El arte de hacer películas es uno de los más complicados de que llegue a buen término. No basta con tener una buena idea: hay que redactar un guión sólido, convencer a los actores adecuados, obtener la financiación, y conseguir que el pequeño milagro de poner las cámaras delante de la gente adecuada justo en el momento oportuno, finalmente, cristalice. Y aun así, todavía quedan por resolver buena parte de los problemas. Por supuesto, es un tema que a muchos nos fascina, y al que yo ya le había dedicado un post anterior. Sin embargo, ha caído en mis manos "Grandes películas que jamás verás", de Simón Braund, un libro que no sólo tiene la virtud de tratar de manera exhaustiva la historia de los proyectos sin rodar en Hollwyood: sino que, además, aporta detalles como incorporar hipotéticos pósters en los que además se mencionan intérpretes plausibles para el reparto. En ese sentido, es una de las perspectivas que más se aproximan al siempre atractivo "y si..." con el que nos encanta especular.
Por supuesto, hay películas fallidas que muchos conocemos: un par de Kubrick, numerosas de Orson Welles, el Nostromo de David Lean, varios films de los Hermanos Marx (incluyendo la locura de Billy Wilder "Un día en las Naciones Unidas"), la inacabada última cinta de Marylin Monroe... Otras, en cambio, han trascendido menos: un Napoleón alternativo de Chaplin, la segunda parte de Casablanca, La Guerra de los Mundos con los efectos especiales de Harry Harryhausen, una colaboración entre Alfred Hitchcock y Audrey Hepburn... Algunas de estas producciones fallidas supusieron el fin de estos proyectos, sin que nada se pudiera rescatar, bien porque la visión que aportaba el creador era única (como el Dune de Jodorowsky, el Leningrado y un remake de Lo que el viento se llevó de Sergio Leone, o el Who killed Bambi de los Sex Pistols), bien porque se hicieron otros films (versiones de Bond, Batman o Superman; películas sobre epidemias) que de alguna manera se solapan y hacen muy difícil retomarlas. En algunos casos, lo que ocurrió fue que guionistas o directores decidieron dedicar su esfuerzo a otras producciones en las cuales aprovecharon conceptos descartados: conocida es la historia de que Spielberg tomó el argumento de Night Skies y lo desdobló en E.T. y Poltergeist (aunque hay detalles también en la saga Gremlins); y también puede intuirse una inspiración general de la autocensurada cinta "El payaso que lloró" de Jerry Lewis en "La vida es bella" de Roberto Benigni. Otros films propuestos se han llevado a cabo, aunque no exactamente con la misma óptica: Una princesa de Marte mutó a John Carter, y Tim Robbins dirigió Craddle will rock, quizá de una manera más lograda que como pudo haber llegado a hacerla Orson Welles.
Las fases en las que se han interrumpido las películas tambíen han sido diversas: a veces los creadores tenían más una vaga noción de cómo hacer la cinta que posibilidades factibles de llevarla a cabo. Muchas se han volatilizado por diferencias creativas y guerras de ego entre los implicados, algunas porque el creador se lo pensó -o exigió- demasiado, y otras naufragaron en cuanto entró en juego el dinero. Hubo directores a los que no les dejaron rodar porque su anterior película había sido un fiasco; en determinados procesos intervinieron factores de timing, laborales, comerciales o climatológicos; y ciertos planes se desvanecieron sin una explicación evidente. En algunos casos, estaba hasta elegido el reparto y se habían hecho pruebas de cámara: por ejemplo, L'enfer de Clouzot se hallaba a medias, pero una infernal producción dio al traste con todo. Un caso excepcional es Nailed, de David O. Russell, que se encontraba prácticamente terminada, a falta de una escena fundamental (y quizá unas pocas para armonizar el conjunto), y se quedó paralizada desde entonces. En ese sentido, son proyectos muy difícilmente recuperables, bien porque los actores han envejecido, los directores se han muerto (para desgracia de Peckinpah o Fellini), o los titulares de los derechos se han enzarzado en una confusa batalla legal. Sin embargo, los años pasan, y siempre existe la posibilidad de que se reformulen antiguas opciones: después de todo, los libros (como The white jazz, To the white sea, The white hotel, El jardín de los cerezos o Black Hole) o los hechos reales (como el que se describe en el famoso monólogo de Quinn en Tiburón) permanecen allí para adaptarse, aunque es más difícil que conceptos muy vinculados a su época (el Crusade de Schwarzeneger y Verhoeven) o propuestas que asustaron mucho a Hollywood (la telúrica versión de La tempestad de Michael Powell, un Star Trek extremadamente filosófico) lleguen a ver la luz.
Una de las cuestiones llamativas del libro, por otra parte, es que en el mundo siempre cambiante del cine, donde los proyectos permanecen eternamente en la caja de "historias para resucitar", unas cuantas de las películas que parecían imposibles de realizarse -en el año 2013 en que se publicó el texto- se han llevado finalmente a cabo: entre ellas Megalópolis de Francis Ford Coppola, Killing Pablo, Gemini Man, El hombre que mató a Don Quijote del adicto a los proyectos interrumpidos Terry Gilliam, El juicio de los 7 de Chicago (con algunas coincidencias en el reparto originalmente planificado), varios films de DC, El Alienista (aunque como serie de televisión) y Gladiator 2 (eso sí, con un guion muy diferente del propuesto de manera inicial). De hecho, hay historias hoy en día que aún se esperan, como una adaptación del videojuego Halo, o que lleguen a buen puerto Frank o Francis (de Charlie Kaufman), Torso y Cita con Rama de David Fincher, o un viejo guión muy alabado denominado Edward Ford. Otras posibilidades, en cambio, como un último episodio de la Pantera Rosa con Peter Sellers, a lo mejor han salido mejor paradas al no ver la luz. También está el caso de "La conjura de los necios", que tiene la leyenda de haber inducido a la desgracia a todos los que se han visto involucrados en ella (en algunos casos con resultado de muerte, y otros sólo con patinazos artísticos); o proyectos tan masivos que intimidan, como Shantaram, la cual sigue planteando hoy en día si constituirá un fiasco descomunal, un magnífico triunfo artístico, o una subyugante mezcla de las dos cosas. En todas las películas que se describen en este libro, desde luego, había cosas que fallaban -porque, si no, al final hubieran salido adelante-; pero, teniendo en cuenta el nivel de otras historias que sí terminaron de materializarse, y la audacia que exhibían algunos de estos films imposibles, desde luego, uno se queda con la curiosidad de echarles un vistazo.
Eisenstein, Wong Kar-Wai, Kevin Smith, Carl Dreyer, David Lynch, los Beatles, se han visto embarcados en varios de estas odiseas que no finalizaron con el retorno del héroe a casa. Sin embargo, esto sólo sirve para recordarnos lo frágil que es la creación artística, y por tanto lo emocionante que es que continúen llegando a nuestras pantallas nuevas películas y, de vez en cuando, buenas historias. Y brindemos porque fluyan muchas más.
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