Este relato lo publicamos en su día como parte del fanzine Fragmentos de Tinta y, ahora que éste no se halla en funcionamiento, lo rescatamos. Una demostración de que podría haber otras formas de España posibles (ahondaremos a lo largo de este mes en esta hipótesis), algunas peores, y otras para bastante mejor. A los que lo descubráis, espero que os guste, y a los que ya lo conocíais, mirad si os animáis a una segunda lectura, la cual siempre es un placer para los buenos textos. Un saludo.
Un día en la Otra España
El
chico (joven, moreno, con una perilla incipiente que sin embargo se empeñaba en
crecer demasiado despacio) tardó unos segundos en reconocer aquellas figuras
que le saludaban mientras agitaban el cartel donde se encontraba escrito su
nombre.
-¿Clara?-interpeló
a la chica que se le acercó y que le estampó a continuación dos sonoros besos
en las mejillas.
-Oh,
vaya, creo que he sido demasiado entusiasta. Bueno, ya te acostumbrarás al
saludo español –se disculpó la muchacha entre risas-. Por cierto, éste es mi
padre, Carlos. Papá, éste es Vormak.
-Hola,
Vormak –respondió con un fuerte apretón de manos el padre de Clara a la tímida
sonrisa del estudiante extranjero-. ¿Vamos al coche?
En
unos pocos minutos estaban montados en el vehículo y saliendo del aeropuerto Juan
de la Cierva-Madrid Barajas. Dejaron atrás las ondeantes banderas rojas y
amarillas. El padre de Clara trató (mientras conducía) de animar la
conversación.
-Vormak,
mi hija me ha dicho que durante tu estancia aquí tienes que hacer un trabajo
sobre la historia de España.
-Sí,
señor –respondió muy educado el estudiante-. Forma parte de nuestro programa de
intercambio.
-¿Y
ya tienes pensado más o menos en qué época te vas a centrar?
-Pues
en realidad…
Pero
el estudiante se quedó callado al observar un enorme cartel de publicidad a un
lado de la carretera. “Vota a Felipe”, rezaba el eslogan que se situaba al lado
de un sonriente rostro.
-¿Ése
no es…?
-Sí.
Exacto –le aclaró Clara-. El heredero Borbón. Se presenta este año a primer
ministro. El apellido no lo pone porque, bueno, trae malos recuerdos. Ya sabes
que les expulsamos después de que Fernando VII tratara de abolir la
Constitución hace doscientos años. Y, bueno, su padre sí consiguió ser primer
ministro durante un tiempo, pero le salieron unos temas de corrupción y no
salió reelegido. Por eso, ahora que su hijo se presenta, trata de no llamar
demasiado la atención acerca de sus orígenes.
-¿No
teméis entonces que si los Borbones se quedan mucho tiempo al frente del
gobierno –preguntó Vormak con un leve acento propio de su país-, intentarán
disputarle el trono a la dinastía de los Saboya?
-¡Uy,
hijo, por eso no te preocupes!-se rió a mandíbula batiente el padre de Clara
desde el asiento del conductor-. Primero tendríamos que elegir entre monarquía
y república, algo sobre lo que aquí siempre ha habido mucho debate. De hecho,
supongo que ya sabrás que, desde la última reforma de la Constitución, es un
tema para el que alguna vez se han conseguido las suficientes firmas como para
votarlo en referéndum, aunque todavía no hemos podido ganarlo. En el último,
hace ya bastantes años, faltaron unos cuantos votos, pero seguramente para el
siguiente... Además, no hay que asustarse con los Borbones. Si no nos caen bien,
o si intentan hacer algo raro, ya les echaremos. ¡Si pudimos mandar a Aznar de
vuelta a los rediles!
Clara
le dirigió a su padre una mirada reprobadora. No quería que la gente con la que
Vormak se cruzase en España hiciera con demasiada frecuencia chistes acerca de
temas sobre los que el estudiante de intercambio no entendiera demasiado, y se
sintiera por tanto desplazado de la conversación. Y los asuntos de política
interna eran precisamente del tipo de los que un extranjero, por muy experto en
Historia que fuese, no tenía por qué saber nada. Sin embargo, cuando Vormak se acercó
a Clara y le cuchicheó al oído una pregunta, la naturaleza de ésta le
sorprendió:
-¿Qué
es eso de “mandar a los rediles”?
La
chica se sonrió.
-Ah,
jeje. Significa “mandar a alguien de vuelta al lugar de donde procede”. Es una
expresión sobre un espectáculo que solía haber en España hace ya más de un
siglo. Ya casi nadie recuerda el origen de esa frase.
El
vehículo iba adentrándose poco a poco en las más profundas entrañas de la
ciudad de Madrid. Vormak admiró especialmente el intenso color azul del cielo.
-Me
habían dicho que los cielos de Madrid eran muy hermosos. En mi país, las
grandes ciudades suelen estar muy grises por la polución.
-Bueno,
en eso aquí tenemos bastante suerte –respondió Clara-. Lo que sí hay es mucha
contaminación lumínica, así que cuando mis padres y yo queremos ver las estrellas
por la noche, nos vamos fuera de la ciudad, a la orilla del río, y allí
plantamos el telescopio. Si te apetece, podemos ir por ahí alguna noche de éstas.
Pasaron
entonces al lado de un inmenso complejo hospitalario.
-Éste
es el Ramón y Cajal. Cubre toda esta zona, la parte situada en el este de la
ciudad. Por supuesto, espero que no tengas que venir aquí nunca, y si te pasa
algo te llevamos, pero por si acaso, luego te indico cómo llegar en transporte
público desde nuestra casa. Está bastante bien comunicado. Todos los hospitales
están bastante bien comunicados en general.
-¿No
habría problemas con eso de que soy extranjero?
-Bueno,
seguramente nos harían rellenar bastante papeleo, pero al final seguro que se
acabaría solucionando.
Llegaron
por fin a la casa de Clara. Allí, tuvieron el tiempo justo para dejar las
maletas y dirigirse inmediatamente a la universidad para que Clara pudiera
aprovechar alguna de sus clases, y que de paso Vormak tuviera su primer
contacto con la facultad. A la entrada del edificio, el padre de Clara detuvo
muy brevemente el coche para permitirles salir.
-Nos
vemos esta tarde, ¿de acuerdo?-le mandó una última sonrisa a Vormak. Éste le respondió
con un gesto de agradecimiento.
-Oye,
¿en qué me has dicho que trabajaba tu padre?-le preguntó el chico a Clara, una
vez su progenitor se hubo alejado.
-Es
profesor aquí, en esta misma facultad –le respondió ella.
-Vaya.
Y, ¿siendo él profesor, te resultaría entonces más fácil quedarte en la
universidad?-inquirió curioso Vormak.
Clara
se rió.
-Bueno,
supongo que podría intentarlo. Pero me parece que, si yo no doy la talla, daría
un poco lo mismo. No creo que simplemente con tener un familiar dentro fuera
suficiente. Suelen ser muy rigurosos con esas cosas.
Clara
le condujo por los pasillos de la facultad, realizándole una corta visita
guiada a través de la misma, hasta finalmente llegar al aula que les
correspondía.
-En
realidad, como vas a comprobar, no es exactamente una clase de historia. Pero
la verdad es que es una de mis favoritas. Ahora verás por qué.
El
profesor de la asignatura se ajustó las gafas mientras los alumnos terminaban
de sentarse.
-Se
supone –comenzó- que yo tenía que impartir la clase de hoy acerca los poetas de
la generación del 27. Pero como creo que no hay nada mejor que aprender
directamente de las fuentes, quiero compartir con vosotros el inmenso
privilegio que yo mismo disfruté al recibir una lección, en el año 69, por
parte del profesor Federico García Lorca. Se conserva un vídeo de esa sesión,
que es el que os voy a poner a continuación.
Y
los estudiantes, durante cincuenta etéreos minutos, escucharon, arrebolados, el
discurso pausado y cautivador del poeta, como si éste no se fuera a interrumpir
jamás…
Cuando
terminó la clase, Clara acompañó a Vormak a un bar para tomar algo. A la
entrada se encontraron con un chico alto y de pelo castaño.
-Vormak,
éste es Marc, mi novio.
-Qué
tal, Vormak –nuevo enérgico apretón de manos-. ¿Entramos?
Se
sentaron en una mesa y pidieron las bebidas.
-Vormak,
Clara me ha contado algo de ti, pero no sé si me acuerdo de todos los detalles.
¿No te importará que te haga algunas preguntas?
-No,
qué va, al contrario –respondió Vormak-. De hecho, yo quiero hacer siempre un
montón de preguntas y me da cierta vergüenza, así que si me preguntáis vosotros,
de esa manera no me siento tan mal –explicó Vormak con una tímida sonrisa.
-Estupendo.
Entonces, ¿cuál es exactamente la institución que financia tu estancia en
España?
-El
Ministerio de Educación. El de aquí, el español. Es parte de un programa de
intercambio. Así, Clara podrá visitar mi país durante un tiempo.
-Tiene
unas ruinas fantásticas –le aclaró Clara a Marc-. Va a ser estupendo poder
echarles un vistazo. Y de paso, hacer unos cuantos viajes por ahí –se rió.
-Sí,
las ruinas son lo único que nos queda en pie –bromeó con algo de humor negro Vormak-.
Somos un país muy pobre. Nada que ver con esto. Me he quedado maravillado al
observar todos los libros que había en la biblioteca de la facultad. Y es
verdad que la beca que he recibido es muy generosa.
-Yo
también estudio con beca –compartió Marc-. Y menos mal, porque con lo cara que
es Madrid, si no, no podría estudiar aquí.
-¿Y,
con la crisis –inquirió Vormak-, no han recortado las ayudas?
-No,
qué va –Marc contempló extrañado a Clara mientras lo decía, como si le hubieran
preguntado por un extraterrestre-. De hecho, creo que las han aumentado un poco.
-De
todas maneras –explicó su novia, tratando de proporcionarle un poco de contexto
al asunto-, me parece que la crisis no ha afectado tanto a España porque, como
hay mucha inversión en investigación, no se ha metido tanto dinero en burbujas
inmobiliarias como en otros países, y por eso hemos resistido más o menos. Aún
así, siempre hay discusiones sobre la forma en que se intentan solucionar los
problemas. El gobierno actual se llevó un buen golpe en las últimas elecciones
porque se le reprochaba haber tardado demasiadas semanas en tramitar una ley
para proteger a los que ya no podían pagar su casa. Así que, como ves, en todos
lados tenemos problemas.
-Buf,
pero no creo que sea igual que en mi país –respondió Vormak-. Allí, sentimos
que todos los que tienen cierto poder (los políticos, los empresarios con
dinero) son tan sólo una élite que se protege a ella misma, y que el pueblo no
cuenta para nada.
Clara
y Marc se miraron entre sí como tratando de coordinar la siguiente explicación.
-Bueno
–Clara elevó las manos hacia adelante-, no te creas que aquí todo es perfecto.
Hemos tenido nuestros fracasos como país, y existen personas que viven mejor que
otras, y también hay muchas cosas que serían mejorables. Pero (y creo que esto
es producto de nuestra historia) pienso que hemos aprendido que no puede irte
muy bien cuando sólo un pequeño número de personas concentra todo el poder. Por
eso, yo creo que los gobernantes son conscientes de que es su obligación
escuchar al pueblo, y existe la sensación de que, si las cosas que tú pides son
razonables, tarde o temprano, a través de mecanismos de participación ciudadana
o de otros tipos, se terminarán más o menos por conseguir. En general, el
gobierno sabe que si la mayor parte de la sociedad está descontenta le
terminarán echando, por eso trata de beneficiar a toda la gente posible.
-En
mi país a veces dicen que intentan agradar a todo el mundo y lo llaman “consenso”
pero, normalmente, sólo sirve para que se haga lo que mandan los mismos de
siempre.
-Ja,
ja, es una manera de verlo –se rió Marc-. De todas maneras, en España tenemos
algo de complejo por nuestro pasado respecto a la forma en que se han impuesto
las cosas desde arriba, con eso de la Inquisición y todo ese tipo de asuntos.
Así que ahora se procura respetar mucho a las minorías –expresó Marc con un
leve deje catalán-. Que, por cierto, hablando de minorías, Clara, tenemos que
hablar de eso de pasar las vacaciones en ese pueblo tan minúsculo en la
montaña.
Lo
que siguieron entonces fueron un par de minutos de calmada discusión en español
que luego dieron paso a otros pocos y más intensos minutos de discusión en
catalán. Vormak no entendió la última parte, pero sí que Clara se enfadaba y se
disculpaba (ya en castellano) para ausentarse un momento al baño. Marc le pidió
disculpas a Vormak:
-Perdónanos:
nos conocimos en mi tierra y por eso, cuando discutimos, hablamos en catalán
entre nosotros.
Vormak,
que se sentía muy agradecido con ambos muchachos por haberle acogido de manera
tan amable y considerada, trató de congraciarse con Marc con el comentario que
pensó que (en su experiencia) mejor encajaría para la ocasión:
-¡Mujeres!¡Están
todas locas!
Pero
entonces constató que la mitad de las personas que se hallaban presentes en ese
bar eran mujeres, y que tanto ellas como los clientes masculinos habían
respondido a su comentario enarcando una ceja. Aunque lo peor era que Marc
también.
-Haré
como que no has dicho eso, porque como te oiga Clara… -le advirtió con gesto
que trataba de no ser muy severo, y por ello resultó más doloroso todavía.
Para
cuando la chica acudió de vuelta, sin embargo, el ambiente se volvió algo más
distendido, y Vormak pudo ocultar su vergüenza debajo de otras conversaciones
menores.
Por
la tarde, Clara se llevó a Vormak a otra de sus asignaturas.
-En
esta hora suele haber mucho debate. Son unas clases muy participativas.
De
hecho, en esta ocasión se enfrentaban dialécticamente dos alumnos. Vormak
todavía no entendía muchas cosas acerca de España, pero pudo distinguir
claramente una postura más progresista, y otra en cambio más conservadora:
-En
este país hemos sido siempre demasiado buenos. A veces, hemos pecado en exceso
de ingenuos…-proclamaba un estudiante engominado.
-Nunca
se le proporciona espacio suficiente a las otras alternativas. Nos dejamos
llevar por la autocomplacencia y, en cambio, queda todavía mucho por hacer…-argumentaba
un alumno con largas patillas y gafas.
Vormak
salió del encuentro muy sorprendido.
-Te
tendría que haber explicado –dijo Clara-. Aquí, en España, podemos ser muy
intensos en los debates.
-No,
qué va –respondió Vormak-. Me ha sorprendido que se pueda hablar de temas tan
controvertidos así, dialogando, sin llegar a decir barbaridades. En mi país
tenemos aún muy reciente la guerra civil, y alguna vez que se habla de ello,
las emociones saltan a flor de piel porque hay gente cuyos parientes han muerto
en la guerra y cuyos cadáveres todavía están por localizar, y en cambio,
personas que se identifican con el bando de los vencedores y tratan de
justificar los asesinatos.
-Buf…
-soltó un soplido Clara-. No me imagino esa situación –se quedó pensativa
durante un rato-. Yo me figuro que, si algo así hubiera ocurrido aquí, las
cosas se hubieran tratado de resolver de otra manera…
Vormak
asintió. Y, sin embargo, una idea se le quedó rondando la cabeza. Esa misma
idea siguió bulléndole cuando volvieron a casa de Clara aquel día y le
presentaron al resto de su familia.
-¿Y
tú qué es lo que estudias, Román?-le preguntó Vormak al hermano de Clara,
solamente por hacer conversación.
-Ingeniería
industrial –respondió él, con un puntito de orgullo.
-¿Y
ya sabes que vas a hacer después de la carrera?
-Bueno,
en España hay bastantes buenas empresas que se dedican a las energías
renovables. Intentaré conseguir trabajo en alguna de ellas. No es fácil porque
viene mucha gente tanto de España como de fuera para buscar un puesto en esas
compañías, pero yo creo que con esfuerzo, y algo de suerte, se podrá lograr.
Sin
embargo, la idea que había invadido el cerebro de Vormak le seguía aguijoneando
al estudiante durante la cena. Y quizás algo se intuyera el resto de la familia
porque, entre plato y plato, el padre de Clara le acabó preguntando al fin:
-Estás
muy callado, Vormak. ¿En qué piensas?
El
estudiante extranjero guardó un silencio por un segundo.
-Para
ser sincero… Estaba pensando en lo que me había preguntado usted (perdona, me
habías preguntado tú) esta mañana. Sobre el trabajo que tengo que hacer para la
universidad. Estoy pensando en basarme en un suceso poco conocido de la
Historia española. Cuando un grupo de generales inspirados por las corrientes
fascistas de la época (Hitler, Mussolini) trató de realizar un golpe de estado.
-Ah,
sí –respondió el padre de Clara-. ¿Cómo se llamaban? Yo lo estudié en el
instituto. ¿Uno podía ser… el general Franco, quizás?¿Eso no duró apenas un par
de días?
-Exacto.
Pues mi idea era hacer como un ensayo sobre qué hubiera pasado si el golpe hubiera
triunfado. Si hubiera habido una guerra, y una dictadura, y ese sistema de
poder se hubiera mantenido a pesar de que el resto de regímenes fascistas
hubiesen sido derrotados durante la Segunda Guerra Mundial. Si hubiera vuelto a
mandar la iglesia, los grandes aristócratas y terratenientes, si el estado no
fuera laico, si el destino del país se decidiera en unas pocas reuniones
privadas, si el régimen militar despreciara la educación y la cultura, si la
corrupción se hubiera convertido la norma principal del sistema…
-Juas,
juas –se carcajeó estentóreamente el padre de Clara-. Este chico tiene una
imaginación increíble. Clara, tu amigo no tendría que haberse matriculado en Historia:
tendría que haberse inscrito, en cambio, en un curso de ciencia ficción…