Esta historia gira alrededor de Federico el Grande de Prusia, uno de los monarcas que cabría inscribirse dentro del rango de "déspotas ilustrados". Federico el Grande, por lo visto, se encontraba molesto porque un molino estorbaba las vistas desde la ventana de su palacio en Postdam, y le preguntó al molinero por cuánto estaría dispuesto a vender su molino para que pudiera derruirlo y de esa manera disfrutar mejor la panorámica al levantarse por las mañanas. El molinero respondió que no lo vendería por ningún precio; sin embargo, el rey (según algunos en un ataque de rabia) ordenó demoler el molino aún así. El molinero, enojado, afirmó: "El rey puede hacer eso, pero hay leyes en Prusia". El molinero recurrió a la justicia, y finalmente ésta le dio la razón, obligando al rey a reconstruir el molino y a pagarle una compensación económica. La actitud con la que el rey se tomó esta decisión varía según quién narre la historia, oscilando entre la magnanimidad, la deportividad, la resignación en plan fábula de la zorra y las uvas, o la satisfacción por comprobar que su sistema de justicia valía más que la palabra de un rey (demostrar lo cual, teóricamente, pudiera haber sido el propósito de todo este asunto, aunque esta teoría se podría aceptar más fácilmente si el rey hubiera esperado a la acción de la justicia antes de derruir el molino), pero lo que parece bastante claro es que el monarca afirmó: "Estoy complacido de encontrar que existen en mi reino leyes justas y jueces rectos".
Cuenta también la leyenda que, muchos años más tarde, la familia del molinero se encontró en dificultades económicas y recordó a los descendientes del rey la oferta por su molino, para ver si querían proponerla de nuevo. El monarca de aquel entonces les respondió una misiva indicándoles que era de interés público que el molino permaneciera en manos de la familia del molinero por mucho tiempo, ya que era una parte de la historia de Prusia, y les envió una cierta cantidad de dinero para que pudieran salir adelante. Hoy en día, el molino todavía puede ser contemplado en los alrededores del palacio de Postdam, un lugar que tiene mucha significación histórica por varios motivos: algún guía local cuenta que aquí se compuso el actual himno español; hay un puente en las cercanías que servía para el ocasional intercambio de espías durante la Guerra Fría; entre las estatuas del siglo XVIII allí presentes puede encontrarse una en homenaje a la raza negra (lo cual era raro para aquellos tiempos), y desde uno de los despachos del palacio quizás otro "despota ilustrado", el presidente norteamericano Harry S. Truman, ordenó arrojar la bomba atómica sobre Hiroshima. Como dijo Serge Lancel a propósito de Cartago, "la Historia se encariña con aquellos lugares que un día escogió".
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