lunes, 24 de junio de 2019

El relato de junio. Cuentos fantásticos (VIII): "El procesado"

           El procesado

           
            El hombre levantó la vista y fijó sus ojos en el juez con rostro de angustia.

            Pero éste, impertérrito e imperturbable, simplemente se volvió hacia él, y le preguntó:
            -¿Hay algo más que el acusado quiera alegar en su defensa?        
            El procesado negó con la cabeza.
            -No, señoría.
            Entonces, el juez orientó su mirada hacia toda la sala.
            -Por el poder que me ha sido concedido, declaro al acusado…
            Este último cerró los ojos, cruzó los dedos por detrás de su espalda…
            -… culpable.
            Una maldición en silencio recorrió toda su mente. Hubo un rumor de alegría y exaltación entre los asistentes.                    
            -¡Orden!-gritó el juez empleando el mazo-. ¡Orden! La pena será la prevista por la acusación. Alguaciles, llévenselo.
            Y dos policías, uno por cada lado, le tomaron de los brazos, y le sacaron de la sala de juicios.

            Mientras lo hacían, el hombre pudo contemplar las caras alborozadas, sonrientes, de todos aquellos que, en conjunto, le habían condenado. Contempló las miradas felices su antiguo jefe, de su ex esposa, de sus padres… Todos se reían, todos se felicitaban y se daban la mano, ante un veredicto favorable, el único que en sus mentes, cualquiera de ellos podía esperar.

            El procesado volvió la vista hacia un lado. Allí, sentado en uno de los bancos de los testigos, se encontraba él. El hombre por el que le habían acusado, el hombre de cuya muerte –o mejor dicho, de la de una parte de él-, era responsable. El hombre por el que le iban a meter en un agujero y para siempre tratar de olvidar.

            El alegato de enajenación mental transitoria no había funcionado, y eso que casi todo el mundo lo consideró creíble, quién en su sano juicio se atrevería a hacer lo que había hecho. Pero importaban los alegatos que interpusiese: el delito que había cometido era demasiado importante. La serie de televisión en la que participaba era la más grande que había habido en la historia, un noventa por ciento de la audiencia interplanetaria se reunía alrededor del televisor para contemplar las andanzas del joven cowboy espacial Jake Stone… La gente tenía vídeos, souvenirs, peluches, tazas relacionadas con uno u otro aspecto de la serie, se había convertido en el eje de la vida de muchas personas, que se declaraban seguidores incondicionales del programa desde la primera temporada, y que formaban el mayor club de freakies desde Star Wars y Star Trek… No podía salir indemne de aquel juicio, que se había convertido en un improvisado Coliseo romano, donde también estaba permitido linchar…

            Pero no tenía más remedio, meditó el procesado. Si me encontrara en esa misma situación, volvería a hacerlo. Jack Stone, el personaje, era un capullo, su serie fomentaba el maltrato a las mujeres, el abandono de ancianos, la droga como la más emocionante de las salidas, y los libros, como un objeto sin valor que tan sólo vale para que Stone reequilibre la pata de una mesa… Ni tan siquiera Hitler tuvo tanto éxito pretendiendo poner fin a la cultura… ni estuvo tan cerca de lograrlo jamás.

            No podía permitirlo, se dijo. No podía seguir más. Aún desde su condición de secundario importante, sus esfuerzos por reorientar la serie hacia contenidos más éticos habían sido completamente infructuosos. Por eso, no tuvo más remedio: apuntó con la pistola láser hacia la cabeza de Jack Stone… y abrió fuego.

            Es normal, se dijo el hombre, que su actor me mire ahora con desprecio. Se ha quedado sin trabajo. Ni el mejor guionista podría arreglar esto. Al fin y al cabo, las pistolas láser carbonizan todo el cuerpo del individuo, ni siquiera dejan restos para una posible clonación… Y de todos los fans es sabido que Jack Stone no tiene –ni puede tener, después de todos los avatares sobre su pasado que se han revelado en la serie-, ningún hermano gemelo…

            Así pues, eran normal que le odiaran. Se había cargado al personaje de televisión más exitoso de la historia. En vivo y en directo, ante cuatro mil millones de telespectadores. Era normal que estuvieran enojados con él… ¿Pero, tanto como para condenarle, por haber acabado con un simple personaje de televisión?

            Parece que sí, dedujo demasiado tarde nuestro hombre, alejándose por el pasillo el juzgado. Incluso por un delito virtual e inexistente.

            Incluso a una condena tan fuerte, como la pena capital…

lunes, 17 de junio de 2019

Los libros de junio: una historia de Rusia contada por no-rusos

La literatura rusa y de sus países limítrofes ha dado descomunales (en ocasiones, tanto en valor como en número) y brillantísimas páginas: Dovstoievski, Tolstoi, los analíticos cuentos de Chéjov; en clave política y de denuncia, Pasternak y su "Doctor Zhivago" (y su estupenda adaptación cinematográfica), Vasili Grossman y su telúrico "Vida y destino", Solzhenitsyn y su estremecedor "Archipiélago Gulag" (de varios de estos autores tengo textos pendientes). En los escritores rusos se aprecia una profunda preocupación por las grandes cuestiones del mundo, así como un amor a la tierra que tanto les ha maltratado, y a la que sin embargo nunca -ni siquiera en el exilio-  dejarán de extrañar. Sin embargo, el país más extenso del mundo ha cautivado al igual que repelido (tanto desde el imperio de los zares hasta la actualidad, pasando por la más extensa Unión Soviética, que abarcaba un buen número de países actuales) a multitud de individuos de toda clase de nacionalidad. Que se lo digan a los directores de cine norteamericanos de las películas de espías, que todavía no han encontrado un adversario mejor. En ese sentido, es curiosa la cantidad de autores de países extranjeros que se han atrevido a introducirse en el laberinto ruso, tratando de averiguar, de una manera o de otra, y tomando una expresión prestada, "cuando se jodió" Moscú. He aquí una pequeña e incompleta guía para aprender un poco más sobre la historia moderna de Rusia a partir de escritores foráneos, que tienen la ventaja de a veces contemplar los hechos desde una perspectiva más neutral, quizás más cercana a aquella de la que parten los neófitos sobre el tema o, en ocasiones, de una manera menos tendente a la metafísica, o que no dé tan por sentada la relación natural que parece haberse establecido como una aleación indisoluble entre el devenir de los acontecimientos de la historia y el idiosincrático carácter ruso. O puede que no. En todo caso, espero que os sirvan como recomendaciones literarias interesantes (entre otros, para aquellos a los que os haya llamado la historia de este país a partir de "Chernobyl" de la HBO). Empezamos:

-Mencionado en otra entrada, "10 días que conmovieron al mundo", de John Reed, sigue siendo la referencia básica para abordar la revolución rusa. Aunque Reed era un ferviente defensor de los derechos de los obreros y de muchas tendencias progresistas, en este caso se pone el traje de corresponsal y realiza un exhaustivo análisis de las noticias que sucedían y bullían en este periodo trascendental de la historia. En ese sentido, "Reds", una ciclópea película en la que participaba lo más granado de la izquierda hollywoodyense en los años 80, muestra a un Warren Beatty interpretando a un John Reed que aunque cree en el movimiento, acaba decepcionado con la forma en que los primitivos soviets lo llevan a cabo.

-Del periodista español Chaves Nogales ya hemos hablado alguna vez, y mencionamos de hecho "El maestro Juan Martínez que estaba allí", una visión de la revolución bolchevique desde el punto de vista de un artista español de los tablaos a quien la circunstancia histórica le pilla casi literalmente en medio del espectáculo. La frase: "Un cantaor de flamenco, ¿puede ser un proletario?", lo resume todo. Sinceridad, retrato de personajes y dramatismo se combinan en una narración que, de puro periodístico, a veces ofrece tintes surreales ante lo inverosímil de las situaciones.

-"Palos de ciego". El periodista y escritor David Torres combina dos sucesos impactantes en su vida: por un lado, la historia de un libro (el cual fue incapaz de escribir) acerca de la ejecución masiva de unos bardos ciegos tradicionales durante la época más oscura de las purgas estalinistas; y, por otro, el descubrimiento del fallecimiento por negligencia médica de su hermano (llamado también David, como él), de tan sólo un día de vida, en una de las clínicas que practicaron en su día en España el robo de bebés con el objeto de entregárselos a familias ligadas al franquismo. A partir de allí, construye un sobrecogedor y penetrante texto que trata sobre la infancia, la música, la historia (especialmente esa atroz etapa de los primeros años de la Unión Soviética), la literatura, la memoria, las bárbaras formas que tenemos de maltratarnos los humanos y, en especial, el imposible modo de exorcizar los propios demonios.

-Aunque no ambientada estrictamente en Rusia, "Enterrar a los muertos", de Ignacio Martínez de Pisón, narra un episodio que toca de manera profunda varios de estos temas. En este ensayo histórico, el autor sigue la estela de John Dos Passos, un prestigioso novelista norteamericano (reconocido por su izquierdismo así como por su amor por España, aunque escamado tras su primer viaje a la Rusia revolucionaria) que anda en busca de José Robles, su traductor al español, el cual ha desaparecido después de embarcarse, tras el estallido de la guerra civil, como voluntario en la causa de la República. La obra nos conducirá, entre otros lugares, a los oscuros tejemanejes de la Unión Soviética en España, así como la evolución de la guerra en el dividido bando encargado de defender de la democracia, o las desavenencias de Dos Passos con Hemingway (quien en ese momento trabajaba como corresponsal de guerra en Madrid, aunque las malas lenguas sisean con cierto fundamento que muchas de las batallas que narraba las vio desde el interior de su habitación en el Hotel Florida) a cuento de la desaparición de Robles. Un libro que trata sobre diversos aspectos tales como la amistad, las formas de sobrevivir en la contienda, la lucha entre los ideales y una realidad siempre ambigua, así como las consecuencias que tienen los grandes sucesos para las víctimas colaterales de la historia.

-"El niño 44". Best seller de Tom Rob Smith que también retrata el horror y la paranoia en la época de Stalin, introduciendo un suceso que sirve de desencadenante. ¿Qué ocurriría si, en el supuesto paraíso comunista, apareciera un asesino en serie? Thriller moderno y reflexión histórica a partes iguales.

-"Érase una vez la URSS". Dominique Lapierre, prestigioso periodista francés (autor, entre otros, de "Era medianoche en Bhopal") llega a la Unión Soviética en un momento de deshielo y -en un coche que parece incapaz de resistir un viaje de tantos kilómetros- se recorre un buen trecho de la Unión Soviética, narrando una perspectiva por supuesto subjetiva al proceder del otro lado del Telón de Acero. En todo caso, un curioso retrato de escenarios y un ameno libro de viajes.

-"Cicatriz", de Juan Gómez Jurado: un libro entretenido y adrenalínico, cargado de sentido del humor, que cuenta la historia de un inadaptado informático residente en Chicago el cual, sin comerlo ni beberlo, va a verse envuelto en una trama de mafias rusas que tiene ramificaciones con hechos acaecidos en Ucrania y durante la guerra de Afganistán. Con tantas dosis de cáustica ironía como sangre chorreando a borbotones, garantiza pasar un buen rato.

-Emmanuel Carrère es conocido por sus libros en los que entremezcla estilo literario con un profundo desmenuzamiento de la realidad. He leído (y me han gustado bastante) "El adversario" y "De vidas ajenas", con lo cual arremetí con gran ímpetu la biografía de "Limónov", un controvertido personaje cuya vida dibuja el nuevo panorama de Rusia tras la desintegración de la URSS. Abandoné el libro a medias -aunque no descarto retomarlo-, entre otras cosas, porque era fácil sentir tanto odio como ridículo por el protagonista. Sin embargo, hay que reconocer que, quitando el juicio que podamos hacer de Limónov, las peripecias que se narran acerca de él mismo y de los países en los que vive dan para pensar bastante. Una condición que podríamos adscribir a cualquiera de los libros en esta lista.

lunes, 10 de junio de 2019

La historia corta de junio: "Amor digital"

Sobre el amor digital

“Ninguna lágrima emborronará un móvil”, decía Saramago, pero la lloró tanto que se podía intuir el vaho en el interior de la pantalla, y llenó tanto los huecos del teclado de agua que de ellos surgió un vergel que inundó todo el cuarto de un exuberante crecimiento vegetal. Y así, entre plantas, estas penas eran menos penas.

sábado, 1 de junio de 2019

La historia real de junio: una lista de obras de arte y monumentos perdidos

Si en una entrada anterior señalamos las obras literarias más grandes jamás perdidas, ahora le toca a su versión artística (o, al menos, de cierto tipo de arte): un registro nada exhaustivo de pinturas, esculturas y obras arquitectónicas y monumentales que no resistieron el fragor de los tiempos, y que probablemente no lleguemos a encontrar nunca. Entre ellas cabe destacar:

-La inmensa mayoría de las siete maravillas del mundo. De lista que conformó Tales de Mileto a través de sus viajes por Egipto, Grecia y Asia Menor, sólo quedan en pie las pirámides. El Coloso de Rodas (que inspiraría otro Coloso erigido en Roma, con la cara de Nerón, que también se perdió, y que dio nombre a una futura "Maravilla del mundo moderno" -edificada al lado del donde se encontraba la escultura-, el Coliseo), que ocupaba la entrada del puerto de dicha ciudad, probablemente se derrumbó en un terremoto. Mismo destino sufrió el faro de Alejandría, cuyos restos sirvieron en parte para elaborar un fuerte, y lo que quedó fue cargado a lomos de camellos por parte un oscuro comerciante que los condujo a la noche de los tiempos. En cambio, las ruinas del Mausoleo de Halicarnaso fueron localizadas en Bodrum por un grupo de arqueólogos ingleses, que le preguntaron al sultán otomano si se podían llevar "unas piedras" y éste, pasmado de su interés por la geología, se lo concedió: para cuando se dio cuenta del valor de aquellas artificiales rocas, éstas ya se hallaban en los estantes del Museo Británico. Incendiado fue el templo de Diana en Éfeso por parte de un estúpido que (en un pensamiento excesivamente moderno) quiso destruirlo para que su nombre fuera recordado por la Historia y, por desgracia, lo logró. Nada sabemos de los jardines colgantes de Babilonia, ni siquiera si existieron, pero de quedar algo tras las sucesivas guerras en territorio irakí, lo más entero que permanezca serán las puertas de Ishtar. En cuanto a la estatua de Zeus en Olimpia, esculpida por Fidias, hay varias versiones. Una dice que el emperador Calígula mandó traerla a Roma y sustituir la cabeza de la escultura por la suya: en cuanto sus soldados lo intentaron, cuentan que el colosal Zeus de piedra se rió y los legionarios salieron corriendo. La estatua habría sido más tarde llevada a Constantinopla, donde quedó destruida por un terremoto. Sin embargo, a mí me gusta más la historia que dice que Fidias, al terminar la obra, le preguntó a Zeus qué le parecía y éste, como toda respuesta, arrojó un rayo sobre la estatua y ésta desapareció.

Reproducción de siete maravillas del mundo antiguo. Tomado de Wikipedia.

-No ha sido la única obra de Fidias que desapareció: su Atenea, esculpida para permanecer dentro del Partenón, tenía unas cubiertas doradas que el escultor -previsor de que le acusaran de apropiarse de parte del oro de los materiales- había hecho desmontables para demostrar su honradez, y que así no hubiera que recurrir a ningún complicado recurso matemático propio de Arquímedes (¡Eureka!) para exhibir su inocencia. Esas cubiertas, por supuesto, fue lo primero que volaron para obtener oro contante y sonante, pero la estatua entera también acabó perdiéndose. De la misma manera, la Atenea Promakos, que dominaba majestuosa la Acrópolis, ante sucesivas guerras e incendios, se volatilizó también, y suerte tuvimos de que el Partenón no desapareciera mientras los turcos lo empleaban como polvorín en una de las abundantes guerras en suelo de Grecia. El Partenón, eso sí, perdió el color de sus pinturas, material difícilmente preservable, y por eso tenemos tan pocas pinturas (de ahí la valía de los frescos de Pompeya) datadas en la antigüedad. El Ara Pacis de Augusto, por ejemplo, estaba cubierta de colorido (romanos y griegos tenían un estilo algo kisch, pero a algunos monumentos, cualquier cosa les sienta bien). Algunas esculturas no sufrieron tanto y sólo perdieron secciones, quedándose mutiladas: la Victoria de Samotracia, aún así, se ha convertido en un icono, pero sería interesante saber qué ocurrió con los brazos de la Venus de Milo, a la que se supone que encontraron con ellos y que (probablemente en una pelea por quedarse con los restos) fue en época moderna cuando  se desintegraron.

"Akropolis", por Leo von Klenze, con Atenea Promakos al fondo.

-Perdido ¿para siempre? quedó el rastro de la tumba de Gengis Khan, ya que los soldados que recorrieron el lugar con sus caballos para dificultar la búsqueda fueron ejecutados (y sus ejecutores, para estar seguros, también): su descubrimiento sería uno de los grandes hitos arqueológicos de cualquier milenio. La momia de Alejandro y su último apostento (visitable y visitado, hasta por emperadores romanos) también desapareció, y probablemente tuvieron algo que ver las revueltas cristianas que atentaban contra todo lo pagano y helenístico, incluyendo también la Biblioteca de Alejandría y su Museo. Un caso especial es la última morada de Shih Huang-Ti, primer emperador de China, de la que ya hablamos aquí: se sabe perfectamente dónde está, pues se halla bajo una colina anexa al lugar donde se desenterraron los guerreros de Xian, supuestamente encargados de velar por su descanso eterno. Sin embargo, los arqueólogos, a la hora de entrar, no las tienen todas consigo: primero, porque ya los guerreros de Xian se desprendieron de su capa de color al ser expuestos a la atmósfera, y no quieren excavar nada nuevo hasta que no estén seguros de que la tecnología lo pueda conservar. Y, segundo, porque las leyendas acerca de lo que contiene la tumba del hombre que quiso ser inmortal (una representación del mundo con estrellas reproducidas mediante joyas en la bóveda, y ríos de mercurio recorriendo la base) son tan proverbiales como los mitos sobre las posibles trampas mortales que existirían, destinadas a los incautos visitantes. Y a eso los arqueológos (muy mal pagados casi siempre) tampoco se quieren arriesgar. Hay dudas también sobre a cuántas personas vamos a encontrar en la tumba: en la época arcaica se enterraba a los allegados del difunto junto a él; luego se representaron con imágenes figurativas. Un cuento (cuyo origen no he podido certificar) habla de un hombre que iba a ser enterrado con Shih Huang-Ti y propuso como alternativa las estatuas: el final del relato decía que le hicieron caso, pero sólo a medias, pues las estatuas fueron construidas, pero también le enterraron a él. La veracidad de esta historia es dudosa, pero teniendo en cuentas las malas pulgas que gastaba quien mandó edificar la Gran Muralla, nada es descartable.

-Por fortuna, a pesar de que se perdiera tanto de la época e influencia de Alejandro Magno (incluyendo su propio cuerpo), sí se conservó una maravilla de estilo helenístico, la estatua de "Lacoonte y sus hijos", de datación incierta, de la que el escultor Miguel Ángel fue testigo de su descubrimiento en un campo en Italia. De Miguel Ángel hemos también unas cuantas esculturas, incluyendo dos Cupidos que falsificó haciéndolos pasar por esculturas antiguas, un Hércules que medía 2,40 metros, y una estatua de Julio II que destruyó el populacho de la ciudad de Bolonia. Por otra parte, la falta de interés de los sucesores de Julio II por la tumba de éste provocó que Miguel Ángel abandonara el proyecto monumental para el mausoleo del difunto Papa, el cual hubiera incluido al "Moisés" (ahora, solitario en San Pietro in Vincoli) y varios "esclavos" inacabados en un conjunto seguramente más interesante que cada obra por separado. Inconclusa también quedó la pintura "La batalla de Cascina", un fresco que Miguel Ángel abandonó porque le salió un encargo mejor (y cuyos esbozos en cartón desaparecieron, a lo que en parte pudo contribuir un artista rival). "La batalla de Cascina" tiene un doble interés, pues iba a adornar una de las paredes de la Sala de los Quinientos del Palazzo Vecchio en Florencia, destinada a la toma de decisiones del gobierno de la ciudad (es la sala más grande construida en Italia para este menester). La otra pared se destinó a que la ocupara el otro genio artístico de igual talla que vivió en la ciudad, Leonardo: de hecho, el contrato lo firmó en nombre de la República de Florencia un hombre llamado Maquiavelo, para que nos hagamos una idea del nivel que había en la época. Leonardo iba a hacer "La batalla de Anghiari", pero como el fresco no era la técnica más adecuada para su estilo de pintura, intentó un estilo alternativo, el encausto. Éste funcionaba bien cuando el secado se realizaba de manera adecuada, pero las condiciones de la Sala de los Quinientos no eran las más propicias, y la parte superior de la pintura empezó a desprenderse como si fuera pasta mojada. Leonardo abandonó el proyecto, que quedó empantanado y expuesto durante muchos años en la sala, hasta que hubo una remodelación que destruyó lo poco que quedaba de los proyectos iniciados por ambos pintores. No obstantes, muchos artistas vinieron a Florencia y quedaron fascinados por el cuerpo central de la pintura de Leonardo (más o menos intacto) y la violencia de la batalla que se mostraba, incluyendo Rubens, que hizo una copia, el único resto que nos queda de la obra original. Hoy en día esa reproducción se puede admirar en el Museo del Louvre; en teoría, hubiera sido la mejor obra de Leonardo, pero fue su compañera de museo, la Mona Lisa, la que salió beneficiada del estropicio. En todo caso, todo este episodio acerca de la sala acondicionada para ser decorada por Miguel Ángel y Leonardo ha sido ahora recientemente puesta en duda. Aunque, en todo caso, como historia, sigue resultando fascinante.

Copia del cuerpo central de "La batalla de Anghiari", elaborada por Rubens a partir del original de Leonardo da Vinci.

-Aunque las obras que más han sufrido son las de las épocas más antiguas, la Edad Contemporánea tampoco ha tratado muy bien a muchas manifestaciones artísticas. Guerras, incendios, terremotos, censura o muerte violenta de sus dueños, cuando no directamente robos, en especial en un siglo XX que padeció dos guerras mundiales (aún colea la destrucción del "arte degenerado" por parte de los nazis, o la incautación de obras a los coleccionistas judíos), han arrasado con lo que podía haber sido una de las épocas más prolíficas en la producción artística mundial. Un caso particular quiero traer a colación: el "Retrato del doctor Gachet", de Van Gogh (ver abajo), se encuentra ahora mismo en paradero desconocido. Fue comprada por el precio más alto por una pintura en su época, por parte de un hombre de negocios japonés. El millonario llegó a decir que quería quemar el Van Gogh después de su muerte: ante el escándalo, manifestó que sólo era una forma de hablar para expresar el amor que sentía por la pintura, y que probablemente lo cedería a un gobierno o un museo. Lo cierto es que no se sabe del todo lo que ocurrió después con el lienzo, y aunque los representantes del fallecido dicen que fue vendido a un coleccionista privado anónimo, el hecho de que el magnate japonés fuera incinerado da pie a escandalosas especulaciones. Aunque siempre cabe soñar que algún día (como desearíamos con las obras anteriores que hemos mencionado) lo volvamos a contemplar. Por suerte, existe otra copia (ambas fueron hechas por van Gogh) en el Museo d'Orsay de París, pero la historia viene a destacar lo frágiles que son las obras de arte, y el peligro de dejarlas en manos equivocadas (incluyendo, entre ellas, las privadas).