la culpa al humano. Los mnemitas han de tener en cuenta este hecho.
            -Como ya le he dicho, los mnemitas nunca aceptarán esa posibilidad.
            -¿A pesar de los muertos?
            -Esto no va por los parámetros de la Tierra, señor X; los mnemitas no se van a quedar de brazos cruzados, por no saber quién es el culpable. Esto se parece más a lo de Salomón: cortamos al niño y a la mitad, y adiós. Si no encuentran culpables, a lo mejor acabamos todos muertos. No es una posibilidad, señor X.
            -O sea; quiere usted una teoría que exculpe a nuestro ser humano, y que al mismo tiempo la acepten los mnemitas... pide usted mucho.
            -Por lo menos no le pido que sea la correcta.
            -¿Está usted seguro de que no sabe la verdad, y me la está ocultando?
            Spencer sonrió.
            -Parece que lo más lógico, tratándose de mi condición, es pensar que estoy protegiendo al humano... No, se lo prometo, le juro la verdad: yo no sé quién mató al mnemita. Ojalá lo supiera. No trabajaré con ninguna hipótesis que no exculpe a nuestro representante, pero ni le creo ni le dejo de creer. Si me pregunta mi opinión personal, le diré que creo que es un hombre bastante decente, lo sé porque le conozco íntimamente... Pero no puedo poner la mano en el fuego. Como ya le digo, sinceramente, no conozco la respuesta: sólo busco una salida a este problema.
            El escritor se retorció los cabellos.
            -¿Y no hay ninguna prueba, ningún indicio que apunte hacia algún sospechoso concreto?¿Qué coartadas presentan?
            -No hay indicio alguno. El mnemita apareció muerto en una silla de la sala de reuniones. La fuerza física requerida pudo ser ejercida por un humano, por un borgoviano (pero, como hemos visto, es imposible que él sea el asesino), y con un traza con un arma, pero nunca él solo. Los tres individuos declaran que estaban durmiendo en el momento que pasó todo, y que no oyeron nada.
            -Muy oportuno.
            -Pero puede ser real: al menos, para dos de ellos.
            -¿Y cuál se supone que es el móvil?
            -Había pocas reuniones de grupo en esta larga serie de negociaciones; en general, las conversaciones tenían lugar en la sala de juntas, con el mnemita y uno solo de los representantes, a los que accedía por telepatía. Él venía, discutían, y se volvía a su habitación. Se cree que es posible que el representante mnemita haya revelado su decisión final acerca de los acuerdos de paz a uno de ellos, y él haya visto tan desventajoso el acuerdo, que la única manera de salir adelante, era asesinar al dignatario mnemita, y echarle la culpa a otro, para que su civilización sea destruida; de esa manera, se podría obtener un acuerdo mejor.
            -Pues, si hubiera sido el humano, le habría salido muy mal.
            -Los mnemitas asumen que los seres humanos cometemos errores. Somos, en general, más falibles que otras especies.
            -En otras palabras, nos consideran estúpidos.
            -Como nosotros a los niños. O a otras especies animales. No es muy distinto.
            -Pero, vamos a ver una cosa... Para empezar, ¿por qué a mí?¿No tienen ustedes detectives, o algo así?
            -Efectivamente. El caso lo ha investigado un detective mnemita, y, a raíz de los resultados, nos han permitido (como un gesto de gracia), traer a nuestro propio hombre. Que no llega a conclusiones muy distintas. El estrangulamiento se perpetró desde atrás: pudo ser tanto de pie, y luego se colocó el cadáver en la butaca, o en ese mismo sillón. Eso es imposible de saber.
            -¿Y en cuanto a las marcas del cuello? La ciencia forense hará maravillas hoy en día.
            -Desgraciadamente, las marcas no son definitorias. Los dedos humanos, y los apéndices borgovianos, no son tan distintos, teniendo en cuenta que procedemos de animales que saltaban de árbol en árbol. También tienen pulgar prensil, ya sabe, ese paso de la evolución que ha propiciado buena parte de nuestro desarrollo tecnológico. En todo caso, no nos es posible determinar quién pudo ser el asesino. Salvo el traza, por supuesto, al cual le hubiera sido, ya de todas maneras, físicamente imposible.
            -¿Y dónde encajo yo en todo esto?
            -Nuestro detective, como ya le he dicho, no nos proporcionaba ningún dato novedoso. Todo seguía entre el borgoviano, y el representante humano, y, abandonada la hipótesis del borgoviano... usted ya me entiende. Por ello, le pedimos a los mnemitas, dado que nuestro mundo estaba en juego, una segunda prerrogativa. Veíamos que este caso no correspondía tanto al territorio de la ciencia forense, o de la investigación policial habitual, sino de la comprensión de la psicología de las distintas razas que se veían enfrentadas: hemos consultado a algunos expertos, pero el problema es que les es muy difícil juzgar este asunto desde un punto de vista imparcial.
            -¿Demasiado humanos?-preguntó el escritor.
            -Más bien al contrario: han trabajado tanto con seres de otros mundos, que hay ciertos aspectos de su personalidad que han asumido tanto como la propia condición humana. Créame, señor X, existen dogmas que hoy se aceptan en la Tierra de la misma forma en que reconocemos que ésta es esférica o que gira alrededor del sol. Y uno de ellos es que los borgovianos no pueden asesinar. Sería imposible convencer a un terrícola común, menos aún a un experto en psicología interestelar, de lo contrario; de hecho, hay muchos seres humanos, en una especie de movimiento social muy común hace unas décadas, que han preferido convivir bajo el sistema borgoviano, y renegar del cruel y demasiado humanizado planeta Tierra. Como ve, la cosa no pintaba muy bien para nosotros.
            -Y allí es donde entro yo.
            -Exacto-certificó Spencer-. Necesitábamos alguien imaginativo, alguien que comprendiera las motivaciones humanas y, aún mejor, las no humanas. Alguien que no estuviera tan intoxicado con los prejuicios actuales como para no proponer una hipótesis alternativa.
            -Un escritor de ciencia ficción.
            -Es nuestra última posibilidad. Créame, el tiempo se agota. Los mnemitas nos han dejado sólo una oportunidad, sólo esta habitación, sólo un estricto intervalo antes de que nuestro hombre, encerrado en una prisión mnemita, sin posibilidad de que le realicemos nuevos interrogatorios, sea declarado culpable, y nos preparemos para una guerra de dimensiones épicas... e infausto final... Y sólo puede ayudarnos usted. Sé que no poder interrogar a nuestro hombre, ni tampoco a ninguno de los otros participantes, no es la mejor manera de llevar a cabo una investigación, y que hacer elucubraciones sobre el papel no es la forma más adecuada de dilucidar un crimen... incluso para un escritor. Y créame que lo siento. Pero los mnemitas no nos dan más medios... Ya están bastante susceptibles como para pedirles más... Es duro tener que trabajar así. Pero no nos queda otro remedio.
            El escritor cruzó los dedos de sus manos. Spencer le miraba fijamente, entregando una pesada responsabilidad sobre su cuello, el cual empezaba a sentir la opresión de la cadena en la que iba envuelta sobre sus músculos y venas... Hasta entonces, él había trabajado con personajes procedentes exclusivamente de su mente. Esto en cambio, parecía real. Demasiado real.
            -Pero ustedes me han dicho-comentó X-, que los mnemitas poseen el secreto del tiempo. Podrían avanzar hacia atrás, para salvar a su dignatario, o para adelante, para averiguar si yo, o cualquier otro, averigua la solución del misterio. ¿Por qué, entonces, necesitamos estos métodos tan pedestres?
            -El tiempo no es sencillo de manejar, amigo mío. Nosotros no poseemos los detalles, pero sí que sabemos que los mnemitas han tenido muchas malas experiencias con el manejo de los viajes temporales, y que sólo los realizan bajo circunstancias excepcionales, y garantizando siempre que no habrá alteraciones en cuanto a la historia, o a los hechos pasados. Existen, además, ciertas circunstancias de índole física y matemática que hacen mucho más complicado para los mnemitas arriesgarse a los peligros inherentes al viaje en el tiempo, que, simplemente, tomar su propia decisión, por muy errónea que esta sea, y confiar en ella, pese a que toda una civilización inocente, o varias, puedan sufrir las consecuencias. Como le digo, los mnemitas no sienten mucho aprecio por otras razas, y si nos han dejado traerle en el tiempo a usted, es porque están absolutamente seguros de que este pequeña distorsión de la curva espacio-temporal no va a causar ninguna interferencia en el actual presente, o en el futuro. Al menos en el suyo. Ésta, y no otra, es la razón por la que actuamos de esta manera.
            El escritor bufó espontánea y sinceramente. Tragó saliva.
            -Una última pregunta...-susurró.
            Spencer suspiró con paciencia.
            -¿Sí?
            -¿Por qué yo, y no otro?
            El jefe de los servicios secretos sonrió. Señaló su libro.
            -Es mi favorito.
            Se pasó la mano por la parte inferior del rostro.
            -Eso, y algunas características de su literatura. Pero no perdamos más tiempo. Por favor. Éste se agota.
            El escritor titubeó.
            -Pero, bueno, tendré que pensarlo, ¿no?, que...
            -Como quiera. Si prefiere estar a solas...
            El señor X sacó un pañuelo de su chaqueta, y se quitó unas cuantas gotas de sudor de su frente.
            -No... Déjelo... Si lo hiciera, empezaría a pensar que esto es una pesadilla, y no podría concentrarme... Vamos a pensar...
            Tamborileó los dedos sobre la mesa.
            -Todo parece girar, pues, a la decisión que el diplomático mnemita había tomado con respecto a las conclusiones definitivas de la conferencia de paz.
            -Efectivamente.
            -Pero no conocemos su contenido.
            -No.
            -¿Ni tan siquiera se puede intuir?
            -Raro sería. En este sentido, las posibilidades son múltiples y variadas, distintas según a cuál le corresponda la peor de las alternativas. ¿Por qué lo dice?
            -Estaba pensando... Supongamos que no ha sido el ser humano. Sólo nos queda, pues, el borgoviano. Fue el borgoviano, entonces.
            -Sí, es una posibilidad. ¿Y cómo?
            -Vamos a ver: usted ha dicho que el mundo al que los mnemitas, digamos, le tengan más rabia, disfrutará de muy malas condiciones resultantes de la conferencia de paz, ¿no es así?
            -En efecto.
            -Me figuro que las condiciones serán básicamente económicas.
            -También a nivel político.
            -Quiere decir que los borgovianos podrían sufrir hambre, o, cuanto menos, una muy desagradable pobreza...
            Spencer frunció el ceño.
            -¿Se refiere a que el borgoviano asesinó al mnemita para evitar la muerte de un mayor número de personas?
            -Efectivamente: al fin y al cabo, si se trata de una raza tan inteligente, deben tener capacidad de pensar a largo plazo.
            -Veo que no acaba usted de comprenderlo, señor X. Los borgovianos no son tan maquiavélicos: el fin no justifica los medios, no siempre, al menos. El que los borgovianos se salven a través de un asesinato es demasiado indirecto; sería factible, pero no excesivamente creíble. Los traza serían más parecidos a nosotros, en ese sentido. Además, han puesto en peligro a la Tierra; eso no debería entrar en sus planes.
            -Pero cada cual vigila sus propios intereses.  
            -Eso no es algo que encaje en la moral borgoviana.
            -¿Y cómo, entonces, se han metido en una guerra?
            -En defensa de seres más débiles. Les ha perdido la bondad.
            -Eso nos pone aún más difícil las cosas... Pero, imaginemos que el mal fuera tan grave, no sólo para ellos, sino para los demás, que mereciera la pena el sacrificio de la Tierra; por ejemplo, que los traza y los borgovianos se vieran afectados de la misma dramática forma por la decisión mnemita. Supongo que quedarían afectados un mayor número de personas que si sólo la Tierra fuera perjudicada: al fin y al cabo, dos civilizaciones, al menos sobre el papel, tienen más población que una.
            -No sólo eso: los traza y los borgovianos tienen muchos más habitantes en sus planetas que nosotros, aún por separado. En ese sentido, tendría usted razón.
            -Pues entonces tenemos esa posibilidad alternativa: el mnemita le revela al borgoviano su decisión, posiblemente antes que al traza, ya que empezaría probablemente por el ser más noble y, por tanto, el más fácil a la hora de comunicar sus intenciones. Esa decisión supone un golpe en la línea de flotación de los sistemas borgoviano y traza, y el borgoviano delibera, y toma su decisión, cometiendo el asesinato. Es una buena posibilidad.
            Spencer mostró un gesto escéptico.
            -Existe alguna inconveniencia a esa teoría.
            -¿Cuál?
            -Los traza y los borgovianos mantienen posturas opuestas en este conflicto. Cualquier concesión a uno, es una prerrogativa para con el otro. No es posible que ambos queden igualmente afectados. El enfrentamiento es muy fuerte entre ellos. Sólo uno de los dos puede mantenerse fuerte, y, por razones universal-estratégicas, uno de los dos lo hará, necesariamente.  Y la teoría sigue manteniendo un punto de vista maquiavélico, que no me convence nada.
            -Pensé que no se trataba de convencerle a usted, sino a los mnemitas.
            -Créame: los mnemitas no serán ni la mitad de crédulos que yo. No cuente usted demasiado con ello.
            El escritor divagó durante unos instantes en silencio.
            -Espere un momento... Pongámonos desde el punto de vista mnemita: han de mantener a una civilización, bien sean los borgovianos, bien sean los traza, como civilización auxiliar... como aliado, digámoslo así. ¿Podemos afirmar esto?
            -Efectivamente.
            -La Tierra se queda, pues, como potencia de segundo orden.           
            -Veo que aprende usted a manejarse en este mundillo. No creía que fuera usted capaz de asimilar tantas ideas en tan poco tiempo.
            -Pues bien; si usted fuera un mnemita, y tuviera que elegir un compañero de fatigas en la difícil tarea de administrar la galaxia, ¿de quién se fiaría más?¿De los borgovianos, o de los traza?
            -Evidentemente, de los borgovianos.
            -Así pues, partamos de hipótesis inicial ésta; que los borgovianos fueron el pueblo elegido para seguir adelante, y los traza fueron condenados a retroceder en el siempre accidentado camino del progreso.
            -Muy poético. Se nota que es usted escritor.
            -Ironías las mínimas.
            -De acuerdo, señor X. Perdone, pero llevo ya demasiadas horas sin dormir.
            -Pues bien; la solución pues, pasa porque el representante traza reciba la noticia de que ellos son los perjudicados. ¿Qué podría hacer, entonces, para evitarlo?
            -Nada. Protestar inútilmente, si acaso. Continuar la guerra, para perecer sin remisión.
            -Pero usted me ha dicho que los traza son inteligentes, astutos, manipuladores. Estoy seguro de que se les ocurriría una solución más sutil... Conoce usted que la mejor manera de sacar un objeto de una botella no es romperla...
            -... sino llenarla de agua.
            -Así pues, el diplomático traza podría conseguir un sistema... para asesinar al mnemita.
            -¡Pero él no puede matar a nadie!¡No presenta la capacidad física para ello!
            -No... pero podría haber utilizado su influencia para conseguir un aliado.
            -¿El borgoviano?¿Un borgoviano aliado con un traza, actuando en contra de su propia raza, y mediando un asesinato por medio?¿Pero qué está diciendo?
            -No estamos diciendo, en este caso, que el borgoviano conociera su papel en todo esto...
            El oscuro jefe de los servicios secretos sintió temblar su labio inferior.
            -Quiere decir entonces...
            -Quiero decir-susurró el señor X-, que hay varias maneras en que un hombre, o un ser vivo inteligente en general, cometa un asesinato... Desde los primeros palos y piedras de la prehistoria, hasta nuestros días... Uno es la propia intencionalidad... pero otro es el accidente.
            Los otros hombres que estaban en la habitación, que hasta ahora asistían impertérritos al diálogo, comenzaron a murmurar entre sí.
            -¡Silencio!-siseó Spencer-. ¿Es que nos toma por estúpidos?¡Por supuesto que consideramos la posibilidad del accidente!¡Era nuestra única salida, vistas las opciones que teníamos!¡Pero no se puede estrangular a alguien por accidente!¡No...!
            -No, a no ser...-un refulgente brillo tintineaba desde la oscuridad de las pupilas del escritor-, que estuviera tratando de proteger a alguien. A no ser que tuviera que anteponer una vida a otra. Incluso el ser más pacífico, debe valerse a veces de la violencia para evitar una muerte.
            Spencer comenzó a dar vueltas alrededor de la habitación.
            -¿Está usted insinuando que el mnemita atacó al traza?
            -Exacto: lo atacó, pretendiendo matarle. Y, dada la evidente superioridad del mnemita sobre el traza, el borgoviano, que bien podía hallarse en la habitación, bien pudo haberse despertado por los ruidos procedentes de la sala de reuniones, se vio obligado a actuar.
            -¿Y le mató?
            -Probablemente no fue su intención. Probablemente vio que era la única manera de detenerle en ese momento.
            -Hay maneras mejores de detener a un hombre que estrangularle. Apartándole, por ejemplo.
            -No podemos conocer las circunstancias exactas. Quizás el mnemita agarraba al traza de tal manera que apartar a su agresor hubiera sido de poca ayuda para el traza, incluso podría haber puesto en peligro su vida. Probablemente el borgoviano no quiso estrangularle, sino únicamente conmocionar a nuestro individuo, tratar que soltase al traza, impedirle la respiración de tal manera que cesase la lucha... Pero como habitualmente suele ocurrir, no es en el caso de los hombres violentos en que esta agresividad desatada induce a la muerte... Sino, más bien, en aquellos que no están acostumbrados a ejercer la violencia. Un borgoviano presenta la fuerza, la estructura ósea, la capacidad de matar... Pero nunca la ha empleado. Es tan fuerte como un fornido ser humano, pero nunca ha experimentado su violencia, nunca se ha peleado con un niño en la escuela, no sabe emplear su propia fuerza. A la hora de defender una vida, pues, será alguien inexperto, incapaz, y ni siquiera su inteligencia podrá prevenir que lleve a cabo acciones incorrectas o que se exceda en el uso de su propia capacidad... De esta manera, lo que comenzó siendo un el intento de salvar una vida se convirtió en el acto de sesgar otra... El borgoviano se convirtió en asesino, sin quererlo.
            -Pero hay algo que no comprendo-incidió Spencer-. ¿Por qué iba el mnemita a atacar al traza? Él tenía las circunstancias bajo control. El traza no podía amenazarle físicamente. ¿Por qué iba a alterarse de tal forma?
            -¿Ni tan siquiera tratar de atacarle?
            -Podría intentarlo... pero difícilmente hubiera llegado hasta el punto de una pelea seria.
            -Sin embargo, supongamos que la culpa no fuera del mnemita... Sino del propio traza.
            -¿Y qué le hizo?¿Qué hizo para que el borgoviano se viera obligado a salvarle?¿En qué lío se vio envuelto?
            -Al contrario, cómo su magnífico plan funcionó. Traza: manipulador, experto en convencer, en llevar a la gente a su lado. Él quiso provocar la pelea. Él estaba seguro de que alguien vendría en su ayuda. Provocó el suficiente ruido para que alguien viniera a ayudarle.
            -Y ese alguien fue el borgoviano.
            -Exacto.
            -Pero, aún así, sigue sin quedar claro cómo consiguió el traza enardecer de tal manera al mnemita para que éste le atacase.
            -¡Usted mismo me ha dicho que los mnemitas son altamente vengativos! Eso, sin duda, revela que lo son más allá del pragmatismo. La venganza es un sentimiento sólo asociado a aquellos que piensan en sus propios sentimientos, más que en lo que es más necesario en la realidad en que vivimos. Está también asociado a seres orgullosos, susceptibles.
            -Los mnemitas efectivamente lo son, como ya le he mencionado.
            -He ahí cómo pudo hacerlo. El traza aludió al orgullo de especie. Les acusó de opresores, de injustos, abusó de sus defectos físicos, de los fallos que todo ser vivo ha de poseer. Y a un autoritario diplomático, acostumbrado, además, a tener una corte de aduladores a su alrededor, sintiéndose el rey del mundo (por decirlo de alguna manera), tratando a los otros como un rey a sus siervos, llamando a sus enemigos a la sala de reuniones, ¿cuánto más podía serlo? Quiso acabar con su vida: porque además, sabía, que tenía la suficiente fuerza para castigarle. Y que, si los mnemitas consideran que los actos de un ser equivalen a los de su raza, con más razón todavía, el acto de un mnemita no podía ser impuro. En fin, usted mismo me ha dicho que por cuestiones de un quítame allá estas pajas, ha habido auténticas masacres.
            -Así es-se frotó las manos Spencer. Comenzó a ver el asunto más claro-. Entonces, el traza provocó su propio ataque, para que el borgoviano fuera la mano ejecutora.
            -Es exactamente lo que ocurrió; cuando el borgoviano se dio cuenta del terrible delito que había cometido, se sintió avergonzado. El traza, entonces, aprovechó aquel momento de confusión para actuar con las sibilinas tácticas que caracterizan a los de su especie: le razonó que, a los ojos de cualquier tribunal mnemita, los borgovianos, y también los traza, serían declarados culpables. Que ambas civilizaciones serían destruidas. Que el mal estaba hecho, que no podía haber final feliz, que, pasara lo que pasase, habría muertos. Esto no es, como hablábamos antes, una decisión tomada previamente, un asesinato realizado con premeditación y alevosía... Es una política de hechos consumados. Callar, sabiendo que el humano sería acusado del crimen; que todo el mundo caería ante el dilema del traza que no podía cometer el asesinato, y el borgoviano que no debía hacerlo. Condenar a una civilización, para salvar a dos. Eso no me negará que sí puede ser razonado por un borgoviano, por muy nobles que sean sus sentimientos. Como decía aquel, Dios dijo que seamos todos hermanos, pero no primos.
            -Eso no se lo discuto, pero hay un problema: ¿cómo podía el traza saber que el borgoviano acudiría al escuchar el escándalo, y no el ser humano? Porque, si hubiera venido este último, la coartada no hubiera sido tan eficaz como la que usted ha propuesto, y los traza no hubieran cumplido su objetivo de beneficiarse políticamente de la desaparición de la Tierra (algo que muy probablemente pesó mucho en su mente a la hora de realizar sus acciones). ¿Cómo explica usted esto?
            -Usted ha elogiado tremendamente a los traza: me ha dicho que es su inteligencia la que les ha mantenido fuertes a lo largo de su historia. Pues bien, como tales, y teniendo en cuenta que su poder se basa en el conocimiento de otras razas, y como manejarlas, estarán al tanto de los estudios sobre el origen de la civilización borgoviana. Y, como usted me ha mencionado, parece que su misión en el complicado ecosistema de su planeta de origen era avisar, durante la noche, del peligro slubo. Deduzco de allí que, o bien son una especie de hábitos nocturnos, que duermen durante el día...
            -No lo son. En realidad, en su planeta siempre es de día, pero tienen sus períodos de descanso.
            -... o bien, en dicho caso, poseen mucha más capacidad para nosotros de apercibirse a alteraciones a su alrededor durante la noche y, por tanto, tienen muchas más probabilidades de despertarse ante una lucha en la sala de juntas, separada de su habitación por un largo pasillo, que un ser humano corriente. Y era en eso en lo que estaba pensando el traza cuando ideó su plan.
            Spencer estaba frenético. Parecía a punto de dar saltitos de alegría.
            -Pero aún queda un último escollo: esta teoría es posible. La que mantienen hasta ahora los mnemitas también. ¿Qué es lo que hace que los mnemitas deban convencerse de que la nuestra es la correcta, y de que no eliminen, por principio de precaución, a las tres civilizaciones?
            -Muy sencillo: su teoría original se basaba en suponer la incompetencia y la estupidez del ser humano. Ésta, en cambio, tiene en cuenta las mejores cualidades de los individuos de cada especie. Seguro que, para una especie que ha dominado la galaxia, infravalorar a sus enemigos no debe ser una política habitual, incluso aunque en su fuero interno tengan tan mala opinión de nosotros. Estoy seguro de que esta teoría les resultará mucho más convincente que la primera. Por otro lado –ahí X sintió su argumento demasiado maquiavélico-, al adoptar esta teoría, los mnemitas pueden destruir tanto a los borgovianos como a los traza, las únicas especies capaces de hacerle sombra… Con tan sólo los terrícolas a su lado, nadie se atreverá a hacerle sombra.
          Spencer sonrió. Al hacerlo mostró los colmillos. X sintió una punzada: pero sabía que el daño no se lo había hecho el otro, sino él mismo con esta última frase.
            -Sólo una pregunta más entonces: ¿por qué cree que los trazas, una especie sumamente astuta, han urdido un plan que ha sido capaz de ser desvelado por un humano?
            -Bueno, no es por despreciar mi propia inteligencia, pero me figuro que habrán influido varios factores: primero, que los trazas se habrán visto sorprendidos en una situación que se les ha puesto en contra en condiciones muy desfavorables, y han tenido que operar como mejor han podido, dadas las circunstancias. Segundo (y esto es un suponer), quizás han asumido que en caso de duda los mnemitas no actuarían contra nadie o, si acaso que, en igualdad de circunstancias (y eso todavía puede ocurrir) la astuta diplomacia de los trazas les convenza a los mnemitas de la idoneidad de contar con ellos como aliados, o al menos de minimizar los daños. Quizás, no sé, el odio de los trazas a los borgovianos supera su propio instinto de autorpreservación, y prefieren, por decirlo de alguna manera, dejar a sus enemigos ciegos a costa de quedarse tuertos. Usted los conoce más, ya me dirá si es posible. Y en cuanto al último argumento, es lo que usted dijo: yo no estoy condicionado por los dogmas básicos de esta época. Añadamos a eso, además, el espíritu taimado y ligeramente escéptico de mi época (que no sé si los seres humanos actuales conservarán), y tendrán algo que los traza no podrían averiguar.
            Spencer, entonces, sonrió de manera franca y espontánea, por primera vez, en todo el tiempo que había durado la entrevista.
            -Excelente, señor X. Excelente. No dudaba que usted no nos defraudaría-aquí el escritor despreció esta ligera mentira-. Nos ocuparemos de que regrese a su mundo de tal manera que no haya ninguna alteración para su vida cotidiana. Por supuesto, garantizamos su seguridad ante la posible venganza, esencialmente de los traza, ante la gestión que ha realizado, y, eso sí, le pediremos que no mencione ninguno de los detalles que ha conocido en este día a sus conocidos, o que lo refleje en ninguno de sus libros. Creemos que no tendrá usted ningún problema en esto: al fin y al cabo, si no sigue nuestras instrucciones, y a pesar de nuestro más sincero agradecimiento, tendremos que actuar sobre su vida... Usted ya me entiende.
            -Sí-la practicidad brutal de Spencer no le pasó inadvertido al escritor-. Le entiendo perfectamente-dijo mientras ambos se estrechaban la mano.
            Entonces, los hombres que acompañaban a Spencer, esta vez más relajados, entre comentarios jocosos y sonrisas, se fueron marchando de la sala. Spencer iba a cerrar la puerta tras de sí cuando, de improviso, X preguntó:
            -¿Y ahora, qué?
            -Ahora, no se preocupe-le indicó Spencer-. Usted quédese simplemente aquí, y nosotros nos encargaremos de que vuelva a su hogar sano y salvo, como si nada hubiera ocurrido.
            -No-replicó el escritor-. No me refiero a eso. Quiero decir...
            Spencer, al principio los ojos expectantes, ahora comprensivos. Humedeció sus labios.
            -Le contaremos esta teoría a los mnemitas y, si les convence (lo cual, gracias a usted, es muy probable), tomarán medidas.
            -... que pasan por la eliminación de los traza y borgovianos.
            Spencer se encogió de hombros.
            -Los traza no merecían la pena de todas maneras.
            -Los borgovianos sí.
            -En eso le doy la razón.
            -¿No podrían perdonarles? Fue un accidente, después de todo.
            -Se puede intentar... pero lo dudo, señor X. Son los autores materiales del crimen. Y les han mentido. Esos pequeños detalles tal vez no sean claves a la hora de la evaluación final de lo ocurrido... Pero ya lo sabe usted, amigo mío. No es la razón la que, la mayor parte de las veces, dirige las acciones de los pueblos. De cualquier especie, cabría añadir.
            El escritor bajó la cabeza, y se pasó la mano por la frente, apesadumbrado. Estaba de pie, su sombra proyectándose en el suelo de la habitación, así como la de Spencer, como si se trataran de las de dos edificios en el skyline neoyorquino... Un skyline realmente tétrico, dadas las circunstancias.
            -Va a morir mucha más gente que si nosotros fuéramos los culpables.
            Spencer se mordió el labio inferior; pero no había remordimiento en su mirada.
            -Piénselo de otra manera: a lo mejor, y a pesar de su teoría, incluso fuimos los culpables.
            Spencer cerró la puerta tras de sí.
           
            El escritor se quedó solo. Junto a su libro.
           
            Lo arrojó con fuerza hacia la pared... A pesar de que lo desconocía, no quiso leer el final.