Bajo el influjo bienhechor de la Compañía, nuestras costumbres están saturadas de azar. El comprador de una docena de ánforas de vino damasceno no se maravillará si una de ellas encierra un talismán o una víbora; el escribano que redacta un contrato no deja casi nunca de introducir algún dato erróneo; yo mismo (…) No se publica un libro sin alguna divergencia entre cada uno de los ejemplares. Los escribas prestan juramento secreto de omitir, de interpolar, de variar.
Jorge Luis Borges. La lotería de
Babilonia.
Basado en una idea original de @agmayan.bsky.social
Todo
empezó como suelen comenzar tantas cosas: de manera inadvertida, a la manera de
anécdota. Dos amigos discutiendo sobre las diferentes interpretaciones del
final de un libro: la discusión va subiendo de nivel, hasta un momento en que
se vuelve hasta agresiva. De repente, el grupo de compañeros (un poco harto de
aquella situación, porque el plan original era irse a comer unos helados)
interviene y alguien pregunta:
-Pero
a ver, exactamente, ¿cuál es el final?
Uno
de los interlocutores de la discusión se lo explica. El otro replica,
furibundo:
-¡Pero
no!¡Así-no-es!-pronuncia de manera muy destacada cada palabra.
Los
dos debatientes vuelven esa tarde a sus casas para recuperar el ejemplar del
libro que alojan en sus respectivas bibliotecas. Al día siguiente, los dos
aparecen en la reunión grupal mostrando los ejemplares que les dan la razón… a
ambos.
Como
eso no es posible, los amigos miran la última página de sendos libros: y, en
efecto, no se trata del mismo final.
-¿Pero
esto qué es?¿Una errata?-pregunta una chica.
-No
sé si una errata puede consistir en varios párrafos -argumenta otra.
-Me
está empezando a recordar a la historia de “La naranja mecánica”. Eso de que el
libro original tenía un último capítulo adicional que el editor borró y que,
según el autor, cambiaba todo el sentido de la historia. De hecho, Kubrick hizo
la película a raíz de esa versión amputada, de la que el escritor siempre
renegó.
-A
ver, no nos desviemos del tema. ¿Cuál es el libro “de verdad”?-intervino uno de
los contendientes en la discusión-. O dicho de otra manera, ¿cuál es la versión
“buena”?
-Esto
¿dónde se mira?¿En Internet o…?
-En
Internet te puedes encontrar cualquier cosa. Le preguntas a ChatGPT y te da dos
finales alternativos. Mejor vamos a una biblioteca.
Pero
ahí es cuando llegó la sorpresa mayor: porque encontraron las dos versiones del
mismo libro. Aparentemente la misma edición, misma portada, todo igual… salvo
el final modificado.
-Gente,
esto sí que hay que subirlo a Internet. Debe de haber más gente que lo haya
visto. Y, si no, esto tienen que saberlo.
La
cuestión es que, cuando la verdad emergió (a través de redes sociales primeros,
y luego foros, tertulias, programas de televisión). se dieron cuenta de que no
se trataba exclusivamente de ese libro o de aquella edición. Afectaba a un gran
número de textos: volúmenes que habían empezado a aparecer y que tenían
versiones duplicadas, donde la única diferencia era el final. Las editoriales
decían desconocer el origen de aquel fallo, si se trataba de un error de
impresión o de una modificación intencionada. En algunos casos, era difícil
discernir a qué textos afectaba aquel fenómeno, porque, con mucha frecuencia,
la gente tardaba horas en darse cuenta de que aquellas dos narraciones tan
distintas que estaban comparando eran, en realidad, el mismo libro, sólo que con
una conclusión tan reformada que parecían dos historias diferentes.
En
otras ocasiones, en cambio, eran los propios autores los que contribuían a la
confusión, ya que, al ser interrogados por el asunto (que solía iniciarse con
la pregunta: “¿cuál es el final de verdad?”), los escritores
contrarreplicaban -incluso con cierto cálculo-: “¿Cuál te ha gustado más a
ti?”. De hecho, no era raro que editores y agentes jugaran al despiste,
sabiendo que la gente iba a comprar el doble de libros, tratando de desentrañar
cuál era el punto y final auténtico. Aquello fue particularmente caótico en el
caso de ciertas sagas con un fandom muy acusado, pues buena parte de las
discusiones se centraron en cuál era el final oficial que debería incluirse en
el canon de los libros, o si esas discrepancias (en ocasiones sutiles, en otras
de calibre más grueso) iban a influir a la hora de plantear las secuelas de las
diversas tramas.
Aquello
empezó a afectar no sólo a los libros modernos, sino también a los clásicos; en
algunas circunstancias (con libros muy desconocidos de los que pocos eruditos
recordaban los detalles), tuvo que recurrirse a expertos en literatura de
variados campos para tratar, al menos, de fijar un texto definitivo que
pudieran seguir los estudiantes. En otras ocasiones, como con el último párrafo
del Quijote, hubo arduas discusiones -sobre todo entre la escuela europea y la
americana- sobre si el nuevo era o no mejor final. Con el tiempo, llegó a haber
versiones duplicadas de las páginas relativas a las sucesivas obras, en
enciclopedias físicas o digitales. Durante meses, se extendió el temor a que
esto afectara también a los productos audiovisuales, y de repente se duplicaran
películas y series, modificando completamente el sentido de los spoilers, y
abriendo divergencias infinitas e irreconciliables entre los fans.
Sin
embargo, con lo que más se terminó de volver loco todo el mundo fue con el
hecho de que se dieron cuenta de que aquello no se trataba de la acción de un
individuo o grupo anónimo que se estaba dedicando a sabotear desde dentro el
mundo literario: sino que aquellas modificaciones estaban surgiendo de manera
automática, por parte de una fuerza desconocida, que ningún ser humano era
capaz de controlar.