En la sociedad de los cazadores
kebal, cuando los hombres se van de caza, las mujeres se anotan una cuenta al
cuello por cada día que pasan lejos de sus compañeros.
En el caso de Aristi, su hombre
partió hace ya más de doscientos veinte meses lunares, lo que en nuestro tiempo
equivale a unos diecisiete años. El collar es tan largo, que le da muchas vueltas
al cuello. Le dificulta al caminar, le pesa al andar, y le molesta cuando trata
de averiguar si entre las partidas de caza que retoran de la selva se encuentra
su compañero.
Las cuentas del collar le pesan;
pero más le pesa su soledad.
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