jueves, 1 de octubre de 2015

El libro y la historia real de octubre: "África llora", de Alberto Vázquez-Figueroa.



Alberto Vázquez-Figueroa lleva cincuenta años escribiendo novelas. Y casi todas ellas tienen un elemento común: la aventura y el exotismo, el deseo de viajar a lugares lo más alejados posibles, y adentrarse a partir de allí en lo ignoto, en lo indescifrable. El Caribe, el Amazonas, el desierto del Sáhara, han sido algunos de los destinos que han visitado sus libros, pero si hay una zona del mundo que ha destacado en su bibliografía, es el África subsahariana, la primera que le aupó a la fama entre el gran público a través de Ébano, ambientada en en el mundo de los traficantes de esclavos. Yo he querido acercarme a su prosa a través de esta novela que me llegó un poco por azar, la de "África llora", basada, como muchos de sus libros, en una historia real. Y esto es lo que hoy quiero compartir con vosotros.

Todo comienza una apacible mañana en una remota aldea situada en las montañas de Etiopía. Allí, los niños de una escuela observan la llegada al pueblo de los cadáveres de varios soldados, flotando a través del río. En el consejo del pueblo se discute qué hacer con esos cadáveres. Y a partir de entonces, la vida de los habitantes del poblado va a cambiar de manera trascendental, y el curso de los acontecimientos obliga a que los niños de la escuela, guiados por su profesora blanca, la "señorita Margaret", tengan que abandonar su aislamiento dentro de las montañas y salir al peligroso y desconocido mundo exterior, donde iniciarán una ardua travesía a través de selvas, aguas pantanosas, desiertos y peligrosas fronteras para intentar llegar a un lugar donde puedan vivir seguros y en paz.

La historia, como digo, está basada en un acontecimiento real, y esta peculiar expedición de maestras y niños se encuentran en su camino con varios de los problemas más acuciantes del siempre enmarañado continente africano: las interminables guerras civiles, los campos de refugiados, los cazadores furtivos, las enfermedades tropicales o las minas antipersona. Vázquez-Figueroa aprovecha cada uno de estos hitos para actualizarnos sobre la realidad social más terrible de la población africana, y de hecho, en el libro se halla muy presente el hecho de que el autor lo estaba terminando de escribir junto con el estallido de la penúltima gran catástrofe en Ruanda, hacia la que se lanzan soterradas unas pocas pero muy dolorosas referencias. En ese sentido, a veces se deja entrever demasiado que Vázquez-Figueroa está hablando directamente a través de sus personajes, o utilizando la novela en gran medida como el intermediario de un ensayo social, pero creo que el lector sabrá entender este hecho como un componente más de la historia, entremezclada con las pruebas terribles en las que se encuentran inmersos los personajes, y con el que, sin tenerlo presente, no sería posible del todo comprender lo sucedido y lo que ha de pasar.

Y es que ésta, a ratos, es una novela dura, como casi todas las africanas, donde difícilmente abundan los finales felices. Hay historias, sin embargo, que resultan tan complicadas de leer que, precisamente por ello, necesitan que alguien las relate. Porque, a pesar de lo dolorosas que puedan resultar, es necesario que se cuenten para que no queden perdidas en las arenas del tiempo. Yo no soy capaz de tragarme el interminable documental de diez horas de "Shoah" acerca del holocausto judío, pero entiendo que es necesario que los testimonios reales que exhibe queden reflejados en alguna parte. Me cuesta mucho asomarme a la película "10.000 km", quizás porque esa circunstancia (la de una pareja separada por motivos de trabajo en países distintos durante un largo período) la he llegado a sufrir en mis carnes. Y me cuesta mucho pasar las hojas de "Donde anidan los ángeles", un grupo de excelentes crónicas periodísticas de Vicente Romero, periodista -precisamente la profesión anterior de Figueroa- quien también se ha dedicado a rebuscar el lado más oscuro del dolor y de la miseria, y que en este libro se centra especialmente en el lado de la redención, el de aquellos que se dedican a intentar lograr que la vida de estos desamparados sea un poquito menos asfixiante. En ese sentido, también recomiendo (aunque a veces resulte asimismo complicada su lectura) el ensayo "Cómo cambiar el mundo", que enfoca formas de mejorar nuestro planeta a través de la figura del emprendedor social, y trata de señalarnos maneras en las que podemos cambiar las cosas utilizando los mecanismos más cercanos y personales a nuestro alcance. Todo estos libros tienen ya una antigüedad (incluyendo el que os recomiendo en este post, publicado en 1995), con lo cual es posible que algunas cuestiones se encuentren un poco desactualizadas, aunque, definitivamente, hay algunos lugares donde perduran los mismos problemas a pesar del tiempo, y hay problemas que, desgraciadamente, siguen sin pasar de moda. De igual modo, no sorprende encontrar semejanzas entre lo que en su día escribía Ryszard Kapuscinski sobre el continente africano y lo que, muchos años más tarde, su admirador y también periodista Xabier Aldekoa relata en su mucho más actualizado Oceano África. Y a su vez, ambos -y también el cronista africano Javier Reverte- coinciden en que para bucear en los males de esta gran parcela de tierra normalmente hay que remontarse muchos años atrás. A veces diez, a veces cincuenta, otras trescientos. Aunque suele ser casi siempre una historia de abuso y odio, racismo y opresión. Como casi todas las historias que escribe por sí mismo el hombre.

Como digo, ésta puede ser en algunos momentos una novela dura, en la que te entren ganas de mirar hacia otro lado; pero también repleta de personajes carismáticos, escenarios inigualables y profundas reflexiones sobre la naturaleza humana, las cuales te hacen sobreponerte y -como los niños de la aventura-, seguir hacia adelante para buscar de manera inexorable el destino adonde la novela te ha de llevar. Además, el libro contiene sus fases también de aventura pura y dura, al estilo de un Joseph Conrad cruzando las agrestes selvas, y también momentos de humor por parte especialmente de unos zagales a los que es inevitable acabar por tomarles cariño. Sobre el final no os cuento nada, aunque sí deciros que (como en la vida) por muy duras que sean las circunstancias, siempre hay un huequito para la esperanza. Igual que para un continente, África, que aún lucha por salir adelante.

Nos vemos en la próxima entrada. Pasadlo bien en esos exóticos paraísos que os toque a vosotros explorar.

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