Max Perutz (1914-2002) fue un destacado investigador en el campo de la bioquímica. De hecho, fue -casi al unísono con uno de sus colaboradores- el primero que desentrañó la estructura molecular de una proteína compleja, la hemoglobina, cuya forma acabó resultando básica para entender su funcionamiento. Por otro lado, Max Perutz era un apasionado de la ciencia en todas sus áreas, y un entusiasta divulgador científico. En su laboratorio se juntaban físicos, químicos, expertos en biología molecular y genetistas, una productiva macedonia de científicos donde tuvieron la oportunidad de juntarse entre otros Francis Crick y James Watson (sí, ese mismo Watson al que pusimos a parir aquí) para dedicarse a desentrañar la estructura del ADN. En un momento determinado, a Max Perutz le preguntaron cómo era posible que en su laboratorio se hubieran concentrado tantos genios juntos, y él respondió humildemente que había sitios más interesantes al respecto, como el París de los impresionistas y la Florencia del Renacimiento; pero lo cierto es que la primera mitad del siglo XX (a la cual se dedica buena parte del libro del que vamos a hablar) fue un tiempo fecundo y vibrante, en el que muchas disciplinas estaban naciendo o en su período de máximo florecimiento, donde los mayores descubrimientos estaban por lograr, a pesar de todas las dificultades (los que hemos trabajado en la ciencia actual solemos decir que nos hubiera gustado hallarnos esa época en que nadie se había dedicado a estudiar los grandes secretos del universo, aunque seguramente nos desesperaríamos ante las limitaciones técnicas), y determinadas ramas del conocimiento se hallaban tan interrelacionadas que podía producirse que un físico cambiara su área de estudio a la biología, o incluso creara una nueva rama, todo ello mezclado con múltiples motivaciones ideológicas, personales y que se cruzan con el devenir de la historia, como ocurre con los personajes del libro de Max Perutz, quien no se priva de revelar anecdóticos e íntimos detalles sobre la vida de los científicos sobre los que deposita su lupa, demostrando que los científicos no vienen sólo con un manual de laboratorio, sino acompañados de toda una vivencia personal. Y Max Perutz (quien conoció personalmente a muchos de los individuos de los que trata en su libro, participó en la creación de hoy poderosas instituciones científicas europeas y también quien, en la ceremonia de entrega de su Nobel, se encargó de explicarle la estructura del ADN a la reina de Inglaterra) quizás sea el autor más apropiado para traer este hecho a colación.
El libro (titulado así por la expresión que le soltó uno de sus jefes cuando Max Perutz le confesó que había realizado un descubrimiento después de cabrearse por no haberse percatado de un detalle antes) es una recopilación de ensayos escritos por Max Perutz en diversas revistas divulgativas alrededor de la ciencia y los científicos, algunos de ellos escritos como reseñas de biografías o de libros que tratan en profundidad sobre estos temas, en muchos casos citando de primera mano las impresiones de los protagonistas. Dichos textos originales tienen todas las orientaciones posibles, desde la autobiografía de Jacob donde traza un paralelismo entre su evolución personal y la de su Francia natal a través de las vicisitudes del siglo XX, hasta una crítica biografía contra Pasteur que Perutz (que no se corta en expresar sus reflexiones personales, con algunas de las cuales estaremos más de acuerdo que con otras) rebate para restablecer el prestigio del químico francés. A lo largo de estos textos, la figura clásica del científico se desvanece para dar cabida a variopintos individuos con una amplia diversidad de caracteres y acontecimientos vitales: desde el religioso y conservador Avery, que a pesar de todo lideró una revolución científica, hasta los sacrificios que tuvo que realizar el descubridor del método de transmisión de la malaria -diseccionando insectos en la India sin aire acondicionado para no dañar sus órganos, e investigando la malaria aviar cuando le restringieron el acceso a pacientes humanos-, pasando por el "Gran Sabio" Bernal, el maestro de Perutz, cuyo interés por la ciencia era motivado entre otras cosas por su adhesión a las ideas comunistas, o Fritz Haber, el inventor de un fertilizante el cual no tuvo reparos en que se empleara para la guerra química durante la Primera Guerra Mundial, para observar cómo en la Segunda su propio país le rechazaba por su condición de judío, y su familia era gaseada gracias a una maligna creación, inspirada en uno de sus insecticidas. A lo largo del libro, se nos desgranan las personalidades y cuitas de individuos tan destacados como Max Planck, Werner Heisenberg o Linus Pauling, muchos de ellos con vidas de novela, y tan rocambolescas como sus descubrimientos científicos, siendo sorprendente la cantidad de grandes logros que tuvieron lugar a partir de experimentos fallidos o interpretaciones erróneas (algunas de las cuales recibieron incluso hasta premios Nóbeles). Quizá el capítulo que uno espera más jugoso, en el que habla acerca de sus estudiantes Watson y Crick, resulta uno de aquellos en los que menos entra, aunque tampoco se recata en desvelar intimidades o contrastar declaraciones de sus antiguos colaboradores -por otro lado, apenas le dedica un par de líneas Rosalin Franklin, y eso que tiene varios capítulos dedicados a mujeres investigadoras-. Entre los muchos obstáculos en el camino de los científicos, hay uno que destaca, por supuesto, por encima de los demás: la guerra, y en concreto la Segunda Guerra Mundial. Interfirió carreras, las cambió de rumbo, llevó a científicos a colaborar con el ejército, puso en graves dudas morales a aquellos pacifistas que se vieron obligados a trabajar para la Alemania nazi -aunque otros no tuvieron reparo en hacerlo-, mientras que los individuos que habían nacido en países fascistas y vivían en naciones aliadas (como el propio Max Perutz, de origen austríaco, quien fue internado en campos de concentración en Reino Unido y Canadá debido a su condición) se vieron entre la espada del temor a que triunfaran los regímenes de Hitler y Mussolini, y la pared de sus países de acogida, que los consideraban poco menos que potenciales espías. Interesantes relatos acerca de la carrera por la bomba nuclear, así como el arrepentimiento de muchos que fueron indispensables para su creación, se nos muestran la vez que se despliegan un buen número no sólo de premios Nóbeles, sino de científicos que se lo merecieron aunque no lo obtuvieran, o de genios inspiradores que no culminaron en ningún gran descubrimiento concreto pero fertilizaron con buenas ideas tantas mentes ajenas, que varios campos de la ciencia les guardan un inmenso reconocimiento. El libro de Perutz fue un éxito editorial cuando se publicó, y posteriormente se realizó una ampliación que incluía nueve ensayos adicionales -incluyendo una semblanza de los primeros años del genial Oliver Sacks- y una reseña biográfica sobre Perutz, fallecido poco tiempo antes. Subtitulado "Ensayos sobre la ciencia, los científicos, y la humanidad", lo cierto es que el libro hace un buen repaso a cómo funciona el mundo de la ciencia, las motivaciones humanas, la filosofía de la ciencia y los derechos humanos, y también del mundo en general el período de guerra -incluyendo la narración de los días iniciales de Churchill como Primer Ministro- y guerra fría que les tocó vivir a tantos individuos en aquella época, contado desde un punto de vista que en general compartimos, aunque en algunos casos da la sensación de que la subjetividad de Perutz -a pesar de su amplitud de miras, y su intención de mantenerse estricto al dogma científico de "me creeré lo que me digan las pruebas"- le marca demasiado ciertas conclusiones. Consideraciones aparte, es un libro muy instructivo y ameno de leer, salvo por un problema, y es que no parece (o al menos yo no lo he encontrado) que se halle traducido al castellano. Aún así, espero que los angloparlantes aprendan de él, y en todo caso presionemos para que lo traduzcan cuanto antes.
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