lunes, 25 de noviembre de 2019

La historia corta de noviembre. Dedicadas a Eduardo Galeano (IX)

              El mendigo se encontraba con la mano alargada, pidiendo limosna. Entonces, se acercó un señor con un abrigo, y le entregó un papel.

            El mendigo creyó que era un billete de cinco euros, y se lo guardó en el bolsillo. Pero luego lo leyó: era una nota, y al lado, un cheque de viajes.

            La nota decía:
            “Hola. Yo no sé quién eres tú. Pero aquí te dejo este cheque de viajes: tiene dinero de sobra para que puedas viajar por todo el mundo, con todas las comodidades, alojamiento, alimentación. Sólo te pido una cosa: y es que allá donde vayas, me mandes una carta, contándome dónde estás, qué estás haciendo, qué lugares estás visitando, a qué gente estás conociendo; qué cosas estás aprendiendo, viajando a lugares donde no puedo moverme yo. A cambio de eso, te seguiré mandando cheques, para que sigas explorando el mundo. Lleva a cabo por mí, por favor, lo que yo no soy capaz de hacer”.

            El hombre contempló el cheque de viajes.

            Aquel día, partió hacia Katmandú.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Los libros y las películas de noviembre: buenos libros eclipsados por sus (¿mejores?) adaptaciones

Siempre decimos aquello de que la adaptación cinematográfica de un libro suele ser peor que el original. ¿Y por qué?¿Precisamente, porque es el original?¿Porque en una película puedes expresar tan sólo una ínfima parte de los matices que eres capaz de desgranar en un libro?¿Influye mucho a cuál de las obras accedemos primero? No obstante, es también muy abundante el número de películas que han surgido a partir de novelas las cuales han pasado prácticamente desapercibida (recordemos "Los pájaros" o "Psicosis" antes de la adaptación de Hitchcock; o "La naranja mecánica" de Burgess, que sufrió la doble humillación de ver cómo tanto el editor como Kubrick recortaban el último capítulo -para el autor esencial- de su obra). Y, sin embargo, existen películas inmortales cuyo origen no es excesivamente conocido las cuales, sin embargo, cuando te aproximas a su génesis (por lo común después de la obra cinematográfica que las hizo famosa), se revelan fascinantes también, a veces por motivos completamente dispares a los de su adaptación. En una lista sin duda incompletísima, tenemos:

-De "Lolita" ya hablamos extensamente en su día. No es que se trate de dos historias distintas (el cuerpo general del argumento es muy similar entre la obra de Nabokov y la de Kubrick): es que la orientación que se da, y lo que Kubrick verbaliza a través de las imágenes, es radicalmente diferente de lo que -más que enseñó- insinuó Nabokov. Una razón más que ha podido contribuir a la profunda incomprensión sufrida por la obra.

-Muy adaptado a la gran pantalla fue Truman Capote. "Desayuno con diamantes" y "El arpa de hierba" se convirtieron en dos grandes películas, pero la prosa de Capote hace que ambos relatos se hagan igualmente conmovedores tanto cuando se leen como cuando se ven en pantalla. En ambos casos se captó muy bien el espíritu de la obra, aunque en "Desayuno con diamantes" comprobaremos unos cuantos cambios respecto al relato original.

-Eduardo Sacheri ha sido también un autor especialmente prolífico para el cine en los últimos tiempos. Campanella atrapó "La pregunta de sus ojos", le dio un par de vueltas adicionales, y convirtió una muy buena novela en una película fastuosa, "El secreto de sus ojos", que superó el difícil reto de ganar un Óscar. Recientemente han adaptado otra novela de Sacheri, "La noche de la usina" (que he de decir que estupenda) para transformarla en "La odisea de los giles", la cual aguardo con expectación.

-Es difícil, de una novela de Delibes, decir que la película superó al libro. Pero en el caso de "Los santos inocentes", Mario Camus altera un par de detalles que proporcionan una mayor fuerza a los hechos descritos. Si a ello le añades la música, supremas actuaciones, y la "milana bonita", todo queda muy redondo. Pero -y una vez más, siendo Delibes- vale la pena volver a la fuente original.

-"La noche del cazador", de Davis Grubb, fue una novela muy conocida en su día, y que ahora sin embargo ha caído en la noche del olvido. El impresionante actor Charles Laughton dirigió la adaptación en su momento, la cual pasó por las taquillas sin pena ni gloria para luego convertirse en una película de culto -y, al contrario de lo que ocurre en otras ocasiones, en este caso hemos de decir que con razón-. No obstante, merece la pena echarle un ojo a la novela, que se adentra en páramos donde la película (de líneas muy puras que refuerzan la carga simbólica) no tuvo capacidad de meterse.

-"El método Grönholm", escrita por el dramaturgo Jordi Galcerán, fue un gran éxito en el teatro, tanto de crítica como de público. En "El método", Mateo Gil (excelente tanto como co-guionista de Amenábar como en historias propias tales como "Blakcthorn") extrajo las ideas esenciales y jugó con el escenario y los personajes para encontrar una forma distinta de expresar un mensaje similar. Ambas muy recomendables, cada una a su manera.

-"Lo que queda del día". El reciente Nobel de Literatura Kazuo Ishiguro (nacido en Japón, nacionalizado británico) escribió una obra de lo más inglesa de la cual se hizo una muy célebre adaptación cinematográfica protagonizada entre otros por Anthony Hopkins y Emma Thompson. La mayor diferencia entre la novela -la más reconocida de su autor- y el film radica en el punto de vista subjetivo desde el que que está contada la historia, enfoque que ensalza las cualidades de su protagonista: un anticuado, clasista y rígido mayordomo que cree en el valor de las viejas tradiciones, las cuales a él mismo le han condenado a perder tantas cosas. Quizás este punto sea el más atrayente y original de la novela, pero al mismo tiempo el que más dificulta su lectura (especialmente si uno lo hace en el idioma original, como he intentado yo): el protagonista se nos vuelve tan insufrible, tanto por su carácter servil como por su modo de hablar pomposo y afectado, tan británico, que dan ganas de tirar la novela a la papelera y maldecir a todos los esclavos que se enorgullecen de su condición. Sin embargo, el empleo de la primera persona como recurso narrativo resalta de manera más destacada las contradicciones del personaje, creando matices -no mejores, sí distintos- que no se podían reconstruir en la película. Sólo por eso merece la pena echarle un vistazo.

Pero, más que nada, me gustaría conocer vuestra opinión. ¿Ha ocurrido que, al aproximaros al texto original de una película, lo habéis sentido como distinto, o habéis notado que tenía algo especial?¿Qué libros creéis que han sido injustamente eclipsados por sus adaptaciones? Espero vuestros valiosísimos comentarios.

lunes, 11 de noviembre de 2019

La historia real de noviembre. Grandes modificaciones terráqueas (I): Atlantropa, el mar del Sáhara, la valla publicitaria espacial y otras grandes locuras transformadoras.

El día que el Dios cristiano, judío y musulmán expulsó a Adán y Eva del paraíso, les forzó a "ganar el pan con el sudor de su frente". Eso les obligaba a arar la tierra, una forma de modificación de la naturaleza. Sin embargo, el ser humano, siempre buscando el camino más fácil y el más efectivo, fue construyendo máquinas con el que ahorrarse el trabajo, y a partir de allí se le ocurrió que con esas poderosas máquinas podía obtener transformaciones mucho más potentes y más beneficiosas. Edificios, carreteras, derivaciones de los cursos de los ríos, presas, ciudades, el ser humano ha poblado la superficie y el interior de la Tierra (y hasta su atmósfera) con sus cambios, hasta tal punto que se ha propuesto nombrar nuestra era como el Antropoceno, debido a la influencia del ser humano sobre la misma. Pero, ¿cuán lejos ha podido llegar?¿Y hasta cuánto ha pretendido?

Quizás el mejor ejemplo que se suele exponer de ese ansia constructora (o destructiva) del ser humano ha sido, en concreto, la desecación del mar de Aral, un vasto lago interior (el cuarto más largo del mundo) cuyo contenido la Unión Soviética pretendió aprovechar para implementar la agricultura de la región, y que como consecuencia de la acción del hombre se ha visto reducido a sólo un 10% de su tamaño original. Este gran desastre medioambiental se une a otros provocados por el ser humano tales como la gran isla de basura del Pacífico, la deforestación de la selva amazónica y de la isla de Pascua, o (según argumentan algunas teorías) un cierto papel del hombre en la desertización del Sáhara.

Sin embargo, aparte de esas acciones involuntarias (por irresponsabilidad, ambición o mala cabeza), ha habido ocasiones en que el ser humano se ha planteado a propósito grandes transformaciones de la superficie de la Tierra a escala continental, o incluso celestial. La inmensa mayoría de esos proyectos no se ha llevado a cabo, bien porque alguien tuvo la suficiente cabeza para reconocer que aquello sonaba a mala idea, bien por razones logísticas, financieras o de geopolítica mundial. He aquí algunas de las  más titánicas y descabelladas ideas para modificar la faz de nuestro planeta:

La valla publicitaria espacial. En 1993, la empresa Space Marketing INC. propuso construir una valla publicitaria de 1 kilómetro cuadrado que se colocaría en órbita respecto a la Tierra, a baja altura, de tal manera que tuviera, desde la superficie de nuestro planeta, el mismo y brillo y tamaño con el que contemplamos la Luna. El proyecto adolecía de dos defectos: costaba mucho encontrar inversores, y se calculaba que la basura espacial impactaría contra ella con demasiada frecuencia. Pero no faltó demasiado para encontrar un "Beba Coca-Cola" haciendo competencia con la Luna en el otrora despejado cielo nocturno. 

El mar del Sáhara. Ha habido diversos proyectos, ideados por algunos de los países circundantes, para convertir parte del Sáhara en un mar interior. Las ventajas serían crear una serie de territorios agrícolas que proporcionarían recursos a la población, aparte de disminuir las habitualmente inclementes temperaturas presentes en el desierto. Sin embargo, la palma se la lleva el profesor vasco-francés Edmund Etchegoyen, que en 1910 propuso que todo el Sáhara (una buena parte del cual se haya por debajo del nivel del mar) se inundara de agua gracias a un canal procedente del Mediterráneo, transformándolo por completo en un inmenso mar interior. Aparte de los problemas de financiación (lógicos para un proyecto de esta clase), la idea nunca ha terminado de convencer a los científicos, quienes creen que un pequeño lago generado en el desierto no modificará las temperaturas locales y se convertirá en un pantano infestado de mosquitos, mientras que si es todo el Sáhara el que se convierte en un mar, transformará el clima de Europa para convertirla en una zona polar. Aparte, existen altas probabilidades de que el desplazamiento de tal masa de agua desplazara la órbita terrestre (por otra parte, la pérdida de una enorme masa de agua en el Mediterráneo podría afectar a las estructuras geológicas subyacentes, provocando terremotos y reactivación de volcanes apagados). Como suele decirse, hay quien nunca está contento con nada. Como detalle anecdótico, Julio Verne teorizó sobre la posibilidad de crear un mar interior en el Sáhara (idea que conoció gracias a los proyectos presentados por sus compatriotas) en una de sus últimas novelas.

Atlantropa. Así se iba a llamar la gigantesca reorganización continental ideada por el alemán Herman Sörgel, quien tenía el sueño de construir gigantescas presas en varios estrechos del Mediterráneo (la clave sería el del Gibraltar, pero también tenía proyectadas presas en los estrechos de Messina y Dardanelos, y en la zona de separación entre Sicilia y Túnez) con el objetivo de desecar parcialmente el Mediterráneo, que retrocedería a nivel de todas las costas, y el cual quedaría dividido dos mares más pequeños, uno al este y otro al oeste. Estas presas generarían una inmensa cantidad de electricidad disponible para la humanidad (como en el plan del mar del Sáhara, desierto el cual, en la fantasía de Atlantropa, sería regado por agua procedente de Chad), además generar nuevas tierras de cultivo. Como contrapartida, entre otras, este proyecto acabaría con la mayor parte de los puertos del Mediterráneo (aún así, Sörgel tenía planes especiales para salvar algunos enclaves míticos, como el puerto de Venecia). El plan, además, tenía una segunda parte, que pasaba por establecer otras grandes presas en varios de los grandes lagos de África, generando una energía que llegaría a Europa a través de tres ciclópeos cables de electricidad que surcarían longitudinalmente (en dirección sur-norte, uno en la zona central, uno al este y otro al oeste) el nuevo continente que se habría creado, Atlantropa, producto de una fusión de África y Europa a partir de un Mediterráneo que habría quedado reducido a un par de charquitos, con gigantescas vías férreas que unirían la zona sur con la norte. Aparte de las consecuencias climáticas y físicas que tendría este desaguisado -muchas de ellas comunes a la también "maravillosa" idea del mar del Sáhara-, la cuestión geopolítica también sería peliaguda. La idea de Sörgel era que tan fantástico suministro de electricidad podría servir para sellar una paz mundial, pues aquellos países que amenazaran el nuevo orden mundial podrían ser privados de tan fantásticos recursos energéticos. Pero por muy sinceros que fueran los esfuerzos pacifistas del alemán, esto, en los inicios del siglo XX, con la distancia entre África y Europa súbitamente reducida, suena demasiado a colonialismo europeo y mayores posibilidades de los países del norte para controlar las indefensas economías del sur. De hecho, Sörgel estuvo durante varios años a vueltas con su plan, dando conferencias por todo el mundo, tratando de vender su idea a quien quiera que quisiera comprársela -obviamente, tenía graves problemas de financiación-, e incluso llegó a ofrecérsela al régimen nazi, la cual la declinó amablemente pues decía que sus planes de expansión se situaban más hacia el este, no hacia el sur. Al final, el sueño de Atlantropa murió junto con Sörgel, aunque, al menos en la ficción, Philip K. Dick lo llevó a cabo en cierta medida en su ucronía El hombre del castillo.

El derretimiento de los polos. Lo que hoy es uno de los temores más fundados por culpa del cambio climático fue (en aquellos ingenuos tiempos del siglo XX en que se creía que toda la naturaleza era un inmenso instrumento dispuesto únicamente en beneficio del hombre, idea que algunos mostrencos aún consideran válida) un plan que llegó a considerarse factible. El objetivo: facilitar la navegación marítima, no sólo por los grandes espacios marinos que se abrirían, sino también para combatir el peligro de los icebergs. El plan fue sugerido periódicamente y descartado periódicamente también, porque las consecuencias climáticas para todo el globo serían desastrosas. Un proyecto, sin embargo, que a pesar de haberse abandonado, estamos provocando nosotros mismos por nuestra codicia, nuestra desidia y nuestra insensatez. En cuyo caso, quizás, si lo logramos, será el último plan descabellado que llevemos a cabo.

Uno de los requisitos indispensables de cada uno de estos proyectos era el de grandes planes de ingeniería que requerían desplazar desproporcionadas cantidades de tierra, empleando para ello una enorme cantidad de energía. Y como, para ideas faraónicas, métodos alocados, también hubo quien tuvo la disparatada idea de emplear, para llevarlos a cabo, bombas atómicas. Pero de eso hablaremos en una próxima entrada.

lunes, 4 de noviembre de 2019

El cuento de noviembre. "Relatos de cuando las historias se pintaban (I): Luz".

He aquí el inicio de una trilogía de cuentos dedicados a la prehistoria. El primero, Luz, sin duda invocará ideas conocidas por el imaginario colectivo. Ya me contaréis que os parece. Sin más preámbulos...

RELATOS DE CUANDO LAS HISTORIAS SE PINTABAN

1.       LUZ
(Localización espacial: algún punto de la cornisa cantábrica, al norte de la península ibérica.
Localización temporal: hace unos 15.000 años)

                La luz lo es todo.
                No sólo la ausencia o presencia de luz. También la intensidad, la duración, la amplitud, el enfoque. La forma en que los objetos se iluminan por la luz determina grandes diferencias en el modo en que percibimos a los mismos. Y, para comprobarlo, sólo hay que esperar a que caiga la noche. Para certificar lo distinto que se vuelve el mundo. De noche cada sombra se agiganta, se cierne amenazadora. Y no hay sustitutos suficientemente grandes que lo puedan paliar.
                Eso era sobre lo que reflexionaba Tres conforme observaba esa forma de luz, el fuego, que les permitía hallarse durante la fresca noche al aire libre, en el borde limítrofe de la cueva. Aunque, a decir verdad, “meditar” es una palabra quizás demasiado aventurada acerca de lo que Tres podía llegar a hacer a la tierna edad en la que se encontraba. Si acaso, podía darse cuenta de lo diferente que era todo bajo la iluminación de los rayos de sol, o ante el influjo parpadeante que de su entorno ejercía la hoguera. Tres siempre lo había contemplado todo con mucha atención, con esos ojos enormes que parecían abarcar el mundo. Quizás fue por ello la primera que aquella noche avistó al lobo.
                Bisonte Haya desplazó ligeramente la vista, una vez percibió no sólo la presencia del animal, sino que Tres se había quedado mirando muy fijamente a éste. La madre aún no se había dado cuenta de lo que estaba mirando su hija, pero en cuanto se percató, intentó acercarse hacia ella para abrazarla y servir como escudo en caso de necesidad. Bisonte Haya realizó un gesto casi imperceptible, un movimiento de cabeza, para indicarle que no se desplazara más y permitiera que aquella anómala situación que se había generado de manera natural evolucionara del mismo modo. El lobo no parecía amenazador o agresivo, más bien expectante, contemplando con mayor avidez los trozos de comida cerca del fuego que a la niña. Y, sin embargo, ella había establecido una comunicación visual con él. La pequeña criatura humana aproximó sus débiles patitas hasta el fuego, tomó una brocheta de carne y se acercó al animal. Bisonte Haya hizo un gesto terminante y la niña se paró, abandonando allí el manjar. Luego, se alejó varios pasos y volvió para refugiarse en los brazos de su madre. El lobo, con cautela al principio, y luego más descaradamente, se acercó a la donación que le habían ofrecido y arrastró el regalo, colocándose a una distancia prudencial, desde la que empezó a asestar mordiscos cortos, pausados, precavidos.
                Bisonte Haya levantó una ceja. Ya desde la época de su padre, quien también fue líder de la tribu, se habían acostumbrado a que los lobos merodearan sus campamentos en busca de comida. Fue su padre, de hecho, quien estimuló a que dejaran de espantarlos, al comprobar que su presencia ahuyentaba a otros depredadores. Hasta ahora, habían convivido en una relación más o menos pacífica y de beneficio mutuo. Ahora, aquella niña había dado un primer paso, uno muy pequeño, a darle directamente de comer a un lobo.
                ¿Se podía sacar algo de eso?¿Quizás, con el paso del tiempo, los lobos dejarían de ser un enemigo, y tal vez algo más que un simple huésped útil en los campamentos?¿Tal vez un aliado? Probablemente tendría que pasar mucho tiempo para eso. Pero resultaba interesante aquel primer paso.
                Bisonte Haya sabía aprovechar las oportunidades cuando las veía. Y veía en Tres una oportunidad…

*                                            *                                            *

                Pasa el tiempo, las estaciones, los lugares… La tribu migra de un lado a otro, siguiendo a las presas, que a su vez andan en busca de los mejores pastos. Las cosas evolucionan, y también las personas. A todas estas cuestiones, un buen líder ha de prestar atención.
                Un día, el pintor de la tribu le llamó a su lado. Le enseñó a Uno y a Tres (todavía era Tres, a pesar de que Dos había fallecido de una fiebre el pasado año), una Tres que ya había visto pasar ocho ciclos completos, poniéndose a jugar con sus pigmentos. Se manchaba los dedos y los imprimía sobre una cercana roca. Tomaba el aerógrafo y expulsaba un chorro que le embadurnaba la cara. Se reía mientras sus mejillas se pringaban de gotitas.
                -No es por meterme donde no me llaman –dijo Bisonte Haya-, pero creía que había que cuidar esos pigmentos porque costaba producirlos.
                -Tengo que pensar en el futuro. No duraré eternamente. Alguien tendrá que sustituirme algún día, y si no lo prueban de niños, nunca sabemos si tienen aptitudes. Y en cuanto a Tres… bueno, es menos agotador dejarla jugar que prohibírselo. El caso es que… por eso te llamaba precisamente… Fíjate en lo que hace Tres. Para su edad, tiene talento.
                Bisonte Haya enarcó una ceja, como solía hacer cuando algo le descolocaba. Pero sabía que a veces de esa clase de situaciones surgían las mejores ideas. Ideas. Posibilidades. Oportunidad.
                -No es habitual que las chicas dibujen, ¿no?
                -No lo escuché de ningún grupo nunca.
                -Pero ella lo hace bien, ¿no?
                -Pues, para estar empezando… nada mal.
                Bisonte Haya se rascó la cabeza.
                -Ya lleva mucho tiempo siendo Tres. Quizás vaya siendo hora de que le pongamos nombre. A ella y a Uno, claro. A Uno será fácil: Lobo Tormenta es un nombre que le pega, llevo tiempo pensándolo… Y en cuanto a Tres…
                -Tres es una mora de invierno –expresó el pintor, glosando en su mente unas cuantas anécdotas que habían vivido el resto de los miembros de la tribu con la niña en los últimos tiempos-. Nunca está donde debe estar, donde se supone que le han ordenado que haga lo que tiene que hacer… Está un poco por todas partes. Es un poco…
                Al pintor se le notaba tan incómodo como ambivalente. Quizás porque, a pesar de los problemas de Tres sobre los que protestaba, el hecho de que la niña pintara tan bien confirmaba sus sospechas iniciales acerca de que Tres era su hija.
                -Un poco… -terminó la frase Bisonte Haya- como la lluvia. Cae un poco por todas partes, pero no está en ninguna. Sin embargo, la lluvia trae muchas cosas. Transforma un árido socavón en un fértil lago. Trae cambios. Y, a pesar del escepticismo de muchos, yo creo que los cambios, bien dirigidos, significan algo positivo.
                Contempló a Tres (ya por poco tiempo le duraría el nombre) expulsando de nuevo la tinta por el aerógrafo, salpimentando gotas que se distribuían por su cara como pecas de color.
                -Lluvia. Eso es. Una lluvia fresca que puede traer un pensamiento original que dé vida. Ése será el nombre: Lluvia Fresca –le anunció el líder-. Dale manga ancha, y dile a Sombra Clara que programe la ceremonia. Vamos a ver qué nuevas aguas nos trae esa lluvia.

*                                            *                                            *
          
      Sombra Clara vestía con un traje ceremonial, hecho a base de pieles de animales, que le convertía en algo distinto: el chamán de la tribu, el hombre a quien los espíritus guiaban por el buen camino, aquel a quien se le había inferido la propiedad de interpretar. Entre otras cosas, los dibujos que se inscribían en la pared de roca, en lo más profundo de las cuevas, donde los dioses permanecían dormidos en un lugar en el que, encapsulados en forma de grabados y pinturas, nada ni nadie pudiera les pudiera dañar. De esa manera, permanecerían allí para cuando el año siguiente volvieran a usar esa cueva para pernoctar; y, ahora y después, por siempre, servirían a los miembros de la tribu para aprender.
                -He aquí nuestro símbolo: el bisonte. Es el animal que nos representa, que indica nuestra fortaleza, el poder, el tamaño de nuestra tribu–señaló la figura dibujada en la piedra, desplazando para ello en círculos la lámpara que se alimentaba a base de tuétano como combustible, y que permitía iluminar con un límpido fuego sin humo-. En contraste, tenemos a los ciervos. Representan a un grupo que se ha caracterizado, como su avatar, por ser escurridizo y cobarde, por dejar atrás su rastro y después huir. Pero el Bisonte siempre se impondrá frente a todo. Frente a todo, y todos los demás.
                Mientras tanto, en la semioscuridad, una figura femenina, arropada por el resto de la tribu, bufaba a la vez que contemplaba el conjunto de pinturas que quedaban tan sólo iluminadas de refilón por la linterna del chamán; por un lado, varias impresiones negativas de la propia mano de la chica, que la había empleado en su día como método de experimentación con los pigmentos y, ya de paso, como lo más parecido a una “firma” que le hubieran permitido plasmar. Por otro, un pequeño arco semicircular formado por varios puntos. La chica había estado devanándose muchísimo tiempo los sesos hasta conseguir averiguar qué era, y lo descubrió un día contemplando el cielo nocturno: era un conjunto de estrellas. Pero lo que más le intrigaban era un conjunto de manchas que se prolongaban a lo largo de buena parte de la galería; siempre habían estado allí, desde que era pequeña, cada vez que visitaban la cueva, y nadie le había sabido decir quiénes las habían hecho ni qué habían querido decir con ello. Ella no se lo podía parar de preguntar…
                Un rato más tarde, ya en la zona exterior de la cueva, Lluvia Fresca se encontraba apoyada de manera hosca sobre la pared. Bisonte Haya se acercó a ella. La apariencia externa e ambos contrastaba. Bisonte Haya, alto, hercúleo, con numerosas cicatrices alternando con tatuajes en el pecho, y las plumas ceremoniales que había requerido el acto todavía en la cabeza. Lluvia Fresca, ahora mucho más crecida, pelirroja, a quien parecía que tanto tiempo trabajando con el aerógrafo le había afectado, pues se le habían quedado definitivamente instaladas en la mejilla unas espaciadas pecas. Ya era una mujer adulta, pensó Bisonte Haya, quien no pudo evitar que se le escapara una huidiza mirada en dirección a los pechos de la chica. Eso obligaría a futuras decisiones. Pero, por el momento, sobre este asunto no se atrevía a meditar.
                -No te veo nada contenta –señaló algo que, más que una observación, era un hecho previsible.
                -El bisonte nos simbolizaba a nosotros. A nuestra forma de ser, a cómo resistimos y avanzamos. No tenía ninguna intención de referirse a otro grupo al que no conozco, al que no he visto nunca. Y mucho menos para poco menos que manifestar una declaración de guerra.
                Bisonte Haya se apoyó en el cayado que últimamente se veía obligado a utilizar más a menudo. A pesar de ello, también colocó una mano sobre el hombro de Lluvia Fresca.
                -El pintor de la tribu debe dibujar, pero es el chamán quien interpreta su dibujo… Y lo hace de la manera que más beneficia a la tribu. Hace tiempo que no nos cruzamos con el grupo de los ciervos, pero alguna vez hemos visto sus dibujos, en cuevas que en anteriores migraciones eran nuestras. Conviene que, si nos cruzamos con ellos, la gente esté alerta sobre lo que cabe esperar al respecto. Y que estén preparados.
                -¿Así es como se altera el significado de un dibujo?¿Para que el líder le ordene de manera subrepticia a la tribu cómo han de comportarse?
                -Para que las cosas ocurran de la manera más conveniente para ellos. Lluvia Fresca, aprecio tu punto de vista porque es original, y los dioses saben que necesitamos todo tipo de ideas para salir adelante. Pero un jefe tiene más preocupaciones en la cabeza de las que pueden vislumbrar, desde sus restringidos ámbitos, cada uno de los miembros individuales de la tribu.
                -Prefiero cuando mis pinturas se emplean para aprendizaje. O como invocación al futuro.
                Bisonte Haya carcajeó como un sortilegio para romper toda distensión.
                -Ya llegará ese momento, pequeña. No falta tanto. De hecho, tengo algunos planes para el futuro.
                -¿Ah, sí?¿Nos movemos?
                Bisonte Haya asintió.
                -Sí –confesó, adelantando los planes de la tribu-. Hacia donde se muere el sol.

*                                            *                                            *

                Lluvia Fresca gustaba de pasear por el bosque cuando tenía la ocasión. No tenía miedo de lo que pudiera encontrarse, pues conocía de sobra las señales que indicaban cuándo era seguro y cuándo en cambio convenía prevenirse porque algo terrible podía acontecer. De todas formas, caminar por allí siempre tenía un punto de impredecible que le llamaba. Por ejemplo, la llegada de aquel grupo de alces, a los que no vio venir. Lluvia Fresca se quedó fascinada, admirándolos. No por frecuentes le resultaban menos admirables, sorprendentes, incomprensibles. Tanto, que le costaba creer que los dioses los hubieran creado. Nadie hubiera podido –pensó mientras alargaba la mano para tocar el hocico de uno de ellos, que la observaba con gesto bucólico- imaginar un ser así…
                La flecha llegó de improviso, ensartándose en el lomo del animal, el cual bramó de dolor. Lluvia Fresca retrocedió de miedo, aunque se quedó paralizada al observar cómo el resto de los animales trataban de huir, pero eran incapaces a causa de la lluvia de lanzas y flechas que se clavaban sobre y en torno a ellos, como las rocas expulsadas por un volcán. A su vez, hombres que reconoció como miembros de su tribu salieron de la espesura del bosque, saltando sobre los cérvidos y ensartándoles los puñales de piedra hasta el fondo de sus tráqueas y arterias cervicales. En pocos instantes, el pacífico claro del bosque se convirtió en una orgía cataclísmica de sangre y destrucción. Hasta Lluvia Fresca había quedado cubierta de ella, pese a que el fragor del combate no la había alcanzado. Se lavó llorosa en las aguas de un río cercano, pero sentía que jamás eliminaría de ella el calor, el sudor, el sofoco… el perenne e incisivo olor a muerte, que la envolvía y le daba ganas de vomitar…
                La discusión con Bisonte Haya aquella tarde fue morrocotuda. Los gritos de la airada Lluvia Fresca resonaban en el prado, en donde se habían situado porque Bisonte Haya toleraba muchas salidas de tono de la siempre rebelde Lluvia Fresca, pero siempre que fuera en un lugar donde el resto de la tribu no pudiera contemplar escenas que socavaran su autoridad.
                -¡No teníamos necesidad de cazar tantos animales!¡Ni siquiera tenemos sitio donde guardar los alimentos!¡Además, íbamos a desplazarnos en seguida!¿A qué viene esto?-inquiría Lluvia Fresca, en tono agresivo.
                Bisonte Haya suspiró, como siempre que le tocaba lidiar con las ideas tan particulares de su compañera de tribu.
                -Sé que, de una manera que nunca conseguiré entender, crees que los animales tienen tanto valor como nosotros, y que sólo debemos hacer uso de ellos sólo cuando es estrictamente necesario… Pero créeme, este acto ha sido imprescindible. No estamos sólo nosotros por esta zona, Lluvia Fresca. Hay otras tribus, y es posible que tengamos que pelear algún día por la hegemonía de las cuevas. Es esencial que les mandemos un mensaje acerca de todo lo que podemos llegar a conseguir cuando lo pretendemos. Los esqueletos de estos animales les servirán de aviso. Los esqueletos les dirán a quién se tendrían que enfrentar.
                -¡Hay cuevas de sobra!¡Hay territorios de sobra!¡Hay alimentos, y caza, y cualquier cosa que necesitemos para convivir todos!
                Bisonte Haya sonrió condescendiente, como se hace con las ensoñaciones de una niña pequeña.
                -Me recuerdas a viejos debates que tuvimos… hace mucho, muchos ciclos. ¿Sabes? –suspiró-, hay muchas cosas en ti que son atípicas. No es habitual que sean las mujeres las que pinten. Tampoco es muy común ese pelo rojo. A mí me da igual, pero a los ancianos, cuando yo era niño, les producía malas sensaciones. Les parecía un signo de mal agüero. Por lo visto, en el pasado, había un grupo donde el pelo rojo era bastante común. Yo no les llegué a conocer. Los ancianos decían que ellos tampoco los habían visto nunca. Pero la tradición oral seguía hablando de ello y, por eso, la visión del pelo rojo no les sentaba nada bien. Hablaban de esa gente siempre en susurros, sin apenas proferir palabras claras. Por lo que les entendí, las relaciones con ellos no habían sido distintas de las que tenemos con otros grupos: a veces peleábamos, otras colaborábamos. Y, sin embargo, dejaban muy claro que eran diferentes a nosotros, completamente distintos. Pero como digo,  hace mucho que nadie los ha visto. Si es que los ancianos no han recibido una versión distorsionada de la historia y existieron alguna vez…
                Realizó una breve pausa, y luego prosiguió:
-Sólo hemos quedado nosotros, pero las pugnas y la competición es algo que todavía no ha acabado. A todos nos gusta cuando la paz y estabilidad se mantiene a lo largo del tiempo, pero cuando llega la escasez, cada tribu lucha por los mejores recursos. Y, para entonces, necesitas haber trabajado mucho para que esto no te afecte. Ésa es la labor de un jefe: prevenirse para lo peor. Aguardar en todo momento, hasta el más optimista, que lo más catastrófico vaya a pasar.
                Bisonte Haya guardó silencio. Lluvia Fresca seguía conteniendo la ira, como si la estuviera reteniendo para, en el momento más útil, liberarla de golpe y explotar.
                -Dentro de poco –dijo el jefe de la tribu-, te voy a encomendar una tarea. Será una forma de canalizar toda esa energía que tienes almacenada en el cuerpo. Y será algo que tú misma verás como positivo, para lo que no habrá que matar ni hacer daño. Eso te hará bien. Nos hará bien a todos. Y, probablemente, gracias a eso, no tendremos necesidad de matar a más animales de los requeridos.
                Lluvia Fresca frunció el ceño, con los brazos en jarras. No siempre estaba de acuerdo con lo que Bisonte Haya ordenaba o hacía, pero había de reconocer que, hasta la fecha, había mantenido el grupo unido y a salvo. Y eso siempre era decir mucho. Además, era muy consciente de que la supervivencia de la tribu se basaba en trabajar unidos. Actuar cada uno por su cuenta –lo aprendían desde la infancia- ponía en peligro a toda la tribu.
                -¿Qué clase de encargo?
                Bisonte Haya sabía que la había de nuevo reconquistado. Muy delicadamente, casi más para sus adentros, sonrió.

*                                            *                                            *

                Las hojas de los árboles ya habían caído. El color marrón de las hojas gobernaba el suelo. En el umbral de la cueva, Bisonte Haya se apoyaba contra la roca mientras, a su espalda, los miembros de la tribu ultimaban los preparativos para la migración. Bisonte Haya se sentía cansado. Muy cansado. Había pasado por cuarenta ciclos solares y los años se iban notando. Ya no podía quedarle mucho. Quizá por eso pasaba tanto tiempo reflexionando sobre su legado.
                Se apoyó sobre su cayado y alzó la vista para captar en toda su globalidad a Lluvia Fresca.
                -¿Tendrás todo lo necesario? Será un invierno duro. ¿Alimentos, pinturas?¿Han quedado bien los andamios?¿Quieres que te construyan alguno más?
                -No, gracias, Bisonte Haya. Creo que no hará falta.
                -Hurón Blanco se quedará contigo –reiteró Bisonte Haya una información que no hacía falta, pero con la cual, exponiéndola, se quedaba más a gusto consigo mismo-. Velará porque estés bien surtida de lo que… bueno, de lo que quieras. Recuerda: la obra es más importante que cualquier recurso material.
                Ambos callaron.  Lluvia Fresca se quedó mirando, consciente de que el jefe de tribu quería contar más.
                -Este proyecto va a llevarnos lejos, Lluvia Fresca –defendió él, ante ella, ante sí mismo, ante el mundo-. Más allá de un nivel que podríamos haber imaginado. Le mostrará a otros grupos que quieran entrar en la cueva lo poderoso que el clan del Bisonte, y les servirá de recordatorio a la tribu sobre nuestro propio poder. De esa manera, nadie tratará de disputar nuestra hegemonía, y podremos vivir sin miedo a enfrentamientos. Ya lo verás, Lluvia Fresca: este proyecto contribuirá a la paz. Además, algo me dice que tienes ganas de afrontarlo.
                Lluvia Fresca se encogió de hombros, con cierto escepticismo.
                -Te lo diré cuando lo termine –subrayó, y con eso dio por rematada la conversación, pues se adentró hacia el umbral de la caverna.
                Conforme Bisonte Haya se alejaba de aquel territorio, liderando a su tribu hacia nuevos pastos, no podía parar de mirar la figura de Lluvia Fresca recortada sobre la entrada de la gruta…

*                                            *                                            *

                Bisonte Haya tuvo razón en una cosa. El invierno fue duro. El glaciar avanzó a lo largo de una lengua de tierra mucho mayor que otros años. Apenas había animales, y el pobre Hurón Blanco (un joven esmirriado y torpe que apenas conseguía cazar lo suficiente para alimentarse a sí mismo; menos mal que Lluvia Fresca comía poco) tuvo que esforzarse mucho para mantener vivo el refugio en el que la muchacha y él habían convertido la cueva, pese a que Hurón Blanco seguía sin entender por qué no habían podido marcharse con los otros y dejar las pinturas de la gruta para otro momento en que todos anduvieran por allí. Lluvia Fresca no tuvo ganas ni paciencia para explicarle las cuestiones relativas a la creación artística, la soledad purificadora, la tranquilidad catártica para concebir, crear, pensar.  Simplemente permaneció callada y trabajando, subida a los andamios para acceder a la zona más alta de las paredes de aquella sala que se formaba dentro de la gruta, y así aprovechar los relieves naturales como un elemento más de los cuerpos de los animales. Sin embargo, no estaba satisfecha con cómo le estaba quedando. Cada vez que apartaba el aerógrafo y se echaba hacia atrás para contemplar el resultado, sentía que estaba ejecutando con fidelidad el trabajo que Bisonte Haya le había (¿encargado, ordenado, propuesto? La forma en que funcionaba su relación no era claramente definible) sugerido, y sin embargo Lluvia Fresca notaba que había un concepto muy erróneo de base en el conjunto del proyecto. Cuando aquella sensación le resultaba más dolorosa, se quedaba callada mucho tiempo, detenida sobre el andamio, contemplando el techo de la cueva. A veces bajaba y se apoyaba sobre una formación de la pared, manteniendo una postura imposible. Y, en otras ocasiones, salía fuera y daba largos paseos alrededor, esperando que la inspiración le comunicase algo. Pero los dioses no parecían tener prisa por acudir.
                Un día, Lluvia Fresca se encontraba paseando por el interior de la cueva, hastiada, como si alguien la hubiera maniatado y ninguna pintura productiva pudiera, aquella jornada, de sus manos surgir. Vislumbró entonces a Hurón Blanco durmiendo en un lado de la cueva, tan desaliñado y abrigado como siempre (se quejaba perennemente del frío), cubierto con las mantas, transmitiendo una impresión de vulnerabilidad tan impropia en los machos de la tribu que a Lluvia Fresca no podía dejar de parecerle tierna. En aquel momento, tuvo una idea. Se coló debajo de las mantas y empezó a utilizar manos y boca para introducir cierta estimulación en las partes más sensibles del cuerpo de Hurón Blanco. Éste se despertó inquieto, casi asustado, pero ella se encargó de tranquilizarle y, nada más pudo, se encaramó encima de él. Fue rápido, breve e intenso, también extraño porque era Lluvia Fresca quien desde el principio lo había dirigido, mientras que el chico casi no pudo hacer otra cosa que dejarse llevar y resistir el ciclón que le había caído encima. Cuando la cosa terminó, Lluvia Fresca se retiró con una sonrisa, orgullosa del rostro de perplejidad que había dejado en la cara de la otra parte, la cual reflejaba un estado absoluto de confusión. Se alejó en dirección al interior de la cueva, sin proporcionar ninguna explicación, para disfrutar de su triunfo en soledad…
                Aquella tarde, el pensamiento dentro de su mente fue vívido, más de lo habitual. No tenía que ver con el sexo: o no con éste en sí mismo, que no le evocaba esa sensación otras veces. Era más bien la forma en que había sido, alterando los papeles tradicionales, con ella al mando, induciendo la sorpresa, ese sentimiento que, según Bisonte Haya, ella era tan entusiasta en causar.
                Lluvia Fresca se quedó un rato reflexionando  sobre este hecho. Mientras lo hacía, se apoyaba en una nueva postura antinatural sobre sus piernas, y observaba un techo aún vacío en su mayor parte, elucubrando…
                Y, un rato más tarde, comenzó a pintar. Se empleó a fondo con el aerógrafo, aunque también jugó con sus propios labios para soplar aliento vivificador y cargado de pigmento que se depositaba suavemente sobre las pinturas. También improvisó para perfeccionar los pequeños pinceles que solían emplear a partir de pelos de animales mientras, con la otra mano, sostenía la lámpara con el objeto de alumbrar lo que estaba haciendo, procurando además conservar un equilibrio que le servía de único baluarte frente al riesgo de caerse del andamio. Aunque, en especial, utilizó las manos: no había sensación más reconfortante, más plena, más pasional, que involucrar su cuerpo directamente en el dibujo, que invertir cada centímetro de la superficie de su piel en envolver cada una de las figuras. En comparación con aquello, el incidente con Hurón Blanco había constituido apenas una chispa fugaz.
                Cuando todo terminó, fue como si acabara de librar una batalla de terrible, incierto e impactante final. Se quedó un rato admirándolo, hasta que no se le ocurrió nada que añadir o que quitar. Entonces, salió afuera, al frío suelo, y a pesar de las bajas temperaturas, se quedó un rato mirando las estrellas. Observó la agrupación que se hallaba dibujada en la pared de la otra cueva, y se preguntó por el antiguo artista, o jefe de tribu, o lo que fuera, que en su día lo pintó…
                Nada más Bisonte Haya volvió, antes de que terminara el invierno, pidió ver la sala de las pinturas, antes que ninguna otra cosa. Entró en el lugar y, al principio, al moverse las lámparas encendidas, pudo captar el movimiento de los animales: los bisontes y los ciervos, que asemejaban estar pastando, recostados y retozando sobre la hierba, conviviendo con los íbices y caballos, realizando su vida normal. Casi podía dar la impresión, si el fuego se movía lo suficiente, que los animales entraban en estampida, y salían corriendo de la cueva a toda velocidad.
                Bisonte Haya parpadeó varias veces, después de una profunda observación. Su rostro enunciaba perplejidad. Sin embargo, quizás porque le resultaba demasiado abrupto (sobre todo para sí mismo) anunciar la cuestión sin ambages, decidió abordar una vía lateral:
-¿Por qué esas patas de animales… están una encima de la otra?
                Lluvia Fresca, en apariencia con naturalidad, y como si no hubiera una pregunta subyacente sobrevolándoles, se colocó en un escorzo para aproximarse más a las pinturas y así señalar al punto que había provocado la duda:
                -Es por la perspectiva. Si los miraras en esa posición, no podrías ver las extremidades de ambos… Pero no quería cortar las patas. Esas patas existen, de todas maneras. Están allí. Cortarlas sería una manera de arrebatarles parte de su existencia a estos seres. Podría haberles modificado la posición o el dibujo para hacerlo, pero… no me hallaría muy a gusto con esa decisión.
                El rostro de Bisonte Haya se encontraba aún más confuso. Paladeó mucho en los labios una frase antes, de finalmente, dejar a la cuestión clave abrirse paso y volar:
                -Hay… ciervos. Hay ciervos… junto con bisontes.
                Lluvia Fresca asintió.
                -Sí. Los hay. Como en la naturaleza. Viajan por rutas similares. Progresan, se encuentran, interaccionan. Cada uno lucha por su supervivencia, pero avanzan por unos pastos comunes y conviven en un mismo entorno en paz. Están obligados a compartir este mundo. Quizás en el fondo saben que, sin los otros, se hallarían más expuestos a los depredadores. Puede incluso que sientan que forman parte de un conjunto.
                Bisonte Haya contempló de nuevo las figuras, con el ceño fruncido y la ira contenida en su interior. Durante un rato se quedó escruto a una cierva de gran tamaño que se veía desde detrás y el costado, de tal manera que podía vislumbrarse su cabeza, y especialmente sus labios. Era tan realista que evocaba… candidez. Inocencia.
                -No has hecho lo que te he pedido –manifestó él-. Esto era una loa a la tribu. A su poder, su fuerza, su capacidad. Y esto, en cambio…
No daba la sensación de que a Lluvia Fresca le estuviera cayendo una reprimenda, o al menos no era aquello lo que reflejaba la cara de la muchacha. Más bien, sonrió.
                -Bisonte Haya, es tu legado. Querías que otros hombres vieran algo cuando entraran en esta cueva: y lo que verán es un compendio de los animales que hay alrededor de esta zona. Los que podrán cazar, los que les ayudarán a sobrevivir. Será un favor a otros hombres, el regalo de una tribu tan, tan poderosa, que podía proporcionarle a otra esa información sin sentirse por ello intimidada.
                Para estupefacción del jefe de tribu, volvió a alumbrar otras zonas con la linterna:
                -Y quizás la tribu, cuando regresa a esta cueva, en el futuro lo vea… Como algo distinto. Puede que como un mensaje de que bisontes y ciervos han de convivir juntos. Pero también de otra manera. Es posible que les resulte un recordatorio de lo que tenemos aquí. El entorno con el que coexistimos. Los seres a los que tenemos que preservar, porque si no existieran ellos no podríamos sobrevivir nosotros… Quizás lo que veamos, será a ellos.
Bisonte Haya se quedó por unos instantes mudo. Le faltaban palabras para expresarse. En parte porque, muchas de las que necesitaba, todavía no se habían inventado.
                -Suena como si hablaras… de los animales.
                Lluvia Fresca le escrutaba con mucha atención.
                -Bisonte Haya, ¿qué vas a hacer ahora?¿Vas a borrar las pinturas… o las vas a dejar ahí?
                Permitió que el rostro del jefe de tribu se iluminara gracias a la llama.
                -No lo entiendo –finalmente, dictaminó él-. Y, desde luego, no lo comparto. Pero… he de reconocer que es demasiado hermoso, demasiado increíble como para eliminarlo. No seré yo quien lo haga. Como tú dices, es mi legado. No es el que yo esperaba, desde luego, es diferente. Pero quizás, de alguna manera, sea mejor de lo que cabría esperar.
                Lluvia Fresca amagó con ocultar una risa, pero no le salió a tiempo. El jefe de la tribu mantenía los labios en un gesto despreciativo.
                -Esa interpretación que le das tú a la pintura no la explicarán los chamanes. No es la que se leerá a la luz de las lámparas. Y sin interpretación –recalcó-, la pintura no es nada.
                Lluvia Fresca sonrió, aún así, y hasta guiñó un ojo.
                -Quizás lleguen otras tribus, y será otra su interpretación. Quizás ellos lo puedan interpretar a su manera, y no como otros le manden. Quizás cambie completamente no sólo el sentido de esta pintura, sino cómo vemos todas las pinturas.
                A Bisonte Haya, aquello que su protegida auguraba para el futuro se le antojaba un imposible. Quizás por eso no se tomó en serio lo que le decía Lluvia Fresca. Como la mayor parte de sus ideas, eran demasiado “originales” para siquiera pensar que fueran factibles a corto plazo. En cuanto al futuro… Bisonte Haya era consciente de que las cosas siempre cambiaban. Pero para eso hacía falta tiempo. Mucho tiempo.
                -¿Y para qué son esos huecos?-inquirió a continuación el jefe de tribu.
                Lluvia Fresca se encogió de hombros.
                -Quién sabe. Quizás para los futuros pintores.
                Eso sí que constituía el futuro. Sin duda más cercano.
                Bisonte Haya musitó en un tono de voz demasiado audible. Sintió, en mitad de aquel cielo cercano a la primavera, que el propósito con el que había asignado él aquel encargo no importaba; y, también, que una lluvia en forma de pintura le alcanzaba,le atropellaba como una riada tumultuosa, y arrastraba inclemente e inapelable por caminos que nunca imaginó que se pudieran fabricar.

                Anotaciones post-scriptum:
                No se conoce al autor de las imágenes de la cueva de Altamira, ni el significado que éstas tenían. Hay quien argumenta que podría ser el mismo autor de las pinturas de la cercana gruta de El Castillo, donde buena parte de las manos calcadas en negativo pertenecen presumiblemente a mujeres, lo cual podría proporcionar pistas respecto a su autoría.
                Los tiempos y el modo en que se produjeron fenómenos como la domesticación de ciertos animales, la elaboración de las pinturas rupestres, o las relaciones entre grupos humanos en aquella época, son necesariamente –a pesar de los indicios hallados, que fortalecen algunas hipótesis- siempre una especulación. Se sospecha que en determinadas tribus actuales, como los hadza, todavía circulan leyendas sobre homínidos distintos a los Homo sapiens. Sin embargo, de este tema, como de tantos otros, es más lo que ignoramos que lo que conocemos.
                El período más largo de existencia de la especie humana sigue, en su mayoría, sin documentar.