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lunes, 18 de marzo de 2024

El libro de marzo: "Antes de la tormenta", de Gal Beckerman.

Resulta fácil sentirse atraído por la intención de "Antes de la tormenta", libro de ensayo de Gal Beckerman: tratar de encontrar, en los distintos movimientos revolucionarios que han transformado el mundo, una serie de patrones comunes (o de diferencias) que expliquen su éxito o su fracaso. Buscar qué métodos de trabajo han funcionado, para así aplicarlos a propósitos futuros. Con este propósito, Beckerman analiza diferentes grupos que enarbolaron ideas (en su día consideradas radicales) de naturaleza científica, social, artística y política: desde el astrónomo Peiresc coordinando gente de todo el mundo, en el siglo XVII, para obtener más datos acerca de un eclipse, hasta la corriente de los futuristas italianos, pasando por las peticiones de ampliación de derecho al voto de Gran Bretaña en el siglo XIX, el movimiento punk femenino de los 80-90 o los primeros periódicos anticolonialistas del oeste de África. A través de todos estos procesos (que el autor narra con una minuciosidad histórica y personal que nos ha deleitado a muchos), se desgranan las diversas virtudes que ha de tener un movimiento de este tipo: paciencia, control, enfoque, imaginación, debate, coherencia... En ese sentido, es un libro estupendo para aprender acerca de determinadas revoluciones -o intentos de conseguirlas- que no han sido suficientemente publicitadas.

Se vuelve un poco más difícil estar de acuerdo con las conclusiones a las que llega el libro, las cuales se aventuran ya desde los primeros compases. A saber: el autor defiende que las redes sociales con las que tratamos todos los días, como Facebook y Twitter, no son las ideales para lograr el cambio social. Beckerman esgrime (no sin razón) que estas redes sirven muy bien para canalizar el griterío y la frustración espontáneas, pero que luego no son las herramientas adecuadas para el intercambio de ideas y la discusión que consigue un cambio de mentalidad más a largo plazo, en un proceso que, según el autor, se ve favorecido por hacer las cosas de una manera más lenta. Desde luego, hay argumentaciones en las que uno no puede sino estar de acuerdo con Beckerman: no sólo con que estas redes viven para el beneficio empresarial (y generan dinámicas a veces contraproducentes), sino con que en ocasiones son convenientes espacios más privados donde un grupo determinado pueda sentirse y sentarse a gusto -la metáfora visual que mejor emplea es la de una mesa- para discutir sus estrategias de acción. Quizá lo menos acertado del libro es lo que el autor considera un éxito o un fracaso: parece desdeñar los logros de la plaza Tahrir en Egipto (que cristalizaron en un cambio de gobierno, aunque éste fuera efímero y no el que muchos desearon) y en cambio ensalzar los de los samizdat -unas publicaciones clandestinas de la resistencia antisoviética que se distribuían 20 años antes de que se produjera el más mínimo amago de cambio en el país-. También da la impresión de que hay factores, en el lado contrario, con los que Beckerman no cuenta demasiado: la resistencia de las fuerzas del statu quo, el grado de madurez de la sociedad donde se produce el cambio, y la influencia de factores externos al propio movimiento y a su oposición. En ese sentido, resulta muy difícil evaluar hasta qué punto determinada aproximación resulta un éxito o un fracaso, o forma parte de un proceso histórico más amplio donde el valor de cada contribución resulta difícil de juzgar.

Donde creo que probablemente el autor se aproxima más a la verdad es cuando se centra en fenómenos más recientes: el Black Lives Matter, la cadena de correos electrónicos entre responsables de salud pública durante la epidemia de COVID-19, e incluso cómo grupos de extrema derecha organizaron las infames marchas de 2017 en Charlottesville. Beckerman habla de cómo estas corrientes exploraron medios alternativos a las redes sociales: desde plataformas de chat privado tipo Discord al puerta-a-puerta de toda la vida, y ensalza sus beneficios respecto a la continua exposición pública de las grandes redes. En su empeño, hasta alaba a las tecnologías de mensajería instantánea, como si todos no supiéramos lo caóticas que pueden llegar a ser. Independientemente de todo esto, parece como si el autor buscara una fórmula mágica: un solo medio que sirva para llevar a cabo los diferentes fines que nos proponemos. Esto, por supuesto, es imposible, y creo que si por algo se caracterizan las ideas radicales que alguna vez han logrado algo es porque han sabido emplear las distintas herramientas que tenían a su disposición en diferentes momentos, según las necesidades de cada circunstancia, y en un enfoque múltiple, más que a través de una única vía. Así pues, habrá encrucijadas críticas en las que debas movilizar a la gente a través de las redes sociales, pero también períodos para la reflexión donde la gente tenga necesidad de reunirse en privado para generar un debate o una estrategia: métodos que pasan no sólo por Internet, sino incluso por la reunión presencial. En ese sentido, el libro de Beckerman sirve para señalar estas tácticas alternativas y saber qué posibilidades tenemos a nuestro alcance, con el objeto de tratar de aprender a discernir cuándo es mejor emplear cada una. Lo cual, después de todo, no es poca cosa.

lunes, 13 de febrero de 2023

La historia real de febrero: La gran redada de gitanos

Nos acordamos -con frecuencia, y con razón- del Holocausto que los nazis intentaron (y casi llegaron a cabo) con los judíos. Nos olvidamos con más facilidad de que las políticas de aniquilación de Hitler alcanzaron también a izquierdistas, homosexuales y gentes de otras etnias, como gitanos (entre estos últimos, el fenómeno se conoció como Samudaripen o Porrajmos). Pero lo que es resulta bastante desconocido para el gran público es que España intentó su propio holocausto, a su manera, con la población autóctona gitana. Fue el suceso que se denominó "La Gran Redada", o Prisión General de Gitanos.

Los gitanos (o calós, como se denominan a ellos mismos, en contraposición con los payos; también se les conoce como romanís) llegaron a España en 1424, procedentes originariamente de la India, y su entrada fue autorizada al año siguiente por un salvoconducto de Alfonso V de Aragón. Su vida nómada les hizo muy diferentes desde el principio del resto de la población, y aunque han aportado (tanto a nivel colectivo como individual) muchas cosas al acerbo de su nueva patria, siempre ha habido problemas de convivencia. El problema surgía cuando algunos decidían que la mejor manera de eliminarlos (o de completar la homogeneidad de los reinos españoles iniciada por los Reyes Católicos con la expulsión de judíos) era, precisamente, erradicar a la cultura minoritaria de la ecuación. Se promulgaron hasta 250 medidas anti-gitanas (reclutamientos a galeras, expulsiones de determinados territorios, normas destinadas a la exclusión social o a que no consiguieran trabajo), algunas de ellas contradictorias, como las que obligaron a los gitanos a residir en ciertos municipios, lo cual conllevó que se trasladaran de localidades donde ya se habían integrado.


Arriba, fotografía de Niña Pastori, quien ejemplifica la contribución de la población gitana (ella tiene madre caló y padre payo) al mundo del flamenco, aunque, poco a poco, podemos encontrar gitanos tan orgullosos de su herencia como partícipes de todos los sectores sociales y profesionales. Abajo, marqués de Ensenada, responsable en buena medida de la Gran Redada.

Sin embargo, el punto álgido llegó durante el reinado de Fernando VI. En ese momento, el Consejo de Castilla (presidido por Vázquez Tablada, obispo de Oviedo) se decidió a acabar con "el problema gitano" de una vez por todas -"solución definitiva", lo denominaron-, y propuso un plan que sería ejecutado por el ministro más relevante de aquel momento, el marqués de Ensenada. La primera opción fue enviarlos como prisioneros a América (el mayor inconveniente era que podían acogerse "a sagrado" en las iglesias, pero el Papa les hizo el favor de revocar ese derecho, el cual siguió funcionando para todos los criminales excepto para los de origen romaní). Sin embargo, al ver que Portugal había intentado una propuesta similar y no le había salido bien, se decidieron a encerrar a todo el pueblo gitano, aislar a las mujeres de los hombres e impedir, en último término, que pudieran reproducirse. En puridad, estamos hablando de una extinción, un exterminio: en aquella época no existía la palabra genocidio, pero la idea no le iba a la zaga, y muchos historiadores la califican con ese término (si bien es verdad que de manera indirecta, porque el plan no era matar a los gitanos para lograrlo). Uno de los detalles graciosos fue que, a pesar de que la idea era abominable, en los documentos oficiales ni siquiera se quería mencionar la palabra "gitano" porque los ideales de la Ilustración veían feo discriminar por raza, así que muchas veces se trató de disfrazar este trato diferencial en base al oficio: esto causaría muchos problemas posteriormente, como veremos.

Hay que reconocer que la estratagema estaba muy bien ideada: se llevó a cabo un recuento minucioso de la población gitana (luego resultó que no era tan exacto como les hubiera gustado). Se planeó que la redada se ejecutara de manera sincrónica por las distintas zonas del territorio en el mismo día y hora (la medianoche del 30 de julio de 1749), y que fuera llevada a cabo por grupos que se organizarían en el máximo secreto. Muchos de los militares que recibieron las órdenes se enteraron de las mismas unas pocas horas antes de llevarlas a cabo, pues venían en sobres escrupulosamente cerrados que debían abrirse de manera simultánea: una vez hecho esto, habría que arreglárselas para localizar a los gitanos y separarlos entre hombres mayores de siete años, y mujeres y niños menores de esta edad (los primeros irían a trabajos forzados en arsenales de la Marina, y l@s segund@s a cárceles, hospicios o fábricas textiles; los niños, cuando crecieran, serían separados de sus madres, aprenderían un oficio y tendrían el mismo destino que sus progenitores). La financiación para organizar todas estas operaciones saldría de requisar los bienes pertenecientes a los gitanos (una idea que sin duda copiaron de la Inquisición, que ya llevaba años funcionando económicamente sobre esa base).

La parte más increíble de esta historia (lo que es raro, cuando hablamos de un plan español) es que todas las instrucciones se cumplieron con eficacia germánica. De hecho, las primeras horas fueron un modelo de planificación que hubiera encandilado a los nazis: hasta hubo poblaciones en las que se cortaron las calles para impedir la huida de cualquier gitano de la localidad. Se calcula que capturaron a unos 9000 calós, que se sumaron a unos 3000 que ya estaban en prisión; sin embargo, como suele decirse, no fueron todos los que eran (algunos gitanos huyeron, muchos porque contaron con ayudas de colaboradores), ni eran todos los que fueron (se asumió que todos los integrantes de determinadas profesiones eran romanís, y la justicia tuvo que dirimir determinados casos). Muchos gitanos se entregaron pacíficamente -no conocían el alcance del plan, y creían que era positivo colaborar con las autoridades-, incluso yendo al encuentro de los soldados, para sorpresa de los mismos (cosa que por ejemplo ocurrió en Vélez-Málaga), y la mayor resistencia tuvo lugar cuando se trató de separar a las familias, en particular a los padres de sus hijos, aunque sí hubo algunos conatos de rebeldía aislados. Por otra parte, hay que decir que muchos calós trataron de acogerse a sagrado (derecho que, como decimos, les había sido astutamente retirado para evitar que tuvieran una salida; eso sí, algunos religiosos les protegieron, a pesar de la prohibición, y las autoridades tuvieron que pasarles por encima); en cuanto a la población paya, su actitud fue variable, y aunque muchos trataron de defender a sus vecinos, otros en cambio fueron colaboradores activos de la Gran Redada, y delatores del pueblo objeto de persecución.

John Philip, que visitó España y recibió la influencia de varios artistas españoles, creó este cuadro (La ventana de prisión) sobre cómo padecía sus desventuras una familia durante la Gran Redada de Gitanos.

Sin embargo, toda la disciplina que habían mantenido las autoridades en esta primera fase de la operación se fue desarbolando a lo largo de las siguientes etapas. No había medios materiales suficientes para mantener encerrados a tal cantidad de gitanos, a pesar de que se habilitaron castillos, alcazabas e incluso barrios enteros -como uno en Málaga- para tal fin. Además, la falta de un registro detallado de los gitanos (muchos de los cuales se habían casado con payos o tenían certificados que les acreditaban como cristianos viejos) complicaba muchísimo las cosas a nivel de los responsables de la administración, la cual por otra parte se hallaba desbordada. En un momento determinado, la confusión era tanta (¿se era gitano según tu etnia o tu profesión?; ¿eras más o menos gitano según el arraigo en tu lugar de procedencia?; ¿se debía tratar igual a un gitano casado con una paya que a una gitana casada con un payo?; al final, en este último caso, la decisión que se adoptó fue que una familia era gitana si lo era el marido) que al final se decidió liberar a unos sí y a otros no, con lo cual el plan inicial empezó a hacer aguas.

No había espacio para tal masa de reclusos: los gobernadores pedían que no se les enviara a más, a pesar de lo cual éstos siguieron llegando. Las condiciones en las que se mantenía a los romanís eran deplorables (incluyendo el uso de grilletes), lo cual llevó a numerosas muertes, fugas y revueltas (éstas incluían burlas a los carceleros; varios grupos de gitanos decidieron hasta rasgarse las ropas y quedarse en cueros, lo cual dejó a sus guardianes descolocados). A pesar de que se ordenó castigar a los huidos con la horca, muchas autoridades locales consideraron desproporcionada la orden y no la cumplieron. En medio de la confusión, no era tan raro que a unos gitanos se les liberara por un lado y se les arrestara más tarde por el otro. Creo recordar que la primera vez que leí esta historia (mi memoria no está segura de si en un texto de Antonio Gómez Alfaro, el gran historiador moderno acerca de este tema, y que escribió un libro al respecto) se hablaba de permisos temporales para salir y hasta de visitas conyugales intermitentes, pero estos extremos no los he podido confirmar; en todo caso, os podéis imaginar el despropósito que era aquello, y el caos organizativo, en contraste con el éxito inicial de la operación.

Por otra parte, la medida, en muchos sentidos, resultó contraproducente: mientras que a los gitanos que tenían una vida más nómada resultó más difícil capturarles (se calcula que hasta 2000 se libraron de las redes que se cernían en torno a ellos), en cambio, a los que tenían un oficio y llevaban toda la vida en la comunidad -en buena medida, reasentados por las leyes anteriores; por eso estaban tan bien localizados- fue fácil atraparles. Sin embargo, su arresto, paradójicamente, fue el que más dañó a las economías locales. Hasta alcaldes y habitantes de sus pueblos pidieron insistentemente que les liberaran; eso, unido a las protestas de la comunidad caló (sobre todo por parte de las mujeres) acabó por forzar a las autoridades a modificar el desenlace final del asunto.

Unos tres meses después de la Redada se decidió liberar a un gran número de gitanos, hasta 5.000, que pudieron, de una manera u otra, demostrar "su honradez" (o sea, que tenían trabajo y arraigo); sin embargo, cuando volvieron, descubrieron que se habían quedado sin propiedades, y que tenían que reiniciar su vida desde el principio, lo cual no debió de apaciguar la conflictividad social. Los 4.000 restantes siguieron trabajando prácticamente como esclavos, siendo liberados poco a poco, hasta que, en 1763, Carlos III, quien había sucedido a Fernando VI (el cual había destituido al marqués de Ensenada hacía mucho), decidió finiquitar aquel dislate, indultar a los pocos cientos que aún quedaban recluidos y que no habían muerto por las malas condiciones de vida, y terminar con todo lo que le recordaba que aquella fallida operación había existido -Carlos III, incluso, decidió omitir explícitamente el suceso en legislaciones posteriores; según decía, porque dejaba en mal lugar a su antecesor Fernando VI-. Aun así, el problema logístico de la reubicación prolongó las trabas burocráticas dos años más, hasta que el rey ordenó liberar de manera inmediata a todos los gitanos que quedaba presos.

Aquel suceso dejó una huella indeleble en el pueblo romani; algunos de los que habían podido acreditar su honradez, para intentar evitar que les volvieran a arrestar, decidieron mimetizarse con el entorno y formar cofradías (como hicieron muchos conversos ante el empuje de la Santa Inquisición, o grupos de izquierdistas tras el triunfo de Franco); otros recitaron y cantaron el sufrimiento padecido, y algunos autores ubican allí el origen del quejío flamenco. Ni qué decir tiene que las relaciones con la comunidad paya quedaron indisolublemente dañadas; no es fácil llevarse bien con un pueblo a cuyo rey (Fernando VI) le dedicas canciones infantiles que cuentan lo mal que se ha portado con los tuyos. Eso, por no decir de la desconfianza que se generó entre el pueblo gitano y los valores de la Ilustración, así como con la comunidad paya. Muchas de esas cicatrices siguen supurando hoy en día. En cambio, en la historiografía española, al suceso, por bochornoso, se le dedicó escasa investigación y recuerdo; sólo unos pocos historiadores especialistas en el pueblo gitano han conseguido airear lo suficiente el asunto, que sigue siendo desconocido para la mayoría.

Hoy en día, todavía se hacen conmemoraciones de aquel acontecimiento nefasto para las dos etnias implicadas, sobre todo por parte de la comunidad romaní. Recientemente, el entonces vicepresidente Pablo Iglesias pidió perdón de manera oficial a los gitanos residentes en España, en nombre del gobierno, por los daños producidos por la Gran Redada. Pero lo que nadie puede asegurar es que sucesos como aquellos no vuelven a repetirse, sobre todo si no los recordamos. Desde este humilde blog, espero haber contribuido, con mi granito de arena, a solucionar esta amnesia.

jueves, 1 de agosto de 2019

El libro y la historia real de agosto: "Operación Masacre", de Rodolfo Walsh

Rodolfo Wash era un escritor y traductor argentino que, alrededor de 1956, había empezado a despuntar con algunos relatos en revistas especializadas. No tenía gran interés por la política, no había tomado partido por grandes causas o por ese concepto tan abstracto de "la justicia", no le interesaba el periodismo de investigación. Pero un día, escucha en una cafetería: "Hay un fusilado que vive". Esta frase hace que quede absorbido por completo (sumergido hasta la cabeza, y también hasta el mismo tuétano) en un reportaje que le obligará a dormir en lugares inhóspitos, a mantener su identidad en secreto, a realizar sacrificios inaplazables, y que cambiará la vida de muchas personas, empezando por la suya propia, ya que se volverá un hombre comprometido, acosado, en continuo peligro de muerte a causa de su adhesión a un ideal. "Operación Masacre" es el título del libro en el que resume a qué conclusiones llegó gracias esta historia, la cual la editorial "Libros del Asteroide" publica ahora, más de sesenta años después, bajo el aclaratorio prólogo de Leila Guerrero.


Pongámonos en el contexto; en 1955 gobernaba, tras haber sido elegido democráticamente, Juan Domingo Perón. Ese año, un golpe de estado le depone e instaura en su lugar una dictadura militar*. En 1956, surge una rebelión contra dicha dictadura. La revuelta militar es rápidamente sofocada, pero en la investigación acerca de los causantes, la policía entra en una casa particular donde un grupo de personas se encontraban jugando a las cartas y escuchando por la radio un combate de boxeo. De los allí presentes, quizás unos pocos eran conocedores del golpe (si acaso lo esperaban, aunque no estaban seguros si se produciría), pero en todo caso no tomaron parte activa en el mismo. La inmensa mayoría, sin embargo, se encontraban allí por casualidad y no sabían que en aquella noche iba a ocurrir nada especial. En cualquier caso, la policía los detiene y se los lleva a todos y, sin ninguna clase de juicio ni garantía legal, decide desplazarles hasta un basurero con la intención de fusilarles. La operación se hace de una manera tan precipitada, tan zafia, que seis de los condenados sobreviven. Es la pista de estos hombres, de estos desesperados supervivientes que claman por su existencia (y la de los hechos inmediatamente anteriores y posteriores, describiendo sus peripecias dentro de un contexto vital), la que Rodolfo Walsh perseguirá, como un perro a su presa, para dar a luz una verdad que alteraría el país y modificaría también su vida para siempre.

Se trata de hechos reales, y también de un documento periodístico, pero en este caso no es baladí la alocución tan común que se dice en estos casos acerca de que "se lee como una novela". Y es importante porque, pocos años después, el escritor y periodista Truman Capote inventaría en "A sangre fría" (otra descripción de un crimen, aunque en éste faltaría el factor político) la técnica de la "novela testimonio" o "nuevo periodismo", donde el acto de describir noticias del periodismo se entremezcla con la forma de de contar propia de la literatura. Sin embargo, y como menciona Leila Guerrero en el prólogo, ocho años antes de que Capote se atreviera, Walsh se encontraba escribiendo párrafos como éste: "Lo único preciso, lo único en que coinciden quienes recuerdan haberlo visto, es en su aspecto físico, un hombre corpulento, provinciano, muy moreno, de edad indefinible (<<Usted sabe que a los negros es difícil conocerles la edad...>>), alegre conversador, que en un momento estará jugando con entusiasmo al chinchón, y en otro momento muy distinto -cuando ya todos temen- roncará apacible y estruendosamente en un banco de la Unidad Regional San Martín, como si no tuviera el más mínimo peso en su conciencia. En estas dos instantáneas puede resumirse toda la vida de un hombre". ¿Es o no verosímil creer que Walsh hubiera sido considerado el padre del periodismo narrativo, si hubiera nacido norteamericano?

A partir de entonces, como decimos, la vida de Rodolfo Walsh cambió. Antes de hincarle el diente a esta historia, era ex-miembro de la una organización de derechas, había sido partidario del golpe militar que a Perón había sustituido; su única preocupación era la literatura y, si se puso a investigar este caso, fue bajo la creencia de que llevar aquella noticia a portada (en realidad, por sus implicaciones políticas, no la quiso publicar nadie salvo unos pocos periódicos planfetarios y gremiales) le haría famoso y le garantizaría un lugar destacado. Veinte años después, bajo una dictadura militar distinta (la del general Videla) le vemos militando en organizaciones izquierdistas, cargado de compromisos periodísticos y políticos, los cuales, por precaución, le obligan a caminar permanentemente armado. Insiste en volver a escribir ficción, pero ya no quiere hacerlo "para un puñado de snobs", sino que quiere introducir en su literatura una carga adicional de contenido, fuertemente política. Como dice Leia Guerrero, una transformación, una epifanía; para tomar sus palabras, "una metamorfosis". Un año después del golpe de estado que llevó al poder al general Videla, escribe una Carta abierta de un escritor a la Junta Militar donde describe la arbitrariedad, la ilegalidad, las desapariciones, los presos, los desterrados. Unas pocas horas después de mandar dicha carta al correo, aparece una sección del ejército para matarlo. ¿Culpa de la condenada carta? Según Leila Guerrero, no: el ejército no conocía de su existencia. Pero sin duda sabía que era del tipo de hombres que podía redactar una misiva parecida. Lo sabían porque había escrito, muchos años antes, "Operación Masacre", y por otras muchas cosas más. Con este libro, Walsh empezó a mecanografiar su sentencia de muerte. El peor favor que podríamos hacerle sería provocar que su fallecimiento perdiera todo sentido al olvidarle. Propagar la letra impresa de un periodista a los cuatro vientos es, sin duda alguna, el mejor homenaje que podríamos darle.

*Para los que anden interesados en un contexto más amplio, daré aquí una sucinta (que algunos considerarán larga y tediosa, y otros más que escasa) descripción de la situación política de la época, que siempre será incompleta, insuficiente y seguramente en parte errónea (no sólo por mi falta de conocimiento sobre el asunto, sino porque además he llegado a la conclusión de que la política argentina, más aún que la del resto de los países, posee una complejidad que la hace indescifrable para cualquiera que no sea argentino, y ni siquiera así). Perón llegó al poder con un programa electoral basado en una mayor distribución de la riqueza y una cierta justicia social que cosechó un gran apoyo popular, en parte seguramente auspiciado por los discursos de su mujer, Evita Perón, y con su identificación con los "descamisados", es decir, la parte más desfavorecida de la sociedad. Aunque varios historiadores critican de Perón su autoritarismo, y algunos han llegado a definir su movimiento como "fascimo de izquierda", el hecho de que una dictadura militar derrocase a Perón (el cual, junto a su segunda mujer, se vio obligado a exiliarse a Madrid, donde vivía con la maldición de tener como ruidosa vecina a una festiva Ava Gardner, poco respetuosa con los horarios habituales de descanso) ayudó a asociarle con mayor intensidad con la democracia y, hasta cierto punto, con la izquierda (pues se dice que el peronismo no es izquierda ni derecha,  sino todo lo contrario; en ese sentido es curiosa la admiración que Perón sentía por algunos métodos de Muy solicitud,  y la especial complicidad con el general Franco). En todo caso, todas estas afirmaciones hay que tomarlas de manera muy flexible, como suele ocurrir en el país argentino, donde se ha llegado a contemplar una elección presidencial con hasta cuatro candidatos que se consideran a sí mismos peronistas, de variado pelaje político, peleándose por conseguir una estancia en la Casa Rosada. Allí es nada.

lunes, 22 de abril de 2019

El relato de abril. "Comentario sobre una serie distópica: La España democrática".

Sé que a todos nos perturbó la emisión anoche, en horario de máxima audiencia de aquel canal minoritario, del falso documental (distopía, me atrevería yo a llamarlo) titulado "La España democrática". En ella, sus autores nos exponían la existencia de un país alternativo, uno en el que, tras la muerte del general Franco en 1975, el rey Juan Carlos I hubiera decidido no seguir por la misma vía que hasta entonces habíamos ejercido (y ejerceríamos después en la realidad) y hubiera adoptado una resolución distinta, con la que coqueteó en los primeros tiempos, que vino en llamarse "democracia". Hay que el decir en favor del documental que tenía una factura técnica impecable: de hecho, en algunos momentos, de pura verosimilitud, daba miedo. Nuestros líderes actuales (tanto el secretario general del Movimiento, como el jefe del ejecutivo, hasta el mismo Generalísimo) ocupaban puestos destacados tanto en el Gobierno como en una estructura que denominaban "oposición", y que consistían en un conjunto de variopintos partidos que ora se oponían al ejecutivo, ora pactaban con él, ¡y podían cambiar de postura según el tema y la ocasión! Para nuestra mayor sorpresa, individuos destacados que hoy ocupan nuestras prisiones ocupaban cargos en las Cortes y se sentaban para hablar de tú a tú con miembros del gobierno. Un hecho ciertamente inaudito, como compartirán conmigo.

Sin embargo, lo más sorprendente no era la cuestión política, sino la social. En este mundo alternativo, un buen montón de aspectos se hallaban trastocados. ¿Por dónde empezar? Había una inusitada igualdad entre los distintos tipos de personas. Hombres, mujeres, gays, heterosexuales, tenían acceso a los mismos derechos, y podían relacionarse libremente entre sí. España presentaba una variedad y heterogeneidad de colores y costumbres a las que no estamos acostumbrados. Había una inquietante mezcolanza de platos, fiestas, ideas de otras gentes y, a su vez, algunas ideas habían llegado del exterior a través de los medios de comunicación, o de españoles que habían pasado parte de su vida buscando trabajo en otros países. Ocurría también que la mayor parte de los ciudadanos pagaban impuestos (¡tanto más, cuanto más ricos!), con los que se sufragaban algunas necesidades comunes, como la sanidad o la educación. Había, para más
inri, ausencia de censura; cualquier libro era accesible, prácticamente cualquier opinión era expresable, hasta existían manifestaciones contra las leyes que se creían injustas, o debates acerca de las cuestiones en las que no existía consenso. Incluso, en un ejercicio de alarde de ficción dentro de la ficción, el falso documental se atrevía a hablar de libros y películas que trataban de sociedades distintas, más similares a la nuestra. Creo que comparto la sensación del lector al decir que aquello resultaba desasosegante.



Entendemos que el programa (en un principio programado, de acuerdo a la información previa, como una serie de cuarenta y un episodios, donde obviamente se narrarían las dificultades a las que se enfrentaría esa supuesta democracia, aunque este plan inicial fue obviamente cancelada tras la polémica generada) haya sido retirado inmediatamente de la parrilla del canal, y los responsables expedientados. Sin embargo, quiero partir una lanza en favor de los impulsores de esta iniciativa. Al fin y al cabo, una distopía es sólo la forma en que un autor narra algunos de los problemas y tendencias de nuestro presente, forzándolas hasta el extremo en algunos casos, para resaltar los contrastes actuales, para advertirnos de opciones que podría adquirir nuestro futuro, al menos en parte, incluso aunque en estos momentos nos parezcan posibilidades muy lejanas. Nos indican hasta qué extremos podemos llegar. En ese sentido, yo no aconsejaría ser muy duro con los implicados en este falso documental. Al fin y al cabo, nos han recordado que el rumbo que adopte el futuro depende de nosotros. Una lección que no nos conviene olvidar.

lunes, 15 de abril de 2019

El relato rescatado de abril: "Un día en la otra España"

Este relato lo publicamos en su día como parte del fanzine Fragmentos de Tinta y, ahora que éste no se halla en funcionamiento, lo rescatamos. Una demostración de que podría haber otras formas de España posibles (ahondaremos a lo largo de este mes en esta hipótesis), algunas peores, y otras para bastante mejor. A los que lo descubráis, espero que os guste, y a los que ya lo conocíais, mirad si os animáis a una segunda lectura, la cual siempre es un placer para los buenos textos. Un saludo.

Un día en la Otra España

               El chico (joven, moreno, con una perilla incipiente que sin embargo se empeñaba en crecer demasiado despacio) tardó unos segundos en reconocer aquellas figuras que le saludaban mientras agitaban el cartel donde se encontraba escrito su nombre.
               -¿Clara?-interpeló a la chica que se le acercó y que le estampó a continuación dos sonoros besos en las mejillas.
               -Oh, vaya, creo que he sido demasiado entusiasta. Bueno, ya te acostumbrarás al saludo español –se disculpó la muchacha entre risas-. Por cierto, éste es mi padre, Carlos. Papá, éste es Vormak.
               -Hola, Vormak –respondió con un fuerte apretón de manos el padre de Clara a la tímida sonrisa del estudiante extranjero-. ¿Vamos al coche?
               En unos pocos minutos estaban montados en el vehículo y saliendo del aeropuerto Juan de la Cierva-Madrid Barajas. Dejaron atrás las ondeantes banderas rojas y amarillas. El padre de Clara trató (mientras conducía) de animar la conversación.
               -Vormak, mi hija me ha dicho que durante tu estancia aquí tienes que hacer un trabajo sobre la historia de España.
               -Sí, señor –respondió muy educado el estudiante-. Forma parte de nuestro programa de intercambio.
               -¿Y ya tienes pensado más o menos en qué época te vas a centrar?
               -Pues en realidad…
               Pero el estudiante se quedó callado al observar un enorme cartel de publicidad a un lado de la carretera. “Vota a Felipe”, rezaba el eslogan que se situaba al lado de un sonriente rostro.
               -¿Ése no es…?
               -Sí. Exacto –le aclaró Clara-. El heredero Borbón. Se presenta este año a primer ministro. El apellido no lo pone porque, bueno, trae malos recuerdos. Ya sabes que les expulsamos después de que Fernando VII tratara de abolir la Constitución hace doscientos años. Y, bueno, su padre sí consiguió ser primer ministro durante un tiempo, pero le salieron unos temas de corrupción y no salió reelegido. Por eso, ahora que su hijo se presenta, trata de no llamar demasiado la atención acerca de sus orígenes.
               -¿No teméis entonces que si los Borbones se quedan mucho tiempo al frente del gobierno –preguntó Vormak con un leve acento propio de su país-, intentarán disputarle el trono a la dinastía de los Saboya?
               -¡Uy, hijo, por eso no te preocupes!-se rió a mandíbula batiente el padre de Clara desde el asiento del conductor-. Primero tendríamos que elegir entre monarquía y república, algo sobre lo que aquí siempre ha habido mucho debate. De hecho, supongo que ya sabrás que, desde la última reforma de la Constitución, es un tema para el que alguna vez se han conseguido las suficientes firmas como para votarlo en referéndum, aunque todavía no hemos podido ganarlo. En el último, hace ya bastantes años, faltaron unos cuantos votos, pero seguramente para el siguiente... Además, no hay que asustarse con los Borbones. Si no nos caen bien, o si intentan hacer algo raro, ya les echaremos. ¡Si pudimos mandar a Aznar de vuelta a los rediles!
               Clara le dirigió a su padre una mirada reprobadora. No quería que la gente con la que Vormak se cruzase en España hiciera con demasiada frecuencia chistes acerca de temas sobre los que el estudiante de intercambio no entendiera demasiado, y se sintiera por tanto desplazado de la conversación. Y los asuntos de política interna eran precisamente del tipo de los que un extranjero, por muy experto en Historia que fuese, no tenía por qué saber nada. Sin embargo, cuando Vormak se acercó a Clara y le cuchicheó al oído una pregunta, la naturaleza de ésta le sorprendió:
               -¿Qué es eso de “mandar a los rediles”?
               La chica se sonrió.
               -Ah, jeje. Significa “mandar a alguien de vuelta al lugar de donde procede”. Es una expresión sobre un espectáculo que solía haber en España hace ya más de un siglo. Ya casi nadie recuerda el origen de esa frase.
               El vehículo iba adentrándose poco a poco en las más profundas entrañas de la ciudad de Madrid. Vormak admiró especialmente el intenso color azul del cielo.
               -Me habían dicho que los cielos de Madrid eran muy hermosos. En mi país, las grandes ciudades suelen estar muy grises por la polución.
               -Bueno, en eso aquí tenemos bastante suerte –respondió Clara-. Lo que sí hay es mucha contaminación lumínica, así que cuando mis padres y yo queremos ver las estrellas por la noche, nos vamos fuera de la ciudad, a la orilla del río, y allí plantamos el telescopio. Si te apetece, podemos ir por ahí alguna noche de éstas.
               Pasaron entonces al lado de un inmenso complejo hospitalario.
               -Éste es el Ramón y Cajal. Cubre toda esta zona, la parte situada en el este de la ciudad. Por supuesto, espero que no tengas que venir aquí nunca, y si te pasa algo te llevamos, pero por si acaso, luego te indico cómo llegar en transporte público desde nuestra casa. Está bastante bien comunicado. Todos los hospitales están bastante bien comunicados en general.
               -¿No habría problemas con eso de que soy extranjero?
               -Bueno, seguramente nos harían rellenar bastante papeleo, pero al final seguro que se acabaría solucionando.
               Llegaron por fin a la casa de Clara. Allí, tuvieron el tiempo justo para dejar las maletas y dirigirse inmediatamente a la universidad para que Clara pudiera aprovechar alguna de sus clases, y que de paso Vormak tuviera su primer contacto con la facultad. A la entrada del edificio, el padre de Clara detuvo muy brevemente el coche para permitirles salir.
               -Nos vemos esta tarde, ¿de acuerdo?-le mandó una última sonrisa a Vormak. Éste le respondió con un gesto de agradecimiento.
               -Oye, ¿en qué me has dicho que trabajaba tu padre?-le preguntó el chico a Clara, una vez su progenitor se hubo alejado.
               -Es profesor aquí, en esta misma facultad –le respondió ella.
               -Vaya. Y, ¿siendo él profesor, te resultaría entonces más fácil quedarte en la universidad?-inquirió curioso Vormak.
               Clara se rió.
               -Bueno, supongo que podría intentarlo. Pero me parece que, si yo no doy la talla, daría un poco lo mismo. No creo que simplemente con tener un familiar dentro fuera suficiente. Suelen ser muy rigurosos con esas cosas.
               Clara le condujo por los pasillos de la facultad, realizándole una corta visita guiada a través de la misma, hasta finalmente llegar al aula que les correspondía.
               -En realidad, como vas a comprobar, no es exactamente una clase de historia. Pero la verdad es que es una de mis favoritas. Ahora verás por qué.
               El profesor de la asignatura se ajustó las gafas mientras los alumnos terminaban de sentarse.
               -Se supone –comenzó- que yo tenía que impartir la clase de hoy acerca los poetas de la generación del 27. Pero como creo que no hay nada mejor que aprender directamente de las fuentes, quiero compartir con vosotros el inmenso privilegio que yo mismo disfruté al recibir una lección, en el año 69, por parte del profesor Federico García Lorca. Se conserva un vídeo de esa sesión, que es el que os voy a poner a continuación.
               Y los estudiantes, durante cincuenta etéreos minutos, escucharon, arrebolados, el discurso pausado y cautivador del poeta, como si éste no se fuera a interrumpir jamás…
               Cuando terminó la clase, Clara acompañó a Vormak a un bar para tomar algo. A la entrada se encontraron con un chico alto y de pelo castaño.
               -Vormak, éste es Marc, mi novio.
               -Qué tal, Vormak –nuevo enérgico apretón de manos-. ¿Entramos?
               Se sentaron en una mesa y pidieron las bebidas.
               -Vormak, Clara me ha contado algo de ti, pero no sé si me acuerdo de todos los detalles. ¿No te importará que te haga algunas preguntas?
               -No, qué va, al contrario –respondió Vormak-. De hecho, yo quiero hacer siempre un montón de preguntas y me da cierta vergüenza, así que si me preguntáis vosotros, de esa manera no me siento tan mal –explicó Vormak con una tímida sonrisa.
               -Estupendo. Entonces, ¿cuál es exactamente la institución que financia tu estancia en España?
               -El Ministerio de Educación. El de aquí, el español. Es parte de un programa de intercambio. Así, Clara podrá visitar mi país durante un tiempo.
               -Tiene unas ruinas fantásticas –le aclaró Clara a Marc-. Va a ser estupendo poder echarles un vistazo. Y de paso, hacer unos cuantos viajes por ahí –se rió.
               -Sí, las ruinas son lo único que nos queda en pie –bromeó con algo de humor negro Vormak-. Somos un país muy pobre. Nada que ver con esto. Me he quedado maravillado al observar todos los libros que había en la biblioteca de la facultad. Y es verdad que la beca que he recibido es muy generosa.
               -Yo también estudio con beca –compartió Marc-. Y menos mal, porque con lo cara que es Madrid, si no, no podría estudiar aquí.
               -¿Y, con la crisis –inquirió Vormak-, no han recortado las ayudas?
               -No, qué va –Marc contempló extrañado a Clara mientras lo decía, como si le hubieran preguntado por un extraterrestre-. De hecho, creo que las han aumentado un poco.
               -De todas maneras –explicó su novia, tratando de proporcionarle un poco de contexto al asunto-, me parece que la crisis no ha afectado tanto a España porque, como hay mucha inversión en investigación, no se ha metido tanto dinero en burbujas inmobiliarias como en otros países, y por eso hemos resistido más o menos. Aún así, siempre hay discusiones sobre la forma en que se intentan solucionar los problemas. El gobierno actual se llevó un buen golpe en las últimas elecciones porque se le reprochaba haber tardado demasiadas semanas en tramitar una ley para proteger a los que ya no podían pagar su casa. Así que, como ves, en todos lados tenemos problemas.
               -Buf, pero no creo que sea igual que en mi país –respondió Vormak-. Allí, sentimos que todos los que tienen cierto poder (los políticos, los empresarios con dinero) son tan sólo una élite que se protege a ella misma, y que el pueblo no cuenta para nada.
               Clara y Marc se miraron entre sí como tratando de coordinar la siguiente explicación.
               -Bueno –Clara elevó las manos hacia adelante-, no te creas que aquí todo es perfecto. Hemos tenido nuestros fracasos como país, y existen personas que viven mejor que otras, y también hay muchas cosas que serían mejorables. Pero (y creo que esto es producto de nuestra historia) pienso que hemos aprendido que no puede irte muy bien cuando sólo un pequeño número de personas concentra todo el poder. Por eso, yo creo que los gobernantes son conscientes de que es su obligación escuchar al pueblo, y existe la sensación de que, si las cosas que tú pides son razonables, tarde o temprano, a través de mecanismos de participación ciudadana o de otros tipos, se terminarán más o menos por conseguir. En general, el gobierno sabe que si la mayor parte de la sociedad está descontenta le terminarán echando, por eso trata de beneficiar a toda la gente posible.
               -En mi país a veces dicen que intentan agradar a todo el mundo y lo llaman “consenso” pero, normalmente, sólo sirve para que se haga lo que mandan los mismos de siempre.
               -Ja, ja, es una manera de verlo –se rió Marc-. De todas maneras, en España tenemos algo de complejo por nuestro pasado respecto a la forma en que se han impuesto las cosas desde arriba, con eso de la Inquisición y todo ese tipo de asuntos. Así que ahora se procura respetar mucho a las minorías –expresó Marc con un leve deje catalán-. Que, por cierto, hablando de minorías, Clara, tenemos que hablar de eso de pasar las vacaciones en ese pueblo tan minúsculo en la montaña.
               Lo que siguieron entonces fueron un par de minutos de calmada discusión en español que luego dieron paso a otros pocos y más intensos minutos de discusión en catalán. Vormak no entendió la última parte, pero sí que Clara se enfadaba y se disculpaba (ya en castellano) para ausentarse un momento al baño. Marc le pidió disculpas a Vormak:
               -Perdónanos: nos conocimos en mi tierra y por eso, cuando discutimos, hablamos en catalán entre nosotros.
               Vormak, que se sentía muy agradecido con ambos muchachos por haberle acogido de manera tan amable y considerada, trató de congraciarse con Marc con el comentario que pensó que (en su experiencia) mejor encajaría para la ocasión:
               -¡Mujeres!¡Están todas locas!
               Pero entonces constató que la mitad de las personas que se hallaban presentes en ese bar eran mujeres, y que tanto ellas como los clientes masculinos habían respondido a su comentario enarcando una ceja. Aunque lo peor era que Marc también.
               -Haré como que no has dicho eso, porque como te oiga Clara… -le advirtió con gesto que trataba de no ser muy severo, y por ello resultó más doloroso todavía.
               Para cuando la chica acudió de vuelta, sin embargo, el ambiente se volvió algo más distendido, y Vormak pudo ocultar su vergüenza debajo de otras conversaciones menores.
               Por la tarde, Clara se llevó a Vormak a otra de sus asignaturas.
               -En esta hora suele haber mucho debate. Son unas clases muy participativas.
               De hecho, en esta ocasión se enfrentaban dialécticamente dos alumnos. Vormak todavía no entendía muchas cosas acerca de España, pero pudo distinguir claramente una postura más progresista, y otra en cambio más conservadora:
               -En este país hemos sido siempre demasiado buenos. A veces, hemos pecado en exceso de ingenuos…-proclamaba un estudiante engominado.
               -Nunca se le proporciona espacio suficiente a las otras alternativas. Nos dejamos llevar por la autocomplacencia y, en cambio, queda todavía mucho por hacer…-argumentaba un alumno con largas patillas y gafas.
               Vormak salió del encuentro muy sorprendido.
               -Te tendría que haber explicado –dijo Clara-. Aquí, en España, podemos ser muy intensos en los debates.
               -No, qué va –respondió Vormak-. Me ha sorprendido que se pueda hablar de temas tan controvertidos así, dialogando, sin llegar a decir barbaridades. En mi país tenemos aún muy reciente la guerra civil, y alguna vez que se habla de ello, las emociones saltan a flor de piel porque hay gente cuyos parientes han muerto en la guerra y cuyos cadáveres todavía están por localizar, y en cambio, personas que se identifican con el bando de los vencedores y tratan de justificar los asesinatos.
               -Buf… -soltó un soplido Clara-. No me imagino esa situación –se quedó pensativa durante un rato-. Yo me figuro que, si algo así hubiera ocurrido aquí, las cosas se hubieran tratado de resolver de otra manera…
               Vormak asintió. Y, sin embargo, una idea se le quedó rondando la cabeza. Esa misma idea siguió bulléndole cuando volvieron a casa de Clara aquel día y le presentaron al resto de su familia.
               -¿Y tú qué es lo que estudias, Román?-le preguntó Vormak al hermano de Clara, solamente por hacer conversación.
               -Ingeniería industrial –respondió él, con un puntito de orgullo.
               -¿Y ya sabes que vas a hacer después de la carrera?
               -Bueno, en España hay bastantes buenas empresas que se dedican a las energías renovables. Intentaré conseguir trabajo en alguna de ellas. No es fácil porque viene mucha gente tanto de España como de fuera para buscar un puesto en esas compañías, pero yo creo que con esfuerzo, y algo de suerte, se podrá lograr.
               Sin embargo, la idea que había invadido el cerebro de Vormak le seguía aguijoneando al estudiante durante la cena. Y quizás algo se intuyera el resto de la familia porque, entre plato y plato, el padre de Clara le acabó preguntando al fin:
               -Estás muy callado, Vormak. ¿En qué piensas?
               El estudiante extranjero guardó un silencio por un segundo.
               -Para ser sincero… Estaba pensando en lo que me había preguntado usted (perdona, me habías preguntado tú) esta mañana. Sobre el trabajo que tengo que hacer para la universidad. Estoy pensando en basarme en un suceso poco conocido de la Historia española. Cuando un grupo de generales inspirados por las corrientes fascistas de la época (Hitler, Mussolini) trató de realizar un golpe de estado.
               -Ah, sí –respondió el padre de Clara-. ¿Cómo se llamaban? Yo lo estudié en el instituto. ¿Uno podía ser… el general Franco, quizás?¿Eso no duró apenas un par de días?
               -Exacto. Pues mi idea era hacer como un ensayo sobre qué hubiera pasado si el golpe hubiera triunfado. Si hubiera habido una guerra, y una dictadura, y ese sistema de poder se hubiera mantenido a pesar de que el resto de regímenes fascistas hubiesen sido derrotados durante la Segunda Guerra Mundial. Si hubiera vuelto a mandar la iglesia, los grandes aristócratas y terratenientes, si el estado no fuera laico, si el destino del país se decidiera en unas pocas reuniones privadas, si el régimen militar despreciara la educación y la cultura, si la corrupción se hubiera convertido la norma principal del sistema…
               -Juas, juas –se carcajeó estentóreamente el padre de Clara-. Este chico tiene una imaginación increíble. Clara, tu amigo no tendría que haberse matriculado en Historia: tendría que haberse inscrito, en cambio, en un curso de ciencia ficción…

lunes, 22 de octubre de 2018

Los libros de septiembre y octubre (II), y la historia real del mes: "Leer Lolita en Teherán".

El mes pasado hablamos de "Lolita", Nabokov, y cómo éstos influyeron en la autora de "Leer Lolita en Teherán". Pero entramos ahora en este último libro y, con ello también, en la historia real. Azar Nafisi es una mujer iraní, experta en literatura, que formaba parte de una de las familias destacadas intelectualmente en Irán. Sin embargo, como sabéis, este país sufrió en durante el siglo XX una serie de cambios profundos. En los años 50, el primer ministro Mohammad Mosaddeq, elegido democráticamente, pretendió nacionalizar los recursos petrolíferos del país. Como esto se oponía a los intereses estadounidenses y británicos, estas dos naciones promovieron un golpe de estado para instaurar la figura del sha. El sha gobernó Irán durante veinte años gracias al apoyo extranjero y a la influencia de su policía política. En 1978, sin embargo, manifestaciones y revueltas populares obligaron al sha a huir del país y se inició un proceso revolucionario, durante el cual las fuerzas de izquierda parecieron al principio tener cierta influencia, pero fue el islam y los partidarios del ayatollah Joemeni los que se llevaron el gato al agua e instauraron una República Islámica donde se estableció una teocracia, se instauró el uso del velo y otras leyes que limitaban la libertad de la mujer, y se prohibió el pensamiento alternativo. Fue en este contexto cuando arrestaron al padre de Azar Nafisi, cosa que le obligó a regresar a Irán, donde ingresó como profesora en la universidad y más tarde fue expulsada. Sobre este período, siempre recordado como un tiempo pretérito, orbita la narración del libro.

En la primera parte, una Nafisi ya expulsada de la universidad nos comenta las reuniones que sostenía con unas cuantas antiguas alumnas selectas en su casa, y cómo en su salón estas mujeres, liberadas del ambiente opresivo de la vigilancia islamistas, hablan sobre la literatura y la vida y entrecruzan (en lo que será una constante del texto) lo que se cuenta en los libros que leen con los aspectos de su propia existencia. En esta primera sección, Nafisi expone especialmente sus puntos de vista sobre la Lolita de Nabokov y cómo Humbert oprime hasta con la ocultación de su nombre a Lolita, estrangulando en todos los sentidos a su objeto de deseo, de la misma manera en que la República de Irán hace con los habitantes a los que supuestamente ha de proteger.

En la segunda parte, un nuevo salto hacia atrás en el tiempo, hacia el momento en que Nafisi vuelve a Irán y se establece como profesora en la universidad. Un tiempo de proclamas, manifiestos y consignas, donde no se sabía lo que iba a ocurrir pero los iraníes (al menos, muchos de ellos) se dan cuenta de que el rumbo que ha tomado su revolución es uno muy distinto al que se imaginaron, y se va a convertir en una dictadura tan asfixiante y totalitaria como la anterior, si no más. Pero fue muy poco a poco como ocurrió esto, y ya era demasiado tarde cuando observaron lo que se les venía encima. No obstante, los que quedan atrapados en esa tela de araña tratan de resistirse, rebelarse, como si por explicar su punto de vista a los fundamentalistas de manera más organizada o más insistente fueran toda la maquinaria de Joemeni a parar. Un momento crítico en el texto es el juicio que se establece a la novela de Scott Fitzgerald, "El Gran Gatsby". Los islamistas pretenden hacer un juicio al libro, aduciendo que representa todos los valores decadentes occidentales, incluyendo la obsesión de Fitzgerald por la clase pudiente (un hecho que es difícil de negar, y que de hecho lastraba muchos de sus textos). La clave de este juicio es que permite establecer el mismo debate del que hablábamos sobre Lolita acerca del papel de la novela y del escritor en la sociedad. Sólo que, si antes hablábamos de cómo muchos, en una sociedad democrática pero conservadora como Estados Unidos, tachaban a Nabokov de pornográfico y de apoyar a los pederastas (argumento que, como hablamos en el post anterior, es fácilmente desmontable), pero el libro, aunque sufrió numerosos problemas, consiguió ser publicado, aquí en el Irán antes de triunfar Joemeni, los islamistas quieren prohibir el libro -cosa que acabarán consiguiendo-, y sus oponentes tratan de convencer a los menos radicales y proclives a la literatura y al diálogo, o a aquellos que todavía no se han definido. Y el debate, esta vez afrontado desde el punto de vista de la moral radical islamista, se centra alrededor de si una novela en la que se habla de adulterio, actividades económicas ilícitas o el sueño americano (en una época y un tiempo done se ataca a todo lo que simbolizan los Estados Unidos) es una aceptable para que la lea el gran público. Y allí, Nafisi defiende el poder de la literatura no para ocultar o ensalzar ciertos comportamientos, sino que seamos nosotros quienes los juzguemos, pero al mismo tiempo destaca que Gatsby (y éste es el poder de la novela, el que hace que ésta sea una gran historia narrada por Fitzgerald, que para variar no se concentra solamente en describir las relaciones aristocráticas, sino que tiene realmente algo que contar) es un romántico que ha sido capaz de sacrificarlo todo, su identidad, su moralidad y hasta su vida, con tal de perseguir el sueño de un amor y de una situación idealizada, en lo que será el gran leitmotiv que presida la obra de Fitzgerald (y, probablemente, su propia vida): la pérdida de las ilusiones. El juicio a Gatsby marca un gran triunfo, el cual, sin embago, es inconsecuente porque, como dice la autora, todos (y todas) están empezando a convertirse en "irrelevantes".

La tercera parte aborda (desde el punto de vista literario) a Henry James, focalizándose sobre todo en "Daisy Miller" -un inquietante relato, todo hay que decirlo- y (en el apartado personal) el retorno a la universidad de la protagonista después de un período de ausencia, cuestiones que se entrecruzan con el relato histórico de la contienda entre Irak e Irán, con graves consecuencias para la población civil antes, durante y después del conflicto. A continuación, la cuarta parte se centra en Jane Austen y (cómo no) la política de matrimonios y de relaciones interpersonales bajo el régimen de Joemeni, así como en los planes de la autora para abandonar definitivamente su país. En estas dos últimas secciones (como en las anteriores, y en la entrevista a la autora años después de la publicación del libro que sirve de epílogo) se entrecruzan diversas formas de interpretación de los autores y novelas mencionados, a veces de formas originales y novedosas, y otras enlazando con el tema de fondo, que es la anómala situación que se vive en Irán. No obstante, tengo que reconocer que estas secciones se me hicieron más tediosas -algunos trozos, incluso, los tuve que leer "en diagonal"- por un defecto recurrente a lo largo del libro: a pesar de utilizar capítulos cortos, el texto se te hace largo porque te da la sensación de contarte de manera periódica lo mismo y de que nada nuevo o impredecible te van a narrar. Pero, claro, hay que reconocerle a este testimonio el valor de lo real (la realidad no ha de estar siempre tan bien estructurada como una novela), y también el hecho de que mucho más tedioso tuvo que resultarle a las protagonistas de estos sucesos sentirse encarceladas en su particular "Atrapado en el tiempo", en un retorno al medievo que habían de vivir cada mañana, un día sí y otro también. En ese sentido, puede que este libro no sea el más entretenido ni el más absorbente del mundo, pero tiene la relevancia de narrar desde dentro una serie de sucesos que cambiaron la vida de millones de seres para siempre. Y, sólo por eso, merece estar publicado y que la gente pueda acercarse a él, cosa que, hoy en día, desgraciadamente, no puede hacerse en Irán.

viernes, 1 de junio de 2018

La historia real de junio: reflexiones sobre la ley y el papel de la mujer en nuestra sociedad


Valga como reflexión general y muy inconcreta.
Hubo un tiempo en que me planteé ser abogado. Lo deseché porque me disgustaba la idea de vivir en un mundo de perenne enfrentamiento. Con el tiempo he aprendido que hay cuestiones que sólo pueden valorarse desde el punto de vista del todo, y otras, desde el de la parte.
Sin saber demasiado de derecho, de lo poco que leído me produce la sensación de que hay múltiples formas de equivocarse. Una de ellas es basar la ley de manera excesiva en la pasión e irracionalidad humanas. Este abuso (que una lectura que me llamó la atención definía como un exceso en la doctrina de la ley natural) lleva a cosas como las turbas y los fundamentalismos.
Luego (y que me perdonen los expertos, que seguro que por algún lado derrapo) está el positivismo, que dice que lo único real es la ley. Esa doctrina te elimina factores religiosos, pero llevada al absoluto, también produce sus demonios. Desde ese punto de vista, los crímenes de los nazis son casi todos legales porque se cometieron bajo las leyes presentes en ese momento. El hombre (y la mujer) se convierten en robots que cumplen y son oprimidos bajo la bondad o injusticia de la ley.
Y luego está la interpretación. Ese sentido común, esa fraternidad que se supone que tendría que llevar al equilibrio. Y el arma más retorcida cuando así se quiere aplicar, pues el papel aguanta cualquier absurdo, equilibrismo o ficción
En España creo que hemos tenido en exceso errores de ley natural, de positivismo y, desde luego, de interpretación de la ley. Sumado todo ello a la injerencia del poder político en un país cuya constitución no nombra la separación de poderes, y a la pobre, además de cegarla, la secuestra.
De tantos problemas, habrá que fijarse en los detalles de cada uno y pensar soluciones. Yo, por mi parte, pienso en aquel rey del Principito que decía que si ordenaba a sus súbditos una orden que ellos no podían cumplir, entonces era que la culpa era suya. Y se me ocurre que la ley, y la forma de ejercerla, fue creada por el hombre para servir al hombre: para hacernos más libres, más humanos, más justos. Para darnos seguridad y protegernos, pero también para impedir que aplastemos a otros. Si no consiguen ese propósito, si atienden menos a requisitos o ruegos reales que imaginarios, entonces no es la ley la que sirve al hombre (o la mujer, o el niño, o la gente de cualquier raza o confesión), sino que esos colectivos viven esclavos de la ley. Y por tanto (es la mayor conquista que ha logrado el ser humano) tenemos el derecho y el deber de cambiarla.
Quizás lo que tengan en común el derecho y la literatura sea ese consejo de George Orwell sobre que ciertas leyes de la escritura debes seguirlas, hasta que resulta más conveniente romperlas y olvidarlas.

(Esta reflexión se publicó en Facebook el 27 de abril de 2018, en el perfil de Emilio Tejera)



Una sociedad secreta, con todos sus miembros vestidos de negro. Formada por inquisidores, médicos, jueces, curas, burgomaestres, abogados, incluso alguna mujer. Que encierran desde que son larvas a las hembras en cámaras umbrías, que las atan, una cuerda en cada extremidad, de techo y paredes, y las mantienen allí durante años, hasta que toca servir como incubadoras humanas y, mientras tanto, pueden utilizarse como herramientas del placer, carne muerta para el desahogo. Y, para proteger a los miembros de nuestra hermandad, disponemos la estructura de la sociedad para ellos, elaboramos las leyes para ellos, disponemos las oportunidades para ellos, incluso sacrificamos a nuestros propios retoños, en ocasiones alguno de los chicos, pero qué le vamos a hacer, en otros momentos nos hemos beneficiado, y la rueda tiene que girar... Una sociedad distópica como ésta recuerda a historias como "Déjame salir" o "El cuento de la criada", tan extremas que alguno puede descalificar tachándolas de paródicas, diciendo: "Eso no es exactamente así, eso no podría pasar".
Pero, entonces, ¿por qué de vez en cuando nos comportamos de esa manera?
Portada de "El martillo de brujas", o "Mallus Maleficarum".



(Esta reflexión fue originalmente publicada en Facebook el 3 de mayo de 2018, en la página de escritor de Emilio Tejera Puente).

La veo en un bar de carretera, de tantos que hay por ahí en España. Una camarera de mediana edad y aspecto de ajada, quizás porque el maquillaje de la cara no ha conseguido el objetivo que tenía al aplicarse sobre esos moratones que tendrán uno o dos días de duración, y cuyo propósito era contrarrestar. Hacer como que no pasara nada, pese a que ella lo sabe, que el hijoputa lo sabe, que sus compañeras de trabajo lo saben, que los clientes lo sabemos, vaya que si somos conscientes de ello, y todo eso unos cuantos días después de una de las sentencias más polémicas sobre violencia de género que ha sacudido España, y aquí estamos, en mitad de Castilla profunda, a pesar de todo lo que ha llovido y se ha protestado, y la mujer con el maquillaje y el hipoputa seguramente tan campante, en efecto, como si no pasara nada, porque en este país no se sabe lo que tiene que pasar para que deje de pasar nada. En encrucijadas como ésas estamos. En medio, me preguntan: "Dice una amiga que si le recomiendas algún país donde pueda viajar una mujer sola" y, qué quieren que les diga, no sé qué contestar.