miércoles, 1 de junio de 2016

Las historias reales de junio. Casas malditas.

La historia real de este mes va sobre un tema muy trillado en el cine y la literatura, como es el de las casas malditas. Lugares donde han acontecido hechos terribles y (se supone) un halo de fantasmagórica muerte y destrucción ha quedado para siempre allí depositado. Si quisiéramos hacer una lista extensa de las diferentes mansiones encantadas, probablemente no terminaríamos nunca, y por eso sólo os quiero poner tres ejemplos, aunque espero que -ojalá- capten vuestra atención.

El primero es uno relativamente conocido: se trata de la mansión Winchester. La leyenda dice que la viuda Winchester, tras la muerte de su esposo, sentía pánico por la posibilidad de que los fantasmas de todos los individuos que habían muerto a manos del rifle inventado por su marido volvieran de la tumba para matarla. Por ello, construyó una mansión tan intrincada y retorcida (2.000 puertas, 10.000 ventanas, 47 chimeneas, 47 escaleras -algunas de las cuales no llevan a ninguna parte-, 13 cuartos de baño, 6 cocinas, ventanas tapiadas para confundir a los espíritus y, por supuesto, una legión de obreros trabajando 
continuamente en una obra que bajo ningún concepto debía finalizar), con el objetivo de que los espectros no fueran capaz de localizarla nunca. La historia de esta casa y sus moradores ha servido de inspiración a numerosas películas y series de terror, fue la base de la mansión en constante crecimiento que Isabell Allende describió en "La casa de los espíritus", y dicen que, dentro de poco, la historia de los Winchester vivirá una nueva adaptación cinematográfica.


Vista aérea de la mansión Winchester (extraída de aquí)


Claro que, observando una geografía tan barroca como la de la imagen de arriba, es fácil intuir que la casa ha tenido una historia convulsa. Pero, ¿qué pasa si -como ocurre en muchos campos de batalla de toda Europa- la hierba crece, las cosas se serenan, y las apariencias no dejan ver lo que aconteció en el pasado? Uno de los ejemplos que más me llaman la atención, en este sentido, es el del palacio Beylerbeyi (en la imagen de abajo), la cual servía como residencia de verano de los sultanes de Estambul. Su apariencia idílica, sin embargo, esconde un pasado turbulento. Durante seis años (de 1912 a 1918) fue convertido en una prisión, aunque sólo para un individuo, el depuesto sultán Abdul Hamid II. En un período en el que el Imperio Otomano languidecía ("el enfermo de Europa", se denominaba entonces), y muchas voces pedían una aproximación a los países occidentales, Abdul Hamid II, lejos de abanderar la bandera del progreso, entró en un profundo estado de paranoia en el que creía que todos (espías, prensa, reformistas, estudiantes, incluso el propio ejército que le protegía de los anteriores) se encontraban contra él y amenazaban su seguridad. Mantuvo al país en un estado de miedo y sospecha constante, muy acorde con su similar estado de ánimo. Al final, la desconfianza en su propio ejército le llevó a recortar en el presupuesto del mismo, factor que aprovecharon los revolucionaron Jóvenes Turcos para deponerle con ayuda de unos militares que tampoco estaban muy felices con él. Tras un tiempo de exilio en Tesalónica, pasó sus últimos años en Beylerbeyi (hoy una parte más del patrimonio cultural turco), donde se dedicó al estudio, la carpintería y a redactar sus memorias. Pero donde, según dicen, su estado de ansiedad continua y temor a lo que se escondía en cada esquina del palacio no se llegó a frenar jamás. La residencia de verano se convirtió en su prisión, de la misma forma en que él había retenido, como prisionero, a todo el imperio.


Postal del palacio de Beylerbeyi en 1901 (extraída de Wikicommons). Hoy en día, este lado del Bósforo se encuentra ocupado por muchos más edificios, y el palacio no presenta el aspecto aislado que refleja esta imagen, sino más bien el de la fotografía de abajo, realizada por el autor.


Sin embargo, para mí, quizás el caso más dramático podamos encontrarlo en España, en un lugar aparentemente anodino como el Museo de Antropología de Madrid. El museo fue organizado desde su origen (y de hecho, fue él quien promovió su construcción) por el doctor González Velasco, quien a lo largo de sus diferentes viajes recolectó numerosas piezas procedentes de exóticos países, y pensó que el mejor lugar donde albergarlas sería un edificio dedicado específicamente a tal fin. Cuando el museo fue finalmente construido, el doctor Velasco decidió irse a vivir allí (era propio de la época juntar la vivienda con el lugar de trabajo; de hecho, a pocos metros de distancia se halla la antigua casa y laboratorio de Santiago Ramón y Cajal). El doctor Velasco había sufrido, años atrás, una tragedia familiar: su hija Concha había muerto a la edad de 15 años, y quizás el padre se sentía en parte culpable, pues había contravenido los consejos del médico familiar a la hora de administrarle el tratamiento. La cuestión es que cuando el doctor Velasco se mudó al museo, decidió desenterrar el ataúd de su hija para darle sepultura cerca de la casa, y entonces, la apertura incidental del féretro provocó que todos los presentes comprobaran con sorpresa cómo el cadáver se había conservado en muy buenas condiciones (las versiones de la leyenda varían: unos dicen que el cuerpo había sido embalsamado con anterioridad por su propio padre, y otros en cambio que lo hizo después, cuando descubrió el "milagro" obrado de manera natural. Yo leí por primera vez acerca de esta leyenda en el conocido <<Madrid Oculto>>, de Peter y Mark Besas, y en esta visión me baso principalmente). Sea como fuere, parece ser que ese incidente terminó por nublar la visión del padre atormentado, quien, al observar a su hija muerta casi con el mismo aspecto que mantenía en vida, decidió vestirla (con un traje de novia, añade más morbo todavía la historia popular) y mantenerla en la casa como si aún siguiera con ellos, sacándola a cenar junto con su mujer en el comedor familiar todas las noches, y retornándola a un dormitorio individual al acostarse, a cuya ventana seguramente se intentaban asomar los curiosos para contemplar a tan tétrica muñeca de tamaño humano. Se dice que la situación se mantuvo así varios meses hasta que la esposa del doctor Velasco, harta de la macabra situación y de los mareantes vapores procedentes de los productos químicos utilizados para preservar el cuerpo (y, seguramente, de las murmuraciones de los vecinos ante aquellas delirantes cenas), le dio a elegir: o la niña o ella. El doctor Velasco, no sin renuencia, dio su brazo a torcer y accedió a enterrar de nuevo el cuerpo. Hoy en día, el Museo de Antropología funciona únicamente como atractivo turístico y cultural y nadie habita allí, salvo que creamos que por entre sus puertas siguen paseando los espectros.

Vista exterior del Museo Nacional de Antropología en Madrid (extraída de Wikicommons)

No obstante, escribiendo estas líneas, no puedo evitar acordarme (aunque no se trate estrictamente de casas) de un par de lugares también hasta cierto punto fantasmagóricos y que tuve la ocasión de visitar hace unos años. El primero -imágenes de abajo- es el tophet, un antiguo cementerio de la ciudad de Cartago, en Túnez, donde cada una de las estelas que veis allí representa un niño ejecutado durante un sacrificio humano. Sobre el por qué tan macabras ceremonias (que, en realidad, tienen más sentido de lo que se intuye a simple vista) no me voy a extender porque ya lo he explicado en alguna ocasión y encontraréis sobrada información aquí.

 Imágenes del tophet de Cartago, desde fuera y desde dentro.

En este mismo lugar, no demasiado lejos, hay una serie de ruinas en apariencia anodinas pero en las que, si uno simplemente se asoma, observa o escarba, puede encontrar falanges, costillas e incluso cráneos. Algunos de ellos bastante pequeños. Estos escombros, que en su día correspondieron a tres calles, fueron testigos de una de las más encarnizadas batallas entre romanos y cartagineses en la Tercera Guerra Púnica. Si hubiera ocurrido en una época más reciente, estaríamos hablando de una matanza como la de Srebrenica, o nos recordaría a los combates portal a portal de los que hemos sido testigos en las grandes ciudades de las guerras recientes de Siria o de Irak. Hoy, como el tiempo ha pasado y ya no quedan testigos de la tragedia, la mayor parte de los visitantes deambulan -felices en su ignorancia- entre las ruinas, tan sólo si acaso interrumpidos por algún inspirado guía local que les muestra lo sencillo que es desenterrar algún hueso.

 Las famosas tres calles del genocidio. Arriba, visión general; abajo, un poco más concretas.




Dicen que, tras la Primera Guerra Mundial, el espiritismo estaba de moda porque el mundo se hallaba, en efecto, lleno de espectros, y los familiares de los fallecidos estaban deseando contactar con sus allegados. Quizás nos resultaría sorprendente saber la de fantasmas desaparecidos con los que nos cruzamos cotidianamente a nuestro alrededor, si no como figura real, al menos como recuerdo. Aunque tal vez no haya que mirarlos con aprensión: puede que lo único que pretendan es que aprendamos de sus errores. El hecho de que no lo consigamos constituye la única base de su tormento. Para ellos, en realidad, los que les damos más miedo, somos nosotros.

Nos leemos en las próximas semanas.

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