lunes, 22 de diciembre de 2014

La película de diciembre: Ponyo en el acantilado (un repaso a Hayao Miyazaki)

Hayao Miyazaki es considerado el Walt Disney japonés. Sus espléndidas animaciones, de mágico trazo y cargadas de un torrente de imaginación que a menudo desborda el esquema clásico de la narración occidental, han generado una serie de clásicos modernos los cuales le han hecho conocido en todo el mundo no sólo de los niños, sino también entre los adultos. Desde la mítica serie de Sherlock Holmes en los años 80 hasta sus películas más recientes (nos comunicó que se jubilaba el año pasado, lo cual ha dado pie a mucha discusión sobre el futuro de Estudios Ghibli, los cuales contribuyó a crear; aunque parece que esto de la jubilación también anda en duda), títulos como La Princesa Mononoke, El viaje de Chihiro (el cual ganó el Oscar al mejor film de animación) o El castillo ambulante han cosechado éxito de crítica y público a partes casi iguales. En concreto, yo os quiero hablar de una película que ha pasado desapercibida para la mayor parte de los cinéfilos, pero que a mí me ha producido un encanto especial: Ponyo en el acantilado.


Como he dicho antes, las historias de Miyazaki no siempre cumplen los cánones que los europeos esperamos, y esto se nota especialmente en que algunos personajes no son ni mucho menos "buenos" y "malos" en el sentido clásico que todos esperamos, de una manera plana, sino que mantienen una ambigüedad difícilmente clasificable, o se aprecia también en la complejidad de las tramas, sin un sentido lineal intuitivo. En el caso, sin embargo, en Ponyo, aunque estos puntos son importantes, los aspectos que más destacan dentro de esta pequeña fábula del mundo marino son una impagable fantasía y un espectacular uso de la imaginación, la ternura, la emoción, la magia, y una imaginaría desbordante que seducirá tanto a pequeños como a mayores. No os quiero contar más porque creo que es mejor que lo descubráis por vosotros mismos. Tan sólo recomendaros que os abráis a los mares en los que navega Ponyo con la misma ingenuidad con que lo haríais al contemplar una concha en la playa o la figura de una estrella de mar por primera vez. Y de ser así, casi seguro que pasáis un buen rato. O como mínimo, os lo pasaréis como niños.

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