En realidad, esta es la tercera historia del metro que contamos. Pero ya sabeis lo que dicen, no hay dos sin tres, asi que si esta es la segunda, la tercera debia ser la anterior ;). Requiebros aparte, espero que ésta (ambientada en Berlín hace ya un tiempo, y que compensa en parte la que os faltó en julio), os resarza.
Estación de Messe-Sud. Berlín. Poco antes de medianoche.
Mi novia y yo estamos perdidos, en una estación en la que no debíamos estar. La
noche está oscura, los trenes pasan muy poco a menudo, estamos casi
completamente solos, y de fondo se escucha a algún grupo de rock compuesto por
tres amigos en su garaje, ensayando sus canciones. En las paredes del metro,
cientos de pintadas, y de fondo un tren que chirría como si estuviera deseando
atropellarnos. Entonces, en la estación, contemplamos a un chico de unos
veintimuchos años, de origen oriental, chino o japonés, no sé diferenciarlo,
dando vueltas por el andén. Esperando. Finalmente, llega el metro.
Cuando el metro llega, el chico aguarda, expectante. Y cuando, de repente, ve
lo que quiere ver, se lanza corriendo, con cara de emocionado. Miramos al otro
lado, y vemos cómo está abrazando a una chica oriental, más o menos de su edad,
con mirada inocente, vestida con una rebequita gris. El abrazo, sin embargo, es
quedo, distante. No es un abrazo de dos enamorados, tampoco de dos
desconocidos, parece que no saben donde poner las manos, se tocan los hombros,
pero no quieren envolverlos, sobre todo la chica, el chico sí que trata de
expresar algo más. La expresión del chico no podemos contemplarla, para
nosotros queda de espaldas; en cambio, la de la chica es triste, pesarosa,
preocupada, le toca el chico al cuello como un acto frío, rígido, mecánico, sin
pasión. Luego, los dos se marchan del andén, dejándonos solos.
-¿Qué ha podido ser?-pregunto yo.
Y mi novia me responde:
-Los dos se querían mucho. Y él le puso los cuernos hace tiempo, y entonces
ella le dejó, pero no han podido olvidarse. Y él, desesperado, después de mucho
tiempo pidiéndole perdón, le ha mandado un mensaje, Si quieres arreglarlo, la
oportunidad es ahora o nunca, quedamos en la estación. Y por eso, cuando la ha
visto en las puertas del tren, se ha emocionado, y ha corrido a abrazarla.
Pero el abrazo, claro está, pienso yo, no ha podido ser el mismo.
-¿Qué te parece?-me pregunta ella.
Le respondo.
-Muy convencional. No, no sé, le falta algo...
Entonces mi novia me replica:
-Tal vez es que ella era monja. O pertenecía a cualquier tipo de orden
religiosa. Y habían hablado, y se habían peleado por ese asunto. Y ahora, el
verla en la estación, significa que lo ha dejado por él. ¿Te imaginas el
pensamiento de ella? Le abraza con temor, con timidez porque está pensando que,
a cambio de ese abrazo, ha dejado de lado el abrazo de Dios. Que ese abrazo
tiene que significar tanto como para apartarle de su vocación. O tal vez
considere al chico un poco culpable, y por eso no quiere acariciarle del todo.
Tal vez lo haga también el chico, y por eso el abrazo no ha sido más cálido.
Yo me encojo de hombros. Quizá sea eso, no lo sé.
Me pregunto qué habrá sido de ellos dos...
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