"El mundo de ayer" nació con la intención de ser un libro de memorias. Pero no una biografía individual de su autor, Stefan Zweig, conocido no sólo como creador de ficción, sino sobre todo por sus ensayos históricos con un ritmo vertiginoso y apasionado que los hacían tan interesantes como una novela; tampoco pretendía centrarse especialmente en el tremendo éxito de crítica y público que llegó a alcanzar este autor (y sigue teniendo) hasta los años 30 del siglo pasado. Sobre todo, "El mundo de ayer" es la historia de una generación. Quizás la más vapuleada de la historia, y con la que, hoy en día, la nuestra puede encontrar un mayor número de semejanzas; factores todos estos que puede que nos ayuden en mayor medida a comprender a qué monstruos del pasado nos enfrentamos y cuáles del futuro nos van seguramente a acechar.
Perteneció Stefan Zweig a un mundo que nació con el siglo XIX y se enfrentó a dos guerras mundiales; nació en una época donde, en relación con la nuestra, muchas cosas estaban prohibidas (el sexo era un tema tabú: la iniciación sexual incluía una serie de formas de prostitución encubierta que ahora nos resultarían inconcebibles), pero en cambio había absoluta permisividad en otras. Stefan Zweig se declara consternado al recordar con añoranza cómo -en contraste con los últimos años que le tocó vivir-, antes era impensable que la policía pudiera entrar en tu casa porque había pocas cosas más inviolables que los derechos individuales, y existía una total libertad de desplazarse por todo el mundo, sin necesidad de visados, papeles u otras ordenanzas que coartaran la posibilidad de viajar. Stefan Zweig perteneció a ese entorno que evolucionó rápidamente y, al hacerlo, se codeó con algunas de las figuras intelectuales más relevantes del momento, como Freud o los padres del sionismo: observó desde primera línea el desmembramiento de su país, el Imperio Austro-Húngaro, y asistió impotente a cómo su patria final, Austria, era ocupada por los nazis.
Pero lo que más llama la atención en esta obra de Zweig es la locura de la guerra, y el suicidio de Europa. Stefan Zweig se consideraba un hombre universal, y un profundo europeísta: como conocedor de la histoira, creía en el progreso humano como motor de cambio de los hombres, y fue una de esas personas que se quedó anonadado al contemplar cómo en una época donde él creía que las que gobernarían era la paz y la colaboración mutua, los países se embarcaban en una espiral de destrucción colectiva donde pretendieron masacrar al adversario, imponerse sobre los otros sin dejar en pie piedra alguna, y machacando de paso las esperanzas de sus propios ciudadanos. Stefan Zweig quedó profundamente decepcionado, pues creía que al menos los intelectuales serían capaz de detener esa insensatez que se denominó la Primera Guerra Mundial; pero luego se dio cuenta de que muchos de éstos también optaron partido, ensalzaron la violencia, apoyaron las cruzadas de sus naciones, y en cambio los más pacifistas o menos dogmáticos tuvieron miedo de hacerse notar, de apostar por la paz o de situarse a un lado, prefiriendo preservar la libertad individual antes de adoptar una postura que pudiera constreñirles o acarrearles consecuencias negativas. Un caso muy parecido, aunque más imposible de creer todavía, fue la Segunda Guerra Mundial: ante una ola creciente de una filosofía racista, inhumana, que acabó por hacerse ley y conquistar los corazones de los hombres y el funcionamiento de los parlamentos, el judío Stefan Zweig contempló cómo sus libros eran quemados, su nombre anteriormente conocido enterrado en el olvido, y cómo él mismo se vio obligado a emigrar hasta establecerse en Brasil, donde se suicidaría junto con su mujer un par de años antes de la invasión de Normandía por parte de los aliados, incapaz de sobrevivir a tanto dolor.
Quizás una de las cartas que envió, antes de suicidarse, a su ex-esposa, nos haga comprender medianamente su situación, y los momentos tan dramáticos por los que habría de atravesar. De una de las cosas de las que más se quejaría en "El mundo de ayer" sería de haber dejado atrás con el exilio todos sus libros:
"Querida Friderike,
cuando recibas esta carta estaré mucho mejor. En Ossining me viste mejor y más calmado, pero mi depresión ha empeorado, me siento tan mal que ya no puedo concentrarme en mi trabajo.
A ello se suma la triste certeza – la única que tenemos – de que esta guerra ha de durar todavía años y de que pasará mucho tiempo antes de poder regresar a nuestra casa. Ciertamente me ha gustado estar en Petrópolis pero echo de menos los libros, que me son indispensables para mi trabajo. En cuanto a la soledad, que inicialmente aportaba un notable apaciguamiento, se ha transformado en un pesar… También la idea que mi obra mayor, el Balzac, no podrá terminarse nunca puesto que no tengo la perspectiva de dos años de trabajo sin interrupciones, y los libros necesarios para la documentación serían difíciles de conseguir. Y finalmente está la guerra, esta guerra que nunca termina, que todavía no ha alcanzado su peor momento. Soy demasiado débil para aguantar todo esto, y la pobre Lotte no lo ha tenido fácil conmigo, sobre todo porque su salud ha empeorado también.
Tú tienes a tus hijos y con ello una tarea en la vida; tú tienes intereses varios, una inquebrantable energía. Estoy seguro de que alguna vez vivirás mejores tiempos y comprenderás por qué mi pesimismo me ha impedido aguantar más. Te escribo estás líneas en mis últimas horas. No te puedes imaginar cuán aliviado me siento desde que tomé esta decisión. Dales recuerdos cariñosos a tus hijos de mi parte y no sufras, recuerda siempre cómo he admirado a Joseph Roth o a Rieger que supieron evitar el sufrimiento.
Ten coraje, ahora sabes que estoy tranquilo y feliz.
Con mi amor y amistad,
Stefan Stefan Zweig pertenece a una generación que lideró el cambio del siglo XIX a XX: que desarrolló (y modificó con ello) un mundo de alta tecnología que podía servir para dar los mayores beneficios, pero también para matar y perjudicarnos a nosotros mismos. Frente a ello, el mundo (y sobre todo Europa) decidió apostar por el odio antes que por la paz; por los egoísmos individuales frente al beneficio colectivo; por las ideologías de la violencia y la desolación (y de colocar a un tipo de hombres por encima de otros), antes que por las se inspiraban en construir en base a la igualdad. Jugaron con el odio entre las naciones sin preocuparles las consecuencias: los dirigentes de las mismas firmaron sobre el papel acuerdos legalmente impecables (pero también injustos y hasta execrables) que determinaron el futuro de millones de personas y condicionaron futuros padecimientos en todo el mundo, y que muchos no supieron, no quisieron ver, no se opusieron (o los defendieron), o simplemente se limitaron pasivamente a acatar.
¿Nos suenan de algo todas estas cosas?¿Podemos establecer un paralelismo con el presente?
A Stefan Zweig le haría feliz saber que su ejemplo pueda servir, en esta Europa cada vez más liviana y más desnuda, más expuesta al engaño y a fanáticas teorías, para que no volvamos a equivocarnos, una vez más.
P.D. Casualidad o no, unos pocos días más tarde de escribir esta entrada, se publicó la última nota de Stefan Zweig en internet por parte de la Biblioteca Nacional de Israel. Estos días hacen 70 años desde su muerte, y coincidiendo con este aniversario han empezado a proliferar en la prensa diversos escritos recordando a esta figura, e incluso este libro que nosotros recomendamos. Y es por ello por lo que, sorprendido por el curso de los acontecimientos, lo que iba a ser "El libro de marzo" ha tenido que ser publicado en febrero (incluid en esta frase una breve sonrisa) y ha habido incluso que editar esta entrada un poco a matacaballo porque no estaba ni corregida. Espero que todo esto -y el hecho de que el nombre de Stefan Zweig, al contrario de lo que querían los nazis, vuelva a aparecer en las editoriales y en los periódicos- sirva como un estímulo adicional para descubrir (o redescubrir) a este fantástico autor, de quienes son también famosos sus cuentos, las biografías "Fouché o el genio tenebroso", "María Antonieta" o "Erasmo de Rotterdam", los ensayos "Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia" (todo un alegato en contra de los sectarismos) y "Momentos estelares de la humanidad", y tantos y tantos otros. Un saludo desde los libros. Nos leemos.
P.D. Casualidad o no, unos pocos días más tarde de escribir esta entrada, se publicó la última nota de Stefan Zweig en internet por parte de la Biblioteca Nacional de Israel. Estos días hacen 70 años desde su muerte, y coincidiendo con este aniversario han empezado a proliferar en la prensa diversos escritos recordando a esta figura, e incluso este libro que nosotros recomendamos. Y es por ello por lo que, sorprendido por el curso de los acontecimientos, lo que iba a ser "El libro de marzo" ha tenido que ser publicado en febrero (incluid en esta frase una breve sonrisa) y ha habido incluso que editar esta entrada un poco a matacaballo porque no estaba ni corregida. Espero que todo esto -y el hecho de que el nombre de Stefan Zweig, al contrario de lo que querían los nazis, vuelva a aparecer en las editoriales y en los periódicos- sirva como un estímulo adicional para descubrir (o redescubrir) a este fantástico autor, de quienes son también famosos sus cuentos, las biografías "Fouché o el genio tenebroso", "María Antonieta" o "Erasmo de Rotterdam", los ensayos "Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia" (todo un alegato en contra de los sectarismos) y "Momentos estelares de la humanidad", y tantos y tantos otros. Un saludo desde los libros. Nos leemos.
Sí, claro que me suenan...es como leer a shakespeare.
ResponderEliminarGracias, yo no conocía a este autor.
Un beso.