Ésta, más que una historia, es una no-historia: algo que no ocurrió, no se sabe bien cómo terminó, o bien pudo no ocurrir nunca. Se trata de un misterio poco conocido y que, sin embargo, ha perturbado y cautivado la imaginación de aquellos que han tenido la oportunidad de entrar en contacto con él. En concreto, se trata de la desaparición de Ettore Majorana, físico nuclear italiano, en el año 1938.
Escuetas son casi todas las biografías de Majorana que pueden encontrarse para el interesado en su vida, y es quizás porque Majorana tan sólo camina sobre la faz de la tierra unos treinta y un años, o al menos, ése es el tiempo de existencia que ofrece al mundo. Después de ese período, desaparece. Ettore Majorana era un individuo especial, que desde muy joven ya demostró una excepcional aptitud para la física y las matemáticas. Aunque con tan sólo nueve trabajos publicados en el momento de su desaparición, sus colegas parecen acreditarlo como un cerebro privilegiado, aunque también se encargan de destacar su carácter huraño y en gran medida melancólico. Incluso en este aspecto estaba de acuerdo su maestro, Enrico Fermi, un hombre célebremente conocido por su contribución a la física de partículas, y cuyo trabajo sirvió de base junto con el de otros científicos para, años más tarde, desembocar en la creación de la bomba atómica. Es comúnmente aceptado que la personalidad de los científicos -y en particular los que demuestran una mayor genialidad- puede bordear en algunos casos la locura. El problema fue que el carácter hermético y poco aceptado de Majorana fue acentuándose de manera progresiva con los años -agravado, además, por una gastritis que le afectaba bastante-, hasta que, un día, supuestamente tras tomar un barco para visitar a un amigo en Palermo, Ettore se esfuma de la escena. No deja nada detrás, salvo dos notas de las que parece emanar un pesado e intoxicante aroma a duelo de difuntos, y un tercer mensaje que apunta a un suicidio frustrado. Un par de meses antes, Ettore había realizado una serie de movimientos que inducen a pensar que se estaba preparando para terminar con su vida. Hasta aquí, la mente de Ettore: el resto, su cuerpo, desaparece.
Contando todos estos factores, la hipótesis de una muerte auto-inducida, arrojándose seguramente en medio del mar Tirreno, parece la más factible. Sin embargo, hablamos de una época extraña. En aquella época, científicos alemanes e italianos trabajan en un campo de moda, el de la física de partículas, del que que muchos sospechan que puede conducir a la creación de un arma mortíferamente destructora, secreto del cual se quieren apropiar también los estadounidense. El propio Fermi, huyendo de la Italia de Mussolini, aprovecha la concesión del premio Nobel para escapar a América, donde es acogido con los brazos abiertos para colaborar en el proyecto Manhattan. En este ambiente de continua y hasta certera paranoia, no es extraño que las teorías más conspirativas y tenebrosas tengan cabida, y que la imaginación sea poco proclive a aceptar incomprensibles dramas personales. ¿Un secuestro del físico para apropiarse de sus conocimientos nucleares?, improbable. ¿La eliminación de un hombre que había intuido demasiado?, poco creíble. Pero las teorías han sido muchas y han dado tal vez para demasiado. Leonardo Sciascia escribió una novela que teorizaba la reclusión voluntaria de Majorana en un monasterio; recientes titulares en Argentina difundían a bombo y platillo algunas fotografías que indicarían que Majorana había viajado a este país y habría vivido allí alrededor del año 1955; y quizás la más estremecedora opinión sea la mencionada en "El Siciliano" por parte de Alberto Seoane, según la cual Ettore Majorana se suicidió porque había sabido intuir el futuro, y era consciente de que si seguía avanzando en ese campo, algún día él mismo u otros se verían forzados a construir una bomba atómica, con lo cual, tratando de escapar de este destino ominoso, había decidido apartarse de la carrera arrebatándose voluntariamente de la vida. Sea o no verdad esta hipótesis (porque quizás nos estamos acercando tan sólo a una desgracia personal, tan cruenta e insondable como cualquier otra), lo cierto es que la idea cuajaría con el famoso enunciado de la paradoja de Fermi, en la cual el maestro y mentor de Majorana se preguntaba cómo era posible que el ser humano no hubiera contactado nunca con culturas extraterrestres avanzadas, y deducía que, tal vez, a partir de un grado determinado de desarrollo, una civilización acaba por fabricar armas con capacidad suficiente para su propia autodestrucción, y esto hace que desparezca antes de expandirse por el espacio, y por eso nunca podamos llegar a comunicarnos con ella. Este pesimismo respecto al futuro -asociado, con cierta lógica, al hombre que contribuyó a crear una de las armas más devastadores jamás descritas- quizás pueda englobarse en el contexto general de la muerte de Majorana, de cómo veía él el mundo, y de cómo lo consideraban también aquellos que lo heredaron. Isaac Asimov, en su relato "¿Se engendra ahí el hombre?", se preguntaba sobre si los límites de la locura pueden ser también los del conocimiento, y hasta qué punto podemos llegar a adquirir cierto grado de lucidez acerca de la estructura del mundo sin que la revelación de la verdad nos acabe con contudencia de derribar. Quizás Majorana -propondrán algunos- había llegado a esos límites, más allá de cuyas barreras no puedes contemplar nada más. Quizás el italiano llegó a sobrepasar algunos umbrales que tal vez todos (en cualquier circunstancia, por cualquier pretexto) nos encontremos constantemente muy cerca de traspasar.