martes, 31 de julio de 2018

Los libros de agosto: más recomendaciones

Pero, ¿cómo?¿Que ya os habéis terminado la lista de recomendaciones que os hice el pasado mes de julio?¿Que los días sin trabajo son muy largos y que las ganas de leer, muchas? Pues, nada, aquí os dejo otra lista que recomendé hace un par de inviernos en el blog de Fragmentos de tinta, que si bien ahora mismo no presenta mucha actividad -al final los integrantes hemos decidido centrarnos en mayor grado en otras actividades-, queda ahí como testigo presente de nuestro amor por las letras. Espero que estas recomendaciones (que incluyen, como en los chistes, un español -Julio Llamazares-, un polaco -Joseph Conrad-, un británico de orígenes alemanes -P.G. Wodehouse- y tres franceses -Emmanuel Carrère, Philippe Claudel y Martin Amis) os duren un poco más y si no, al menos, que las hayáis disfrutado el tiempo que os hayan ocupado. De nuevo, feliz verano.

Posdata: por si todavía tenéis más hambre de libros, aquí tenéis lo que recomienda la poetisa, crítica y correctora Miriam Villares, la escritora Miriam Varela, o el ilustrador Edgar Álvarez también en el mismo apartado de "Fragmentos de Tinta". Ya no os podréis quejar de que os faltan libros...

lunes, 23 de julio de 2018

El relato de julio: "Casa cercada" (I)

Este verano, os voy a narrar un relato de una manera novedosa para los cánones de este blog. Os lo voy a contar en tres partes, y alguna de ellas nos dará incluso la oportunidad de incluir algo más, y explorar algunas posibilidades literarias. Advierto ya del inicio que me ha salido demasiado sangriento y violento para mi gusto (sobre todo en la última parte), aunque prometo compensároslo con una versión más suave de de sus motivos fundacionales. Aquí va la primera sección. La siguiente, el mes que viene. Espero que no os impacientéis mucho con la espera:

Casa cercada

                La casa señorial, desde fuera, tiene aspecto de palacio. El frontón romano que han colocado en la portada ensalza esa primera impresión. Cualquiera diría que dentro ejerce su tiránico dominio un conde, un duque o cualquiera de esos nobles cuyo abolengo es tan rancio que su escudo puede divisarse en mitad de las esquinas de la ciudad. Sin embargo, esta afirmación tiene muchas inexactitudes: el hombre que se halla en esta casa no tiene títulos nobiliarios; no nació rico, sino pobre como una rata; y ahora mismo, apenas puede mantener el dominio de sí mismo.
                De hecho, este hombre esconde miedo. Miedo en cascadas. Miedo en descomunales raudales. Esa clase de pánico que te obliga a segregar adrenalina y sudor, mientras  te da la sensación de que de las paredes de la mansión está empezando a chorrear, entre los resquicios entre roca y roca, abundante y sucia sangre…
Ese hombre que enarbola en su rostro las ojeras y la palidez que proporcionan los remordimientos.
                Una centena de años después, casi puede verse esa misma ajada piel en el retrato familiar que decora la más amplia estancia.
                -Mi antepasado –recordó el hombre de la actualidad alzando su copa- volvió a España, como tantos otros denominados “indianos”, cuando hizo fama y fortuna en las colonias. Sólo entonces retornó a su pueblo natal para edificar esta mansión, que debía demostrar lo prósperamente que le había ido en sus viajes. Ahora era un hombre rico, respetado, un prócer de la patria, una persona digna de admiración. Esta casa simbolizaba pues, la magnífica persona en la que se había convertido: la que, a partir de un humilde campesino, había llegado a crecer.
                Sin embargo, esa loa estaba llena, por un lado, de mentiras por omisión, y también verdades a medias. Sí, como otros indianos, su antepasado había marchado a las Indias, pero no –como habían hecho otros- a América, sino a Filipinas en cambio. No se había transformado en un hombre honorable sino que, en realidad, sus manos estaban manchadas de sangre, e igual de teñida se encontraba su conciencia. Y, por último, no había edificado esa casa para que sus vecinos le envidiaran y estuvieran orgullosos de sus acciones, como otros indianos. La casa, al contrario, era un lugar donde esconderse: una fortaleza cuya función era poderle salvar.
                -Y por eso, levanto mi copa en esta fiesta para conmemorar la reinauguración de esta casa, cerrada durante muchos años. Me agrada decir que lo hago en la más excelsa compañía: del director general de Patrimonio aquí en Cantabria, Luis Salcedo; del representante del gobierno filipino, Nats Laurel; y de una persona que no sólo me ha dado fuerza y energías durante este proceso, sino que ha supervisado toda la restauración artística del palacio: mi esposa Natalia Signey.
                La cara de los tres homenajeados es un fiel cristal transparente de lo que cada uno aloja en su interior: Salcedo tiene poco más de cuarenta años, se peina de manera vanguardista, a la moda, pero sin desentonar. Es ambicioso, y gracias a eso ha conseguido medrar en política. De hecho, no hubiera tenido problemas en confesar su homosexualidad si eso no hubiera supuesto una barrera para ascender en su partido político, así que prefiere llevarlo discretamente, al igual que su riqueza o su afición por los vinos caros, de las que no hace ostentación, y eso que delante de él ha conseguido colocarse un vaso de un buen caldo. Nats Laurel tiene las facciones suaves, relajadas; es plenamente consciente de la ironía de que le inviten a este evento, pero no puede decir nada al respecto si no quiere perder el trabajo, así que se mantiene sonriente y siempre cerca de la fuente de gambas. Natalia, en el panteón de dioses mitológicos, con sus veinte generaciones de antepasados con título nobiliario a sus espaldas, representaría la musa de la elocuencia y la elegancia. Tiene el aspecto del tipo de personas que nunca ha sufrido hambre, que jamás ha sufrido por dinero, que transmite esa entereza que sólo se puede transmitir precisamente cuando no sabes lo que significa la palabra “sufrir”. Quizás es lo que al dueño de la casa le mantiene pegado a ella. Para él, es como una escultura de porcelana. La tiene en una repisa; la exhibe a los amigos; de vez en cuando la contempla desde abajo, y se manifiesta orgulloso de seguirla preservando así.
                -Brindemos pues, por mi antepasado, Roberto de la Cruz; un hombre que fue a Filipinas para trabajar por el bien común de dos naciones hoy hermanadas. Un hombre que volvió para mostrarse como orgullo de sus conciudadanos. Que trabajó por la paz, y vivió hasta su muerte por ella.
                Ante esta sarta de embustes, la respuesta de los otros tres pesos pesados del evento fue dispar; Luis Salcedo apenas pudo evitar una risa cínica; Nats Signey entornó los ojos, pero no dejó que sus pensamientos se exteriorizaran a flor de piel; y Natalia, por supuesto, mantuvo una media sonrisa discreta. Los tres sabían la verdad al completo. Los cuatro, incluyendo el orador, casi hubieran podido recitar de memoria el monólogo que consigo mismo había recitado Roberto de la Cruz en su diario. Un monólogo que estaba escrito en líneas temblorosas, torcidas, como si supiera que en cualquier momento fuera a ser interrumpido. De hecho, había un equívoco borrón que dejaba muchas dudas sobre lo que había ocurrido mientras se hallaba redactando la sección final:
                <<Cuando yo llegué a Filipinas, descubrí que mi gobierno me había traído aquí no para administrar algún recurso vital de la ciudad de Manila, como yo presumía, en absoluto. Lejos todavía de las revueltas organizadas por el Katipunan un tiempo más adelante, cuando yo ya estaba acelerando los preparativos, ahogado por el miedo, para levar cuanto antes anclas en mi regreso, en aquel momento el problema lo ocasionaban unos rebeldes indígenas que se mantenían indómitos frente a la civilización en una pequeña isla remota. Me mandaron allí bajo unas circunstancias extremas, en las que había muy poca posibilidad para negociar, o siquiera para plantearse otras alternativas. No tuve otro remedio: hubo que entrar en aquella a sangre y fuego. Hubo que matar, y se mató mucho. La maquinaria del progreso avanzó, para demostrar que el progreso no significa otra cosa que matar más rápido. Murieron muchos hombres, mujeres, fallecieron incontables niños. Pero recuerdo todavía la mirada de aquel indígena, con los ojos inyectados en una sangre que tenía cosas mejores que hacer que permanecer manando por las heridas del cuerpo: una mirada que clamaba venganza, y que volvería, de una manera o de otra, a ejercerla contra nosotros. Por eso, nada más tuve la oportunidad, cerré todos mis asuntos y huí. Huí como alma que lleva el diablo de vuelta a España donde, por el dinero ganado por aquel genocidio, mandé construir esta casa, edificada como una fortaleza indestructible, especialmente en la parte del salón principal, que debía permanecer inexpugnable frente a cualquier ataque, ya fuera por parte de un espectro o de un humano…>>.
                Conforme los herederos del aristócrata lo leían, les daba la sensación de que su antepasado no estaba hablando de una presencia etérea sino, más bien, de una muy presente y real.
                <<… porque yo sabía que, tarde o temprano, en mi persona o en la de mis descendientes, de una manera o de otra, ellos retornarían para vengar…>>.
                En el preciso instante en que los inauguradores de aquella casa pensaron a la vez en ese párrafo, casi al unísono, de un pasillo de la mansión que justo el momento antes se hallaba vacío se materializó, entre las losetas de piedra y el artesonado, un filipino nativo. Armado de su arco y sus flechas, y contemplándolo su nuevo emplazamiento con cara de estupefacción. Al menos, hasta que sus ojos captaron la presencia de un cuadro pintado al óleo donde reconoció, con claridad, el rostro arrogante de su adversario.
                A los pocos instantes –pero fue como si no hubiera transcurrido ninguno- aparecieron igual de mágicamente sus compañeros. Entonces ninguno de ellos dudó sobre por qué se encontraban allí. Se hicieron una señal entre ellos, recordando en los ojos de los otros cuál era su anhelo mayor.
                Cargaron con entusiasmo, en dirección al salón principal.

*                                            *                                             *

                El descendiente de Roberto De la Cruz, con el mismo nombre y apellido que él, se hallaba realizando el brindis cuando resonaron los pasos cual cabalgada de horda mongola.
                Pero no fueron conscientes de lo que ocurrían hasta que el primer flechazo se asestó sobre el cuerpo de uno de los camareros del catering, directamente en su cabeza.
                En realidad, no podían decir que fueran conscientes; tan sólo giraron la cabeza y se encontraron a unos indígenas semidesnudos corriendo hacia ellos. Un par de flechazos más (una erró el blanco; otra acertó a un chico joven de pelo pajizo en el tórax) fueron necesarios para persuadirles de que aquello no era una pesadilla o una alucinación, o que si lo era, se trataba de una muy real. La mayoría salieron corriendo a ocultarse detrás de los sillones y las mesas, derramando bandejas y copas en su delirante huida; unos pocos tuvieron la presencia de ánimo de cerrar las puertas, justo antes de que uno de los asaltantes arrojara con brío una larga lanza cuyo resonante sonido al enclavarse en la madera hizo retumbar ambas hojas de la entrada. Tan sólo un par –entre los que se contaban Luis Salcedo y De la Cruz- tuvieron las suficientes luces como para bloquear los pomos de la entrada utilizando la larga mesa que había servido para que los ponentes del evento se sentaran a beber y a hablar como seres civilizados sólo cinco minutos antes.
                -¡Me cago en Dios!-exclamó el político-. ¿Tú has visto lo mismo que yo?
                -Verlo lo he visto, pero todavía no sé si creérmelo.
                -¿Qué puñetas es esto?¿Un puto carnaval?
                De la Cruz volvió la vista hacia el chico joven que se moría y empapaba con su sangre la alfombra. Un par de chicas de vestidos blancos, casi nupciales, le rodeaban –debían ser las mujeres de su vida: amigas, primas, hermanas, puede que una novia, tal vez una chica a la que él aspiró pero nunca se atrevió abordar- y trataban de infundirle ánimos a la vez que taponaban la herida. Sin embargo, era inútil; el chico entraba en convulsiones y ponía cara de “pero qué coño he hecho yo para merecer esto”, de incomprensión ante lo que estaba ocurriendo, mientras las chicas chillaban y pataleaban de pura desesperación como si con ello pudieran revertir lo que pasaba, que era que su rostro se estaba volviendo lívido y la vida abandonándole cuanto más su corazón se empeñaba en borbotear. Cuando al fin sus tribulaciones cesaron, su rostro se quedó rígido y las chicas asumieron por primera vez lo inevitable, prorrumpieron en un llanto histérico mientras se abrazaban entre ellas, se tocaban la cara, y sus pieles perfectas iban tiñéndose con el color que ya había manchado sus vestidos, el fresco y rojo color de la joven sangre de su amigo…
                -A decir verdad, si es un carnaval, me resulta demasiado realista, y no tiene ni puta gracia.
                Mientras tanto, al otro lado de la puerta, resonaba el estrépito de lo que hubiera simulado una tormenta de granizo espectacular de no imaginarse los presentes que, al otro lado, lo que se clavaban eran hachas, flechas y puntas de lanza. De la Cruz agarró el pomo de la puerta con fuerza, temiendo que fuera a ceder en cualquier momento; a pesar del mueble que habían interpuesto, a pesar del cerrojo que acababa de correr, a pesar de que sabía que la puerta tenía un revestimiento interior de hierro, no las tenía todas consigo de que no acabara por ceder frente al empuje de aquellos bárbaros.
                -¿Están diciendo algo?¿Lo oís?¡Se están dirigiendo a nosotros!-exclamó Natalia, tratando de poner algo de orden en el caos donde se habían visto inmersos. Todo el mundo acalló los gritos en los que habían prorrumpido histéricos desde que se inició aquello, y en el otro lado, como respuesta quizás al súbito silencio, cesó el sonido de las armas. Tan sólo se escuchaba una voz, grave y colérica, soltando un discurso en un idioma ininteligible. Nats Laurel apoyó la oreja en la puerta. Su semblante moreno iba volviéndose de un tono verdoso conforme traducía.
                -Están hablando… en un dialecto indígena filipino… No lo conozco exactamente, pero se parece a otro del que sí… Dice…
                Se mostraba ojiplático.
                -Dicen que van a vengar la afrenta que Roberto De la Cruz infligió sobre ellos. Dicen que van a entrar y que van a pasarnos a cuchillo. A todos los que haya aquí adentro, sean viejos, jóvenes o espíritus.
                Se notaba que la garganta se le estaba resecando por la forma en que tragó saliva.
                -Dice que, antes o después de hacerlo, nos violarán… y que en algún momento también, nos partirán por la mitad…
                Roberto trató de serenarse. Controlando el temblor de mandíbula, solicitó al filipino:
                -Pregúntales quiénes son.
                Costándole mucho reprimir el temblor, Nats Laurel consiguió ahondar en el fondo de su memoria para hilar las palabras en aquel dialecto casi muerto y olvidado y traducir la cuestión que le habían transmitido. La respuesta se hizo de rogar, manteniéndose unos segundos inquietos en los que, en aquel lado de la puerta, se contenía la respiración. Nats parpadeaba espantado.
                -Dicen que los que vienen aquí deben de ser los fantasmas (pues recuerdan, con vívido detalle, el instante en que han fallecido) de los hombres que Roberto De la Cruz mató en la isla donde ellos nacieron y en la época en que ellos vivieron. Las cuales, según decían los invasores, era el archipiélago de Filipinas, en el año de gracia de mil ochocientos…
                No tuvo oportunidad de terminar, pues una señora se desmayó.

lunes, 16 de julio de 2018

La historia corta de julio: "Snif snif"

Un regalo de mi musa, que ahora os regalo a vosotros. Que lo disfrutéis:


A Victoria no le gusta ir al oftalmólogo, porque se sienta muy cerca de ella y huele raro, como el armario del abuelo José y a mamá por las mañanas. Además, de vez en cuando le pone unas gotas muy molestas en los ojos y se pasa horas sin ver bien, ¡y eso que lee hasta la última fila antes de que le engorrine los ojos con esa guarrería!


Hoy le ha tocado a medio día, y se ha pasado las clases de la tarde jugando a adivinar cuales eran sus compañeros por la forma de andar y de reírse. Para su sorpresa, acertaba más de lo que pensaba, se ve que sin saberlo se fijaba en más cosas de lo que creía. Le gustó esa idea, así que al volver a casa en el autobús, en vez de esforzarse por ver a través de la neblina que empezaba a disiparse, cerró los ojos y escuchó. Pero su plan tenía una laguna, muchos de sus compañeros de transporte iban en silencio, y, aunque localizó a la señora que siempre lleva bolsos grandes porque iba chillándole a su marido por teléfono y al "Señor Adolfo" porque el conductor siempre le saludaba así (aunque ella estaba segurísima de que se llamaba Juan, tenía cara de Juan ), le quedaba mucha gente por ubicar. Se dio cuenta de que durante un rato le estaba haciendo cosquillas en la nariz el tufo a mapache muerto que emanaba siempre el hombre de las zapatillas azules, del que intentaba alejarse lo posible porque se bajaba aún más tarde que ella y tenía que aguantarlo todo el camino.¡Oye! Si se esforzaba un poco, podía oler también el bocata de nocilla del chaval del instituto rival que se sentaba en la última fila y le daba hambre. ¡Y el aroma a libro tiene que ser de la morena de gafas que se muerde las uñas y siempre se pasa de parada! Así hubiera seguido localizando a los pasajeros si Damián, el conductor, no le hubiera gritado :"¡Victoria, que vas en Babia!¡Tu parada!".Abrió los ojos y parpadeó para arrancar el resto del dilatador, bajó de un salto y decidió que ese nuevo mundo olfativo había llegado para quedarse

lunes, 9 de julio de 2018

Los libros de julio: recomendaciones para pasar el verano.

Playa, mar de fondo, sombrilla, tumbona y libro (o ebook) abierto en medio del calor. O en medio de la montaña, de un jardín tropical, de un bungalow en la selva. Un amigo me dijo que había empezado uno de mis libros en Barcelona y planeaba terminarlo en un enclave mítico de Nueva York. Cualquier sitio es bueno para enganchar una lectura que nos cautive y nos transporte a un lugar completamente distinto al que nos encontramos, o tal vez a un rincón ignoto de nuestra propia alma. ¿Os hacen falta libros este verano? Quizás podáis atrapar alguno de éstos.

Recomendaciones intemporales:

-"Fundación". Ahora que la serie "Westworld" ha puesto de moda otra vez la ciencia ficción filosófica, y que Johnathan Nolan lleva adelante el proyecto de trasladar esta heptalogía de novelas a la televisión, es un buen momento de leer o releer el primer volumen de la saga de Isaac Asimov, donde se discute el destino de nuestra galaxia y el poder de las decisiones individuales y colectivas dentro de ella.

-"El Napoleón de los ladrones. Vida y andanzas de Adam Worth, el auténtico Moriarty", de Ben Macintyre. En esta obra de ensayo se nos describe la vida de Adam Worth, una experta mente criminal que tuvo en jaque a la policía de Inglaterra y que, según dicen, sirvió de inspiración para el archienemigo de Sherlock Holmes. La historia se centra especialmente en el robo de una pintura recién descubierta, cuya desaparición escandalizó a la sociedad de su tiempo.

Relativamente recientes:
-"La corona del pastor". Es difícil recomendar la última novela de una saga de 41 libros, una de las pocas que es imposible leer de manera independiente dentro de la misma, y que además el genial Terry Pratchett (aquejado en el momento de su muerte de una enfermedad degenerativa) tuvo dificultades para terminar. Pero el final del "Mundodisco" de Terry Pratchett es, como todas sus historias, brillante y preclara, humana e inteligente, cargada de humor y combativa, quizás no tan aguda y redonda como el mejor de sus libros, pero tan impactante en sus conclusiones que incitará sin duda a leer los otros cuarenta. O podéis empezar la saga desde el principio.

-"¿Qué hace mi gato cuando no estoy?", de Caroline Paul. Para terminar, un libro sencillito, ameno y divertido que hará las delicias de los amantes y detractores de los gatos. Cuando Caroline, escritora y amante de los gatos, sufre un accidente y su pareja Wendy (ilustradora del libro, lleno de simpáticos dibujos) acude a cuidarla, las cosas pintan oscuras, pero se pone aún peor cuando el gato de Caroline desaparece durante bastante tiempo. El retorno del animal, lejos de reconfortarla, le sume en un estado de confusión, ¿dónde se ha metido el gato durante este tiempo? A partir de entonces, la búsqueda detectivesca por averiguar qué es lo que hace un gato en ausencia de sus dueños se convertirá en una entretenida manera de ver lo que nuestra convivencia con los felinos puede decirnos de las relaciones humanas.

Feliz verano y felices libros.

domingo, 1 de julio de 2018

La historia real de julio: una pequeña lista de científicos represaliados

En estos días en que se habla tanto de sacar de sus aposentos los cadáveres de rancios dictadores, y de recuperar los cuerpos que éstos dejaron en las cuentas, conviene recordar que las víctimas de golpes de estado, revoluciones y violencias de variado signo no se circunscriben sólo a políticos, colectivos discriminados ni a poetas (¿dónde estará el cadáver de Lorca?), sino a todos los estamentos y clasificaciones sociales de cualquier índole. En apariencia, los científicos tendrían que haberse librado en mayor medida de este descalabro: bien por su utilidad inherente (ahí tenemos a un Werner von Braun que se pasó la última parte de la guerra en un hotel de lujo en Alemania, esperando a que le capturaran sus futuros jefes de los Estados Unidos), bien porque su actividad tiende a desarrollarse en un ámbito neutral en la mayor parte de los casos. Sin embargo, hay científicos que, bien por sus ideologías particulares, bien por sus propios descubrimientos científicos, sufrieron de persecución, acoso y hasta asesinato por parte de poderes fácticos y autoridades. Aquí hay una pequeña lista que engloba a algunos de ellos:

-Antigüedad: uno de los casos más conocidos de esta enumeración es el de Arquímedes. Según la leyenda (que contiene visos de veracidad), Arquímedes habría intervenido en la defensa de la ciudad griega de Siracusa respecto al sitio a la que la habían sometido los romanos. Uno de los ingenios que habría empleado (descrito por Polibio) era la "garra de Arquímedes", una especie de mano de hierro que inclinaba a los barcos y permitía que accediera agua a su interior. La otra gran estrategia (mucho más controvertida en cuanto a su verosimilitud) sería la de emplear espejos para crear un rayo de calor que incendiara las naves enemigas. Sea como fuere, cuando los romanos entraron en la ciudad (narra el mito) uno de los soldados romanos se encontró a Arquímedes haciendo cálculos sobre la arena. Como el legionario no era consciente de quién era el sabio -ni tampoco de que había órdenes explícitas de no hacerle daño- y como el inventor y matemático se mostrara desdeñoso respecto a la presencia molesta del soldado, éste le mató con su espada, para gran disgusto de su oficial superior cuando se enteró. No es para menos: se dice, entre otras cosas, que Arquímedes estuvo muy cerca de crear el cálculo diferencial que más tarde desarrollarían por separado Newton y Leibniz, y que si algo se lo impidió fue la dificultad de trabajar con los enrevesados números griegos. También a raíz de varios reportajes y de la fantástica película "Ágora", de Alejandro Amenábar, es famoso el asesinato de Hypatia, matemática y directora de la Biblioteca de Alejandría que fue (probablemente) violada y (sin duda) descuartizada por orden del obispo Cirilo, quien pretendía eliminar todo vestigio de paganismo en oposición a la fe cristiana que él representaba, culminando con ello la labor de destrucción de la mítica Biblioteca de Alejandría.


-Con la iglesia hemos topado: Hypatia fue uno de los primeros borrones en el debe de la iglesia, durante un período en el que se destruyó intensamente tanto ciencia como arte y literatura, pero incluso cuando el cristianismo se convirtió una religión asentada en la sociedad, las persecuciones siguieron adelante contra todo aquel que osara contradecir sus dogmas. También en el terreno científico. El caso de Galileo Galilei, obligado a abjurar de sus teorías astronómicas, es el más popularizado, pero no el que peor terminó. Lluis Alcanyís y García de Orta fueron ejecutados por la Inquisición debido a sus orígenes judíos (el primero en Valencia, el segundo en Portugal). Relevantes también son los casos de Lucilio Vanini, quien teorizó mucho antes que Darwin la evolución de las especies y que fue condenado por ateísmo, y del visionario Giordano Bruno, que anticipó entre otras cosas la existencia de otros planetas donde, según él, podría haber otras criaturas inteligentes aparte de nosotros -lo último se da quizás erróneamente por supuesto-. Ninguno de ellos tenía una visión del supremo hacedor absolumente equivalente a la de la Iglesia (lo cual no quiere decir que no fueran creyentes ni cristianos; Vanini creía en el Dios como una fuerza conductora, mientras que Bruno se definiría como panteísta), y por ello fueron ajusticiados. No sólo en el área del catolicismo encontramos mártires. El aragonés Miguel Servet, descubridor de la circulación menor, mantenía una agria disputa teológica con el protestante Calvino a cuenta de la Santísima Trinidad. Ingenuo, Servet acudió a Ginebra, donde Calvino había establecido su sede teocrática, para hacer las paces. No salió vivo de allí: la madera en la que prendieron su hoguera estaba mojada a causa de la lluvia y tardó horas en quemarse. Una valiente apología de él fue escrita por Castelio y reflejada por Stefan Zweig varios siglos más tarde.


-Las revoluciones políticas de la Edad Moderna se cobraron también sus víctimas: algunas por haberse involucrado de manera directa en las mismas, y otras no tanto. Francisco José de Caldas era un multifacético colombiano que, cuando Napoleón invade España, ve con buenos ojos (como muchos de sus compañeros) expulsar al virrey español que tomaba lo mejor de las colonias y se lo reservaba para la metrópoli. Los conspiradores encuentran un buen lugar para realizar sus reuniones en el Observatorio Astronómico de Bogotá que Caldas dirigía pero, descubierta la conjura, los rebeldes se ven obligados a huir y Caldas colabora como ingeniero militar en muchas de las siguientes batallas. Capturado por sus enemigos, a pesar de su erudición, el militar español que condena a Caldas niega el indulto bajo la frase: "¡España no necesita de sabios!". Mientras le conducen al lugar de la ejecución, dibuja en una pared la letra griega θ, que se asocia con la frase "Oh, larga y negra partida". Muere acribillado por los disparos. Similar suerte corrió Antoine Lavoisier, el padre de la química moderna, y que en la Francia pre-revolucionaria fue conocido por dos motivos: 1) demostrar la ley de la conservación de la masa, desmontando la hasta entonces establecida teoría del flogisto y 2) participar también en teorías económicas, mejorando el sistema de recaudación de impuestos. Estos impuestos eran los que exprimían a las clases populares y, por tanto, los que trabajaban en estas actividades fueron tremendamente vilipendiados por la Revolución Francesa cuando ésta triunfó. De hecho, en la ejecución de Lavoisier se ha querido ver un enfrentamiento pasado contra Marat, líder del movimiento revolcuionario que fue ridiculizado por Lavoisier años antes en el campo de la química, pero lo cierto es que, a lo largo del período revolucionario, todos los individuos destacados en relación con el cobro de impuestos fueron guillotinados. El juez del tribunal que le condenó proclamó (de manera muy similar al militar que negó el indulto a Francisco José de Caldas) que "Francia no necesita ni de sabios ni de químicos".


-En ocasiones, de quien has de guardarte no es de los individuos ajenos, sino de tus propios colegas. Semmelweis, de quien hemos hablado colateralmente en cierta ocasión, era un médico húngaro en Viena que descubrió la asociación entre fiebres después del parto y el hecho de que los médicos trataran a las madres después de haber tocado a los muertos en la sala de autopsias, así que recomendó el lavado de manos para prevenir los fallecimientos causados por dichas fiebres. Sus colegas le desprestigiaron (aludieron a su origen húngaro para despreciar su teoría), perdió su trabajo y su reputación, y acabó tan dolido por el rechazo que se dice que, para demostrar su hipótesis, se hirió con un bisturí procedente de una sala de autopsias, provocando una infección que le causó la muerte (nota: leyendo más sobre el tema, descubro que esta historia es una leyenda, pero que durante mucho tiempo fue aceptada. Aún así, parece claro que la muerte de Semmelweis se produjo tras los malos tratos recibidos en un sanatorio mental, al que ingresó después una serie de actos de locura influidos seguramente por el gran tormento personal que le causó el rechazo de la comunidad científica). Otro caso paradigmático es el de Daniel McFarlan Moore: varios científicos han muerto asesinados en diversos países (sobre todo, regiones tercermundistas) por individuos que les asaltaban en el auto, en la calle, o en su casa. En el caso de Moore, sin embargo, su asesino era un compañero de profesión en paro que explotó de rabia al ver que el primero se le había adelantado con la patente de un invento.


-Si los estados y las organizaciones sociales pueden matarte, no está tampoco libre de peligros el que se deja engullir por la naturaleza para aislarse de la sociedad. Aunque, en la mayor parte de las ocasiones, más que los insectos o las serpientes, la amenaza procede de otros hombres. Dianne Fossey (muy conocida por su semblanza biográfica en la película "Gorilas en la niebla") fue asesinada por cazadores furtivos por querer proteger a los gorilas a los que estudiaba y con los que convivió. El naturalista boliviano Noel Kempff Mercado cometió el error de aterrizar su avioneta en un lugar dominado por un cártel de la droga y fue asesinado; sólo un compañero suyo español sobrevivió, y el hecho de que relatara su historia cambió en Bolivia la percepción del narcotráfico e incrementó la lucha contra el tráfico de drogas. Muy irónico también es el caso del entomólogo británico Ernest Gibbins, quien pretendía ayudar a la población indígena analizando muestras biológicas (con el objeto de contribuir a la cura de la tripanosomiais y la fiebre amarilla) pero murió lanceado porque sus sujetos de estudio pensaban que iba a utilizar su sangre para hacer brujería.


-Meterse en proyectos militares tiene también sus inconvenientes. Ya hablamos en su día del físico Oppenheimer, que no fue asesinado pero sí degradado y apartado de todo proyecto en medio de la histeria anti-comunista generada por el senador Joseph McCarthy y su "caza de brujas". Pero algunos casos llegan hasta el extremo: el físico iraní Yahya El Mashad fue asesinado en su casa de manera misteriosa, aunque todo el mundo sospecha que la orden la dio Barack Obama para evitar que Irán desarrollara su programa nuclear. En cuanto a Gerard Bull, era un ingeniero canadiense que había trabajado en numerosos proyectos de defensa de varios países, pero se cree que la acción que causó su muerte fue desarrollar un nuevo tipo de misiles para el Irak de Sadam Husseim, lo cual atrajo la mirada y la condena del servicio secreto israelí del Mossad.


-Las dictaduras son un mal momento para el pensamiento independiente. El monolítico pensamiento único soviético no admitía disidencias de ningún tipo, y entre sus múltiples víctimas también se hallaban investigadores, e incluso corrientes científicas. Por ejemplo, el darwinismo era considerado demasiado capitalista y el lamarckismo (hoy científicamente invalidado, salvo en algún caso muy concreto), más acorde con las teorías comunistas. Entre purgas soviéticas de ida y vuelta, tanto los defensores como los detractores de ciertas teorías acabaron engullidos por la maquinaria de la detención o el gulag (en ocasiones, los mismos instigadores de las purgas fueron a su vez purgados). Tampoco tenemos que irnos muy lejos: en España, la mayor parte de los científicos hubieron de huir con el golpe de estado de 1936, y muchos de los que se quedaron (entre ellos, un discípulo de Cajal) fueron depurados. Hoy, se han iniciado proyectos de recuperación de memoria histórica para rescatar su labor. Incluso en democracia, puede haber asesinatos a científicos por razones políticas a causa del terrorismo, esa forma de hacer dictadura cuando no se dispone de los resortes del estado (y viceversa): José Ramón Muñoz Fernández era un internista asesinado por los GRAPO por proporcionar alimentación forzosa a dos de sus miembros en huelga de hambre, una actuación que decidió, en última instancia, el Tribunal Constitucional.


Dicen que, por cada niño con potencial que fallecece sin oportunidades en el Tercer Mundo, perdemos un Einstein o una Marie Curie. En los casos que hemos narrado antes, conviene refrescar la cita que enunció el sabio Lagrange a propósito de la muerte de Lavoisier: "Sólo ha hecho falta un instante para cortarle la cabeza; pero Francia no será capaz de producir otra semejante en un siglo".