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lunes, 2 de febrero de 2015

La historia corta de febrero: La caracola (V)




               El mendigo sólo tenía una cosa en el mundo: su radio. Por eso, la trataba como su mayor tesoro y, cada día, la encendía nada más que media hora, justo antes de dormir. La radio le hablaba de un mundo al que él no pertenecía, y dentro del cual, sin embargo, durante esa media hora, escuchando voces cálidas y acogedoras, parecía vivir.

            Un día la radio, a pesar de todos sus cuidados, se le cayó; era normal, llevaba con él ya muchos años. Entonces el mendigo la llevó al Cachivaches, el que lo arreglaba todo, para que la tratase de recuperar. Pero no había nada que hacer, le diagnosticó el Cachivaches resignado: la radio estaba afónica.

            Entonces el niño le dijo al mendigo: "Toma mi caracola. Ha dado muchos resultados últimamente. Quizás te ayude con tu problema". El mendigo contempló, extrañado, la caracola, en sus manos, pero se lo agradeció.

            Aquella misma noche, el mendigo colocó la radio afónica (la cual todavía emitía, muy bajito, su canto melodioso en forma de cadenas), la aproximó a la caracola, colocó ambas estructuras justo al lado de su oreja, y escuchó de nuevo las ondas hertzianas: la caracola actuaba de amplificador.

            Así, el mendigo tiene ahora dos tesoros: su radio y su caracola. A ambas las trata como si fueran sus hijos, ambas hermanas.

            De vez en cuando, apaga la radio, para que no se fatigue la voz, le coloca la caracola al lado, y permite a la dormida máquina escuchar...

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lunes, 19 de enero de 2015

La historia corta de enero: La caracola (IV)



         El niño que encontró la caracola en su jardín pensó en que era muy triste que antes, la caracola, cuando estaba en el mar, sirviera de refugio a aquellos animales que pasaran por allí, y que quisieran protegerse en su dura concha del abrigo de las olas; y que en cambio, ahora, no se usara para nada...

            Por eso, el niño cogió tierra, la introdujo en la caracola, como si se tratara de una maceta, y plantó una semilla en su interior, creo que era una habichuela.

            De la tierra de la caracola, comienza ya a vislumbrarse a algún brote.

            La caracola, vuelve a albergar vida en su interior.

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lunes, 15 de diciembre de 2014

La historia corta de diciembre: La caracola (III)



            El anciano sordo que se encontró la caracola en su jardín se la puso al oído, pero no escuchó el mar.

            Y como no lo escuchó, se plantó delante de la caracola, que puso encima de una mesa, y le pegó un fuerte grito:
            -¡Aaaahhh!
            Pero la caracola no le respondió.

            Entonces, en un gesto de osadía, el sordo avanzó un paso, y le pegó un lametón a la caracola.
            -¡Puaj!-exclamó asqueado.
            No se oía, desde luego, pero sí que sabía a mar.

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martes, 11 de noviembre de 2014

La historia corta de noviembre. La caracola (II)



             El otro día ví una caracola al pie de un árbol, en mitad de la Castellana.

            ¿Sabes cómo ha llegado hasta allí?

            A un niño le han enseñado en la clase de ciencias naturales que los árboles no pueden moverse. Por eso, porque no pueden llegar hasta el mar, le ha puesto la caracola a su lado, para que, aunque no pueda ver el mar, al menos pueda escucharle.

            El árbol duerme ahora bajo el arrullo del mar.

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lunes, 16 de junio de 2014

La historia corta de junio: La caracola (introducción y capítulo I)

Abrimos nueva sección (por no llamarlo experimento literario) en el blog. Consiste en una serie de pensamientos, elucubraciones, historias, que tienen como punto de partida una simple y menuda caracola. Un sencillo homenaje a la magia de las cosas pequeñas, en especial cuando éstas llegan a conseguir algo tan difícil como conectar a las personas. Aquí os coloco la introducción inicial y, tras los asteriscos, el primero de los relatos. Como siempre, que lo disfrutéis.


LA CARACOLA

El hombre salió a la puerta de su casa.

Contempló, con mal disimulada satisfacción, con delicia su jardín. Las flores comenzaban a despuntar orgullosas, primorosas, coquetas; las briznas de hierba se encontraban alineadas simétricamente, con sus puntas bien rectitas y ordenadas, creciendo perfectas, como un batallón alegre y bien dispuesto; los pequeños arbustos, remolones, mientras tanto, retozaban alborozados bajo el sol. El hombre fue bajando los escalones de la entrada de su casa pausadamente, contemplando a un lado y a otro los límites que se marcaba a sí mismo en el interior de su propiedad, buscando la más mínima imperfección sobre la superficie de la hierba, y a Dios gracias, no la encontró. Se acercó hasta el extremo de su jardín. Contempló a los coches pasar.

Luego pensó en ciertas dudas que había dejado pasar el día anterior. Meditó sobre las cosas que le había dicho Marta, meditó también sobre las posibilidades que tenía para tomar una decisión. Se dijo a sí mismo que el marcharse le proporcionaba por un lado una salida digna, al mismo tiempo que un mar de interrogantes, mientras que quedarse significaba afrontar los problemas y por tanto, introducirse en un camino que podía poner en peligro toda su estabilidad, y lo que era más, incluso su vida. El cavilar este tema era complejo, intrincado y triste... Los riesgos de no hacerlo, superaban con creces la posibilidad de que su corazón, ya muy marcado por las cicatrices del bypass, acabara por fin pagándolo.

El hombre se dio la vuelta. Se aproximó de nuevo hacia su casa. La tanteó con la mano. ¿Qué pasaría con este lugar estos días?¿Sería, como decía Marta, un lugar donde el drama y la tragedia acabarían por llegar? Nuestro hombre bajó de nuevo la vista hacia el suelo. Y entonces, al hacerlo, encontró una objeto, que al principio no supo reconocer.

Se agachó para recogerlo... Una piedra. No le hubiera llamado especialmente la atención en otras circunstancias. La desplazó ligeramente, para contemplarla por todas sus aristas. Pero había algo en esa pequeña roca que era muy especial, y nuestro hombre se dio cuenta en seguida, porque tenía experiencia en ello. Era una piedra, de evidente origen marino.

Lo cual no sería de extrañar, de no ser porque se encontraban a seiscientos kilómetros del mar.

Qué raro, se interrogó nuestro hombre. La piedra estaba mojada, no sabía si era a causa del rocío, o si bien se debía a otra razón. Pero en todo caso, nuestro hombre, admirando la roca, se empezó a preguntar muchas cosas...

Cómo habrá llegado esto aquí...

                                               *                                 *                                 *

           La vieja dijo: He perdido el mar, se me cayó del bolsillo. Sus hijos, creyéndola loca, la encerraron en un asilo.

            Ella nunca pudo contemplar el mar, por eso se lo trajo alguien, en forma de caracola. Al oído, resuena el mar, pero esta mañana, se le cayó del bolsillo.


            La vieja no había perdido la cabeza, sino que había perdido el mar...