Volviendo a nuestra galería de ilustres habitantes de ciudades que me han influido de forma significativa, hoy le toca a Salamanca, un lugar con el que guardo múltiples vínculos familiares pero también literarios y afectivos, aunque eso es algo que puede argumentar fácilmente cualquiera que se haya paseado por entre sus muros de piedra y reconocido la Historia que aguarda paciente detrás de sus catedrales, sus calles y plazas, y también su mítica universidad. Y precisamente relacionada con esta última se halla nuestro personaje, el religioso e intelectual renacentista Domingo de Soto.
Domingo de Soto nació en 1494 en Segovia, uniéndose a esa larga lista de figuras asociadas a la universidad de Salamanca que no nacieron en esta urbe, como Miguel de Unamuno o Fray Luis de León. Domingo de Soto estudió en las universidades de Alcalá y París, ingresó en la orden de los dominicos, y tras un breve período como docente en la Universidad de Alcalá, se incorporó a la cátedra de Teología de la Universidad de Salamanca. Allí, formó parte de la llamada "escuela de Salamanca", un grupo de pensadores liderados por Francisco de Vitoria que trataron de adecuar las viejas doctrinas de la iglesia católica a una sociedad moderna y cambiante como la renacentista, donde conceptos como el comercio entre las naciones o la importancia del individuo frente al conjunto de la sociedad comenzaban a tomar pujanza.
Una de las mayores aportaciones de Domingo de Soto, en este sentido, fue durante la llamada "Junta de Valladolid", una cónclave organizado en dicha ciudad (da una idea de la fuerza institucional e intelectual de la orden que este cónclave lo organizaran en exclusiva los dominicos) donde se debatía la cuestión de los "naturales" de las Indias. La polémica radicaba sobre si los indígenas del Nuevo Mundo eran sujetos de derecho que no debían ser conquistados o evangelizados por la fuerza (como sostenía el ardiente defensor de los "indios" Bartolomé de las Casas) o eran en cambio una raza inferior que, según algunos, debía ser conquistada o convertida por cualquier medio (argumento que esgrimía Juan Ginés de Sepúlveda). Ésta, por supuesto, es una simplificación muy amplia, pues había toda una serie de matizaciones entre las posturas de los miembros de ambos bandos -además de cuestiones que no podían ser debatidas porque el Papa ya se había pronunciado al respecto- en aspectos relacionados con "la guerra justa", los derechos de los indígenas o la potestad del Papa y el emperador para repartirse el mundo a su conveniencia como habían hecho en el Tratado de Tordesillas. En ese sentido, Domingo de Soto (que venía en representación de la escuela de Salamanca y aportaba en parte el punto de vista de Francisco de Vitoria a pesar de que este último no se hallara presente) fue clave en defender la ponencia de Bartolomé de las Casas, aportando argumentos a favor de que la cultura indígena no era necesariamente inferior a otras culturas conocidas, ni tampoco a pasadas civilizaciones europeas. En ese sentido, la labor de Domingo de Soto al exponer de que "indios" y europeos eran iguales en su humanidad, y también en derechos, fue de gran importancia en el transcurso del debate. La discusión, tras dos años de duración de la Junta de Valladolid, terminó sin conclusiones finales, y sólo un tiempo más tarde se retomó un intento de resumen que dictaminó algo muy parecido al clásico: "todos tienen razón y son muy listos, gracias por participar". Aún así, el debate no cayó en saco roto, pues la dialéctica sirvió para modificar las políticas españolas respecto a la conquista de América, y salvaguardar así una cierta protección de los indígenas, a pesar de que todos sepamos que entre lo que dice la ley y lo que se aplica (o del dicho al hecho) hay y hubo bastante trecho. Aún así, que hace quinientos años hubiera una discusión de tanto calado sobre términos que (desgraciadamente, hoy en día) nos parecen tan modernos, es digno de elogio, y uno de los pocos momentos en que España se ha mostrado más avanzada socialmente respecto a sus naciones vecinas.
Domingo de Soto, además, se dedicó a otras tareas. Fue confesor de Carlos V; escribió y comentó varios libros en torno a la filosofía, la teología, el derecho o la economía (la escuela de Salamanca favoreció un primitivo "liberalismo" económico desarrollado durante el Renacimiento, época que vio alumbrar los primeros pasos del capitalismo frente al feudalismo medieval; no obstante, esta escuela hablaba de conceptos como el "precio justo", y por lo visto Domingo de Soto llegó a recomendar algunas intervenciones en precios). Por otro lado, y ante la imposibilidad de que Francisco de Vitoria acudiera a la cita, fue uno de los representantes españoles en el Concilio de Trento. La verdad es que éste no sea probablemente el momento más luminoso de la Historia de España (conocida es la teoría de Pérez-Reverte acerca de que es el instante más oscuro de nuestras crónicas, y el que marca toda nuestra aciaga evolución posterior), pero algunos autores esgrimen, en favor de Domingo de Soto, que era gran defensor de una auténtica reforma de la Iglesia desde dentro, y quizás fueron estas exigencias las que motivaron que no se le convocara para la segunda parte de este concilio. Por otro lado, Domingo de Soto tuvo sus enemigos, no sólo entre miembros del propio concilio que se mostraron intolerantes frente a las opiniones de sus compañeros, sino con miembros del clero ligados a la corte. De hecho, Domingo de Soto se quejaba de la poca atención que prestaba Carlos V a los "negociantes pobres" que se presentaban ante él, en contraste con el trato que concedía a los "grandes" de España y otros países. El dominico también alberga un capítulo oscuro de su carrera en el hecho de que se le encomendó la labor de redactar una lista de libros prohibidos, aunque, a la postre, no se sabe realmente cuál fue su intervención en dicha lista, pues parece que el Papa de por aquel entonces (un firme combatiente de la Reforma) se tomó el asunto de manera muy personal y quizás metió mucha más mano de la que reflejan las crónicas.
Aparte de todo esto, Domingo de Soto tiene el honor de haber intervenido en una importante cuestión científica, que fue la cuestión inicial que me llamó a escribir sobre él: fue el primero que describió que los cuerpos, cuando caen de manera libre, lo hacen a una aceleración constante independientemente de su masa (básicamente, describió la forma en que actúa la gravedad en la Tierra), 50 años antes de que lo hiciera Galileo con sus legendarios -aunque no se sabe si realmente relevantes- experimentos en la Torre de Pisa. Estos conocimientos fueron claves para el posterior desarrollo de la teoría de la gravitación universal que expuso Isaac Newton. Sin embargo, por razones probablemente del devenir histórico y de la capacidad de influencia, los hallazgos de Domingo de Soto son mucho menos conocidos, en su época y en la nuestra, que los del genio italiano (y por supuesto del inglés).
Cuando Domingo de Soto muere, en Salamanca en 1560, el propio Fray Luis de León lee el sermón laudatorio durante su funeral. Hoy en día, el segoviano puede presumir en su tierra de nacimiento de un centro de enseñanza primaria con su nombre, y también de un campus universitario dependiente de la Universidad de Valladolid. No obstante, para muchas cosas, Domingo de Soto puede ser considerado un salmantino. Y quizás a él le gustaría también ser así recordado.
Domingo de Soto nació en 1494 en Segovia, uniéndose a esa larga lista de figuras asociadas a la universidad de Salamanca que no nacieron en esta urbe, como Miguel de Unamuno o Fray Luis de León. Domingo de Soto estudió en las universidades de Alcalá y París, ingresó en la orden de los dominicos, y tras un breve período como docente en la Universidad de Alcalá, se incorporó a la cátedra de Teología de la Universidad de Salamanca. Allí, formó parte de la llamada "escuela de Salamanca", un grupo de pensadores liderados por Francisco de Vitoria que trataron de adecuar las viejas doctrinas de la iglesia católica a una sociedad moderna y cambiante como la renacentista, donde conceptos como el comercio entre las naciones o la importancia del individuo frente al conjunto de la sociedad comenzaban a tomar pujanza.
Una de las mayores aportaciones de Domingo de Soto, en este sentido, fue durante la llamada "Junta de Valladolid", una cónclave organizado en dicha ciudad (da una idea de la fuerza institucional e intelectual de la orden que este cónclave lo organizaran en exclusiva los dominicos) donde se debatía la cuestión de los "naturales" de las Indias. La polémica radicaba sobre si los indígenas del Nuevo Mundo eran sujetos de derecho que no debían ser conquistados o evangelizados por la fuerza (como sostenía el ardiente defensor de los "indios" Bartolomé de las Casas) o eran en cambio una raza inferior que, según algunos, debía ser conquistada o convertida por cualquier medio (argumento que esgrimía Juan Ginés de Sepúlveda). Ésta, por supuesto, es una simplificación muy amplia, pues había toda una serie de matizaciones entre las posturas de los miembros de ambos bandos -además de cuestiones que no podían ser debatidas porque el Papa ya se había pronunciado al respecto- en aspectos relacionados con "la guerra justa", los derechos de los indígenas o la potestad del Papa y el emperador para repartirse el mundo a su conveniencia como habían hecho en el Tratado de Tordesillas. En ese sentido, Domingo de Soto (que venía en representación de la escuela de Salamanca y aportaba en parte el punto de vista de Francisco de Vitoria a pesar de que este último no se hallara presente) fue clave en defender la ponencia de Bartolomé de las Casas, aportando argumentos a favor de que la cultura indígena no era necesariamente inferior a otras culturas conocidas, ni tampoco a pasadas civilizaciones europeas. En ese sentido, la labor de Domingo de Soto al exponer de que "indios" y europeos eran iguales en su humanidad, y también en derechos, fue de gran importancia en el transcurso del debate. La discusión, tras dos años de duración de la Junta de Valladolid, terminó sin conclusiones finales, y sólo un tiempo más tarde se retomó un intento de resumen que dictaminó algo muy parecido al clásico: "todos tienen razón y son muy listos, gracias por participar". Aún así, el debate no cayó en saco roto, pues la dialéctica sirvió para modificar las políticas españolas respecto a la conquista de América, y salvaguardar así una cierta protección de los indígenas, a pesar de que todos sepamos que entre lo que dice la ley y lo que se aplica (o del dicho al hecho) hay y hubo bastante trecho. Aún así, que hace quinientos años hubiera una discusión de tanto calado sobre términos que (desgraciadamente, hoy en día) nos parecen tan modernos, es digno de elogio, y uno de los pocos momentos en que España se ha mostrado más avanzada socialmente respecto a sus naciones vecinas.
Domingo de Soto, además, se dedicó a otras tareas. Fue confesor de Carlos V; escribió y comentó varios libros en torno a la filosofía, la teología, el derecho o la economía (la escuela de Salamanca favoreció un primitivo "liberalismo" económico desarrollado durante el Renacimiento, época que vio alumbrar los primeros pasos del capitalismo frente al feudalismo medieval; no obstante, esta escuela hablaba de conceptos como el "precio justo", y por lo visto Domingo de Soto llegó a recomendar algunas intervenciones en precios). Por otro lado, y ante la imposibilidad de que Francisco de Vitoria acudiera a la cita, fue uno de los representantes españoles en el Concilio de Trento. La verdad es que éste no sea probablemente el momento más luminoso de la Historia de España (conocida es la teoría de Pérez-Reverte acerca de que es el instante más oscuro de nuestras crónicas, y el que marca toda nuestra aciaga evolución posterior), pero algunos autores esgrimen, en favor de Domingo de Soto, que era gran defensor de una auténtica reforma de la Iglesia desde dentro, y quizás fueron estas exigencias las que motivaron que no se le convocara para la segunda parte de este concilio. Por otro lado, Domingo de Soto tuvo sus enemigos, no sólo entre miembros del propio concilio que se mostraron intolerantes frente a las opiniones de sus compañeros, sino con miembros del clero ligados a la corte. De hecho, Domingo de Soto se quejaba de la poca atención que prestaba Carlos V a los "negociantes pobres" que se presentaban ante él, en contraste con el trato que concedía a los "grandes" de España y otros países. El dominico también alberga un capítulo oscuro de su carrera en el hecho de que se le encomendó la labor de redactar una lista de libros prohibidos, aunque, a la postre, no se sabe realmente cuál fue su intervención en dicha lista, pues parece que el Papa de por aquel entonces (un firme combatiente de la Reforma) se tomó el asunto de manera muy personal y quizás metió mucha más mano de la que reflejan las crónicas.
Aparte de todo esto, Domingo de Soto tiene el honor de haber intervenido en una importante cuestión científica, que fue la cuestión inicial que me llamó a escribir sobre él: fue el primero que describió que los cuerpos, cuando caen de manera libre, lo hacen a una aceleración constante independientemente de su masa (básicamente, describió la forma en que actúa la gravedad en la Tierra), 50 años antes de que lo hiciera Galileo con sus legendarios -aunque no se sabe si realmente relevantes- experimentos en la Torre de Pisa. Estos conocimientos fueron claves para el posterior desarrollo de la teoría de la gravitación universal que expuso Isaac Newton. Sin embargo, por razones probablemente del devenir histórico y de la capacidad de influencia, los hallazgos de Domingo de Soto son mucho menos conocidos, en su época y en la nuestra, que los del genio italiano (y por supuesto del inglés).
Cuando Domingo de Soto muere, en Salamanca en 1560, el propio Fray Luis de León lee el sermón laudatorio durante su funeral. Hoy en día, el segoviano puede presumir en su tierra de nacimiento de un centro de enseñanza primaria con su nombre, y también de un campus universitario dependiente de la Universidad de Valladolid. No obstante, para muchas cosas, Domingo de Soto puede ser considerado un salmantino. Y quizás a él le gustaría también ser así recordado.
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