lunes, 8 de diciembre de 2014

El relato de diciembre: "Llegaron" (Introducción y capítulo I)

LLEGARON
(Conjunto de crónicas a raíz de los primeros contactos con extraterrestres).


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                Cuando el Consejo Galáctico se reunió para decidir qué acciones llevar a cabo en relación a la Tierra, no se llegó a una conclusión clara. Es decir: como suele ocurrir habitualmente en este tipo de reuniones. Mientras unos creían que habían acudido allí para cursar la invitación de aquel recién descubierto planeta a la Confederación Galáctica, otros ya empezaban a repartirse los continentes entre sí y a elucubrar a quién le dejaban como premio de consolación los despojos. Al final, pasó lo de siempre: se enunciaron muchas buenas palabras, se discutió largo y tendido y, tras un punto muerto, se tomó la resolución de aplazar la resolución hasta una reunión posterior donde se adoptaría una nueva resolución. Entonces se produjo la disolución de la presente reunión, marchándose cada cual por donde había venido.

                Y por supuesto, después, cada uno acabó haciendo lo que le dio la gana.

                Unos cuantos ciclos más tarde, comenzaron a llegar las primeras naves a la Tierra…

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                Primer contacto.
                Noviembre de 2018.
                Ubicación del aterrizaje en Tierra (en nomenclatura local): Israel (Asia).
                Procedencia de los visitantes (en nomenclatura local): Bu-uu-uj [sonido parecido al estrangularle el cuello a un urdulu a través de las ancas].
                Raza: Colíndogos.

                El motivo por el cual los colíndogos decidieron aterrizar en aquella zona concreta de la Tierra fue uno tan antiguo como la historia de la exploración interplanetaria: se les estropeó el equipo de orientación espacio-temporal para el viaje y se perdieron. Los colíndogos trataron entonces de recurrir a las bases de datos donde almacenaban los mapas locales de la Tierra, pero les resultó difícil cuadrarse con las fechas y acabaron localizando una representación que tan sólo contenía una pequeña parte de la cuenca mediterránea, quizás porque aquellos que lo elaboraron no conocían ninguna zona del mundo más. Además, los colíndogos supusieron que, al lado del mar, situado en una encrucijada geográfica clave, y en medio de lo que tenían constancia de ser dos de los focos originarios de la civilización de esa especie llamada humana, aquel lugar sería un remanso de lucidez, desarrollo tecnológico y paz. Seguro que no podían andar muy desencaminados.
                Por otro lado, allí abajo, las cosas parecían relativamente tranquilas. Era casualmente un Sabbath y, en el campo de colonos israelíes en Cisjordania, el tiempo se desplazaba con la pereza habitual de estos días, en los que los acontecimientos repetitivos y habituales no tienen demasiada prisa por avanzar. Un rabino se encontraba organizando las actividades a cielo abierto, a tan sólo unos pocos metros del lugar donde se empezaban a levantar las viviendas palestinas, separados únicamente por una inútil valla metálica que seguramente fuera a desplazarse -en las próximas semanas- unas cuantas decenas de metros mas, con objeto de volver a ampliar el asentamiento, en lo que constituía (tanto por la ampliación como por la celebración del Sabbath en aquel sitio) una clara provocación, pero eso a los asistentes les daba igual, porque ya estaba muy acostumbrados, y habían hecho de este tipo de actos algo más que una forma de vida. De hecho, el ambiente parecía bastante distendido, se servía pan ázimo y alguna galleta. Se respiraba una sana atmósfera de camaradería y relajación de costumbres, quizás estimulados por la reciente llegada del buen tiempo.
                Mientras tanto, el encargado de la vigilancia de todo aquello era Todd, quien se hallaba sentado en una posición elevada, situado a una cierta distancia. Todd había llegado hacía poco de Estados Unidos, y aunque desde lejos -con su barba rubia y su melena desaliñada- podía confundírsele con un judío ortodoxo, en realidad se encontraba mentalmente muy lejos de aquel contexto. Había encontrado trabajo gracias a un primo que llevaba bastante tiempo viviendo allí, pero lo cierto es que echaba de menos su vida en Tennessee, y cómo, durante aquella época, pasaba las tardes de sábado derrapando un coche a punto de destartalarse sobre un campo embarrado. En cambio, la historia del Sabbath no la entendía, y menos la manía que le tenían sus compañeros y convecinos a los palestinos. Él recordaba que, en el Wal-mart enfrente de su casa, el dependiente era un árabe, y siempre había sido muy amable con él, y hasta le permitía enrollar el porro en la tienda antes de salir a la calle, no como el anterior encargado, que era bastante borde. ¿O en realidad era un paki? No sabía decirlo. En todo caso, los palestinos no le habían hecho a él personalmente nada malo, así que no entendía por qué tenía que desearles a cambio ningún perjuicio a ellos.
                Fue cuando andaba en todas esas divagaciones cuando las vio llegar. Lo primero que pensó, casi inmediatamente después de la sorpresa inicial, fue en lo elegantes que eran. Así, blancas, ovaladas, girando sobre sí mismas, como una especie de nuevo e inmaculado balón de rugby que alguien hubiera lanzado en un extraño efecto y que, en lugar de caer de cualquier manera, aterrizara suavemente sobre la superficie, a unos escasos cien metros de allí. Aunque el momento en el que su corazón dio un vuelco fue cuando se abrió la trampilla de la nave y dejó salir a las extrañas criaturas: con la cabeza ahuevada, semejantes al extraterrestre de las películas de Alien, sólo que más espigado y recto, de un tono grisáceo de piel bastante asquerosete, y con una pinta mucho más digna y pacífica que el típico bicho que la única conversación que pretende mantener contigo es la de comerte las entrañas. A todo el mundo le quedó claro lo que eran desde un principio, pero nadie supo cómo reaccionar salvo con el hecho de quedarse mudos y aguardar, mientras un pequeño contingente de extraterrrestres, de unos treinta individuos, salía de la nave, lideradas por los dos que parecían encontrarse al mando, aunque en realidad no había ninguna manera de distinguirlos por sus uniformes ya que no tenían ropa (eso sí, sus esqueletos dibujaban una curiosa composición que asemejaba un traje militar con medallas y hombreras). Sin embargo, si hubo alguien que actuó antes que ninguno de los humanos fue el rabino, el cual, para alucine de Todd, se acercó hacia los alienígenas, y mientras se quedaba a una decena de metros de los mismos, gritó:
                -¡Amigos!¡Bienvenidos a la Tierra!¡Sabemos que habéis venido aquí, comandados por las órdenes de Dios, para encontraros con la raza más avanzada del universo: nosotros, los judíos; las doce tribus de Israel; el pueblo elegido!
                La boca de Todd se abrió varios dedos de longitud al quedarse anonadado por lo que estaba viendo. En el mayor arranque de lucidez de su vida, pensó: <<¿Pero qué cojo…?>>.
                -Sabemos que poseéis poderosas y avanzadas armas con las que, si quisierais, podríais destruirnos en un segundo, con tan sólo chasquear un par de dedos. Pero sabemos también que no lo haréis porque vuestro objetivo, vuestra auténtica misión, es ayudarnos a nosotros en nuestra lucha, que es la justa, porque es la de todos, la de Yavhé. Y es la de derrotar a los auténticos enemigos: los que se encuentran allí, al otro lado –indicó señalando más allá de la valla, mientras Todd pensaba: “¿Qué estás diciendo, insensato?-, ofendiendo la obra de nuestro Dios.
                >>¡Uníos a nosotros –espetó el rabino, como poseído de esencia divina- en nuestra cruzada y la del todopoderoso Yavhé!¡Liderad, junto a nosotros, el cambio radical que en el mundo debe ser conseguido!¡Aunemos nuestras espadas para, en compañía, acabar de una vez y de manera definitiva con nuestros enemigos!¡Seamos uno solo, fundidos en la divinidad!
                El rabino ya se había abierto de brazos y -fuera de sí y casi flotando por encima de este mundo- parecía ofrecer su cuerpo para fusionarse no ya moral sino físicamente con los alienígenas. Daba la sensación de que fuera a salir volando en cualquier momento. En medio de la conmoción general, los allí presentes observaron como uno de los extraterrestres que parecía al mando le preguntaba -con un tono muy neutro de voz- a su compañero, y este último le susurraba una respuesta al lugar donde debía de andar localizada su oreja. El primer extraterrestre escuchó callado y (si es que se pueden interpretar las expresiones de seres que no tienen músculos faciales) aparentemente prudente. Como conclusión, y tras sopesarlo durante unos segundos, soltó una expresión que todo el mundo escuchó pero nadie pudo entender, levantó el brazo y, dirigiéndose al resto de sus compañeros, lanzó una orden contundente y decisiva que, nada más pronunciarse, hizo que éstos levantaran las armas que nadie había visto que portaban consigo, y apuntaran hacia el grupo de judíos.
                -¡Mierda, mierda, mierda!-se lamentó un Todd angustiado, que corrió acelerado a esconderse detrás de la roca donde se encontraba sentado hacía tan sólo un instante, mientras escuchaba como el fuego y los rayos láser impactaban de lleno contra sus conocidos, de los cuales tan sólo quedaron, tras una breve pero intensa conflagración, unos cuantos cuerpos calcinados sobre la superficie que ocupaban unos pocos segundos antes.
                La traducción más adecuada de la frase que había enunciado el líder de aquella facción extraterrestre, en un idioma que pudiera entenderse, sería, aproximadamente, algo semejante a: “¿El pueblo elegido?¡Si esos somos nosotros!”.

                Luego, realizó un nuevo gesto de brazo y los extraterrestres siguieron caminando hacia adelante.

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