lunes, 9 de febrero de 2015

El libro y la historia real de febrero: Las dos vidas de Rimbaud

Mi corazón babea a popa
Verso de Arthur Rimbaud. Se especula que el poema del que forma parte se encuentre describiendo la violación de Rimbaud por parte de unos soldados.
El verso ha formado parte de la canción "No me canso", de Carlos Chaouen, posteriormente adaptada por Ana Torroja.


La vida de Arthur Rimbaud es una de las más sorprendentes en la historia de la literatura, y si lo consideramos, es bastante atípica incluso para un ser humano corriente. Oímos hablar de personas que descubren tardíamente que su vocación es otra, y deciden cambiar radicalmente de profesión. Pero normalmente (y las excepciones son escasas, porque los seres humanos medimos excesivamente lo que hacemos en función de nuestros éxitos y fracasos) no es algo que suelen hacer cuando se han convertido en una leyenda viva dentro de su primera ocupación. Por eso, cuando escuchamos hablar de campeones de ajedrez que abandonan radicalmente el juego, futbolistas de primera que se marchan a trabajar a ONGs, casos como el de Balzac, que abandonó para dedicarse a la escritura una prometedora carrera de abogado, solemos quedarnos descolocados, y pensar que, o bien ha pasado algo, o un impulso o una pasión irresistible han atraído a esa persona en dirección a esa segunda actividad. Pero el caso de Rimbaud, quien pasó de preclaro poeta a hombre de negocios y granjero en África, es precisamente tan chocante porque, si hay razón para este cambio, nunca ha estado clara. Los motivos por los que modificó radicalmente su trabajo, su lugar de residencia, su modo de vida, continúan siendo un misterio. Y allá donde hay un misterio, hay alguien detrás que lo trata de resolver.

La mente de todo hombre es insondable. Pero en el caso de Rimbaud, puede que esta verdad lo sea todavía más. Rimbaud apuntaba fuerte desde su juventud: uno de sus tutores dijo que de él sólo podría salir un genio del bien o del mal, porque nada ordinario germinaría de esa cabeza. Víctor Hugo, cuando lo conoció, apuntó a que se trataba de un Shakespeare niño. Tan precoz y extraordinario como rebelde en su juventud, nada más fue capaz se marchó de su pueblo natal a París, donde buscó codearse con los jóvenes poetas vanguardistas del momento. Y en un principio lo logró; pero el propio temperamento salvaje de Rimbaud, que despertaba tanta admiración entre sus coetáneos, también impedía permanecer junto a él mucho tiempo. Al fin y al cabo, es difícil mantener el ritmo de alguien que camina constantemente hasta arriba de hachís, va siempre a lo suyo, se muestra en ocasiones taciturno cuando no abiertamente hosco -actitud que alterna frecuentemente con los comentarios más hirientes posibles- e incluso agrede físicamente a compañeros de cena. Pero si hay alguien que se siente completamente enamorado (y no en el sentido intelectual, sino en el más común del término) de Rimbaud es el también poeta francés Paul Verlain, de mucha mayor edad que él. Tanto llega a obsesionarse con el chico, que Verlain acaba por abandonar a su esposa y a su hijo pequeño y a fugarse con Rimbaud a Londres, donde constituyen el foco cultural francés de la ciudad, a pesar viven prácticamente en la miseria (aunque eso tampoco difería mucho de la existencia que cursaba Rimbaud en París, donde era prácticamente un vagabundo). El problema es que Rimbaud parece disfrutar quemando todo lo que hay a su alrededor, y Verlaine no hace otra cosa que idolatrar a su compañero por muy tóxico que éste resulte, con lo cual ocurre algo que era bastante fácil de prever, y es que la relación se torna inestable. En medio de continuas discusiones y ante las amenazas de abandono por parte de Rimbaud, Verlaine se pone nervioso y llega a herirle con una pistola. El joven poeta, temiendo por su vida, avisa a la policía, y ésta detiene a Verlaine. Da igual que Rimbaud luego retire la denuncia, las sospechas de "comportamiento inmoral" (ya sabemos que esto de la homosexualidad no se veía muy bien en los viejos tiempos) hacen que Verlaine ingrese en prisión. Para entonces, Rimbaud ya está muy lejos de París y vuelve a su casa familiar a escribir "Una temporada en el infierno", la cual sería considerada una de las obras más importantes del simbolismo. Desde luego, como poeta bohemio y maldito, parece que se encuentra en el lugar y momento idóneos, y tan sólo tiene diecinueve años; pero quizás Rimbaud ya haya tenido bastante de toda esa vida. Y poco a poco, empieza el cambio.

Ahora Rimbaud piensa en otras cosas: entre otras cosas, en conseguir dinero para ganarse la vida. Durante un tiempo, trabaja como mercenario; viaja a distintos países, y luego, finalmente, desembarca en África, en Adén, punto de llegada de numerosos europeos que vienen a parar a Etiopía. A partir de entonces, comienza un período completamente distinto respecto a su vida anterior. Se establece como hombre de negocios en África, un territorio agreste, duro, donde se preocupa de cuestiones bastante mundanas: excursiones comerciales, negociar con sus socios, conseguir más dinero. No parece demasiado atraído por la poesía, ni siquiera por leerla (aunque por lo visto no abandonó completamente la lectura de obras literarias), pero sí que se sumerge con avidez en docenas de libros sobre temas eminentemente prácticos, como la geografía, la antropología, la ciencia o la religión. Se informa en profundidad -parece que tanto por razones de interés profesional como personal- acerca de los pueblos y etnias que tiene a su alrededor (dicen que era bastante respetado por los árabes); no hay ni rastro de sus inclinaciones homosexuales, y llega a convivir con un par de mujeres, aunque -por mucho que han investigado sus biógrafos- no hay indicios claros que evidencien que llegara a mantener una relación amorosa o sexual con ellas. Hace de empresario, de terrateniente, de explorador, de colaborador del gobierno francés y de traficante de armas; incluso, el libro que Charles Nicoll escribe acerca de su vida y donde rastrea sistemática y pormenorizadamente los lugares donde estuvo durante todo ese tiempo, ese largo vacío, ausencia o locura (Somebody else, se titula el libro, destacando la "otredad" del segundo Rimbaud, o Rimbaud en África, en su versión española), se pregunta si el antiguo poeta y defensor a ultranza de la libertad llegó a convertirse en un traficante de esclavos. Lo impactante es que, durante todo ese rato, la obra de Rimbaud se está haciendo famosa en Europa, y los simbolistas franceses le consideran una referencia. Pero ante la pregunta de dónde se encuentra, muchos no saben contestar, y los pocos que lo saben se quedan anonadados (el propio Verlaine manifiesta su incomprensión absoluta al conocer que se ha ido a África a ejercer de negociante). Rimbaud, por el otro lado, no le quiere contar a ninguno de sus actuales conocidos nada acerca de su anterior mundo; se aparta de todo aquel que pueda tener la más mínima noción de lo que significa el nombre de Rimbaud en Europa, y parece encontrarse a gusto en este lugar donde nadie le conoce, como le ocurre en África a muchos otros que han huido allá donde nadie les puede recordar; un universo, donde puede empezar de nuevo. Parece ser que las escasas veces que a Rimbaud le recordaban las experiencias que había vivido en su juventud, se dedicaba a desdeñarlas y a apartarlas de su lado con la expresión despectiva de "fantasías de borracho". Rimbaud volvió en muy pocas ocasiones a Francia después de empezar su aventura a África, y la última, cuando se estaba muriendo a causa de una afección en la rodilla. El antiguo poeta no hizo ningún amago de recordar los viejos tiempos, ni siquiera en su estertor final. El atractivo libro de Charles Nicoll disecciona -alguno ha dicho que con ánimo de detective- cada uno de los aspectos de su vida, especialmente su segunda etapa en África, y su agónico final, incluyendo relaciones familiares, sentimientos de rebeldía e intereses muy variados y, en muchos casos, apasionantes. Pero la respuesta que no puede darnos (entre otras razones, a causa de que nadie la conoce) es la fundamental: por qué.

Yo tengo mi particular teoría, que es una como tantas otras. Seguramente, después del incidente con Verlaine, se sentía un poco cansado de aquella vida tan errática y malsana, y probablemente se imaginaba que si se ponía a trabajar en "algo normal" que le procurara unos ingresos estables, podría abandonar una existencia siempre tan rayana en la miseria. También es posible que concluyera que había dejado dicho todo lo que tenía que decir en la poesía, y creyó (como dijo Saramago) que cuando no hay nada que decir, es mejor no añadir nada más. O tal vez, simplemente (y en palabras típicas de madre) "maduró", y quiso dejar atrás toda su anterior vida. Pero yo quiero pensar que el incidente de Verlaine dejó mella en su carácter. Al fin y al cabo, y como consecuencia de aquella tormentosa relación, Verlaine pasó dos años en la cárcel. Es verdad que Verlaine le había disparado, y también que Rimbaud ignoró olímpicamente a Verlaine el resto de su vida, pero bien podríamos imaginarnos que a pesar de este último punto (¿no es bastante frecuente no querer reconocer los errores propios, y hacer como si éstos nunca se hubieran producido?), el habitualmente egoísta y malcriado Rimbaud quizás pensó que él tenía una parte de culpa de que la situación se hubiera deteriorado tanto como para llegar hasta tal punto. Eso no quiere decir que tratar con el Rimbaud africano fuera fácil: parece ser que era un tipo en algunas ocasiones bastante ensimismado, algo huraño, que seguía moviéndose en buena parte de los casos exclusivamente por sus intereses, y que podía dedicarse a tocar las narices de sus allegados sin ningún motivo aparente durante largos períodos de tiempo. Incluso hay algunos hechos que apuntarían a que pudo matar a un hombre en una reyerta barriobajera que le obligó a huir hacia Adén justo al poco tiempo de llegar a África; es decir, queda claro que el Rimbaud "enfant terrible" y punzante seguía estando ahí, aunque tal vez más sosegado. ¿Quizás únicamente por efecto de la edad, o a causa de remordimientos que se le acumulaban en el corazón, como nos ocurre a todos nosotros?¿O sencillamente se inclinó a una vida que le resultaba más feliz, que era la de hombre de negocios en un territorio agresivo, poco conocido y exótico, en lugar de poeta inmortal?¿Rimbaud creyó en algún momento en aquello que predicaba -la poesía, el poder de la creación, la absoluta exploración de los sentidos- cuando era simbolista y dejó páginas que le ganaron un puesto en los libros de historia, o fingía solamente para lograr el triunfo en tan particular círculo de poetas perdidos, como lo hace el que se viste con ropas estrafalarias que están a la moda solamente para convertirse en la estrella mediática del momento, incluso aunque sea dentro de su pequeño submundo? Las respuestas seguramente sólo las conociera el propio Rimbaud, que no quiso dejar ninguna biografía al respecto, salvo sus poemas en la primera parte de su existencia, y los actos de una segunda parte que nunca pretendió que pasara a la posteridad. El misterio Rimbaud sigue abierto, como el de todos los hombres, sobre todo acerca de cuáles son sus motivaciones y por qué hacen las cosas que hacen, si es porque quieren, porque huyen, o porque les tocan. Descifrar el secreto de uno, aunque sea el individuo aparentemente más nimio, es siempre un complicado acertijo que desentrañar. La figura de Rimbaud se erige, por tanto, en un recordatorio, y un eco, que nos incita no tanto a mirarle a él como (sobre todo) a hacernos las mismas preguntas sobre aquellos que nos rodean. Y quizás, a nosotros mismos. Aunque, tal vez, ésta sea una cuestión mucho más difícil de plantear.

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